miércoles, marzo 27, 2019

Tal vez algo se agite en las profundidades

La negativa del Rey de España de “pedir perdón” reveló el juego político del presidente mexicano: ahorrarse el dinero y el costo político de la “celebración” de la llegada de Hernán Cortés a las tierras que hoy llamamos Veracruz con su consecuente invasión y transformación de la vida mesoamericana y mundial.

En efecto, tras la negativa, el Presidente de México se apuró a advertir que no participará en esas “celebraciones”. Cabe suponer que, como sucedió en 1992, los eventos relacionados con este “encuentro” –como le llamaron a aquél para ser “políticamente correctos”– se programaron y negociaron tiempo atrás, con la administración de Enrique Peña Nieto. Para la actual administración, metida de lleno en la “austeridad republicana” que, como declaró Alfonso Romo, requiere pasar ya a la “austeridad franciscana” si quiere tener un superávit mínimo, el gasto de dicha conmemoración es innecesario por no decir adverso.

Pese a las encuestas, siempre discutibles, el presidente mexicano está enfrentando una oposición que no viene solamente de los “fifís”, como gusta decir el ejecutivo en su estrategia de polarización y descalificación, sino de quienes comienzan a desesperar ante la lentitud de la concreción de la esperanza levantada en la campaña política previa a las elecciones de 2018 y de los que no ven con buenos ojos algunas de las medidas que ha tomado en sus más de cien días de gobierno. Es cierto, desesperarse a los cien días es una desmesura hija del optimismo, pero lo hecho en ese lapso marca tendencias que no pueden menospreciarse.

Esta oposición comienza a manifestarse en recibimientos, mítines, e incluso se sumó a la rechifla que tuvo el presidente en el estadio Alfredo Harp Helú (¿no pudieron escoger otro nombre? Es que homenajear a las mafias del poder no está tan bien que digamos). También fija su postura esta oposición al no ver con buenos ojos eso que antes criticó acerbamente: las reuniones bilaterales en casa de un empresario de Televisa. Esta oposición es así mismo poco aquiescente con la Guardia Nacional o a las encuestas amañadas que se usaron para justificar el Tren Maya o la continuación de la Termoeléctrica en Morelos. Hay pragmatismos que alarman a esta oposición emergente, como la muy correcta cancelación del Aeropuerto pero la muy sospechosa entrega a los mismos inversionistas de otros proyectos que además de depredadores son verdaderamente escandalosos para el tema ecológico, como por ejemplo el regreso a la compra de carbón (330 mil toneladas),o que se plantean como un beneficio directo para el Ejército.

El Presidente de México es un político experimentado. No solamente militó en el PRI sino que entendió la política desde cierta práctica priista que finalmente se trasvasó al PRD y a Morena, pese que en estos partidos también hallaron cobijo otras prácticas políticas de derecha e izquierda. Por eso sabe que la oposición “fifí” es necesaria y controlable (desubicada no sabe qué hacer con un presidente de su tipo), pero no es conveniente que la otra comience a articularse. Muchos frentes no son buenos, tanto más cuanto que atinadamente su estrategia de gobierno está golpeando severamente intereses económicos mal habidos que le abren un frente delicado.

Ante esta situación, y para acotar los frentes que se abren, el presidente mexicano jugó una carta magistral aunque peligrosa. Condicionar las “conmemoraciones” de este año a que tanto el Rey de España como el Papa soliciten a las comunidades originarias su perdón por los agravios padecidos en aquella época es una apuesta gana-gana del presidente: la negativa se traduce en ahorro y reivindicación nacional frente a un previsible racismo; la aceptación hubiese implicado un triunfo colosal que abonaría en favor de una proyección sin precedentes de un presidente mexicano de la segunda mitad del siglo XX para acá. Cualquiera de los dos resultados lo fortalece, pero sobre todo entrampa a la oposición emergente y fifí, desactivando la crítica a su gobierno.

El tema del perdón se inscribe en una tendencia que ha opuesto memoria e historia en el marco de una reivindicación del pensamiento del Sur. La memoria como algo más propio de los pueblos, más esencial que la fastidiosa historia institucional. Esto ha dado lugar a ciertas reivindicaciones valiosas (entre ellas el tema del perdón) y confronta el quehacer de la historia. Sin embargo, no son los pueblos ni las comunidades originarias quienes hacen esta petición a Felipe VI (que en cierto modo implicaría un reconocimiento incómodo por parte de los pueblos indígenas a esa figura de autoridad). La historia de este país desde la época colonial es también una historia de reclamos, recuentos de agravios, exigencias de reparaciones y demás hechas por los agraviados de manera estratégica y no necesariamente sumisa. Las largas diatribas legales, el ir y venir de los indígenas con una y otra autoridad a lo largo del tiempo se relaciona con aspectos materiales concretos: tierras, límites, recursos naturales, pobreza, explotación, etcétera, y no solamente con temas simbólicos. Pero ahora no son ellos los que solicitan este perdón, sino el Presidente de México, el político.

Tranquilo, el presidente mexicano declara que se ha sobredimensionado esta solicitud cuando él mismo hizo un video al respecto. Sagaz, intenta cortar de tajo una bola que crece para que no llegue a una dimensión internacional que vaya más allá de los dimes y diretes. Finalmente ha logrado su objetivo: contener la crítica, polarizar aún más (por ejemplo, inteligencias relativamente objetivas acusan de servilismo a quienes se preguntan por la pertinencia de lo hecho por el presidente en este caso), exacerbando un sentimiento nacionalista que sirve, ante todo, para descalificar al otro que no es como uno (no-son-como-nosotros y por tanto están mal), etcétera. Sea con intención política y consciente de sus posibles consecuencias o no, lo cierto es que este sentimiento se suma a una corriente mundial que, enarbolando distintas causas para ello, va de Pennsylvnia Avenue a Downing Street, del Palacio de la Zarzuela al Palacio de Miraflores. 

Mal estaría quien criticase al Presidente de México por hacer política. De eso se trata ser presidente. Para algunos, lo que es criticable es el sentido de una parte de su política; para otros, toda su política. Desde esta perspectiva, lo criticable es el intento de imponer un acto simbólico sobre realidades concretas de explotación, desigualdad y descalificación hacia ciertos sectores indígenas que se oponen a los derrotero de la política gubernamental en ciertos lugares. Criticable es el ofrecimiento de disculpas por parte del Estado mexicano a unos grupos indígenas pero no a otros. Pero en política nada es definitivo. Inteligente al fin, el Presidente de México irá capoteando los tiempos hasta donde sea posible. Pero al parecer es consciente de que hay reservas que se agotan rápidamente.


Valdría la pena recordar que en el contexto de la emergencia de la globalización y el neoliberalismo, 1992 catapultó la insurgencia indígena, concentrada en el EZLN, previa marcha memorable Xi’nich. La agitación indígena no fue solamente mexicana-chiapaneca; recorrió varios países de América Latina. Más que disculpas, esos indígenas movilizados exigían justicia, libertad y la posibilidad de tener una vida digna que, hasta la fecha, prácticamente ninguno de los Estados Latinoamericanos ha logrado concretar plenamente. ¿A qué dará lugar 2019 y 2021? Aún no lo sabemos. Allá en las profundidades es posible que algo se esté agitando. Cuando salga, tal vez nos tome por sorpresa como sucedió en 1994. Es que, como lo cantaba Lennon, la vida es lo que te pasa cuando estás haciendo otros planes.