viernes, octubre 22, 2021

La discrepancia, la discrepancia.

Cínico sería negar la existencia de elites, corrupción y la imposición de un talante neoliberal en la UNAM. Innegable es el entusiasmo con que desde las estructuras institucionales se abrazó dicho perfil, que a su cobijo se empoderaron aún más las ya de por sí empoderadas elites académicas, y que la corrupción se convirtió en moneda corriente de la institución, aunque justo es decirlo, ésta le antecede por mucho a la vena neoliberal. Pero una cosa es que desde arriba se haya impuesto esta lógica, con la aquiescencia de no pocos ubicados en la base de la estructura piramidal, y otra cosa es que la UNAM tenga una “esencia” a la que se traicionó en décadas recientes.

El ex rector Javier Barros Sierra, en tiempos oscuros, álgidos, de amenaza a la UNAM por parte del gobierno federal en turno, afirmó que la discrepancia es la esencia de la universidad. Aquel discurso lo concluyó con una conminación a manifestarla pacíficamente. Si es que existe algo así como una esencia universitaria, efectivamente sería ésta (¿acaso se olvida la postura de la libre cátedra frente a lo que intentaba imponerle el gobierno posrevolucioanario?). Esto es lo que, con sus generalizaciones muy básicas y chocantes, desprecia el titular del Poder Ejecutivo mexicano. Probablemente añora cuando la UNAM era la sucursal de burócratas y presidentes de infausta memoria. Pero en esta añoranza hay mala fe. Se olvida que, sea cual sea el perfil del gobierno en turno, esa burocracia sigue saliendo, mayoritariamente, de la UNAM.

Por esa misma razón es tan incómodo que ahora sean panistas y priistas los que estén dispuestos a defender a la universidad más importante del país frente a lo que muy elementalmente se entiende como un ataque presidencial. No es que carezcan de derecho, muchos de ellos son egresados de la Máxima Casa de Estudios. Pero pocas cosas más ofensivas para le memoria de la resistencia universitaria contra el neoliberalismo, contra lo que representó el PRI (¿cómo olvidar la majestuosa pedrada a Luis Echeverría?), que estos políticos gritando el Goya universitario.

Pero, así como la estructura institucional universitaria hace lo que sea para mantener sus privilegios –algunos, antaño, defendiendo la meritocracia y las cuotas en la UNAM, ahora haciéndose pasar por pensadores críticos desde el régimen–, así en la universidad también existe y ha existido una oposición crítica al régimen neoliberal o estatalista que en muchos sentidos es más consistente, inteligente y coherente que algunos desvaríos públicos con fines distractores. Y es una oposición porfiada, convencida, militante. Ella persiste, no obstante haber otorgado su voto al actual titular del Ejecutivo. Es una oposición que discrepa, sobre todo frente a la fe cívica básica de la que suele hacerse gala públicamente todos los días.

Mal haría esa masa universitaria opositora en confrontarse con el Ejecutivo: no es que haya peligro en eso, sino que poco se gana cuando lo básico es eje del discurso y su motivo es la distracción. En cambio, lo que sí importa es repensar esta universidad, desmontar su estructura, y aventurarse a algo nuevo, más allá del lema “Juntos haremos historia”, que ahora se usa hasta para postularse como candidato a órganos académicos institucionales de la UNAM.

    Es cierto, en esta universidad prevalecen vientos neoliberales, elites académicas monopólicas, corrupción, pero afortunadamente es más que eso y lo es a pesar de eso. Y no, no por eso ella se “ha desligado” del pueblo; algunos siempre han estado desligados; otros desde espacios muy distintos, la ven con cuita; otros, desde adentro, bregan todos los días por que esa ligazón sea más productiva, más inteligente, más trascendente. Ninguna descalificación, sea cual sea su tamaño, logrará que ésta se hunda, como tampoco la ayuda la defensa formal de sus autoridades, cuyos talentos, no cabe duda, parecen disminuidos.

viernes, octubre 15, 2021

El día más extraño

 Hoy, por la madrugada, una voz femenina imperiosa me ordenó despertar. Fue la cosa más extraña porque estaba completamente solo. Acostumbrado estoy a este tipo de cosas, más como el indicio de una locura incipiente que otra cosa. Sería mucho afirmar que una voz que llega de la nada me deja indiferente. No es que me asuste, pero tampoco logro tranquilizarme rápidamente. Eran las 5 AM. Así que me levanté, y pese a haber decidido el día anterior no ir a nadar, comencé a prepararme para hacerlo.

    Entre mi casa y el lugar donde estaciono mi auto media un trayecto que a paso veloz recorro en cosa de 5 minutos. A esa hora, 5:30 AM, no abundan las personas por los andadores que recorro. Ya decidido, ese recorrido me hace feliz porque lo puedo hacer sin cubrebocas. Pero hoy, en el último tramo, una mujer me quitó esa breve felicidad.

    Ella estaba sentada en los primeros escalones de un dúplex, razón por la cual no era visible a primera vista, sobre todo porque los arbustos que delimitan las propiedades la ocultaban. Al escuchar su voz me paré en seco. No entendí lo que me dijo, así que observándola cuidadosamente respondí –¿Perdón?–.

    Se trataba de una mujer que no había visto nunca. De tanto recorrer los andadores se ubica quién es vecino y quién no. A esta mujer no la había visto antes por allí. Su tez morena, y su chal puesto sobre la cabeza, le daban un aire de actriz de película nacional. A saber cómo –no había mucha luz– supuse era una mujer indígena.

    –Va a haber cambio de guardia –me dijo–. Debes tener cuidado –concluyó.

    Aunque esta vez entendí su decir, no comprendí lo que me quiso decir. Musité un ¡ah!, seguido de un gracias, y continué mi camino. En mi auto pensé lo extraño que había sido todo eso, desde la voz hasta esta mujer diciéndome eso de la guardia.

    Ya de regreso en casa, después de desayunar, al filo de las 10 AM, recibí un mensaje de una querida amiga informándome de la muerte de Alfredo López Austin. Me quedé con la taza de café en la mano intentando asimilar el dolor de la noticia, aunque ya era de esperarse que sucediera, sobre todo desde la semana pasada.

    Lo curioso fue que en mi cabeza y corazón se tejieron redes instantáneas. Pensé que ese sí es un cambio de guardia. Los “grandes” han desaparecido, punto. Aún queda uno que otro gigante, alguno probablemente ya sea un “grande”. Pero lo que se avisora es el desierto en el que dicharacheros, curanderos y profesores intentamos arar sin mucho éxito. Es la época me digo. Alfredo decía de sí mismo que era especialista en mitos porque en su momento no había nadie que los estudiara. Ese es el punto: los grandes ensanchan el mundo; los gigantes lo pueblan; el resto a veces lo vemos, a veces lo habitamos.

    Escribo esto sabiendo que carece de sentido. Pero así es el dolor y así son las estrategias que seguimos para superarlo. Sigo sin entender de qué debo tener cuidado, pero creo ya no hay nadie a quién preguntarle.

lunes, julio 19, 2021

Secuencias ya imposibles. Victoria Novelo y lo audiovisual [1]

  

En una “sala de juntas” con escaso y decadente mobiliario, están una mujer mayor, un hombre maduro, una mujer y un hombre, sentados en sillas algo desvencijadas. Es medio día. El sol entra por amplias ventanas con vidrios forrados con vinilo blanco. El espacio se ilumina con una luz difusa, relativamente agradable.

    La mujer mayor, de cabello canoso, algo alborotado, con chamarra roja, bastón, y una  tradicional “bolsa para mandado” adornada con la figura de una hoja de marihuana, destaca sobre el resto. Es Victoria Novelo, que tranquila y con algo de sorna pregunta a los jóvenes: ¿nos quieren enseñar, a él y a mí, a hacer documentales? El desconcierto se apodera de los interpelados, funcionarios de una institución académica. Ninguno de ellos ubica el motivo del cuestionamiento. No les pasa por la cabeza relacionarlo con una actitud que bien puede ser el resultado de una consigna política asumida como propia, de un implícito desdén hacia la vejez o bien del aire que asumen les otorga la supuesta superioridad tecnológica en la que viven. En ese momento, en el rostro de Novelo hay una tierna, dulce y a la vez letal sonrisa, interrumpida solamente por el breve paso de una de sus manos de dedos largos y bellos frente a su rostro, como si estuviese espantando un molesto mosco zumbón.

    Poco después, ella y el hombre maduro recorren un pasillo largo, no muy amplio, en cuyos costados, además de tablaroca blanca, hay puertas de color madera y amplias ventanas que dejan ver estrechos y vacíos salones de clase. Ella camina despacio, con su mano derecha apoyada en su bastón y la izquierda enlazada al brazo derecho de su acompañante. De no ser por su andar un tanto desequilibrado como consecuencia de un malestar en las rodillas que operaciones diversas no han conseguido corregir, con algo de esfuerzo podría imaginárseles como bohemios disfrutando de un bello paisaje inexistente. Se oye entonces su voz haciendo una pregunta retórica ¿Pero qué pensarán este par de jóvenes?

    Antes, mucho antes de aquel modo de andar, Victoria Novelo es conocida por sus colegas, alumnos y lectores. Tiene ya una vida intelectual fecunda. Además de pertenecer a la generación del “año axial” mexicano (Octavio Paz dixit), ya ha abierto caminos relevantes en la antropología mexicana, especialmente hacia el mundo del trabajo y hacia las artesanías. Ahora, en vísperas del nuevo milenio, se perfila hacia la querencia que le viene de sus años mozos, que tiene el aura del padre, el aroma del disfrute y el puño de la rebelión: el cine.

    Se aproxima a ésta como sabe hacerlo: con entusiasmo, pero sobre todo, preguntando. Hasta el fin de sus días, elogiará la pregunta y a lo que conduce si es genuina: la investigación. Piensa ilustradamente: la ignorancia es una culpable incapacidad. De aquí que la pregunta formulada en el pasillo sea retórica: sabe que lo que aquel par de jóvenes tienen es ignorancia y que carecen del remedio para subsanarla: la pregunta y la investigación. La culpable incapacidades es más propia de la época y del contexto que de las personas: para ellos no se trata de una elección sino de una situación.

    Por la misma razón, entre otras cosas, ella combate también la ignorancia generalizada con respecto al cine y la antropología mexicanos. Siguiendo los pasos del historiador Aurelio de los Reyes, del pintor, escritor e historiador Gabriel Ramírez Aznar, de la comunicóloga Nadiezhda Palestina Camacho, y de otros tantos autores e investigadores mexicanos no tan conocidos, se percata que en México, particularmente en Yucatán, hay antecedentes tan relevantes como los europeos o norteamericanos en relación con la fotografia, el cine y la antropología, mismos que pasan inadvertidos o no son lo suficientemente valorados entre quienes llegan a estas tierras como descubridores de novedosas” relaciones entre la imagen fija y en movimiento con la antropología.[2] Lo de ella no es chauvinismo, sino acre crítica a la ignorancia.

    Una tarde de un día de finales del año 2000 o principios del 2001 ella está sentada en un escritorio no muy amplio, iluminada por una lámpara de luz circular, escribiendo a mano en su libreta de taquigrafía lo siguiente: El 'nuevo' término[de antropología visual] puede encuadrarse en la típica búsqueda de tres pies al gato (muy propia de los intelectuales de los países altamente industrializados y superespecializados) cuando los contenidos del nuevo concepto están ya implicados y contenidos en conceptos anteriores y más abarcadores como el cine documental, etnográfico o antropológicosegún sea su énfasis, estilo, formato y destinatario”.[3] Eso: la superespecialización suele ser un modo aceptable de ignorancia, afianzada y reproducida en lo que ella llama capillas y otros refieren como mafias académicas. [4]

    Victoria Novelo y su acompañante aún recorren el pasillo. Quisieran hacerlo más largo de lo que es para seguir conversando. Metafóricamente, se dirigen hacia un final conocido, pero también, y por eso mismo, lo que queda son las huellas de su andar. Las que nos interesan son las de ella participando marginalmente en el montaje de El grito, la legendaria película sobre el 68 mexicano. Es cuando se inmiscuye en los intestinos de la producción cinematográfica. Así, da inicio su vinculación al cine desde sus entrañas. Ha tenido contacto con la investigación para la elaboración de guiones, pero en aquella experiencia lo que está en el centro son la rebelión y la justicia, necesitadas de ser difundidas urgentemente. Tal vez desde entonces florece en ella la convicción de que la difusión y la divulgación, sin ser lo mismo, son fundamentales. En lo sucesivo, se distinguirá por no compartir la miopía de gran parte de la academia con respecto a esto.

    Sus huellas continúan con ella ocupada en la exposición museográfica. Aparece ahora en su horizonte la curaduría, es decir, la producción de cierta divulgación plástica y estética en la que palabras, imágenes y objetos se conjugan para comunicar algo mirablevisitablecomentable. Muy probablemente es allí en donde ella aprende la cita de multiplicidad de saberes, la colaboración estrecha con diversos especialistas, y quizá por primera vez, de manera evidente, la conciencia de un público. Indudablemente que esto ya lo traía de su experiencia musical –cantaba–, de su gusto por el cine –al que desde pequeña le llevaba su padre–, pero ahora se vuelve parte insoslayable de su experiencia académica.

    Esas huellas siguen con ella observando alteros de libros embodegados. ¿Qué es un libro sin ser leído? Ni siquiera un bien, no digamos una mercancía. Como están, esos libros son un desperdicio. Siendo responsable del área de Publicaciones y de Difusión del CIESAS, su centro de trabajo, promueve la venta de bodega de libros y organiza ciclos de cine. Es así como intenta vincular esta institución con la sociedad y su entorno. Si bien nunca lo afirmará, este intento forma parte de lo que ella entiende por militancia, aunque ésta se halla gestado y desarrollado por su frecuente participación en movimientos políticos desde antes de los cruciales días de 1968.[5]

    Las huellas de Novelo se vuelven más profundas con ella concibiendo y dirigiendo la serie Antropovisiones, un quehacer en el que invierte más de una década de su vida.[6] Esta serie concentra todo lo que ella es hasta entonces: duda, investigación, cine, difusión, divulgación, y refuerza lo aprendido y ejercido como la cita de saberes y especialistas para centrarse en el oficio del documental y las potencialidades de lo mirable. Pero no todo es miel sobre hojuelas. En los documentales que la conforman hay discrepancias, reconfiguraciones, redefiniciones. Las hay porque, acorde con sus palabras, ...el documentalista, en comparación con el cineasta-etnográfico, tiene claridad en que la filmación implica decisiones, selecciones y puntos de vista…”.[7] Y el punto de vista es “orientación teórica y estética” cernida por la crítica.[8]

    Ya desde el segundo documental se hace cargo de las entrevistas, porque de su correcta formulación depende la profundidad y perspectiva del contenido. Interviene cada vez más en los guiones de cada uno de ellos, en su dirección y montaje. Trabaja intensamente en la fotografía. Posee un ojo educado para eso. Desde 2007 organiza encuentros a los que bautiza con el nombre de “Memoria Visual”, con el objetivo de aprender, conocer, discutir en torno, sobre y a partir de la imagen fija y en movimiento. Esto le permite realizar exitosamente el proyecto Memoria visual de Yucatán (2007-2015), un valioso archivo de más de mil imágenes y 150 filmes sobre aquella región que su institución de trabajo no supo conservar en su seno.[9]

    Los debates mayores en la serie Antropovisiones están en los montajes de cada documental. Se sabe que en eso se gana o se pierde todo. Defiende tenazmente sus puntos de vista. No es obstinación: es convicción y voluntad. Las mismas que también le ayudan a obtener  por aquí y por allá recursos para la serie. En este país, si el presupuesto para el cine es siempre un problema, lo es mucho más para el documental en instituciones académicas que no terminan de entender gran cosa al respecto. Pese a todo, los últimos cuatro documentales de la serie dan cuenta de cierta estabilidad en su producción y realización: Novelo hace buena mancuerna con Andrés Villa y cuenta ya con la colaboración del para entonces cada vez más sólido Laboratorio Audiovisual del CIESAS, fundado y coordinado por Ricardo Pérez Montfort.

    Si de huellas se trata, la serie Antropovisiones es un itinerario de crecimiento, afianzamiento de la querencia de Novelo. Pero también es una irrupción novedosa para la producción de cine documental en México y en la antropología. Por los temas, el tratamiento, la propuesta mirable, carece de parangón. Y supone una forma de trabajo del documental que importa no pasar por alto, la que puede sintetizarse así: quien investiga debe plantearse una ruta metodológica meticulosa y crítica y tener información y familiaridad con los objetos, los eventos, los estilos y las convenciones que pretende y quiere registrar por medio de imágenes, así como con el pensamiento de aquellos a los que registra, para hacer una lectura coherente de los contenidos que terminará por realizar, en el contexto de condiciones de producción específica, para ofrecer un discurso visual selectivo, y por tanto, valorativo, de la imagen que ofrece como testimonio y documentación.[10]

    La pareja alcanza el final del pasillo. La luz del día les deslumbra. Esperan a que llegue el automóvil que llevará a la Investigadora Emérita a su destino. Conversan sobre lo que trabajarán en los meses venideros: una serie de podcast –¡Al micrófono! Nuestros investigadores responden–, y Por la lente del CIESAS, una serie de pequeñísimos videos para continuar difundiendo lo que su institución hace, pero también para rescatar otra serie que institucionalmente no se difunde suficientemente: Palabra del CIESAS, producida y realizada por el Laboratorio Audiovisual del CIESAS, que para entonces ya estará a punto de desaparecer a raíz de una embestida institucional. Hablan de experimentación: extraer, reelaborar algo de esta última serie para hacer aquella otra. Parece temerario, un reto que, junto con Carlos Antaramián, decidirán asumir. El resultado convencerá a Novelo de hacer algo similar con uno de sus proyectos previos, el de Los artesanos de oficio en el centro histórico de la ciudad de México (2015), que para entonces tiene un libro en imprenta.[11] De las horas grabadas como registro para ese proyecto, hechas por Patricia Balderas, Eric Moncada y Emiliano García, comandados por Abel Rodríguez, quiere hacer un documental. Meses adelante lo detallarán. La Investigadora Emérita del CIESAS piensa que de ese modo cerrará con broche de oro lo que comenzó desde sus inicios como antropóloga. Sin embargo, su entusiasmo desfallecerá cuando su centro de trabajo le otorgue un apoyo “extraordinario” de 10 mil pesos de presupuesto para realizarlo. Decepcionada, Victoria Novelo dará por terminada su tarea de difusión, y un poco más adelante, su tarea académica: comenzará los trámites de su jubilación, que no alcanzará a concluir.

    Finalmente, el automóvil llega. Victoria Novelo lo aborda con dificultad. Ambos se despiden con sonrisas y parabienes. El automóvil avanza, desaparece. El hombre maduro recuerda el título de un libro de Carlos Monsiváis sobre Salvador Novo, Lo marginal en el centro. Eso es lo que ha hecho Victoria Novelo, poner lo marginal en el centro, y a su vez, ella está en el centro de la antropología mexicana, se dice al tiempo que se echa a andar por una calle inexplicablemente solitaria.



[1] Una versión ligeramente resumida de este texto se leyó en el homenaje a Victoria Novelo que Everardo Garduño organizó en el marco del VI Congreso Mexicano de Antropología Social y Etnología el 18 de Marzo de 2021.

[2] Victoria Novelo, “Introducción. Las imágenes visuales en la investigación social” en Victoria Novelo (Coord.), Estudiando imágenes. Miradas múltiples, CIESAS (Publicaciones de la Casa Chata), México, 2011. pp. 9-25 y Victoria Novelo, “Un tema de la antropología subalterna mexicana: imágenes y antropología visual” en Victoria Novelo y Juan Luis Sariego (Coords.), Temas emergentes en la antropología de las orillas, Conaculta/Coneculta (Andando el tiempo. Biblioteca Chiapas, 18), Chiapas, México, 2014, pp. 15-19.

[3] Victoria Novelo, “Video documental en antropología” en Desacatos. Revista de Antropología Social. Lo visual en antropología, Invierno de 2001, número 8, p. 60

[4] Véase el documental Palabra del CIESAS. Victoria Novelo, CIESAS, México, 2013, min 26:27 y ss.

[5] Alberto Híjar y Andrés Fábregas han dado cuenta de esta militancia. Véanse sus intervenciones en el homenaje que se le hizo a Victoria Novelo el 18 de Marzo de 2021 en el marco del VI Congreso Mexicano de Antropología Social y Etnología. https://www.youtube.com/watch?v=mt0Di1bVcsw&t=7s

[6] Para una mirada general sobre esta serie, véase Isaac García Venegas “La serie Antropovisiones. Una querencia entre cine y antropología”, en Ojarasca. Suplemento mensual de La Jornada, Julio de 2015, Número 219. https://www.jornada.com.mx/2015/07/11/oja-cine.html

[7] Victoria Novelo, “Video documental en antropología” en Desacatos. Revista de Antropología Social. Lo visual en antropología, Invierno de 2001, número 8, p. 55

[8] Victoria Novelo, “Video documental en antropología” en Desacatos. Revista de Antropología Social. Lo visual en antropología, Invierno de 2001, número 8, p. 59

[9] El acervo de esta memoria es de mil 205 fotografías y 162 filmes que se encuentran en el Fondo Audiovisual de la Biblioteca Yucatanense desde 2016. http://reporteyucatan.mx/d/11827/coleccion-audiovisual-se-suma-al-patrimonio-de-yucatan

[10] Esta idea es una reelaboración de afirmaciones que Victoria Novelo hizo sobre su trabajo, en particular en la serie Antropovisiones. Véase: Victoria Novelo, “Introducción. Las imágenes visuales en la investigación social” en Victoria Novelo (Coord.), Estudiando imágenes. Miradas múltiples, CIESAS (Publicaciones de la Casa Chata), México, 2011. p. 19 y Victoria Novelo, “Un tema de la antropología subalterna mexicana: imágenes y antropología visual” en Victoria Novelo y Juan Luis Sariego (Coords.), Temas emergentes en la antropología de las orillas, Conaculta/Coneculta (Andando el tiempo. Biblioteca Chiapas, 18), Chiapas, México, 2014, pp. 26-28.

[11] Victoria Novelo, Amparo Rincón, Abel RodríguezArtesanos de oficios en el Centro Histórico de la Ciudad de México, Secretaria de Cultura, Dirección General de Culturas Populares, México, 2018.

lunes, mayo 03, 2021

El Presidente tiene razón

El Presidente tiene más razón de la que él mismo públicamente concede. Su ataque a los organismos autónomos tiene como objetivo desaparecerlos para que el dinero invertido en su funcionamiento pueda alimentar los programas sociales que considera más valiosos. Los argumentos que utiliza son políticos. Los acusa de estar al servicio del régimen “neoliberal” que él mismo “liquidó” por decreto en una conferencia mañanera.

Cierto es que esos organismos se han convertido en sede de una burocracia onerosa que sobre todo vela por sus propios intereses. Puestos a elegir, optan siempre por el recurso económico antes que cualquier otra cosa. Un burócrata en forma piensa que el dinero debe ser abundante para él, no para el resto de las instancias del Estado ni mucho menos para la sociedad a la que además de administrar supone dirige “por su propio bien”. Por eso su alianza con el verdadero poder –el económico– es inevitable; no así con el político si carece de recursos o se los escatima; tampoco por supuesto con la sociedad, a la que ve por encima del hombro.

En su discurso, el Presidente López Obrador presenta esta desaparición como justa para “el Pueblo” (cualquier cosa que eso signifique en su imaginario personal). Sostiene que las funciones de esos organismos pueden y deben ser reabsorbidas por las instituciones estatales. En otras palabras, no sólo rechaza la duplicidad de funciones sino que desea la ampliación de éstas en el seno de aquellas, con el consecuente ahorro de recursos para canalizarlos en políticas más útiles según su razonamiento.

Sin embargo, lo que en su discurso el Presidente deja intacto es el tema de la burocracia. En rigor, no pretende su desaparición sino su concentración, y hay que decirlo, su inevitable crecimiento. El propio Presidente es parte de esa burocracia, es su cabeza. Por eso, entiende tan bien las implicaciones de esta modificación que impulsa. Se trata de consolidar una burocracia que si bien no dejará de velar por sus propios intereses, se prevé establecerá una alianza con el poder político en virtud de que ahora éste será el proveedor directo de recursos económicos sin los vericuetos de la autonomía, lo cual para la burocracia existente y porvenir será siempre bienvenido, particularmente en una sociedad tan desigual y empobrecida como la mexicana. Esto es lo que el Presidente omite decir y lo que revela la razón profunda de su proceder. Aunque, como siempre, intente acotarlo a “los de antes”, él está urgido de crear su propio ejército burocrático, tal y como lo hicieron los presidentes anteriores.

Lo anterior es lo que ha despertado dos tipos de oposición. Una, que viene de aquellos que aún disfrutan de estar al interior de esos organismos “condenados” a desaparecer. Es obvio que ven amenazados sus intereses, lo que les lleva a oponerse a las intenciones presidenciales. No debiera desestimarse esta oposición por el solo hecho de defender sus intereses. De algo sirve pensarles como esos adictos que atisban la posibilidad de quedarse sin recursos para su adicción. No es cinismo lo que les lleva a oponerse, sino egoísmo, y son capaces de recurrir a cualquier estrategia con tal de no perder tan preciados recursos. Pero en medio de ello hay cierta lucidez porque saben de lo que hablan. En otras palabras, no hay mejor crítico que el burócrata consolidado que se siente desplazado por un burócrata recién llegado, advenedizo. Y a la inversa, no hay adversario más rabioso para aquél que el burócrata que quiere llegar a consolidarse. Pero no hay que perder de vista que se trata de burócratas luchando por los limitados espacios de su ejercicio y beneficio. Los de hoy acusan concentración en favor de los que vienen.

La otra crítica viene de aquellos que ven en esos organismos un trazo exitoso de la historia mexicana reciente.  Su argumento es que son el resultado de una lucha encaminada a desconcentrar el poder presidencial. La constante referencia a la imperfección de la democracia mexicana necesariamente pasa por la exaltación de organismos como estos que hasta cierto punto son útiles para contener lo arbitrario del poder presidencial. Afirmar su horizonte limitado –“hasta cierto punto”– no autoriza su condena en bloque. En días pasados Muñoz Ledo insistió en que primero habría que analizar cada organismo, detectar sus desvíos, y reforzar su correcto funcionamiento a partir de criterios legales (por lo cual ya ha sufrido condenas inquisitoriales en las redes sociales). Para Muñoz Ledo y otros tantos, este proceder sería no sólo el adecuado sino que vendría a convalidar una larga lucha social en favor de limitar el poder presidencial y someter al gobierno a una presión específica para que rinda cuentas. Desaparecer estos organismos, afirman, es atentar contra la democracia, dar un paso firme en dirección del autoritarismo. Es, dicen algunos, darle la espalda a la historia reciente de México.

No está de más poner atención a estos llamados de alerta. Muchos son los que afirman que son exagerados. Sin embargo, el intento de fomentar una alianza entre la burocracia y el poder político no tiene nada de extraordinario ni de exagerado. Forma parte de una pragmática política, tanto más notoria cuanto que se carece de una militancia rigurosa. En efecto, la actual estrategia del Presidente parece encaminada a reforzar por esta vía lo que la militancia de su partido no otorga. No han sido pocas las voces al interior de Morena que han advertido la debacle de este organismo político. Su desgajamiento frente a las elecciones en ciernes lo dicen todo al respecto. Y no es que con ello el partido vaya a perder estas elecciones. El hartazgo frente al ejercicio del poder priista y panista es de tal magnitud que posibilita a Morena cometer éste y otros muchos errores. No obstante, como aquel “bono democrático” del 2000, éste terminará por agotarse. El Presidente es consciente de esta situación. No le es algo desconocido. Fue lo que anteriormente le llevó a deshacerse del PRD para, aprovechando la coyuntura, quedarse con el país. Por eso apuesta a una gran alianza burocrática que le permita incluso superar los desvaríos de su partido, que actúe ciegamente en su favor, que le permita presentarse como el artífice de una gran transformación, y que efectivamente de lugar a una relación jerárquica y dócil apoyada en una creciente presencia de las Fuerzas Armadas en la vida nacional (en la suposición de que por arte de magia son incorruptibles, honestos y justos). Esto siempre y cuando esa burocracia sea beneficiaria de recursos económicos y privilegios políticos, que los hay en todos niveles. Precisamente por eso es necesario destruir a la burocracia ya consolidada, mostrar que el recurso económico de su supervivencia vendrá única y directamente del poder presidencial. Ese es el eje de la alianza que teje el Presidente.

De aquí que los temores a los que torpemente alude la oposición política no sean tan infundados. En la historia mexicana del siglo XX no hay un solo atisbo de que el poder gubernamental o la burocracia se autorregulen. En el discurso presidencial son los “principios” los que fungen como ese mecanismo autorregulador. Pero como se ha visto a lo largo de estos tres años, esos “principios” son sumamente laxos cuando de pragmatismo político se trata. El “affaire” Salgado Macedonio es la muestra más reciente: el abominable nepotismo se acepta sin objeción alguna, sin chistar. De aquí que no pueda confiarse en los “principios” como mecanismo de contención de los excesos presidenciales o burocráticos, por más atractivo que suene el discurso que los enarbola y exalta, y por más que sea un capital electoral eficaz. Hasta ahora el gobierno no ha dado muestra alguna de cómo pretende regular la enorme concentración de poder y de burocracia que está llevando a cabo. Lo único que poseemos es la historia mexicana del siglo XX para calibrar el camino a donde eso conduce. No cabe duda que hay motivos para alarmerse, motivos que aumentan ante la tentación existente de que es la actual figura presidencial, en tanto supuesta “encarnación” de esos principios, la que puede suplir aquella falta de mecanismos autorreguladores. Esta tentación, que se encuentra en el aire, es sumamente peligrosa, adversa para la triste y accidentada democracia mexicana.

En este contexto, la mayor parte de la sociedad mexicana está paralizada, desorganizada, preocupada. La pandemia ha jugado un papel fundamental en ello, no cabe duda. Pero también lo ha jugado, y no en menor medida, el rabioso discurso básico que comparten tanto el Presidente como la oposición que convoca. Atrapada, languidece, buscando sobrevivir económica y vitalmente. La izquierda electoral vive este mismo desfallecimiento pero de manera más trágica. Mientras la sociedad busca afanosamente sortear una situación inédita, la izquierda electoral parece no haber aprendido lo suficiente de su propia historia y de la historia mundial: es incapaz de establecer los límites necesarios al poder ni tampoco se le ve intención alguna de contener el crecimiento de la burocracia ni logra diferenciar lo encomiable que este gobierno ha hecho –que lo hay y es mucho– de lo que es necesario criticar duramente, no apoyar o incluso llevar adelante aunque no forme parte de las restringidas prioridades del Presidente. En otras palabras, parece no poder establecer cuándo se debe ser un colaborador estratégico y cuándo se debe dejar de ser comparsa de acciones tan contrarias a lo que ella misma dice responder. Y el punto de partida inicial de esto es reconocer que el Presidente a menudo carece de posiciones de izquierda.

Por su parte, las posiciones de izquierda no electoral –el feminismo y el zapatismo por ejemplo– presentan cierto vigor pero sin muchas posibilidades de articulación con el resto de la sociedad. Con todo, son por ahora los más visibles y en muchos sentidos los más rescatables. No sólo enfrentan un sistema, sino el desdén que el Presidente prodiga sin cortapisas desde sus conferencias políticas. Es de suponerse que hay muchos más movimientos con posiciones de izquierda que no son visibles pero que están dando la batalla en ámbitos específicos cuyos réditos no son fáciles de calibrar en lo inmediato. Tienen la ventaja de no padecer la descalificación presidencial, pero sí la burocrática, que suele ser peor que aquella, ya que no sólo le falta trayectoria sino estatura. Si el discurso presidencial es rabiosamente básico, el burocrático es terrible cuando no cómicamente elemental. La ausencia absoluta de militancia y de formación política la equipara a aquella burocracia que el Presidente ataca, aunque se cobije con los “nuevos” conceptos en boga: Pueblo, Nación, Conservadores, y demás.

Al parecer la actual coyuntura exige a la sociedad organizarse de nueva cuenta, y a las posiciones de izquierda, tanto electoral como no electoral, volver a poner en el centro a la sociedad, no al Estado. La “reforma administrativa” que propone el Presidente desde ya se ve insuficiente; aunque escandalosa no llegará muy lejos, salvo a recomponer a la burocracia. El Presidente tiene razón en su ataque a ésta, aunque obvie el hecho de que él mismo está urgido de consolidar una. Las posiciones de izquierda debieran asumir el diagnóstico presidencial y empujar en verdad a la construcción de un nuevo Estado en el que éste se halle subordinado a la sociedad y no a la inversa, que es el marco general en el que se mueve el pensamiento presidencial. El tiempo está convocado.


miércoles, febrero 03, 2021

Somos nuestros muertos

Te conocí hace tres décadas. Apenas unos días dejaste de existir. Muchos recuerdos se agolpan sin orden; giran, se elevan, cual enfurecido remolino. Me descubro a la intemperie en medio de una tormenta cruel. Ya son demasiados los muertos en mi entorno. Hace algunos días, cuando me llegó la noticia de la muerte de Beatriz Barba, escribí que un ciclo en mi vida se cerraba. Ahora, con tu muerte, comprendo que mis ciclos se cierran y agotan rápidamente.

Cuando me enteré de tu muerte, vía un mensaje de una amiga mutua, adquirió sentido mi hacer de ayer y hoy. Acostumbrado a mi dispersión, en un esfuerzo que no es común en mí, acopié toda mi producción académica. Pensaba que del año 2000 –cuando publiqué mi primer ensayo formal en un libro– a la fecha he producido bastante para los estándares de mi desidia. ¿Qué buscaba en ese intento de ordenamiento mi buen Jorge? Quizá responderme qué había hecho de mi vida. Esa pregunta –¿qué has hecho?, ¿cómo te va?– inauguraba nuestras conversaciones personales. De ese modo nos incitábamos al recuento de nuestro andar, al que nunca vimos como trascendente o relevante (confieso que por eso mantenía esa producción dispersa, escondida, hasta cierto punto ignorada).

Lo cierto es que en esos recuentos que hacíamos nunca faltaba la ironía, el sarcasmo, la burla, pero sobre todo la verbalización de las decepciones, del agotamiento, de la tristeza que nos acosaba por todos lados. Y al mismo tiempo, las carcajadas nos hacían tener presente que lo importante era disfrutar a pesar de todo. Eso era lo que hacíamos en La Faena: a ambos nos gustaba su decreptiud, nos gustaba el reto de provocar alegría en su seno. Era como una declaración vital: no íbamos a permitir que ella, la decrepitud, nos consumiera el alma, por más que se instalara en nuestros cuerpos. Aquel 31 de Diciembre que en esa cantina festejamos, con aquel grupo (¿Zorros? –¿dónde está tu memoria?–), la cantante, su falda rota que una buena engrapadora solucionó, y nuestras carcajadas, se convirtió en la metáfora de nuestra vida, de nuestra amistad. Ya no regresamos a La Faena –convertida en Tianguis y escenario de series y películas–, ya no regresaremos juntos. Pero allí regresaré yo para que los ecos de ti acompañen otras carcajadas, otras sonrisas.

Ayer mi amigo Javier Sigüenza me recordó que ayer mismo Bolívar Echeverría hubiese cumplido 80 años de edad. Él lo festejaba con un mezcal aderezado con la noticia de la aparición de un libro del filósofo traducido al alemán en el que él intervino activamente. No quise beber un mezcal en honor a Bolívar porque me encuentro en un tratamiento que me impide beber, pero no es eso lo que quiero decir, sino subrayar que la pinche vida es rara, tiene sus cruces de caminos: falleciste hace unos días. Uno nació hace ochenta años, otro murió el 30 de Enero, y soy yo el que cuenta esto hoy. ¡Carajo! No sé si me comienza a aterrar ser cronista de muertos (¡pinches historiadores!).

Recuerdo, además, que en La Faena me preguntaste retóricamente cómo lidiar con la muerte cuando en 2010 murió Echeverría. ¿Cómo se le hace cuando se te muere un maestro, un amigo, alguien de esa talla? –preguntaste–. Con eso no se lidia –te dije–. Desde entonces, cada que conversábamos, me pasabas el recuento de los muertos mutuos: el Yaqui, la Rebe, Janet, ¿el Agassi? –¿o lo soñé?–.

Entre tú yo el recuento de muertos no era algo tan azaroso, porque ambos sabíamos que somos nuestros muertos. Nuestra amistad estuvo marcada por esos finales definitivos, avisos terribles que sospechábamos nos llamaban pero preferimos ignorar. Cuando murió tu padre, me pediste te acompañara a beber. Con tu dolor a cuestas, apenas culminado el entierro, pasamos horas emborrachándonos como sabíamos (hay que decir que era una de nuestras pocas cualidades comprobadas). Luego vinieron más muertes en tu familia y más muertes en mi entorno. No se me olvida lo afligido que estabas por la muerte de mi padre y por no haber podido ir a la ceremonia que hicimos con sus cenizas. No te preocupes, te dije, ya habrá tiempo. Y mira, ya no hubo tiempo alguno. La muerte no sólo tiene permiso sino que tiene el pulso de la eternidad en su guadaña: ¿cómo mierda podría avisarnos a nosotros, tan ocupados en nuestros relojes, en nuestra finitud?

Te has muerto Jorge, y contigo mueren muchas cosas de mí. Eras el más fiel cronista de mis vericuetos de vida. Pareciese que contigo se va una memoria que yo no soy capaz de invocar. Pero también contigo termina toda una época de una banda que, como solía yo decir, no era buena pero sí divertida. Sigo creyendo en eso. Cuando veo mi producción académica –que en este momento me dan ganas de tirar– pienso en eso: no sé, ni me interesa mucho, si vale la pena, pero lo que sí puedo afirmar es que ha sido divertido hacerla. Pero en este momento mi humor falla, no puedo imaginarte partiendo divertido (aunque tal vez sí con algo de sarcasmo: pinche virus). Será porque nuestras últimas conversaciones no fueron de lo más amable: había una falla en la vitalidad de siempre. El 23 de enero me dijiste que ya había pasado lo más complicado del COVID instalado en ti. Tu último mensaje fue: “Cuídate mucho, estamos en contacto”. Vale, –respondí–. Igual, abrazo –rematé–. Y la nada remató para siempre nuestra conversación.

No habrá querido Jorge un recuento público de lo que hicimos juntos, trabajando en el gobierno local. Todo aquello con la Ley de Jóvenes, en Justicia Cívica, en la implementación de los alcoholímetros y demás. Fuimos una dupla que hizo funcionar muchas cosas. Luego vino nuestro distanciamiento del gobierno. Tú siempre quisiste regresar, yo en cambio, desde entonces, prefiero caminar otros rumbos, no mejores ni peores, sólo otros rumbos

Mañana comeré con Ricardo Pérez Montfort, quien seguramente se pondrá triste. Brindaremos a tu memoria (sí, romperé este tratamiento que me lo impide), porque, de nuevo, los cruces de la vida nos hicieron: de aquel legendario seminario que tuvimos con el hoy famosísimo y laureado historiador, al que sólo asistimos tú, yo y otro compañero, se vino toda una veta de mi vida en la que agradezco tu compañía.

El remolino no se apacigua y yo sigo sin religión ni ritos, salvo los que obsequia el acto cotidiano de beber (mermado por ahora), escribir (ya no tan frecuentemente) y a veces pensar (cada vez menos). Ten buen camino Jorge. Que el Lobo Estepario te depare todas las pláticas que mereces.

2 de Febrero de 2020

martes, febrero 02, 2021

La enfermedad del Presidente.

  La enfermedad del Presidente revela:

  • La incapacidad de sostener en el ámbito público la salud de un hombre cuya profesión es pública: titular del Poder Ejecutivo. Los reclamos sobre la privacidad de su salud son por lo menos absurdos.
  • La fe como principio fundamental para superar la incredulidad que provocan los escuetos informes sobre su salud. Por más que el Presidente haya salido a atajar los rumores, el análisis de su imagen no termina de tranquilizar completamente. Lo cual viene a sumarse a un estado de salud general que lo pone en ese ámbito de ”riesgo” que tanto preocupa. Por supuesto, los que piden su separación del cargo por este motivo exageran, pero esa exageración no anula una preocupación legítima al respecto.
  • El enojo de quienes en su enfermedad ven el resultado de una irresponsabilidad personal, pública y política. El riesgo en el que aún se encuentra lo hipostasían a fracaso rotundo de las estrategias seguidas para enfrentar la pandemia en este país. Ningún dato concuerda, y cada quien parece tener sus propios datos.
  • La confirmación de que el actual gobierno sólo tiene pies y cabeza a partir de la carismática y verborreíca presencia del Presidente. Sin él, parece que el gobierno no existe o va a la deriva. Su ausencia en las conferencias de la mañana devela la verdadera naturaleza de éstas: estrategia política que cabalga entre el posicionamiento y la información (que a juzgar por los desatinos de la Secretaria de Gobiernación, no es algo que circule ampliamente en el gobierno). El Presidente hace política en esas conferencias como en cualquier otra cosa que hace: es un político profesional.
  • El miedo. Como político profesional que es incluso su enfermedad puede ser usada en un sentido o en otro. Hay quien supone todo es una estrategia electoral; otros pensamos que electoral será el resultado de su enfermedad, que no es lo mismo. Por ahora, el costo político de esta coyuntura no parece menor, aunque, también, habría que considerar que, si como deseamos la mayoría de los mexicanos, sale bien librado de este trance, la fe gobernará absolutamente en este país.
  • El horror. Odios hay en todos lados, pero las redes sociales proyectan uno que antaño no pasaba de conversaciones de café, cuya expresión violenta se circunscribía a un intercambio privado de opiniones con o sin fundamento. ¿Acaso no recuerdan cuántos desearon la muerte de Peña Nieto, del que circulaban varias versiones sobre su frágil estado de salud? Hipocresías aparte, desearle la muerte al Presidente en turno es un error, no cabe duda, pero lo es por razones muy distintas de las que se enarbolan, generalmente de carácter moral. Es un error porque parte de una idea atomizada de la sociedad que es contradicha por la pandemia: no hay nada aislado. Desearle la muerte al titular del Ejecutivo es abogar por un caos en que se supone absurdamente que la propia individualidad bastará para salir adelante. Desearle la muerte al Presidente es apostar absurdamente por las instituciones de este país que son endebles, sometidas a presiones, desde dentro y desde fuera del gobierno, que revelan sus pies de barro.

lunes, enero 25, 2021

Arqueología de uno mismo.

Tirar una gran parte de tu propio pasado materializado en revistas, libros, artículos impresos, escritos, cartas, cuadernos, termina por convertirse en arqueología de uno mismo. Sólo un esfuerzo desmesurado, una miopía atroz, y una selección despiadada puede encontrar en ese cúmulo objetivo de tiempo patrones, tendencias, lógicas. Lo que ella evidencia es el gran desmadre que uno ha sido, los callejones sin salida, las tentativas frustradas, las aspiraciones que en veremos se quedaron, la profunda reducción de mares a corrientes de riachuelos que seguimos no tanto por resignación sino por amenaza de sequía. Quizá lo más consistente es el polvo: capa fina que casi todo lo cubre. Su ausencia revela lo que muy inmediatamente nos interesa; lo demás es el fardo inconcluso que nos constituye. Por eso aquella máxima de conócete a ti mismo es tan complicada, dolorosa y aterradora: uno descubre que es menos, mucho menos, de lo que pudo y decidió ser, y que en la trayectoria propia hay menos consistencia y coherencia de lo que uno supone. Mundos truncos, posibilidades latentes que cada paso parece ir borrando.

domingo, enero 10, 2021

Día extraño

 Llegamos al mercado. Nos recibe la sonrisa de un marchante que hacía tiempo no iba a atender su puesto debido a una fractura de pie. Al no ver a mi hermana, su sonrisa desaparece. Así es como me percato de que en estos tiempos las ausencias son alarmantes. Le explico la situación; su rostro es de preocupación. Hago todo por tranquilizarlo. Al irnos del mercado, 40 o 50 minutos después, acongojado, nos obsequiará toronjas a las que adornará con parabienes para mi hermana.


Como sucede cada ocho días, mientras mi madre compra la comida, observo los puestos. Me gusta su colorido, su ruido. Suelo dejar que mi mirada vaya de puesto en puesto y que mis oídos escuchen lo más que puedan: conversaciones, música, ofertas, albures, dobles sentidos. Haciendo eso mi mirada repara en una mujer que ignoro por qué se me hace conocida. No hay nada en ella que me permita identificarla: el tapabocas, el peinado, la ropa, todo parece ocultarla a propósito.


En nuestro recorrido la hallamos varias veces. Su voz, cuando pide verdura, tampoco se me hace familiar, y sin embargo, algo en sus ademanes me hace pensar que la conozco. Por un breve instante nuestras miradas se cruzan. En la de ella no hay una sola señal de que me reconozca. Seguimos avanzando. Delante de mi dos puestos, desaparece, no la vuelvo a ver. Un fantasma me digo.


De regreso al auto, con el carro del mandado lleno, me doy cuenta que ya van dos semanas que el señor que cuida y lava los autos no se presenta. Pienso en el marchante, la pregunta sobre si el señor que veíamos cada ocho días vive o no se impone. Termino pensando algo peor, en lo desobligado que soy al no saber ni cómo se llama ni dónde vive ni su teléfono. Mierda que es uno, me digo.


El día se va en cocinar, acomodar, atender. Recibo la llamada de un amigo reciente. Nos conocemos desde hace dos años. Los trenes, la península de Yucatán, las “condiciones materiales” nos unieron. Conversamos animadamente; me habla de sus hijas, de su fin de año. Yo le cuento mis tribulaciones. Su expresión lo dice todo: ¡utaaaaaa! No puedo evitar soltar una risita. Ahora sí –le digo– soy escombro sobre escombro, exiliado y cercado.  ¿Desesperado?, –pregunta. No –respondo–, ni siquiera pasé por esa etapa.


Y es que me percibo sosegado. Como si el fin me hubiese arrollado sin avisarme. Me gustaría afirmar que estoy resignado, pero ni siquiera eso es verdad. Pienso en los escombros: ¿cuándo supo esa pared que dejó de ser pared?, ¿cuándo el recubrimiento descubrió fuera de sí las entrañas que se supone debía cubrir finamente? Así yo: simplemente no me enteré.


Nos despedimos deseándonos lo mejor. Resiste es su consejo antes de colgar. Minutos después recibo un mensaje con una fotografía de un libro mío en lo que asumo es una biblioteca. Es un libro ajado y rayado. A la fotografía sigue la pregunta: ¿qué se siente saber que eres leído? Sorpresa –respondo–. Yo no sé los demás pero cuando escribo lo que menos pienso es en si me van a leer. De hecho, quizá parto del hecho de que nadie lo hará. Por respuesta recibo un ¡mamón! Iba a contestar  el mensaje pero considero es del todo inútil.


Llego a esta hora de la noche. Me tiro en mi cama improvisada a ras de piso. Abro mi libro sobre el tiempo, pensando en el fantasma, la desobligación, las ausencias, el escombro, el libro ajado y rayado, el virus, las dudas. Leo: la entropía es desorden. ¡Puta madre! digo. ¡Haberlo dicho antes! Suelto la carcajada, aviento el libro, apago la luz. Ahora, como en el mercado, mis ojos recorren la oscuridad, sin puestos, sobre siluetas y figuras indistinguibles  y mis oídos escuchan solamente un incontenible tic tac que ya aborrezco.

viernes, enero 08, 2021

Dígase lo que se diga

 Hoy, de nuevo, en el quiosco para pruebas COVID en la Alameda del Sur. En la espera de la prueba y el resultado, tuve oportunidad de observar con mayor detenimiento todo el proceso de servicio para la prueba. Lo primero que es necesario subrayar es que, dígase lo que se diga, el esfuerzo institucional es enorme. No sólo por el costo material y económico implicado en esto, sino sobre todo por los recursos humanos. Este esfuerzo es una gran convergencia que demuestra un gobierno activo. Por supuesto que en términos individuales puede haber servidores poco honestos, mal encarados, poco hábiles, así como otros honestos, amables y extraordinariamente hábiles, pero lo que resulta grato es el esfuerzo institucional. Para mí fue una sorpresa hallar un ánimo de confianza en medio de la incertidumbre del posible contagio. Lo cual, me hizo pensar una vez más en lo que he sostenido una y otra vez cuando me piden reflexionar sobre la profesión del trabajo social: durante mucho tiempo, en este país, la presencia más palpable del gobierno y del Estado ha sido la de aquellos que ejercen la profesión de la medicina, la enfermería, el trabajo social, el magisterio y aquellas vinculadas a la represión. En este quiosco la presencia de las instancias de gobierno estuvo en esos profesionales que durante el lapso que estuve allí hicieron con cierto aplomo y temeridad cientos de pruebas a una población inquieta. Eso no quita que allí mismo haya brotado una vez más un tufillo de corrupción, como el día de ayer pude constatar. El hecho de presenciar dos actos iguales seguidos en el mismo lugar quiere decir es una constante. Sin embargo, no encuentro que eso alcance para descalificar lo otro.

Las incansables discusiones sobre lo que el gobierno federal y local han hecho bien o mal, la insistencia en el comportamiento de figuras visibles, sea el Presidente, el Subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud o la Jefa de Gobierno, suele carecer de un mínimo esfuerzo de irse a asomar a lo que allá, en la brega diaria y el anonimato de las masas sucede. Cuando se observa ese ámbito operar pese a todo, se comprende a cabalidad lo agotador e inútil que son las batallas por los encabezados de la prensa o los votos electorales. Para sorpresa mía, en las casi dos horas que anduve por allí, nadie habló de aquellos protagonistas, sino de la vida cotidiana de cada quien, de las luchas personales, de los empeños de cada hogar. No vi a uno solo ser desagradecido con los profesionales que nos atendieron. Incluso, el ánimo igualitario frente al policía, la vendedora de autos, el emprendedor, el universitario, el albañil, el empresario, etcétera, terminó por asombrarme. Nadie, absolutamente nadie, echó porras a los gobiernos en turno, quizá porque se entiende que esto es un deber gubernamental. La congratulación por lo que se debe hacer aquí parece estar fuera de lugar. Por eso dudo que todo este comportamiento se haya debido al color de un gobierno. Allí están, para recordar, las tragedias del mismo tenor que nos han convocado en años y décadas pasadas, frente a las cuales nos comportamos de manera similar. Y no obstante, es cierto, a diferencia de otros gobiernos, los actuales –el federal y el local– parecen activos: no viven declarando que México sigue en pie sin hacer gran cosa. Pero no hay que confundir nunca el ánimo de la población con el designio de un gobierno. Es esto lo que suele olvidarse y usarse como patente de corso de manera sistemática desde la francachela gubernamental.

Lamento no haber tenido ánimo de fotografiar todo lo que vi hoy. Estaba más ocupado en mirar los árboles, sentir el sol, y observar a mi madre. Toda una vida condensada y en fuga.

Y no, esto no cambia el sentido de mi voto, ni la crítica que me parece merece este gobierno, ni la convicción de que como lo demuestra el partido actualmente dominante, el camino al priismo está hecho de buenas intenciones y una que otra pésima decisión, como violentar sus propios estatutos.




viernes, enero 01, 2021

Dos años

El 30 de Diciembre pasado se cumplieron dos años de la muerte de mi padre, y sin embargo, me parece que fue hace una eternidad. No sé si desde entonces han sucedido demasiadas cosas, si estoy agotado o si tengo entumido el corazón.


No obstante, desde hace mes y medio su presencia me ronda cotidianamente. Involuntariamente, por necesidad, invadí su estudio, que se había quedado intacto desde aquel día de 2018. Sentarme en su silla, usar su escritorio, estar rodeado de su arte, de los libros que le interesaban, de la música que gustaba, de las fotografías que le rodeaban, se ha vuelto el origen de una extraña convivencia.


Allí, en su estudio, aumenta mi sensación de ser solamente un huésped si no es que un intruso en un santuario absolutamente ajeno. Huésped o intruso reverencial que se percata de que si mi padre hubiese vivido en otra época quizá hubiese sido bien visto por los ilustrados.


He dicho que su estudio está lleno de cosas que le gustaban, sí, pero sobre todo, de cosas que él mismo hizo. Fotógrafo, carpintero, escultor, pintor, escritor, ingeniero, arquitecto, científico, inventor, poeta y más fue mi padre a lo largo de sus ocho décadas de existencia. Quizá sus hijos, en conjunto, logramos cubrir con alguna decencia ciertas áreas en las que él era diestro, pero no cabe duda que estuvo más allá de nuestros talentos y cualidades. En cierto modo duele no haber heredado esa universalidad que lo habitaba.


De sus actos pueden decirse muchas cosas. Teníamos muchas discrepancias, pero a él le debo enseñanzas centrales en mi vida. Por ejemplo, mucho antes que el tema ecológico fuera una preocupación general, advertía en su auto que éste consumía oxígeno, razón por la cual era un peligro, una amenaza de muerte. Antes del ecocidio y cambio climático, ya nos hablaba de la devastación, del problema de la energía, del consumismo. Por ejemplo, mucho antes de que yo leyera a Marx, siendo apenas un niño no mayor de siete años, me dio la lección más memorable que he tenido sobre el obrero, la explotación y las razones por las que ellos merecen todo el respeto y apoyo. Gracias a ellos, me dijo, tú comes. Por ejemplo, su disposición permanente a ayudar y a enseñar incluso a costa de su bienestar.


En su estudio hay unas manos que esculpió en madera. La posición, el detalle y el movimiento de esta escultura le otorgan una belleza hipnótica. Pienso en las manos de un ilustrado. En las manos todo comenzó: la delicadeza, el trabajo, la producción, la caricia y la seducción. Esta escultura me hace recodar aquella frase absurda que de joven decía: mis manos están hechas para leer, escribir y acariciar. Las de mi padre estuvieron hechas para ilustrar, para hacer el entorno habitable y para dar testimonio de la vida.


Hoy, las cenizas de mi padre han dado paso a un árbol de mandarina. Un árbol que ya dio su primer fruto. En su estudio, sentado, pienso en mi padre.