Dice Tabucchi: los libros de viaje "poseen la virtud de ofrecer un doquier teórico y plausible a nuestro donde imprescindible y rotundo". Hay muchos tipos de viajes: los internos, los externos, los marginales. Este blog quiere llenarse de estos viajes, e invita a que otros sean también, con sus viajes, un doquier para mi donde.
lunes, octubre 23, 2006
Pérdida
Hubo un día que el sol te sorprendió asido de la nada. Tus dedos, entumidos en un esfuerzo inútil, parecían petrificados en torno a una ausencia. Cada parte de tus manos te dolía. Perplejo mirabas el vacío intentado recordar el momento en que por arte de magia habías perdido aquello que pensabas asir con tanta fuerza. Un sudor frío escurría por tu cabeza: te diste cuenta de que en realidad allí nunca hubo nada que no fuese el deseo exacerbado de tu febril imaginación. No habías perdido nada, simplemente nunca habías tenido nada.
sábado, octubre 21, 2006
Tristeza
Fragmentos de un diálogo
–La tristeza –me dice– es aquella invitada forzosa que cumple su papel con eficiencia al invadirlo todo.
A saber por qué creo que este inesperado interlocutor tiene razón.
–La tristeza –respondo–, al invadirlo todo con su dolor infinito, pasa de invitada forzosa a invitada imprescindible…
Mi interlocutor da una larga y profunda fumada.
–La tristeza es el alma de la fiesta de mi vida.
Intento rematar este diálogo inútil diciendo: –Y el alma de esta conversación difusa…
–Es que en tus ojos encuentro, sentada y feliz, a la anfitriona de la cual no somos otra cosa que un par de invitados –me responde.
Entiendo su decir. Es cierto. Tan sólo somos invitados a esta reunión interminable en la que la tristeza es la anfitriona y en la que nos ofrece sus delicados bocadillos. Me sorprende saberme su embajador...
–La tristeza –me dice– es aquella invitada forzosa que cumple su papel con eficiencia al invadirlo todo.
A saber por qué creo que este inesperado interlocutor tiene razón.
–La tristeza –respondo–, al invadirlo todo con su dolor infinito, pasa de invitada forzosa a invitada imprescindible…
Mi interlocutor da una larga y profunda fumada.
–La tristeza es el alma de la fiesta de mi vida.
Intento rematar este diálogo inútil diciendo: –Y el alma de esta conversación difusa…
–Es que en tus ojos encuentro, sentada y feliz, a la anfitriona de la cual no somos otra cosa que un par de invitados –me responde.
Entiendo su decir. Es cierto. Tan sólo somos invitados a esta reunión interminable en la que la tristeza es la anfitriona y en la que nos ofrece sus delicados bocadillos. Me sorprende saberme su embajador...
jueves, septiembre 07, 2006
Tráfico de la ciudad
El tráfico de la ciudad de México es, se dice, impredecible. Y es cierto, el día de hoy hice 2 horas y media para llegar a mi centro de trabajo. No obstante, llegué con 40 minutos de retraso a una clase que por supuesto ya no impartí. Sucede, a veces, en otros días, que a esa misma hora que salí hago 40 o 50 minutos de camino. ¿Quién puede predecir el tiempo que se invertirá para trasladarse de un punto a otro en esta ciudad?
Pero lo impredecible del tráfico citadino esconde una gran falacia: no posee en sí mismo la novedad, lo inesperado, lo sorprendente y por tanto lo sugerente que lo impredecible supone. No. Muy al contrario, lo impredecible del tráfico se define por su lógica monótona, repetitiva hasta la saciedad. Lo impredecible del tráfico citadino nos convierte en ese trabajador alienado que con maestría representó Chaplin en una de sus películas más memorables: Tiempos modernos.
He aquí la falsedad de la vida contemporánea, pues convierte lo que de útil hay en los automóviles en un signo más de lo que en realidad es: una permanente alienación del ser humano al condenarlo a una reiteración infinita que sabotea sus propias posibilidades técnicas.
Pero lo impredecible del tráfico citadino esconde una gran falacia: no posee en sí mismo la novedad, lo inesperado, lo sorprendente y por tanto lo sugerente que lo impredecible supone. No. Muy al contrario, lo impredecible del tráfico se define por su lógica monótona, repetitiva hasta la saciedad. Lo impredecible del tráfico citadino nos convierte en ese trabajador alienado que con maestría representó Chaplin en una de sus películas más memorables: Tiempos modernos.
He aquí la falsedad de la vida contemporánea, pues convierte lo que de útil hay en los automóviles en un signo más de lo que en realidad es: una permanente alienación del ser humano al condenarlo a una reiteración infinita que sabotea sus propias posibilidades técnicas.
lunes, septiembre 04, 2006
Faro de Oriente: velador constante del estrecho
Es de todos sabido que en mares procelosos las estrellas son la salvación de cualquier navegante. El hombre, a fin de cuentas sublime y a veces extraviado imitador de la naturaleza, inventó los faros con el fin de hallarse en medio de la oscuridad y el vaivén de olas y temores. De allí la naturaleza de los faros: punto de referencia, símbolo de llegada, alegoría de toda frontera y límite que ilumina difusamente desde riberas conocidas el posible camino a seguir en senderos desconocidos.
Por desgracia y fortuna, la ciudad de México –esa mole de autos, aglomeraciones, sueños rotos y utopías vertidas en cada ventana, en cada mirada– continúa siendo el mar al que el país se vuelve una y otra vez. En ese mar urbano parece gestarse, quiérase o no, por voluntad propia o por la dinámica misma de lo que la gente construye sin darse cuenta cabal de ello, un futuro inédito para nuestro país. Y justo allí, en ese mar objeto de deseos, mitos, descalificaciones, y una que otra certeza, destaca, iluminando desde sus riberas marginales, la Fábrica de Artes y Oficios de Oriente, mejor conocido como el Faro de Oriente.
El Faro de Oriente es por mucho el mejor proyecto que pudo cobijar el gobierno de la ciudad de México. Y es que a diferencia de otros proyectos, éste no fue respuesta a una desesperación ni fue producto exclusivo de la distensión. El Faro de Oriente nació de un impulso que viene de lejos: la creatividad de una cultura popular que cansada de ser absorbida por la cultura de las elites, decide construir su propio espacio e iluminar los múltiples trozos de una realidad siempre y convenientemente negada desde los bonitos escaparates del comercio cultural. En el Faro de Oriente la gente aprende a hablar desde su realidad y no sobre la realidad, como sucede con tanta frecuencia en instituciones culturales y académicas.
Lo que en el Faro de Oriente se produce exige apertura, cuestiona verdades inamovibles, y sugiere y explora caminos a seguir. Visitar el Faro de Oriente es comprender de golpe la pertinaz ceguera culpable que hemos padecido. Y en esta tarea lleva ya seis años, muchas veces contra todo pronóstico, contra múltiples oposiciones –amigas y enemigas–, e incluso contra algunas censuras que las “buenas conciencias” han intentado en su contra, en aras de una educación mistificadora llena de rosarios antes que de reflexiones.
Los éxitos del Faro de Oriente se miden por las transformaciones que genera en la gente y por los reconocimientos obtenidos. En este sentido, las luces del Faro de Oriente han llegado muy lejos: de París a Washington, de ciudad Neza a Xalapa, del oriente de la ciudad de México a sus corredores culturales privilegiados y universidades –a veces anquilosadas entre un deber ser comprado y un ser negado.
Por eso, en este su sexto aniversario, es necesario rendirle un homenaje. Un homenaje, primero, a toda la gente –niñas, niños, mujeres, hombres, lesbianas, homosexuales– que en su espacio se aglutina y reinventa la realidad en función de su capacidad creativa. Un homenaje, después, a quienes desde sus puestos directivos han sido vehículo de una profunda corriente popular que, como siempre, habla más sobre este país que muchos de quienes desde atalayas lo intentan con escaso éxito. Y por último, un agradecimiento a un gobierno que supo apoyar un proyecto de esta índole.
No me resta sino culminar manifestado un deseo: que el Faro de Oriente siga iluminando los posibles caminos a seguir, y que sepa sortear los inestables vientos políticos. Desde este espacio rindo homenaje a la referencia, al símbolo, a la alegoría. Enhorabuena a todos los que forman y conforman el Faro de Oriente.
Por desgracia y fortuna, la ciudad de México –esa mole de autos, aglomeraciones, sueños rotos y utopías vertidas en cada ventana, en cada mirada– continúa siendo el mar al que el país se vuelve una y otra vez. En ese mar urbano parece gestarse, quiérase o no, por voluntad propia o por la dinámica misma de lo que la gente construye sin darse cuenta cabal de ello, un futuro inédito para nuestro país. Y justo allí, en ese mar objeto de deseos, mitos, descalificaciones, y una que otra certeza, destaca, iluminando desde sus riberas marginales, la Fábrica de Artes y Oficios de Oriente, mejor conocido como el Faro de Oriente.
El Faro de Oriente es por mucho el mejor proyecto que pudo cobijar el gobierno de la ciudad de México. Y es que a diferencia de otros proyectos, éste no fue respuesta a una desesperación ni fue producto exclusivo de la distensión. El Faro de Oriente nació de un impulso que viene de lejos: la creatividad de una cultura popular que cansada de ser absorbida por la cultura de las elites, decide construir su propio espacio e iluminar los múltiples trozos de una realidad siempre y convenientemente negada desde los bonitos escaparates del comercio cultural. En el Faro de Oriente la gente aprende a hablar desde su realidad y no sobre la realidad, como sucede con tanta frecuencia en instituciones culturales y académicas.
Lo que en el Faro de Oriente se produce exige apertura, cuestiona verdades inamovibles, y sugiere y explora caminos a seguir. Visitar el Faro de Oriente es comprender de golpe la pertinaz ceguera culpable que hemos padecido. Y en esta tarea lleva ya seis años, muchas veces contra todo pronóstico, contra múltiples oposiciones –amigas y enemigas–, e incluso contra algunas censuras que las “buenas conciencias” han intentado en su contra, en aras de una educación mistificadora llena de rosarios antes que de reflexiones.
Los éxitos del Faro de Oriente se miden por las transformaciones que genera en la gente y por los reconocimientos obtenidos. En este sentido, las luces del Faro de Oriente han llegado muy lejos: de París a Washington, de ciudad Neza a Xalapa, del oriente de la ciudad de México a sus corredores culturales privilegiados y universidades –a veces anquilosadas entre un deber ser comprado y un ser negado.
Por eso, en este su sexto aniversario, es necesario rendirle un homenaje. Un homenaje, primero, a toda la gente –niñas, niños, mujeres, hombres, lesbianas, homosexuales– que en su espacio se aglutina y reinventa la realidad en función de su capacidad creativa. Un homenaje, después, a quienes desde sus puestos directivos han sido vehículo de una profunda corriente popular que, como siempre, habla más sobre este país que muchos de quienes desde atalayas lo intentan con escaso éxito. Y por último, un agradecimiento a un gobierno que supo apoyar un proyecto de esta índole.
No me resta sino culminar manifestado un deseo: que el Faro de Oriente siga iluminando los posibles caminos a seguir, y que sepa sortear los inestables vientos políticos. Desde este espacio rindo homenaje a la referencia, al símbolo, a la alegoría. Enhorabuena a todos los que forman y conforman el Faro de Oriente.
jueves, agosto 10, 2006
Heridas
Dicen que Julio César tenía la cualidad de herir con su mirada el corazón femenino. Cual rumor que es, resulta difícil otorgarle credibilidad a ese decir que ha recorrido los siglos cual barcaza a la deriva. No obstante, más allá de su fiabilidad creo expresa claramente una experiencia vital. Sea cual fuere el artífice de esa capacidad de herir con la mirada, pienso en las gotitas de sangre que escurren cuando tu mirada se posa sobre alguien. Sospecho por eso mismo que el rumor contiene un yerro fundamental: no era Julio César sino Lilit. Y he aquí que me invento un nuevo mito: si el mundo padece males es simplemente porque la hemorragia del corazón de Dios no encuentra sanación alguna; la profunda llaga que le dejó la mirada de su primera creación femenina es la causa fundamental de toda la inestabilidad que pasa por la mente de Dios. Y sabes, pese a mis ánimos ateos, creo entender a aquel pobre viejo: así me sucede con tu mirada, cuya capacidad para herir mi corazón es evidente.
sábado, julio 29, 2006
Por el bien del país
Respondo de manera muy concreta a las preguntas que se me hacen. Si he guardado silencio en torno al proceso electoral es porque me parece obvia cierta postura. Para quien guarda en su corazón ominosas dudas sobre mi actuar y proceder, he aquí mi posición.
En la vida de un país a veces es necesario defender a las instituciones de sus funcionarios. Nos encontramos precisamente en esta situación. Resulta fundamental defender al Instituto Federal Electoral de sus consejeros. No hay que olvidarlo: ellos son los únicos responsables de las dudas que se ciernen sobre el reciente proceso electoral. Su falta de pericia, su evidente parcialidad, sus decisiones no previstas en la ley, sus omisiones, dan lugar a dudas legítimas sobre el resultado de la elección.
En un acto de honestidad que por supuesto no conoceremos, el Consejo General del IFE debiera presentar su renuncia para salvaguardar a una institución que no fue concesión gratuita del poder, sino exigencia ciudadana. El IFE está fundado en movilizaciones ciudadanas, no pocas veces reprimidas, que siempre estuvieron de un solo lado, ciertamente no del PRI ni mucho menos de ese PAN que hoy se encuentra en el poder. Por lo tanto, nadie, ni siquiera el Consejo General del IFE, debe debilitar una institución creada para dar certeza en los procesos democráticos de nuestro país.
Yo lo tengo claro: no se trata de defender a tal o cual candidato. Es muy evidente que una parte del país (la que votó), está dividida entre dos opciones. Cualquier análisis o proceder que soslaye esta realidad será erróneo y peligroso. Pero si no se esclarecen las legítimas dudas sembradas por la actitud del Consejo General del IFE, el próximo presidente de la república carecerá de la legitimidad necesaria para gobernar un país dividido y con un amplio sector convencido de la existencia de un fraude. Precisamente por eso a todos conviene que el resultado sea indubitable.
Lo inédito de la situación que vivimos exige actitudes y decisiones así mismo inéditas. El conteo de voto por voto es la única salida que puede ofrecer legitimidad al próximo presidente de la república. Por el bien del país, por la salud de la democracia que queremos vivir, por la posibilidad que en ello hay de reconciliar a una población dividida, que se cuente voto por voto de manera pública y abierta.
En la vida de un país a veces es necesario defender a las instituciones de sus funcionarios. Nos encontramos precisamente en esta situación. Resulta fundamental defender al Instituto Federal Electoral de sus consejeros. No hay que olvidarlo: ellos son los únicos responsables de las dudas que se ciernen sobre el reciente proceso electoral. Su falta de pericia, su evidente parcialidad, sus decisiones no previstas en la ley, sus omisiones, dan lugar a dudas legítimas sobre el resultado de la elección.
En un acto de honestidad que por supuesto no conoceremos, el Consejo General del IFE debiera presentar su renuncia para salvaguardar a una institución que no fue concesión gratuita del poder, sino exigencia ciudadana. El IFE está fundado en movilizaciones ciudadanas, no pocas veces reprimidas, que siempre estuvieron de un solo lado, ciertamente no del PRI ni mucho menos de ese PAN que hoy se encuentra en el poder. Por lo tanto, nadie, ni siquiera el Consejo General del IFE, debe debilitar una institución creada para dar certeza en los procesos democráticos de nuestro país.
Yo lo tengo claro: no se trata de defender a tal o cual candidato. Es muy evidente que una parte del país (la que votó), está dividida entre dos opciones. Cualquier análisis o proceder que soslaye esta realidad será erróneo y peligroso. Pero si no se esclarecen las legítimas dudas sembradas por la actitud del Consejo General del IFE, el próximo presidente de la república carecerá de la legitimidad necesaria para gobernar un país dividido y con un amplio sector convencido de la existencia de un fraude. Precisamente por eso a todos conviene que el resultado sea indubitable.
Lo inédito de la situación que vivimos exige actitudes y decisiones así mismo inéditas. El conteo de voto por voto es la única salida que puede ofrecer legitimidad al próximo presidente de la república. Por el bien del país, por la salud de la democracia que queremos vivir, por la posibilidad que en ello hay de reconciliar a una población dividida, que se cuente voto por voto de manera pública y abierta.
viernes, julio 28, 2006
Polvo estelar
Sucede a veces que no puedo identificar mi cuerpo. Desde imprecisos lugares interiores nacen impulsos que destruyen cada parte de mí. Diríase que sufro de implosiones; como si fuera candente sol cuya combustión interna amenazara con hacer estallar su propia corteza. Pienso que sería una buena forma de desaparecer de este planeta: consumido por la propia energía producida. Estallar en candentes nubes imposibles de ver pero claramente perceptibles por el resto de los sentidos. Estallar hasta desaparecer, hasta que no quede nada de mí, sólo polvo, polvo estelar. ¿Acaso no somos únicamente eso: polvo estelar?
domingo, julio 02, 2006
Recuerdos
Hoy hace exactamente seis años esaba yo participando en la camapaña electoral de Cuauhtémoc Cárdenas. A estas horas, después de la una de la tarde, ya sabíamos el resultado de la elección. Hoy, si el referente sirve de algo, puede decirse que AMLO ya es presidente de la república. Si por un lado me parece digno de festejo el hecho de que el Partido Acción Nacional no permanezca en la presidencia, y que PRI salga mortalmente herido de esta contienda, por otro no puedo sentirme feliz con el triunfo de AMLO. Lo que veo no me gusta: sin partido, "secuestrado" por los mismos que secuestraron al PRI desde 82 y que hoy arrojan ese partido como kleenex usado hasta la saciedad, y con fuertes tendencias personalsitas en el ejercicio del poder, no creo pueda haber buenos pronósticos. Lo que quedará dañado, eso sí, es la izquierda. La izquierda que no es el PRD, aunque los hay dentro de ese partido. ¿Llegará el momento de la reconstrucción? ¿Qué corresponde hacer? ¿Cuál es nuestra posición?
domingo, junio 25, 2006
El PAN y la selección mexicana
Me sorpendió la promoción política que varios jugadores mexicanos hicieron en favor del Partido Acción Nacional. El intento de identificar las esperanzas futboleras con la mejor opción política no merece otra cosa que la siguiente conclusión, muy a tono de las porras que se gritan en los estadios:
Ya que la selección no es ganadora
no votes por la panista selección estafadora!
Ya que la selección no es ganadora
no votes por la panista selección estafadora!
jueves, abril 27, 2006
Verse bien
Hoy he escuchado a la diputada Barrales hablar sobre su incursión fotográfica en una revista para hombres. Intenta, sólo eso: intenta, convencer a Ciro Gómez Lyeva, por lo demás su admirador, que todavía hay machos que no asocian inteligencia con “verse bien”. Sonrío. Inmediatamente después, muy a su pesar, y eso que se dice política, afirma: es un modo de llegar a gente a la que los políticos y las políticas no llegamos. Ese es el problema pienso yo: no es la inteligencia la que llega, sino el “verse bien”. Me gusta esta izquierda de pacotilla que en su propia defensa ofrece su propia condena.
miércoles, abril 12, 2006
Evangelio
Se levantó, y mientras su dedo señalaba hacia el infinito, dijo:
–La luna está hecha de palabras, y éstas, las palabras, son únicamente sueños sonoros. Sí. Porque del corazón surgen los sueños teñidos de su propio tañir. Y es ese ritmo el que sube a la boca para salir hecho palabra.
Ella, que miraba la luna, fijó su mirada en sus ojos. Creyó entenderlo pero el vértigo que la invadió le hizo comprender que no sabía de qué hablaba. Mas no importaba: el furioso latido de su corazón le dijo que no importaba.
–La luna está hecha de palabras, y éstas, las palabras, son únicamente sueños sonoros. Sí. Porque del corazón surgen los sueños teñidos de su propio tañir. Y es ese ritmo el que sube a la boca para salir hecho palabra.
Ella, que miraba la luna, fijó su mirada en sus ojos. Creyó entenderlo pero el vértigo que la invadió le hizo comprender que no sabía de qué hablaba. Mas no importaba: el furioso latido de su corazón le dijo que no importaba.
lunes, abril 03, 2006
Memoria
Un día cualquiera sentirás el asalto de la memoria. Es como si de súbito una lanza de penetrara alguna parte del cerebro. Al paso de su punta filosa múltiples imágenes fluirán cual lava de un cráter y se escurrirán sobre ti a su propio arbitrio. No hallarás orden ni cómodos paisajes. Cosa de irse a sentar al Pedregal de San Ángel para comprender lo que te quiero decir.
A veces, de tanta lava, el panorama es similar a la devastación. Si llegas a sobrevivir a ese embate “natural” ya lo lograste todo. Sí, porque tras el sentimiento de agonía y angustia, sucede la calma necesaria para reorganizar lo que la memoria arroja: volver a ver, ordenar, interpretar, reedificar.
Si tienes fortuna, lograrás sobrevivir los ataques de tu memoria.
Eso me sucede. Tomo estos fragmentos de ti para colocarlos en el pedestal de la esquina de un museo destinado a desaparecer. Te miro y creo que eres una bella estatua, tan pétrea y congelada en el tiempo, que te hace honor y justicia.
Me retiro, dejando que a mis espaldas el aire disuelva aquel museo efímero nacido de un ataque fulminante de memoria.
A veces, de tanta lava, el panorama es similar a la devastación. Si llegas a sobrevivir a ese embate “natural” ya lo lograste todo. Sí, porque tras el sentimiento de agonía y angustia, sucede la calma necesaria para reorganizar lo que la memoria arroja: volver a ver, ordenar, interpretar, reedificar.
Si tienes fortuna, lograrás sobrevivir los ataques de tu memoria.
Eso me sucede. Tomo estos fragmentos de ti para colocarlos en el pedestal de la esquina de un museo destinado a desaparecer. Te miro y creo que eres una bella estatua, tan pétrea y congelada en el tiempo, que te hace honor y justicia.
Me retiro, dejando que a mis espaldas el aire disuelva aquel museo efímero nacido de un ataque fulminante de memoria.
Letras Vagabundas (1)
La talla histórica de lo que le es propio a la izquierda*
Isaac García Venegas
Existe un acuerdo generalizado sobre la condición inconclusa de la transición democrática en México. Las inercias parecen corroer las bases y fundamentos de un aceptable y deseable sistema democrático. Corrupción, impunidad, injusticia, como lo demostraron con particular claridad los casos de las periodistas Lydia Cacho y Olga Wornat, están a la orden del día. Todo indica que aún falta camino por andar para que la democracia siente sus reales en nuestro país.
Pero también hay cambios. Las elecciones presidenciales son hoy pretexto para la publicación de libros que apuntalan o denuestan a candidatos presidenciales. Ya es corriente hallar en las librerías biografías autorizadas y no tan autorizadas de los aspirantes a la silla presidencial, análisis puntillosos de sus propuestas o análisis prospectivos que avizoran cierto tipo de tendencias y futuros en el país. Por triviales y políticamente convenientes que sean, el lanzamiento editorial –con todo el marketing que ello implica– de este tipo de publicaciones se debe precisamente a esa transición democrática. Hace décadas, este hecho era imposible.
Los “retratos momentáneos de la realidad” que son las encuestas, ofrecen el blanco necesario para diatribas, elogios y uno que otro análisis serio. Baste con considerar, a título de ejemplo, los libros de Federico Arreola, 2006: la lucha de la gente contra el poder del dinero (Aguilar); Alejandra Lajous, AMLO: entre la atracción y el temor: una crónica del 2003 al 2005 (Océano); los de Jaime Sánchez Sussarrey, La victoria (Planeta) y Un proyecto irresponsable de nación: la verdad detrás del programa de gobierno de López Obrador (Diana); el de Alejandro Trelles, AMLO: historia política y personal del candidato a la presidencia por el PRD (De Bolsillo), y el de Héctor Zagal, AMLO: historia política y personal del jefe de gobierno del DF (Plaza & Janés).
Entre estas y otras publicaciones con la misma temática, destaca el libro de Guillermo Zamora: 2006. El año de la izquierda en México (Colibrí). Es de agradecerse la intención del autor al compilar una serie de entrevistas con destacados politólogos, antropólogos, escritores, líderes sociales, científicos, cineastas, y periodistas, sobre la pertinencia de un gobierno de izquierda en México. Más allá de su inserción en una estrategia electoral, el libro resulta significativo porque muestra los caminos por los que el pensamiento crítico está visualizando a la izquierda en el proceso electoral que estamos viviendo.
No deja de ser extraño percatarse de que la pregunta inicial que da origen al libro –¿Es necesario un gobierno de izquierda en México?– sea inadecuada. Los entrevistados –Lorenzo Meyer, Roger Bartra, Juan Villoro, Enrique Maza, John Saxe Fernández, Víctor Hugo Rascón Banda, Othón Salazar Ramírez, René Drucker Colín, Florence Tousssaint, Óscar Menéndez, Julieta Fierro, Carlos Martínez Assad, Rafael Jacobo, Octavio Rodríguez Araujo– coinciden en la puntual descripción de una realidad nacional que ya presenta visos de ser insostenible: desigualdad lacerante, entreguismo total a la economía de mercado comandada y controlada por eu, falta de apoyo a la ciencia, la tecnología, la educación, la cultura y las artes, abandono del campo, en suma, la desarticulación total de lo que queda del país. El diagnóstico, por lo demás correcto, no significa conceder la “necesidad” de un gobierno de izquierda.
Ciertamente la izquierda electoral es depositaria de esperanzas fundadas sobre su posibilidad de “moderar” la delicada situación que vivimos. Sin embargo, al contrario de lo que sucede cuando los entrevistados se refieren al neoliberalismo y globalización, el intento por definir lo que es propio de la izquierda –elemento articulador y subyacente de “necesidad” de un gobierno de izquierda en México– no resulta tan concluyente ni claro. Quizá el que mejor lo expresa, probablemente muy a su pesar, sea Lorenzo Meyer: “A pesar de que algunos duden de que Andrés Manuel López Obrador sea de izquierda, es la izquierda que tenemos y no vamos a conseguir otra. […] existe una actitud de llevar adelante toda una política que haga menos brutal la vida cotidiana de las mayorías”.
Esta “nivelación social” –legítima, correcta y adecuada–, se revela como la aspiración más sentida de los entrevistados. En ella no parecen quedar restos de aquella otra aspiración más antigua y lejana de la izquierda: “la transformación de ese status quo” –Enrique Maza dixit–. Por eso, la pregunta que lanza Carlos Martínez Assad es pertinente: “Pero ¿puede considerársele de izquierda [a Andrés Manuel López Obrador] si atendemos a los rasgos de su definición que lo coloca luchando por las opciones republicanas y democráticas, aun cuando los comparte con naciones incluso conservadoras?”.
Al parecer, en la actual coyuntura de México, la izquierda se está pensando a sí misma a partir de lo que banalmente podría llamarse una “posición decimal”: estar más a la izquierda de la derecha pero no del lado contrario del punto decimal, lugar en el que los números se convierten en enteros. La lectura del libro de Guillermo Zamora provoca un sentimiento de añoranza: la posibilidad de construir un mundo mejor que no se articule en torno a la acumulación del capital. En otras palabras: que su ambición sea desterrar lo brutal de la vida cotidiana y no solamente hacerla menos brutal. No cómo vivir dentro del capitalismo sin morirse en el intento, lo cual se ha hecho de una u otra forma desde hace cinco siglos, sino cómo construir una real alternativa al capitalismo.
Por eso, algunas respuestas de los entrevistados que aluden a la necesidad de construirla desde abajo con una nueva red de vínculos culturales y morales alivian en cierta medida esa añoranza. Lo que no resulta tan claro como se quisiera es que este proceso sea el que hoy se vive como una “necesidad” de triunfo en las próximas elecciones ni que el blanco de loas y ataques mediáticos sin fin lo represente cabalmente, por más que goce con un evidente apoyo popular. Nos queda, eso sí, compartir la aspiración que Othón Salazar expresa con respecto al gobernador del estado de Guerrero: ojalá haya “talla histórica” en el ejercicio en el poder. Y ojalá que la izquierda recupere y reconstruya lo que le es propio.
*Texto que aparece en Al pie de la letra. Suplemento de libros de Milenio Diario. Abril 2006
viernes, marzo 31, 2006
!Bravo!
¡Bravo! ¡Bien hecho por nuestros diputados y senadores! ¡Ahora sí, ya estamos con la puerta abierta a las infinitas bondades de la tecnología!. Estoy feliz. En el fondo hay que agradecerles que sus decisiones, totalmente ajenas a la opinión pública, hagan evidente un hecho palmario: que ellos son representantes de los intereses de clase y no de la nación. Les estoy agradecido por actualizar al viejo y “obsoleto” de Marx. Ahora, con su actitud tan insensata, facilitan la actualización de un discurso que quisieran muerto. Hay que verlos y felicitarlos: no son cínicos, simplemente asumen su papel de voceros de una clase, incluidos nuestros ilustres perredistas que en la Cámara de Diputados aprobaron sin chistar. ¡Bravo!
jueves, marzo 30, 2006
La máxima inalcanzable
Respondo aunque no debiera.
A veces quisiera poder afirmar con certeza quién soy pero no puedo. Tal vez sea un problema de incapacidad, mas si la máxima filosófica (“conócete a ti mismo”) es cierta, se trata de una incapacidad con raigambre. La aspiración de “conocerse a sí mismo” se mantiene como una máxima por muy pocos vivida y experimentada. Definitivamente no pertenezco a esa minoría excelsa.
Si esto sucede en el caso de uno mismo, ¿cómo no habría de suceder en el caso del otro, de los otros? Todos somos doblemente extraños: para los demás y para uno mismo. El otro es el más fácil territorio de la incógnita visible con que contamos. Y esto es tanto más evidente cuanto más amamos a una persona. Esa persona se erige como “extrañeza” total. Pareciera que su cercanía, esa intoxicación de quererse perder en ella, distorsiona la mirada y la percepción. A su modo el amor provoca miopía y astigmatismo en los amantes. Una feliz ceguera.
Seamos sinceros: no existe una ceguera más afortunada que esa. Pero tampoco existe una ceguera tal que incite más afanes de posesión. Poseer lo que nos es extraño acaba por pervertir lo que en verdad importa del amor: el continuo descubrir a la persona amada y, en esa medida, ir explorándose uno mismo. El amor como exploración, el amor como condena. Prefiero lo primero a lo segundo. Y quizá aquellos “amorosos” de los que hablaba Sabines, pertenecen también a esta estirpe de los que no se conforman y se van llorando la hermosa vida.
A veces quisiera poder afirmar con certeza quién soy pero no puedo. Tal vez sea un problema de incapacidad, mas si la máxima filosófica (“conócete a ti mismo”) es cierta, se trata de una incapacidad con raigambre. La aspiración de “conocerse a sí mismo” se mantiene como una máxima por muy pocos vivida y experimentada. Definitivamente no pertenezco a esa minoría excelsa.
Si esto sucede en el caso de uno mismo, ¿cómo no habría de suceder en el caso del otro, de los otros? Todos somos doblemente extraños: para los demás y para uno mismo. El otro es el más fácil territorio de la incógnita visible con que contamos. Y esto es tanto más evidente cuanto más amamos a una persona. Esa persona se erige como “extrañeza” total. Pareciera que su cercanía, esa intoxicación de quererse perder en ella, distorsiona la mirada y la percepción. A su modo el amor provoca miopía y astigmatismo en los amantes. Una feliz ceguera.
Seamos sinceros: no existe una ceguera más afortunada que esa. Pero tampoco existe una ceguera tal que incite más afanes de posesión. Poseer lo que nos es extraño acaba por pervertir lo que en verdad importa del amor: el continuo descubrir a la persona amada y, en esa medida, ir explorándose uno mismo. El amor como exploración, el amor como condena. Prefiero lo primero a lo segundo. Y quizá aquellos “amorosos” de los que hablaba Sabines, pertenecen también a esta estirpe de los que no se conforman y se van llorando la hermosa vida.
miércoles, marzo 29, 2006
Imposibilidad
En un documento apócrifo, Cristóbal Colón escribió a su amada el siguiente texto. Lo actualizo para quien no guste del español antiguo.*
Tu piel me parece desconocida por más que la recorra con embeleso. Cuando te pienso creo conocerte, poder rememorar cada palmo de ti, pero cuando vuelvo a ti te me presentas como una incógnita. Descubro un poro, una marca, una arruga que antes no estaba; encuentro sabores y olores que no había percibido ni probado. Como terco viajero me lanzo sobre ti: al fin explorador de tierras desconocidas, quisiera trazar el mapa más exacto de ti, puntualizar montañas, llanuras, mares, humedades, caminos riesgosos y veredas amables. Pero hay algo en ti que me habla de mi vano intento. Ni todos mis fracasos en los mares desconocidos podrían compararse con esta imposibilidad de conocerte plenamente. No sé lo que allá existe o lo que el destino me depara, pero aquí, en tu piel y en tu cuerpo, tal desconocimiento me desquicia más. Un representante del cielo en la tierra dijo que eras mía y lo creí, pero cada vez que estoy en ti tu cuerpo y tu piel me susurran al oído que podré poseer el paraíso al otro lado del mar pero no el paraíso que tú eres. Todos mis sextantes, brújulas y artilugios de navegación y trazo se vuelven irrisorios cuando me eres tan queridamente desconocida, como hoy, como ayer, como siempre. En ti dejo de ser el Almirante para convertirme solamente en un náufrago.
* El problema para el lector, como siempre en este tipo de casos, es responder a las preguntas de quién lo escribió y para quién está escrito. Así mismo esclarecer el por qué del escrito. ¿Dónde acaba la realidad y comienza la ficción? ¿Qué parte de sí mismo como lector llena este escrtio? ¿Cuál es la eficacia de esta verdad disfrazada de mentira, o a la inversa, de esta mentira difrazada de verdad? Preguntas al infinito en busca de respuestas...
Tu piel me parece desconocida por más que la recorra con embeleso. Cuando te pienso creo conocerte, poder rememorar cada palmo de ti, pero cuando vuelvo a ti te me presentas como una incógnita. Descubro un poro, una marca, una arruga que antes no estaba; encuentro sabores y olores que no había percibido ni probado. Como terco viajero me lanzo sobre ti: al fin explorador de tierras desconocidas, quisiera trazar el mapa más exacto de ti, puntualizar montañas, llanuras, mares, humedades, caminos riesgosos y veredas amables. Pero hay algo en ti que me habla de mi vano intento. Ni todos mis fracasos en los mares desconocidos podrían compararse con esta imposibilidad de conocerte plenamente. No sé lo que allá existe o lo que el destino me depara, pero aquí, en tu piel y en tu cuerpo, tal desconocimiento me desquicia más. Un representante del cielo en la tierra dijo que eras mía y lo creí, pero cada vez que estoy en ti tu cuerpo y tu piel me susurran al oído que podré poseer el paraíso al otro lado del mar pero no el paraíso que tú eres. Todos mis sextantes, brújulas y artilugios de navegación y trazo se vuelven irrisorios cuando me eres tan queridamente desconocida, como hoy, como ayer, como siempre. En ti dejo de ser el Almirante para convertirme solamente en un náufrago.
* El problema para el lector, como siempre en este tipo de casos, es responder a las preguntas de quién lo escribió y para quién está escrito. Así mismo esclarecer el por qué del escrito. ¿Dónde acaba la realidad y comienza la ficción? ¿Qué parte de sí mismo como lector llena este escrtio? ¿Cuál es la eficacia de esta verdad disfrazada de mentira, o a la inversa, de esta mentira difrazada de verdad? Preguntas al infinito en busca de respuestas...
martes, marzo 28, 2006
Suicidio (respuesta)
Sé que las palabras conmueven. Lo que no sabía es la historia que me cuentas y que te hace pensar que lo escrito sobre el suicidio es una broma. De hecho, la parte que sí lo es te pasa inadvertida: lo del desempleo. Tus palabras me han dejado pensando. Aunque en el correo me dices que no te parece “lo más divertido” discutir públicamente sobre el suicidio, me tomo la libertad de hacerlo aquí, que en realidad es un espacio indefinido entre lo público y lo privado.
Siempre que voy a un lugar nuevo intento visitar su cementerio. Las lápidas, las esculturas, los epitafios, me hablan sobre la relación que los vivos guardamos con la muerte. Recuerdo que cuando estudiaba Relaciones Internacionales, solía irme “de pinta” para visitar iglesias y panteones. Tomaba un mapa de la ciudad y trazaba mi ruta turística que a veces también incluía mercados. Ese era el contraste que más me conmovía: mercado, cementerio, iglesia: del ruido, el intercambio, el movimiento, la palabra al silencio, la quietud, la nada, y después al otro silencio: el de la fe, la esperanza, las ganas de conversar con quien no conversa: Dios.
No sé cuántas lápidas he visto en mi vida, pero lo que tengo claro es el momento en que me di cuenta de lo obvio. Estaba yo en un panteón de la ciudad, con el recuerdo lacerante de un perro atropellado al que horas antes había visto morir. En algún lugar tengo lo que escribí cuando aquello sucedió. Comparaba a la muerte con el abandono paulatino del movimiento: la paralización total. Era eso según yo lo que definía a la muerte y lo que en el fondo causaba horror. La vida como movimiento, la muerte como parálisis.
Eso tenía en la cabeza mientras caminaba por las avenidas de un panteón muy conocido. Me detuve ante la tumba de alguien. Leía una y otra vez su epitafio y fue entonces cuando me asaltó la certeza: la muerte es la evidencia más brutal que tenemos sobre el fin de toda posibilidad. Encontré en el dicho popular el sentido que encierra sabiduría de siglos: “la esperanza muere al último”. En efecto, su desaparición es la muerte misma: la condensa, la expresa. Porque la esperanza tan sólo es un modo de la posibilidad.
Entonces, de golpe, creí comprenderlo todo. Nuestro problema con la muerte, me refiero a la de los vivos con los muertos, es que la vemos desde el horizonte de la posibilidad misma. Desde allí la juzgamos, la condenamos, la rehuimos. Desde allí elaboramos un diálogo casi imposible con ella. Porque lo que nunca se entiende del todo es el fin de toda posibilidad (el vacío total), y en el caso particular del suicidio el por qué renunciar a la posibilidad misma. En tu correo flota esa pregunta.
No sé si sea normal despertarse con la idea del suicidio clavada en la sien. Yo te diría que sí. Conozco a muchos que aunque no lo confiesen públicamente, lo han pensando alguna vez. Cierto es que hay motivos, pero creo puede suceder que la razón fundamental sea el saber que el horizonte de posibilidades ha llegado a su fin o que se acerca velozmente. Y aquí es en donde ya no comparto la actitud generalizada con el suicidio, porque la opción que se escoge es proveer al suicida de posibilidades bajo diseño y personalizadas, como la propaganda. Yo creo que no, que es necesario respetar y entender que así como a otros el mundo de las posibilidades se les abre (por suerte, por habilidad, por ingenio, por destino, por lo que quieras), a otros se les cierra abruptamente.
Ignoro si vivir colgado de la esperanza sea heroico o romántico, lo que sé y respeto es que alguien decida en íntimo ejercicio de su libertad y entendimiento que, después de tanta evidencia, no tiene caso estar como limosnero en espera de la dádiva divina. Por supuesto, se puede argumentar que la posibilidad se construye, pero voltea a tu derredor, mira la historia, y contesta en la más plena sinceridad si esas miles y miles de personas que vivieron y murieron en la pobreza, en la ignominia, construyeron la posibilidad de vivir y morir así. Por desgracia, no todo en la vida es construcción personal y voluntariosa.
El otro día, leyendo un libro, me entero de un modo de matar que aplicaba Sendero Luminoso: rociaba al desdichado con gasolina y en plena luz del día lo ataba a un poste para que se fuera quemando lentamente. Este modo tan sofisticado de prolongar el dolor me recordó a los piratas y su modo espeluznante de matar: atar de pies y manos a la víctima, hacerle un pequeño agujero en el estómago, sacar parte de su intestino y atarlo a un mástil al que, previamente cubierto de brea, se le prendía fuego. El desdichado, para no quemarse, comenzaba a retroceder, con lo cual era consciente de que esa tripa que iba saliendo del hoyo era su intestino. Así, la víctima, podía morir de tres formas: quemado, destripado o bien, si tenía suerte, ahogado cuando el barco se hundiera por completo. ¿Tuvieron alguna posibilidad de elegir cómo morir? Claro que no. Tampoco se la merecían. Pero así sucedía y así sucede. Y no porque tú, yo o quien sea lo quiera. No todo lo que queremos nos sucede ni todo lo que nos sucede lo queremos. Eso es la vida. Por eso amar es tan peculiar: por un momento (que puede durar toda la vida) suceder y querer parecen conjugarse felizmente.
Tan sólo quiero decir que no encuentro razón alguna para calificar la decisión del suicidio de una manera negativa. Si quien se suicida comete un error o no, es un juicio que pertenece a los vivos, tan felizmente inmersos en el pleno mundo de la posibilidad, incluido el de recordar y extrañar. Para el suicida su muerte debiera ser tan sólo el último acto de una conciencia plena de que aquellas, las posibilidades, llegaron a su fin.
Querida amiga: despertarme con la idea del suicido clavada en la sien no quiere decir que lo vaya a hacer (de hecho tengo razones suficientes para no hacerlo, al menos no todavía). Se trata únicamente de ejercer lo que la posibilidad misma ofrece: pensar en la actitud a tomar cuando ya no pueda pensar desde la posibilidad misma. Sólo eso.
Siempre que voy a un lugar nuevo intento visitar su cementerio. Las lápidas, las esculturas, los epitafios, me hablan sobre la relación que los vivos guardamos con la muerte. Recuerdo que cuando estudiaba Relaciones Internacionales, solía irme “de pinta” para visitar iglesias y panteones. Tomaba un mapa de la ciudad y trazaba mi ruta turística que a veces también incluía mercados. Ese era el contraste que más me conmovía: mercado, cementerio, iglesia: del ruido, el intercambio, el movimiento, la palabra al silencio, la quietud, la nada, y después al otro silencio: el de la fe, la esperanza, las ganas de conversar con quien no conversa: Dios.
No sé cuántas lápidas he visto en mi vida, pero lo que tengo claro es el momento en que me di cuenta de lo obvio. Estaba yo en un panteón de la ciudad, con el recuerdo lacerante de un perro atropellado al que horas antes había visto morir. En algún lugar tengo lo que escribí cuando aquello sucedió. Comparaba a la muerte con el abandono paulatino del movimiento: la paralización total. Era eso según yo lo que definía a la muerte y lo que en el fondo causaba horror. La vida como movimiento, la muerte como parálisis.
Eso tenía en la cabeza mientras caminaba por las avenidas de un panteón muy conocido. Me detuve ante la tumba de alguien. Leía una y otra vez su epitafio y fue entonces cuando me asaltó la certeza: la muerte es la evidencia más brutal que tenemos sobre el fin de toda posibilidad. Encontré en el dicho popular el sentido que encierra sabiduría de siglos: “la esperanza muere al último”. En efecto, su desaparición es la muerte misma: la condensa, la expresa. Porque la esperanza tan sólo es un modo de la posibilidad.
Entonces, de golpe, creí comprenderlo todo. Nuestro problema con la muerte, me refiero a la de los vivos con los muertos, es que la vemos desde el horizonte de la posibilidad misma. Desde allí la juzgamos, la condenamos, la rehuimos. Desde allí elaboramos un diálogo casi imposible con ella. Porque lo que nunca se entiende del todo es el fin de toda posibilidad (el vacío total), y en el caso particular del suicidio el por qué renunciar a la posibilidad misma. En tu correo flota esa pregunta.
No sé si sea normal despertarse con la idea del suicidio clavada en la sien. Yo te diría que sí. Conozco a muchos que aunque no lo confiesen públicamente, lo han pensando alguna vez. Cierto es que hay motivos, pero creo puede suceder que la razón fundamental sea el saber que el horizonte de posibilidades ha llegado a su fin o que se acerca velozmente. Y aquí es en donde ya no comparto la actitud generalizada con el suicidio, porque la opción que se escoge es proveer al suicida de posibilidades bajo diseño y personalizadas, como la propaganda. Yo creo que no, que es necesario respetar y entender que así como a otros el mundo de las posibilidades se les abre (por suerte, por habilidad, por ingenio, por destino, por lo que quieras), a otros se les cierra abruptamente.
Ignoro si vivir colgado de la esperanza sea heroico o romántico, lo que sé y respeto es que alguien decida en íntimo ejercicio de su libertad y entendimiento que, después de tanta evidencia, no tiene caso estar como limosnero en espera de la dádiva divina. Por supuesto, se puede argumentar que la posibilidad se construye, pero voltea a tu derredor, mira la historia, y contesta en la más plena sinceridad si esas miles y miles de personas que vivieron y murieron en la pobreza, en la ignominia, construyeron la posibilidad de vivir y morir así. Por desgracia, no todo en la vida es construcción personal y voluntariosa.
El otro día, leyendo un libro, me entero de un modo de matar que aplicaba Sendero Luminoso: rociaba al desdichado con gasolina y en plena luz del día lo ataba a un poste para que se fuera quemando lentamente. Este modo tan sofisticado de prolongar el dolor me recordó a los piratas y su modo espeluznante de matar: atar de pies y manos a la víctima, hacerle un pequeño agujero en el estómago, sacar parte de su intestino y atarlo a un mástil al que, previamente cubierto de brea, se le prendía fuego. El desdichado, para no quemarse, comenzaba a retroceder, con lo cual era consciente de que esa tripa que iba saliendo del hoyo era su intestino. Así, la víctima, podía morir de tres formas: quemado, destripado o bien, si tenía suerte, ahogado cuando el barco se hundiera por completo. ¿Tuvieron alguna posibilidad de elegir cómo morir? Claro que no. Tampoco se la merecían. Pero así sucedía y así sucede. Y no porque tú, yo o quien sea lo quiera. No todo lo que queremos nos sucede ni todo lo que nos sucede lo queremos. Eso es la vida. Por eso amar es tan peculiar: por un momento (que puede durar toda la vida) suceder y querer parecen conjugarse felizmente.
Tan sólo quiero decir que no encuentro razón alguna para calificar la decisión del suicidio de una manera negativa. Si quien se suicida comete un error o no, es un juicio que pertenece a los vivos, tan felizmente inmersos en el pleno mundo de la posibilidad, incluido el de recordar y extrañar. Para el suicida su muerte debiera ser tan sólo el último acto de una conciencia plena de que aquellas, las posibilidades, llegaron a su fin.
Querida amiga: despertarme con la idea del suicido clavada en la sien no quiere decir que lo vaya a hacer (de hecho tengo razones suficientes para no hacerlo, al menos no todavía). Se trata únicamente de ejercer lo que la posibilidad misma ofrece: pensar en la actitud a tomar cuando ya no pueda pensar desde la posibilidad misma. Sólo eso.
lunes, marzo 27, 2006
Suicidio
Hoy me desperté con la idea del suicido clavada en la sien. Me sorprende porque nada hubo en los días anteriores que se asociara con la muerte o con el suicido. Pero así desperté, pensando en la conveniencia de suicidarse. Es más, imaginé que en esta ciudad la cosa es más sencilla si se carece de valor: basta con incitar los odios del rencor social para que una mano bondadosa acabe lo que el miedo o la duda no puede.
Suicidarse. Como comer, como dormirse, como descansar, el poderse matar debiera de ser un acto más, consciente y libre, pero un acto más. Que el suicido fuese el costo del “riesgo” que los bancos asumen al ver al ser humano como una mercancía más. Sólo eso. Y que matarse no fuese un asunto de juicio moral ni de impotencia: simplemente la sinceridad de decir: hasta aquí llegué, no quiero dar un paso más. Igualito que cuando intentamos subir una montaña y nos gana la falta de pasión.
Aunque claro, esta propuesta dejaría sin trabajo a los psicólogos, psiquiatras y salvadores de toda índole. Chin, mis sueños siempre acaban por dejar sin empleo a otros…
Suicidarse. Como comer, como dormirse, como descansar, el poderse matar debiera de ser un acto más, consciente y libre, pero un acto más. Que el suicido fuese el costo del “riesgo” que los bancos asumen al ver al ser humano como una mercancía más. Sólo eso. Y que matarse no fuese un asunto de juicio moral ni de impotencia: simplemente la sinceridad de decir: hasta aquí llegué, no quiero dar un paso más. Igualito que cuando intentamos subir una montaña y nos gana la falta de pasión.
Aunque claro, esta propuesta dejaría sin trabajo a los psicólogos, psiquiatras y salvadores de toda índole. Chin, mis sueños siempre acaban por dejar sin empleo a otros…
martes, febrero 07, 2006
Ventana
Es un gran invento y no únicamente por sus convenientes fines prácticos: la luz y la ventilación. Lo es por algo mucho mejor: la posibilidad de ver al mundo exterior desde el cómodo mundo interior. Ella posibilita un juego humano indispensable que nos define: el “afuera” prolongándose en el “adentro”, y viceversa, el “adentro” anunciándose, en ocasiones tímidamente, en el “afuera”.
Habría que investigar de dónde surgió la idea. Quizá de las cavernas, de las grutas, de los primeros refugios humanos que no requerían otra construcción que la mera habitación. Vaya, los “ocupas” de entonces. Habría que imaginarlos allí, cobijándose del sol, sentados, mirando el horizonte bañado por una resolana que lastima los ojos. O refugiándose de las inclemencias del tiempo, la lluvia, la nieve o el frío. El refugio necesario para vivir desde el cual mirar y desear al mundo.
La fascinación de mirar hacia fuera desde dentro no se ha perdido al paso del tiempo. Por ejemplo, la obligada reclusión de los monjes en sus monasterios habría sido insoportable de no ser por esas pequeñas ventanas que se encuentran en las celdas, con sus camas y asientos de piedra. El voto de castidad encontraba algo de alivio en la sensualidad del entorno, mucho más evidente desde la privación interior. ¿Quién dice que lo que se mira no alimenta y satisface?
Es una pena que semejante invento humano ande hoy a la deriva. Únicamente seres atrincherados en su necedad y temor pueden diseñar esos departamentos de ventanas diminutas por los que si acaso se ve la construcción de enfrente. Santo y seña de los tiempos: la pérdida inevitable de lo otro que, afuera, pierde su capacidad nutritiva al no ser advertido, escrutado, deseado. Por eso el mundo parece cada vez más dislocado e inconexo. Exterior e interior pierden su contacto, dando paso a una realidad cuya riqueza queda desperdiciada en beneficio de la trágica miopía de las cuatro paredes.
Porque el encierro no es enriquecedor dada su falsa índole: recluidos a fuerza, incapaces de viajar por los interiores del alma, el ser humano dislocado sucumbe ante la ficción del vértigo de la imagen televisiva o cibernética. Zombies de sí mismos, ¿cómo no habrían de serlo también para su entorno?, ¿cómo no habrían de encontrar la evidencia palmaria de su separación del exterior si a las diminutas ventanas se les imponen, además, barrotes?
Habría que hacer una antropología de este fenómeno en retirada de las ventanas. O mejor: una ontología. Porque si la analogía es cierta –“los ojos son las ventanas del alma”–, tal vez por este camino hallemos la explicación de la creciente opacidad de la mirada que se encuentra en rostros autómatas que caminan por las calles. Almas moribundas, ventanas pequeñas e inútiles, barrotes y miedos, inexistencia de vasos comunicantes entre el afuera y el adentro. En suma: anquilosamiento de la cultura, signo de los tiempos. Todo como si fuera un ethos paralizado que ya no es presencia de nosotros en el mundo ni del mundo en nosotros. Traición a siglos de sabiduría en una época que se cree inteligente.
Habría que investigar de dónde surgió la idea. Quizá de las cavernas, de las grutas, de los primeros refugios humanos que no requerían otra construcción que la mera habitación. Vaya, los “ocupas” de entonces. Habría que imaginarlos allí, cobijándose del sol, sentados, mirando el horizonte bañado por una resolana que lastima los ojos. O refugiándose de las inclemencias del tiempo, la lluvia, la nieve o el frío. El refugio necesario para vivir desde el cual mirar y desear al mundo.
La fascinación de mirar hacia fuera desde dentro no se ha perdido al paso del tiempo. Por ejemplo, la obligada reclusión de los monjes en sus monasterios habría sido insoportable de no ser por esas pequeñas ventanas que se encuentran en las celdas, con sus camas y asientos de piedra. El voto de castidad encontraba algo de alivio en la sensualidad del entorno, mucho más evidente desde la privación interior. ¿Quién dice que lo que se mira no alimenta y satisface?
Es una pena que semejante invento humano ande hoy a la deriva. Únicamente seres atrincherados en su necedad y temor pueden diseñar esos departamentos de ventanas diminutas por los que si acaso se ve la construcción de enfrente. Santo y seña de los tiempos: la pérdida inevitable de lo otro que, afuera, pierde su capacidad nutritiva al no ser advertido, escrutado, deseado. Por eso el mundo parece cada vez más dislocado e inconexo. Exterior e interior pierden su contacto, dando paso a una realidad cuya riqueza queda desperdiciada en beneficio de la trágica miopía de las cuatro paredes.
Porque el encierro no es enriquecedor dada su falsa índole: recluidos a fuerza, incapaces de viajar por los interiores del alma, el ser humano dislocado sucumbe ante la ficción del vértigo de la imagen televisiva o cibernética. Zombies de sí mismos, ¿cómo no habrían de serlo también para su entorno?, ¿cómo no habrían de encontrar la evidencia palmaria de su separación del exterior si a las diminutas ventanas se les imponen, además, barrotes?
Habría que hacer una antropología de este fenómeno en retirada de las ventanas. O mejor: una ontología. Porque si la analogía es cierta –“los ojos son las ventanas del alma”–, tal vez por este camino hallemos la explicación de la creciente opacidad de la mirada que se encuentra en rostros autómatas que caminan por las calles. Almas moribundas, ventanas pequeñas e inútiles, barrotes y miedos, inexistencia de vasos comunicantes entre el afuera y el adentro. En suma: anquilosamiento de la cultura, signo de los tiempos. Todo como si fuera un ethos paralizado que ya no es presencia de nosotros en el mundo ni del mundo en nosotros. Traición a siglos de sabiduría en una época que se cree inteligente.
miércoles, febrero 01, 2006
Mire usted
Mire usted. La eternidad humana únicamente puede existir en los estrechos márgenes de la propia finitud humana. Para cualquiera de nosotros ella, la eternidad, es tan sólo una idea que pervive mientras los ojos de cada quien permanecen abiertos. Este hecho se constata aun dentro del lapso vital de cada generación. ¿Es que acaso la historia no está hecha también de olvidos? Recuérdese que el olvido es, entre otras cosas, la constatación plena de esta contradicción de la eternidad humana: un “siempre” encarcelado en el “hasta cuando” de la muerte, o si se prefiere, del recuerdo.
Pero no menosprecie usted por ello la idea misma de eternidad. Muy al contrario: digno de apreciarse y tenerse por gran valor es que dentro de esa finitud, caracterizada por un constante fluir –algunas veces más intenso, otras veces menos; ora rítmico, mañana accidentado–, exista la idea de la eternidad como un hálito que flota sobre las naturales e inevitables mudanzas de la vida humana. Quizá en esa eternidad de límites ciertos los seres humanos hallamos el asidero que nos permite aventurarnos a encontrar un “sentido” a nuestra vida.
Vea usted si no. En la “creencia” de la eternidad colocamos, por ejemplo, los sinsabores del amor. Parafraseando un verso: ¿quién recordará a la amada cuando los ojos que la aman se cierren por siempre? Pero justamente por ello es que la idea de la eternidad salva al amor de su muerte segura, esa que tan bien explica un poeta: es la vida o la muerte la que separa a los amantes, una de dos, sin ninguna otra opción. ¿Cómo cree usted que Adán pudo sobrevivir a la extracción de su costilla, su conversión en mujer, su amor por ella, su queja ante Dios, y su “ni con ni sin ella” que, desde entonces, repetimos todos los seres masculinos con respecto a las mujeres?
Mire usted. La eternidad es una idea encarcelada en los límites de la vida, pero tenga usted por seguro que sin ella ese transcurrir sería más pesado de lo que frecuentemente nos resulta.
Pero no menosprecie usted por ello la idea misma de eternidad. Muy al contrario: digno de apreciarse y tenerse por gran valor es que dentro de esa finitud, caracterizada por un constante fluir –algunas veces más intenso, otras veces menos; ora rítmico, mañana accidentado–, exista la idea de la eternidad como un hálito que flota sobre las naturales e inevitables mudanzas de la vida humana. Quizá en esa eternidad de límites ciertos los seres humanos hallamos el asidero que nos permite aventurarnos a encontrar un “sentido” a nuestra vida.
Vea usted si no. En la “creencia” de la eternidad colocamos, por ejemplo, los sinsabores del amor. Parafraseando un verso: ¿quién recordará a la amada cuando los ojos que la aman se cierren por siempre? Pero justamente por ello es que la idea de la eternidad salva al amor de su muerte segura, esa que tan bien explica un poeta: es la vida o la muerte la que separa a los amantes, una de dos, sin ninguna otra opción. ¿Cómo cree usted que Adán pudo sobrevivir a la extracción de su costilla, su conversión en mujer, su amor por ella, su queja ante Dios, y su “ni con ni sin ella” que, desde entonces, repetimos todos los seres masculinos con respecto a las mujeres?
Mire usted. La eternidad es una idea encarcelada en los límites de la vida, pero tenga usted por seguro que sin ella ese transcurrir sería más pesado de lo que frecuentemente nos resulta.
martes, enero 31, 2006
El tiempo dicta
Un tanto desconcertado leo en un foro virtual un largo ir y venir sobre la poligamia, la infidelidad, y el arte de los amantes. Mi desconcierto proviene del hecho de que tal debate tiene lugar en un foro que originalmente se pensó para discutir ideas políticas y no ansiedades y revelaciones personales. No obstante, esto de la poligamia, con sus “asuntos prácticos”, ha provocado numerosas opiniones. Se intuye que es un tema que "anda en el aire".
Me abstengo de participar. Creo que la discusión se puede saldar fácilmente con dos aforismos: uno de O’Gorman y otro de Oscar Wilde. Los traigo a cuento para los interesados.
Decía el sabio de O’Gorman: “el sexo débil ni tan débil y el sexo fuerte ni tan sexo”. Lo cual, imaginando una sabrosa charla que tiende puentes en el tiempo, podría ser rematado inobjetablemente por Wilde de la siguiente manera: “La fidelidad es simplemente una declaración de impotencia”.
Que cada quien saque sus conclusiones.
Me abstengo de participar. Creo que la discusión se puede saldar fácilmente con dos aforismos: uno de O’Gorman y otro de Oscar Wilde. Los traigo a cuento para los interesados.
Decía el sabio de O’Gorman: “el sexo débil ni tan débil y el sexo fuerte ni tan sexo”. Lo cual, imaginando una sabrosa charla que tiende puentes en el tiempo, podría ser rematado inobjetablemente por Wilde de la siguiente manera: “La fidelidad es simplemente una declaración de impotencia”.
Que cada quien saque sus conclusiones.
viernes, enero 27, 2006
Soledad
Así dijo llamarse, Soledad. Pensé que su nombre era redundante a esas horas y en esa calle. El escenario era de un vacío que se prendía a las entrañas. La noche, el suelo húmedo, las tímidas luces de la entrada de los edificios, el frío, el vaho de la respiración. Todo era en efecto soledad: ni autos pasando ni ruidos ni caminantes noctámbulos salvo nosotros dos.
–¿Fumas? –me preguntó al estar justo frente a mí.
–No, pero traigo cigarros –contesté. En efecto, horas antes me habían dado a guardar una cajetilla de cigarros que permaneció olvidada en la bolsa de mi abrigo. –El problema –le dije– es que no tengo encendedor ni cerillos.
Sonrió, encogió los hombros, y se quedó esperando frente a mí a que le proporcionara uno. Mis manos, torpes y entumidas, intentaron en vano sacar un cigarro de la cajetilla. Así que decidí regalársela. Con mano experta, sacó uno y lo puso en su boca. Miró en rededor de modo pensativo.
–¿Me acompañas a buscar un cerillo? –preguntó en un tono que no era invitación ni orden ni sugerencia.
–Claro –fue mi respuesta.
La búsqueda por supuesto resultó infructuosa por más que caminamos un buen trecho en silencio. No encontramos a quién pedirle lumbre. A un gesto suyo, nos sentamos en la entrada de un edificio.
–¿Cómo te llamas? –pregunté para sacudir el silencio que nos perseguía como mosca. En realidad quería irme de allí.
–Soledad –respondió, con el cigarro en la boca.
Habrá sido lo redundante que me pareció su nombre lo que me hizo quedarme en espera de su plática.
–¿Y qué haces tan solitaria en un lugar solitario Soledad?
Una ligera mueca, parecida a una sonrisa, se dibujó en su rostro.
–Pues eso, viviéndome a mí misma –respondió–. ¿Qué sabes tú de la soledad? –me espetó así, sin más.
–Que es la condición básica del ser humano –respondí sin muchas ganas de explicar mi respuesta. El tono de la plática me empezaba a incomodar.
Me miró largamente. Me sorprendió que en su rostro no hubiese una sola expresión. Su rostro parecía el vacío mismo. Jamás me había encontrado con un rostro que diera cuenta del vacío como el de ella.
–¿Y más allá de esa expresión filosófica que no me dice nada? –preguntó de manera retadora.
No dije una sola palabra. Deslicé la mirada por la calle, los autos estacionados, la basura acumulada en una esquina. Me faltaba el ánimo necesario para dar explicaciones. Solamente tenía ganas de meterme en mi cama y dormir.
–La soledad –dijo Soledad, segura de mi negativa a responder– no es ninguna “condición”. No. Es algo más íntimo que una condición, algo más profundo que una circunstancia. Es como la gruta de mi sexo, del sexo de cualquier mujer quiero decir. Por eso Sabina tiene algo de razón cuando dice que lleva nombre de mujer. La soledad es como el sexo de cualquier mujer: te atrae con sus labios y te devora en una gruta infinita cuya humedad acaba por exprimirte. Pero exprimiéndote crea vida y también muerte. De esas profundidades nacemos todos los seres humanos, y hoy, al igual que siempre, también desde esas profundidades nace la muerte: si antes era Sífilis hoy es Sida.
–Soy mujer –continuó con su voz agradable tras un breve silencio en el que mordió el cigarro para masticar el tabaco. –Y no me estoy declarando culpable de nada: no estoy diciendo que la propagación de las enfermedades de transmisión sexual sea culpa de la mujer. No. Ni tampoco que seamos culpables de la muerte. No. Quiero decir otra cosa más importante: la totalidad nace y muere en nosotras. Y esa totalidad se fragua en las profundidades de la soledad, de la húmeda soledad en la que se alberga el mundo. Por eso la soledad es algo más que una “condición” y que una “circunstancia”: ni se supera ni tampoco se gana mucho lamentándola o intentando en vano ahuyentarla. Somos en ella. Somos de ella. Somos con ella. Por eso el mundo es maravilloso: encontrarse en la soledad restituye su intensidad y nos da cuerpo, nos inyecta la eterna necesidad del otro –dijo, masticando en todo momento el tabaco que con experta paciencia sacaba del cigarro.
El silencio regresó a posarse entre nosotros. La suavidad de su voz parecía acariciar el vaho dejado por sus palabras. No supe qué decirle. De algún modo intuí que su decir tenía múltiples objeciones pero no pude argumentar una sola.
Ella acomodó su cabello, me miró, sonrió. Ahora su expresión lo era todo menos vacío. Se levantó y se fue caminando por su calle solitaria.
Soledad, dijo llamarse, y algo de ella se quedó en mí.
–¿Fumas? –me preguntó al estar justo frente a mí.
–No, pero traigo cigarros –contesté. En efecto, horas antes me habían dado a guardar una cajetilla de cigarros que permaneció olvidada en la bolsa de mi abrigo. –El problema –le dije– es que no tengo encendedor ni cerillos.
Sonrió, encogió los hombros, y se quedó esperando frente a mí a que le proporcionara uno. Mis manos, torpes y entumidas, intentaron en vano sacar un cigarro de la cajetilla. Así que decidí regalársela. Con mano experta, sacó uno y lo puso en su boca. Miró en rededor de modo pensativo.
–¿Me acompañas a buscar un cerillo? –preguntó en un tono que no era invitación ni orden ni sugerencia.
–Claro –fue mi respuesta.
La búsqueda por supuesto resultó infructuosa por más que caminamos un buen trecho en silencio. No encontramos a quién pedirle lumbre. A un gesto suyo, nos sentamos en la entrada de un edificio.
–¿Cómo te llamas? –pregunté para sacudir el silencio que nos perseguía como mosca. En realidad quería irme de allí.
–Soledad –respondió, con el cigarro en la boca.
Habrá sido lo redundante que me pareció su nombre lo que me hizo quedarme en espera de su plática.
–¿Y qué haces tan solitaria en un lugar solitario Soledad?
Una ligera mueca, parecida a una sonrisa, se dibujó en su rostro.
–Pues eso, viviéndome a mí misma –respondió–. ¿Qué sabes tú de la soledad? –me espetó así, sin más.
–Que es la condición básica del ser humano –respondí sin muchas ganas de explicar mi respuesta. El tono de la plática me empezaba a incomodar.
Me miró largamente. Me sorprendió que en su rostro no hubiese una sola expresión. Su rostro parecía el vacío mismo. Jamás me había encontrado con un rostro que diera cuenta del vacío como el de ella.
–¿Y más allá de esa expresión filosófica que no me dice nada? –preguntó de manera retadora.
No dije una sola palabra. Deslicé la mirada por la calle, los autos estacionados, la basura acumulada en una esquina. Me faltaba el ánimo necesario para dar explicaciones. Solamente tenía ganas de meterme en mi cama y dormir.
–La soledad –dijo Soledad, segura de mi negativa a responder– no es ninguna “condición”. No. Es algo más íntimo que una condición, algo más profundo que una circunstancia. Es como la gruta de mi sexo, del sexo de cualquier mujer quiero decir. Por eso Sabina tiene algo de razón cuando dice que lleva nombre de mujer. La soledad es como el sexo de cualquier mujer: te atrae con sus labios y te devora en una gruta infinita cuya humedad acaba por exprimirte. Pero exprimiéndote crea vida y también muerte. De esas profundidades nacemos todos los seres humanos, y hoy, al igual que siempre, también desde esas profundidades nace la muerte: si antes era Sífilis hoy es Sida.
–Soy mujer –continuó con su voz agradable tras un breve silencio en el que mordió el cigarro para masticar el tabaco. –Y no me estoy declarando culpable de nada: no estoy diciendo que la propagación de las enfermedades de transmisión sexual sea culpa de la mujer. No. Ni tampoco que seamos culpables de la muerte. No. Quiero decir otra cosa más importante: la totalidad nace y muere en nosotras. Y esa totalidad se fragua en las profundidades de la soledad, de la húmeda soledad en la que se alberga el mundo. Por eso la soledad es algo más que una “condición” y que una “circunstancia”: ni se supera ni tampoco se gana mucho lamentándola o intentando en vano ahuyentarla. Somos en ella. Somos de ella. Somos con ella. Por eso el mundo es maravilloso: encontrarse en la soledad restituye su intensidad y nos da cuerpo, nos inyecta la eterna necesidad del otro –dijo, masticando en todo momento el tabaco que con experta paciencia sacaba del cigarro.
El silencio regresó a posarse entre nosotros. La suavidad de su voz parecía acariciar el vaho dejado por sus palabras. No supe qué decirle. De algún modo intuí que su decir tenía múltiples objeciones pero no pude argumentar una sola.
Ella acomodó su cabello, me miró, sonrió. Ahora su expresión lo era todo menos vacío. Se levantó y se fue caminando por su calle solitaria.
Soledad, dijo llamarse, y algo de ella se quedó en mí.
domingo, enero 22, 2006
Tentación
Cientos de hojas juguetean en derredor de un centro invisible, diríase ausente. Suavemente bailan en círculo perfecto al compás del susurro del viento. Las más inquietas escalan con gran rapidez, llegan a la punta haciendo piruetas, dando brincos, corriendo de puntitas.
Eva mira fascinada ese remolino surgido de la nada, como todo en el paraíso. Siente unas ganas irresistibles de bailar con él. Le asombra que, como si la escuchara, el remolino se aproxime a ella, invitándola a ocupar su centro ausente.
Levanta las manos mientras cientos de hojas le acarician el cuerpo desnudo. Eva baila y sonríe presa de una infinita alegría. Se mueve al rimo del susurro que inspira al remolino. Ondulante, suave, casi de modo inconsciente, recorre las llanuras del paraíso.
Siente como si ella misma fuera el remolino y flotara sin ninguna restricción, sin permiso o prohibición alguna. Lo único que le habla de ella es esa piel acariciada por cientos de hojas que cual manos inquietas la esculpen en el aire.
El remolino cesa y Eva se descubre en medio del paraíso, sola y desnuda. Algo ha cambiado en ella. Los poros le duelen de tanta excitación. Va en busca de Adán para regalarle el prodigio de su piel recién descubierta.
No hubo manzanas ni serpientes.
Eva mira fascinada ese remolino surgido de la nada, como todo en el paraíso. Siente unas ganas irresistibles de bailar con él. Le asombra que, como si la escuchara, el remolino se aproxime a ella, invitándola a ocupar su centro ausente.
Levanta las manos mientras cientos de hojas le acarician el cuerpo desnudo. Eva baila y sonríe presa de una infinita alegría. Se mueve al rimo del susurro que inspira al remolino. Ondulante, suave, casi de modo inconsciente, recorre las llanuras del paraíso.
Siente como si ella misma fuera el remolino y flotara sin ninguna restricción, sin permiso o prohibición alguna. Lo único que le habla de ella es esa piel acariciada por cientos de hojas que cual manos inquietas la esculpen en el aire.
El remolino cesa y Eva se descubre en medio del paraíso, sola y desnuda. Algo ha cambiado en ella. Los poros le duelen de tanta excitación. Va en busca de Adán para regalarle el prodigio de su piel recién descubierta.
No hubo manzanas ni serpientes.
viernes, enero 20, 2006
Carta al PRD
Leonel Cota Montaño
Presidente Nacional del PRD
Martí Batres Guadarrama
Presidente Estatal del PRD-DF
Presente
Durante mucho tiempo, en la izquierda se creyó que la responsabilidad era una de sus cualidades fundamentales. Todavía habemos algunos que lo creemos. Para la derecha, acostumbrada a las exoneraciones en el confesionario, al arrepentimiento simulado y la expiación, la responsabilidad no es lo suyo, y por eso, entre otras cosas, es peligrosa, aun cuando diga tener “las manos limpias”. Pero para la izquierda la responsabilidad debe ser su exigencia, es más, parte de su misma naturaleza.
Tanto más cuanto la posibilidad de llegar a la silla presidencial es ya casi una probabilidad para un instituto político que se adscribe a la izquierda. Preocupa que sea precisamente a la luz de esta probabilidad cuando el PRD ofrece lamentables muestras de irresponsabilidad. Porque las violentas confrontaciones internas que han sucedido recientemente sólo hablan de una cosa: el enamoramiento material a los puestos y circos públicos en los que proyectos reales de izquierda se diluyen y huyen por la puerta trasera como desencantado espectador.
¿Dónde están las propuestas a discutir entre quienes se creen indispensables para la ciudad?, ¿en las camionetas quemadas, en golpes y patadas alevosos que hospitalizan a militantes?, ¿en amenazas veladas y directas sobre la balanza electoral?, ¿en descalificaciones y acusaciones de “desmemoria” cuando los mismos acusadores exigen a los ciudadanos de esta capital ser desmemoriados e ignorar quiénes son y qué han hecho?
Un buen camino para demostrar que son de izquierda sería aceptar la responsabilidad que ello implica, y que el PRD sea un instituto político preocupado y ocupado en transformar al país. A veces parece que en eso están; otras, parece que no. Ya sabemos que los otros, el PAN y el PRI, no van a ningún otro lugar que un penthouse o un rancho en las migajas tercermundistas de la globalización. Ojalá ustedes hagan de la responsabilidad su estandarte. Responsabilidad con la nación y sus ciudadanos, se entiende. De lo contrario, aquí estaremos muchos (militantes, simpatizantes, ciudadanos) para reclamárselos.
Isaac García Venegas
Presidente Nacional del PRD
Martí Batres Guadarrama
Presidente Estatal del PRD-DF
Presente
Durante mucho tiempo, en la izquierda se creyó que la responsabilidad era una de sus cualidades fundamentales. Todavía habemos algunos que lo creemos. Para la derecha, acostumbrada a las exoneraciones en el confesionario, al arrepentimiento simulado y la expiación, la responsabilidad no es lo suyo, y por eso, entre otras cosas, es peligrosa, aun cuando diga tener “las manos limpias”. Pero para la izquierda la responsabilidad debe ser su exigencia, es más, parte de su misma naturaleza.
Tanto más cuanto la posibilidad de llegar a la silla presidencial es ya casi una probabilidad para un instituto político que se adscribe a la izquierda. Preocupa que sea precisamente a la luz de esta probabilidad cuando el PRD ofrece lamentables muestras de irresponsabilidad. Porque las violentas confrontaciones internas que han sucedido recientemente sólo hablan de una cosa: el enamoramiento material a los puestos y circos públicos en los que proyectos reales de izquierda se diluyen y huyen por la puerta trasera como desencantado espectador.
¿Dónde están las propuestas a discutir entre quienes se creen indispensables para la ciudad?, ¿en las camionetas quemadas, en golpes y patadas alevosos que hospitalizan a militantes?, ¿en amenazas veladas y directas sobre la balanza electoral?, ¿en descalificaciones y acusaciones de “desmemoria” cuando los mismos acusadores exigen a los ciudadanos de esta capital ser desmemoriados e ignorar quiénes son y qué han hecho?
Un buen camino para demostrar que son de izquierda sería aceptar la responsabilidad que ello implica, y que el PRD sea un instituto político preocupado y ocupado en transformar al país. A veces parece que en eso están; otras, parece que no. Ya sabemos que los otros, el PAN y el PRI, no van a ningún otro lugar que un penthouse o un rancho en las migajas tercermundistas de la globalización. Ojalá ustedes hagan de la responsabilidad su estandarte. Responsabilidad con la nación y sus ciudadanos, se entiende. De lo contrario, aquí estaremos muchos (militantes, simpatizantes, ciudadanos) para reclamárselos.
Isaac García Venegas
sábado, enero 14, 2006
Tratado sobre la caricia
Me sobrecoge la Creación de Adán de Miguel Ángel Buonarroti, o mejor dicho, me sobrecoge el breve y ansioso contacto que allí se va insinuando entre Dios y Adán. Ese apenas tocarse con la punta de un dedo, para ser más preciso, con la yema de un dedo, cifra el significado y la eternidad de toda caricia. La pregunta no es qué pensaba o sintió Adán en ese contacto, sino qué sintió Dios mismo ante la sutil caricia de su creación. Seguramente asombro y dolor, pero un dolor amoroso, puesto que irremediablemente Lilit le venía a la cabeza, aquella su primera creación de la que se enamoró profunda y desesperadamente, y que por eso mismo encarna también la añoranza primera.
Y no obstante allí está Dios, aventurándose a un pequeño roce con su otra creación. Se le ve complacido, pleno. Ese rostro lo he visto repetido al infinito en la caricia de una madre a su hija, del padre a su hijo, de un hombre a una mujer, de una mujer a un hombre, de una mujer a otra, de un hombre a otro. Cada vez que me lo encuentro pienso obsesivamente en ese acto pequeño, casi ínfimo, pero milagroso: cuando la yema del dedo se posa tímida y tiernamente sobre la mejilla del ser amado, vibra inmemorial la eternidad de la primera caricia asombrada y dolorosa de Dios ante lo que él mismo creó. Precisamente por eso toda caricia se consume en sí misma, se acaba apenas la piel deja de arroparse en otra piel. Asombro y dolor amoroso es lo que hay en las caricias que prodigamos en la vida.
Y no obstante allí está Dios, aventurándose a un pequeño roce con su otra creación. Se le ve complacido, pleno. Ese rostro lo he visto repetido al infinito en la caricia de una madre a su hija, del padre a su hijo, de un hombre a una mujer, de una mujer a un hombre, de una mujer a otra, de un hombre a otro. Cada vez que me lo encuentro pienso obsesivamente en ese acto pequeño, casi ínfimo, pero milagroso: cuando la yema del dedo se posa tímida y tiernamente sobre la mejilla del ser amado, vibra inmemorial la eternidad de la primera caricia asombrada y dolorosa de Dios ante lo que él mismo creó. Precisamente por eso toda caricia se consume en sí misma, se acaba apenas la piel deja de arroparse en otra piel. Asombro y dolor amoroso es lo que hay en las caricias que prodigamos en la vida.
jueves, enero 12, 2006
Susurro de un fantasma digital
Por lo cielos vuela mi nombre en forma de onda y segundos después aparece en la pantalla de tu celular. Lo miras e inmediatamente múltiples sentimientos anidan en tu pecho. Quisieras pero tu voluntad te dice que no debes contestar. Dejas que mi nombre se diluya en los colores de la pantalla. Guardas tu celular, sigues caminando, pensando en lo que hubiese pasado de haber escuchado mi voz. Mi nombre, incapaz de aceptar semejante negativa, tan rotunda, tan dolorosa, e impaciente para las reflexiones a las que tú te entregas, decide por su cuenta y riesgo perderse en otra onda cualquiera. Va y viene, sube y baja, se para y merodea, mientras yo vivo cual fantasma sin alcanzar a ser nombrado por nadie…
lunes, enero 09, 2006
"Distanciamiento"
Me pides, incluso me exiges, que públicamente explique mi "distanciamiento" del partido. Me concedes más peso político del que en realidad tengo: a nadie en tu partido, mucho menos en cualquier otro, le preocupa mi cercanía o mi distanciamiento. Por eso tu petición es absurda. Quizá eres tú quien necesita explicaciones a raíz de tantas cosas que escuchas en la “política del rumor”. Te respondo por este medio que es tan público que suele pasar inadvertido.
I
¿Sabes? hay cosas que extraño. Por ejemplo, cuando soñar un mundo distinto significaba atreverse a volar, a mirar a la distancia, acuñar términos, rehacer el lenguaje. Extraño cuando se hablaba del “hombre nuevo” y de un mundo justo; cuando fervorosamente se hablaba de la necesidad de cambiar el sistema, de acabar con la explotación. Mi añoranza llega a extremos insospechados cuando escucho que la mejor propuesta no es acabar con la opresión y la explotación del hombre por el hombre, sino “moderar la opulencia”. Acabo totalmente sumido en la desesperanza cuando escucho que hay “riqueza bien habida”, producto del trabajo honesto. ¿De cuándo acá la explotación, en cualquiera de sus formas, por más sancionada que esté por el estado de derecho, resulta “honesta”? Es como decir que “honestamente” hay ricos y pobres, y que nada más se trata de que los primeros exploten de manera honesta a los segundos. Como si el hambre, la falta de vivienda y de vestido fueran más soportables con honestidad.
I
¿Sabes? hay cosas que extraño. Por ejemplo, cuando soñar un mundo distinto significaba atreverse a volar, a mirar a la distancia, acuñar términos, rehacer el lenguaje. Extraño cuando se hablaba del “hombre nuevo” y de un mundo justo; cuando fervorosamente se hablaba de la necesidad de cambiar el sistema, de acabar con la explotación. Mi añoranza llega a extremos insospechados cuando escucho que la mejor propuesta no es acabar con la opresión y la explotación del hombre por el hombre, sino “moderar la opulencia”. Acabo totalmente sumido en la desesperanza cuando escucho que hay “riqueza bien habida”, producto del trabajo honesto. ¿De cuándo acá la explotación, en cualquiera de sus formas, por más sancionada que esté por el estado de derecho, resulta “honesta”? Es como decir que “honestamente” hay ricos y pobres, y que nada más se trata de que los primeros exploten de manera honesta a los segundos. Como si el hambre, la falta de vivienda y de vestido fueran más soportables con honestidad.
Y en realidad no me puedes culpar de ello. Abre el periódico y dime lo que encuentras: que si un “sospechoso” de portafolio negro y ligas “palomea” candidaturas; que si los líderes de un partido acusan al otro de no allanar el camino a la alianza porque reconoce que no sabe con quién tratar después de tantos mensajeros que le llegan a ofrecer alianza; que las “tribus” se preocupan porque reconocen una falta de estructura electoral y no están seguros de si el efecto cascada les va a beneficiar; etcétera. Pero algo que signifique cambiar las cosas no. Claro que la retórica del cambio está presente, mas en nada de lo que dicen se ve por dónde.
El otro día escuché al mero mero decirlo: si hay que cambiar las cosas no es por “ideología” sino por un asunto práctico. ¿De verdad? Créeme que estoy totalmente de acuerdo con el apoyo a los de la tercera edad, con las becas a los estudiantes, con el apoyo a las madres solteras, vaya, con todo lo que implica y engobla aquello de que “por el bien de todos, primero los pobres”. ¿Quién se podría oponer a eso? Con todo para mí es claro que eso no define a la izquierda. Si lo ves bien, si te pones a hurgar, verás que son proyectos igualmente patrocinados por la derecha desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, dependiendo claro está de su necesidad de permanecer en el poder. Mira al presidente: ahora hasta apoya a los de la tercera edad. No estoy seguro que baste con reconocer el patrimonio de esa idea, como he oído en comentarios de radioescuchas.
Pero el pragmatismo –cuyos beneficios son de suyo evidentes– sin ideología no pasa de ser mera distensión social: evitar el estallido social. Bien visto pareciera que se trata de garantizar que Slim pueda andar por México sin chip de seguridad, aunque no todos puedan comer en Sanborn’s.
II
Dicen que harán una campaña austera, de contacto con la gente, sin presencia en los medios. Estoy de acuerdo en que se gasta mucho, e incluso hasta tengo simpatía por la estrategia (que resulte efectiva es otra cosa). Pero de nueva cuenta: a la par de eso habría que lanzar un proyecto y definer las estrategias que modifiquen de tajo la situación de los medios de comunicación masiva. Ya lo decía Benjamín: hay que liberar de su huella capitalista incluso a la tecnología. ¿Por qué no se llega ni siquiera a un proyecto tan ciudadano como la BBC de Londres (que no es izquierda pero es interesante aun en su propia limitación capitalista)? ¡Ah no! Pareciese que la premura electoral les impide pensar, realizar, articular.
“Pareciese” –escribo– porque tú y yo sabemos que el problema está en otro lado: la negativa a adherirse o manifestar una ideología permite y posibilita este pasarse viviendo y haciendo una política campechanamente, sin mayores debates que el de aquella diputada de tu partido que le espetó a otro diputado panista no tan inteligente: “jovencito, cuando usted hable conmigo y de mí tiene que lavarse la boca”.
Lo que yo veo es claudicación. Bajo el argumento de que las cosas no son un “asunto de ideología” se esconde un profundo desdén a las ideas, que también dan sustento a lo que se hace. Y lo que es peor: se gesta una lamentable actitud acomodaticia. No hay peor claudicación que asumir y acomodarse plácidamente bajo una de las banderas de la derecha: ¡viva el fin de las ideologías! (salvo la de Dios y la omnisapiencia del mercado capitalista, claro está). En vez de lanzarse al rescate de la ideología, ofrecerle otro sentido, otro contenido que el que prevaleció en el sigo XX, dando origen o avalando cosas tan lamentables como los estados totalitarios, mejor se suben al “carro de la historia” que interpreta y promueve la derecha. ¿En última instancia, qué acaso Fox no dice que mantener el equilibrio macroeconómico es un asunto práctico, sin ideología? ¿Qué no su decir sobre el gas boliviano (“que se lo coman o consuman si no nos lo venden”) no es también producto de un asunto práctico sin ideología?
III
Hasta hace unos días pensaba que la nominación de candidatos ajenos a tu partido bajo las siglas amarillas y negras era un asunto de pragmatismo. Ahora tus mismos dirigentes lo confirman: dicen que hay pendientes de los que la izquierda no se ha ocupado y por eso abren puertas a expriistas y expanistas. Es decir: en vez de trabajar desde la izquierda esos pendientes, mejor que sigan trabajando en esos pendientes los que siempre lo han hecho y que lo han hecho mal. Mira tú que siquiera pensar en postular al exgobernador de Chihuahua con el nimio "pendiente" de la muertas de Juárez huele a cinismo por decir lo menos.
III
Hasta hace unos días pensaba que la nominación de candidatos ajenos a tu partido bajo las siglas amarillas y negras era un asunto de pragmatismo. Ahora tus mismos dirigentes lo confirman: dicen que hay pendientes de los que la izquierda no se ha ocupado y por eso abren puertas a expriistas y expanistas. Es decir: en vez de trabajar desde la izquierda esos pendientes, mejor que sigan trabajando en esos pendientes los que siempre lo han hecho y que lo han hecho mal. Mira tú que siquiera pensar en postular al exgobernador de Chihuahua con el nimio "pendiente" de la muertas de Juárez huele a cinismo por decir lo menos.
Me dirás, con justa razón, que no todos en el partido son así, que también hay gente de izquierda. ¡Por supuesto que los hay! Los conozco. Pero son los menos en las cúpulas dirigentes de tu partido. A veces están completamente diluidos en la vorágine de expriistas metidos a la izquierda “electoral”, “moderada”, “moderna”, “contemporánea”. Ahora todos sacan su currículum de ideas compasivas y se tildan a sí mismos de izquierda. Pero como las ideologías no importan, da igual ser filántropo que ser de izquierda, ser priista de tendencia social que de izquierda, ser panista renegado de los “bárbaros del norte” que ser de izquierda.
IV
Ten cuidado en no malinterpretarme. Mi voto es para tu partido, pero es un voto consciente: no voto por la izquierda, sino por una moderación del capitalismo salvaje. Voto porque al “turbocapitalismo” se le quiten unas cuantas turbinas dada la desolación que deja a su paso. Pero de allí a que yo me asuma militante destacado de tu partido me lo impide mi propia idea de la izquierda (que no de las “izquierdas”, como escuché decir a unos comentaristas de radio, adalides de la democracia y jueces implacables que a la izquierda no le ven ninguna utilidad, pero sí a las izquierdas. Ya ves: este pluralismo que exalta las particularidades cegando toda perspectiva general).
IV
Ten cuidado en no malinterpretarme. Mi voto es para tu partido, pero es un voto consciente: no voto por la izquierda, sino por una moderación del capitalismo salvaje. Voto porque al “turbocapitalismo” se le quiten unas cuantas turbinas dada la desolación que deja a su paso. Pero de allí a que yo me asuma militante destacado de tu partido me lo impide mi propia idea de la izquierda (que no de las “izquierdas”, como escuché decir a unos comentaristas de radio, adalides de la democracia y jueces implacables que a la izquierda no le ven ninguna utilidad, pero sí a las izquierdas. Ya ves: este pluralismo que exalta las particularidades cegando toda perspectiva general).
Comprenderás entonces lo que tú llamas “distanciamiento”. Me aburre participar directamente en la carnicería que supone la lucha tribal de tu partido. Pero también hay desilusión. Hago recuento: ex porros, mitómanos, expriistas, expanistas, individuos de dudosa reputación, prácticos en la vieja política, cobradores de puestos, expertos en corporativismo, machos, y un largo etcétera metidos a políticos.
Me dirás, como me lo dicen muchos, que la política exige a veces estas concesiones. Con lo cual puedo estar de acuerdo con una sola condición: que no fueran así “abajo”. Pero resulta que son exactamente iguales “arriba” y “abajo”. El arte de la negociación, indudablemente necesaria en la política, se ha vuelto la práctica misma de la claudicación, simulación, y reivindicación de una práctica política deleznable. Por ejemplo, me sigo preguntando, como tú lo debieras de hacer, por qué siguen usando a las mujeres como edecanes, como instrumento de negociación, como pretexto y adorno del poder.
Pero basta. No tengo más que decir (en realidad sí, pero sería muy largo hacerlo).
miércoles, enero 04, 2006
Tratado sobre la mirada
El verbo o la acción, pero no la mirada. No deja de ser curioso que “en el principio” de la vida humana estén los dos primeros mas no el último. Quizá porque en los nebulosos orígenes únicamente prevalecía el caos como espectáculo; y el caos, se sabe, es de difícil aprehensión. La mirada tras el verbo o la acción: la apreciación después de la creación.
Los mitos tienen algo de razón: la mirada no se acostumbra ni se siente cómoda frente al vacío. ¿Cómo podría estar la mirada en los orígenes de todo? Incluso en el cristianismo parece saberse más del aliento, palabras y omnímodas decisiones divinas que de su mirada, porque ésta llegó después.
Pero allí está la mirada, y su instrumento. Tan sensibles como los labios son los ojos. No el balde tienen la figura geométrica más perfecta. Desde su curva superficie intentamos aprehender todo lo creado, buscamos hallar las esquinas de la vida. Por los ojos se vive, y a veces la vida en alguien es tan intensa, que sus ojos nos parecen perfectos, de una mirada tan profunda como los bosques frondosos que en el radio de su propio caminar llegó a visitar.
Los mitos tienen algo de razón: la mirada no se acostumbra ni se siente cómoda frente al vacío. ¿Cómo podría estar la mirada en los orígenes de todo? Incluso en el cristianismo parece saberse más del aliento, palabras y omnímodas decisiones divinas que de su mirada, porque ésta llegó después.
Pero allí está la mirada, y su instrumento. Tan sensibles como los labios son los ojos. No el balde tienen la figura geométrica más perfecta. Desde su curva superficie intentamos aprehender todo lo creado, buscamos hallar las esquinas de la vida. Por los ojos se vive, y a veces la vida en alguien es tan intensa, que sus ojos nos parecen perfectos, de una mirada tan profunda como los bosques frondosos que en el radio de su propio caminar llegó a visitar.
lunes, enero 02, 2006
Tratado sobre los labios
Por la boca muere el pez, dice el dicho, pero en realidad nosotros vivimos por los labios. En ellos, en su piel tersa, comienza todo. Porque tampoco vale aquello de que en pico cerrado no entran moscas: es así como más atractivos se presentan. Cuando el silencio es su única bandera, parecen invocar todas las promesas, sueños y utopías. Es un no decir que a veces se disfraza de sonrisa, otras de mueca. Pero ¿cómo no sucumbir a la tentación de robarse una u otra?, ¿cómo no intentar trocar ésta por aquella?, ¿incluso cómo sustraerse a la necesidad de impregnarse de una o de otra? Allí, en los labios, en su cercanía, se comprende que así empezó todo: por unos labios que prefiguraron un soplo de vida, como sucede cuando ellos dejan pasar el aire necesario para dar vibraciones a las cuerdas vocales. ¿Habría palabra hablada sin labios que les dieran paso? A las palabras les preceden los labios, a los labios nada, absolutamente nada. Por eso me gusta pensar que en el principio, un par de labios –femeninos o masculinos, según se vea o se quiera– abrieron paso al soplo de la vida. Habría que aprender a ver en el universo la forma de esos labios.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)