lunes, diciembre 30, 2019

Hacerlo mal, oportunidades a la derecha

Lo de los españoles encapuchados en la embajada mexicana en Bolivia fue extraño. Y en un gobierno urgido de legitimidad, como lo es el boliviano, lo extraño se vuelve oportunidad. Acá el gobierno mexicano presumió las maniobras hábiles para sacar a Evo Morales de su país, allá parece haberse cometido un yerro enorme, cualquiera que hubiese sido su objetivo. La expulsión de los diplomáticos españoles y la embajadora mexicana es explicable en el contexto interno boliviano. En un contexto más amplio, coincide con anuncios del gobierno español de medidas más cercanos a una idea de izquierda, como más impuestos a los ricos y la anulación de la religión como materia a acreditar en escuelas. Esta expulsión puede leerse entonces como un segundo manotazo derechoso, sumado a beligerantes peroratas desde el golpe de Estado, a aires que pueden ser interpretados como de izquierda. Es una pena que corresponda gobiernos latinoamericanos ser instrumento de la derecha. Con respecto a México, la expulsión de su embajadora no pasa de un ajuste de cuentas, como una suerte de berrinche. Finalmente fue el gobierno mexicano el que quitó de las garras vengadoras a un Evo Morales disminuido políticamente, sobre el cual pende una persecución política de imprevisibles consecuencias. El gobierno de México lo hizo bien, quien quiera haya hecho lo de los encapuchados, bastante mal. la consecuencia: supuesto fortalecimiento interno de un gobierno carente de legitimidad y una grieta más a la supuesta unidad latinoamericana.

viernes, junio 21, 2019

Algo está pasando

Llevo años asistiendo a un club que se construyó y equipó por la entonces existente Secretaría de Programación y Presupuesto y que ahora pertenece a la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural. A diferencia de entonces, sus usuarios ya no necesariamente pertenecemos a una instancia gubernamental, dejó de ser exclusivo para quienes eran empleados del gobierno. A la hora que voy el club se encuentra lleno de mujeres y hombres maduros y de la tercera edad. La mayoría vamos a las 6 am porque trabajamos, pero los hay que van porque, jubilados, no pueden dormir.

La convivencia en los vestidores es peculiar. Por supuesto, hay grupos de amigos, pero por momentos las 30 o 40 personas que coincidimos nos unimos a la discusión de un tema general. Hace un año, este tema era la elección. Para mi sorpresa, en ese entonces, casi todos se manifestaban a favor del entonces candidato López Obrador. A lo largo de los años previos este político era más bien objeto de sorna y desprecio. Sin embargo, los excesos cometidos por Peña Nieto, aunada a la decepción de las gestiones panistas, abrieron la puerta para “darle una oportunidad” al tabasqueño. Salvo tres o cuatro, el resto efectivamente votamos por López Obrador. Los días siguientes a la elección del año pasado, en el vestidor se percibía euforia. Se hablaba como si una gran gesta hubiese ocurrido. “Estaremos mejor” se decían unos a otros. Estaban los que afirmaban que sería el mejor presidente de la historia.

Un año después la situación es diametralmente opuesta. Esa amplia mayoría ahora afirma estar arrepentida de haber votado por él. Los tres o cuatro que el año pasado acribillaban la candidatura del ahora Presidente mueven el dedo juiciosamente: “se los dijimos”. Dos o tres aún lo defienden, no tanto por lo que ha hecho, sino porque “si a su administración le va mal al país le irá mal”. Lejos de la euforia lo que hay es enojo, desconcierto, numerosas mentadas de madre. Todos los días se descalifica a la actual administración, los defensores del Presidente sufren asedio.

En medio de una discusión un tanto subida de tono me preguntan si no estoy arrepentido de haber votado como lo hice. Confieso que jamás me arrepentiré de votar en contra del PRI y del PAN. En las elecciones pasadas había tres opciones: no votar, anular el voto o votar por el actual Presidente. Decidí lo último y no me arrepiento. Aún no. Inmediatamente se lanzaron en mi contra. La paciencia no es lo mío pero hice un esfuerzo supremo. Su enojo, les dije, es muestra clara de que algo está pasando. Puede que no nos guste su forma de hacer política, puede que no estemos de acuerdo en todo lo que hace –yo no lo estoy–, puede incluso que el actuar del Presidente nos llene de desconfianza, pero no cabe duda que algo está pasando. Difícil es saber si las cosas mejorarán o si el resultado final de este sexenio será favorable a la mayoría de los mexicanos. Afirmarlo en este momento es un acto de fe, de igual modo que augurar un naufragio es mala fe. Pero algo está pasando. Tan lo está que por lo menos hubo euforia y ahora hay enojo: en un país en el que la indiferencia era la moneda de cambio corriente esto, de por sí, es un gran logro.

Dado que mis interlocutores por lo menos escuchaban, continué: la presente administración lleva gestionando oficialmente seis meses. No es mucho, tampoco es poco. La convocatoria del Presidente al Zócalo el mes que viene muestra muchas cosas, entre ellas que necesita legitimarse porque no todo ha salido bien. La variable Trump vino a complicar aún más lo de por sí ya complicado, pero las variables Rusa, China, India parecen estar perfilando un contexto internacional que quizá nos beneficie. Insisto, algo está pasando. Lo que el Presidente intenta, esto es, detener la caída y degradación del país, mitigar la desigualdad, impulsar la producción y avanzar en una dirección menos desastrosa es una tarea colosal. Pienso que entre perder por lo grande o ganar por lo bajo esto último es mejor. Eso es lo que pretende el Presidente.

Por supuesto hay que criticarlo, dije mientras me ponía los zapatos. Uno de los objetivos más importantes de la democracia es que el ciudadano establezca como criterio básico de su existencia la distancia con respecto al poder y el compromiso con su sociedad y su país. Enojarse no sirve de mucho, dije esperando no me mentaran la madre. Señalemos lo que nos parece mal, dejemos que los militantes y fieles se desvivan en la defensa de lo que piensan está muy bien, observemos a los otros militantes y fieles (los del PRI, los del PAN, los neoliberales) que critican desde su perspectiva, analicemos y no caigamos en el discurso absoluto de los políticos ni en sus falacias. Una de las cosas más desesperantes para mí es que los funcionarios del actual gobierno sean tan incapaces de matizar lo que el Presidente afirma en sus conferencias mañaneras. En ellas, además de informar, el titular del ejecutivo está haciendo política. Sus subordinados, encargados de operar, no saben matizar, no saben construir un discurso asequible, piensan que lo suyo es reproducir las generalizaciones, los juicios fulminantes, las descalificaciones, olvidándose de operar con una población que, como ustedes, pasa de la euforia al enojo, del apoyo al cuestionamiento, de la certeza a la duda. ¿Por qué carajos hacemos lo mismo?, ¿qué ganamos? Quizá aquí habría que discutir por temas, los hay cuestionables (ecología, derechos humanos, migración); los hay loables (combate a la corrupción, apoyo a los menos favorecidos, etcétera); los hay inciertos (nacionalismo, energías renovables y no renovables, educación, investigación,  economía, etcétera). Sería más provechoso, dije ya levantando mi maleta.

Después de esta verborrea por lo menos no me gané una segunda mentada de madre de quienes como yo estaban listos para partir. Nos despedimos. Me fui pensando en todo lo que ha cambiado en un año. Algo está pasando me digo, casi como mantra. Veremos a dónde va a dar.

viernes, abril 12, 2019

Como si

El titular del ejecutivo actúa como si quisiera ser autoritario, habla como si fuera de oposición, corrige a sus secretarios como si no fuesen parte de su gabinete, pontifica como si fuera teólogo, descalifica como si fuese la encarnación de la verdad, acuña conceptos y consignas tan flexibles como sus necesidades políticas requieren, pero resulta que es un presidente que parece ir en caída libre. No se halla y no halla. La realidad cobra sus facturas después de la fiesta y la resaca electoral. Honradez no es producción, orgullo nacional no es redistribución del ingreso, el optimismo no cambia el modo de producción, la mañanera no suplanta la terca realidad ni las leyes la determinan ni los decretos la cambian. Las nuevas mitologías no sustituyen por arte de magia a las antiguas ni las políticas de gobierno se vuelven por fe políticas públicas. Triste. No por el individuo, sino por el país, que lleva décadas inmerso en la explotación y el desamparo. Reconocer la triste realidad de este país que se dejó como herencia no da licencia para justificar los tanteos y yerros de este gobierno. Más que justificarlos en virtud del poco tiempo que tiene en ejercicio, habría que desear una rectificación temprana para que haya en rigor un sexenio acorde con las expectativas y deseos que en los votos del passado julio se cristalizaron. Porque votamos como si la democracia electoral en efecto fuese el camino adecuado para un cambio real en nuestro país (y no un cambio en el acento neoliberal, de los de arriba a los de abajo, como señala González Casanova). ¿Nos habremos equivocado?

miércoles, marzo 27, 2019

Tal vez algo se agite en las profundidades

La negativa del Rey de España de “pedir perdón” reveló el juego político del presidente mexicano: ahorrarse el dinero y el costo político de la “celebración” de la llegada de Hernán Cortés a las tierras que hoy llamamos Veracruz con su consecuente invasión y transformación de la vida mesoamericana y mundial.

En efecto, tras la negativa, el Presidente de México se apuró a advertir que no participará en esas “celebraciones”. Cabe suponer que, como sucedió en 1992, los eventos relacionados con este “encuentro” –como le llamaron a aquél para ser “políticamente correctos”– se programaron y negociaron tiempo atrás, con la administración de Enrique Peña Nieto. Para la actual administración, metida de lleno en la “austeridad republicana” que, como declaró Alfonso Romo, requiere pasar ya a la “austeridad franciscana” si quiere tener un superávit mínimo, el gasto de dicha conmemoración es innecesario por no decir adverso.

Pese a las encuestas, siempre discutibles, el presidente mexicano está enfrentando una oposición que no viene solamente de los “fifís”, como gusta decir el ejecutivo en su estrategia de polarización y descalificación, sino de quienes comienzan a desesperar ante la lentitud de la concreción de la esperanza levantada en la campaña política previa a las elecciones de 2018 y de los que no ven con buenos ojos algunas de las medidas que ha tomado en sus más de cien días de gobierno. Es cierto, desesperarse a los cien días es una desmesura hija del optimismo, pero lo hecho en ese lapso marca tendencias que no pueden menospreciarse.

Esta oposición comienza a manifestarse en recibimientos, mítines, e incluso se sumó a la rechifla que tuvo el presidente en el estadio Alfredo Harp Helú (¿no pudieron escoger otro nombre? Es que homenajear a las mafias del poder no está tan bien que digamos). También fija su postura esta oposición al no ver con buenos ojos eso que antes criticó acerbamente: las reuniones bilaterales en casa de un empresario de Televisa. Esta oposición es así mismo poco aquiescente con la Guardia Nacional o a las encuestas amañadas que se usaron para justificar el Tren Maya o la continuación de la Termoeléctrica en Morelos. Hay pragmatismos que alarman a esta oposición emergente, como la muy correcta cancelación del Aeropuerto pero la muy sospechosa entrega a los mismos inversionistas de otros proyectos que además de depredadores son verdaderamente escandalosos para el tema ecológico, como por ejemplo el regreso a la compra de carbón (330 mil toneladas),o que se plantean como un beneficio directo para el Ejército.

El Presidente de México es un político experimentado. No solamente militó en el PRI sino que entendió la política desde cierta práctica priista que finalmente se trasvasó al PRD y a Morena, pese que en estos partidos también hallaron cobijo otras prácticas políticas de derecha e izquierda. Por eso sabe que la oposición “fifí” es necesaria y controlable (desubicada no sabe qué hacer con un presidente de su tipo), pero no es conveniente que la otra comience a articularse. Muchos frentes no son buenos, tanto más cuanto que atinadamente su estrategia de gobierno está golpeando severamente intereses económicos mal habidos que le abren un frente delicado.

Ante esta situación, y para acotar los frentes que se abren, el presidente mexicano jugó una carta magistral aunque peligrosa. Condicionar las “conmemoraciones” de este año a que tanto el Rey de España como el Papa soliciten a las comunidades originarias su perdón por los agravios padecidos en aquella época es una apuesta gana-gana del presidente: la negativa se traduce en ahorro y reivindicación nacional frente a un previsible racismo; la aceptación hubiese implicado un triunfo colosal que abonaría en favor de una proyección sin precedentes de un presidente mexicano de la segunda mitad del siglo XX para acá. Cualquiera de los dos resultados lo fortalece, pero sobre todo entrampa a la oposición emergente y fifí, desactivando la crítica a su gobierno.

El tema del perdón se inscribe en una tendencia que ha opuesto memoria e historia en el marco de una reivindicación del pensamiento del Sur. La memoria como algo más propio de los pueblos, más esencial que la fastidiosa historia institucional. Esto ha dado lugar a ciertas reivindicaciones valiosas (entre ellas el tema del perdón) y confronta el quehacer de la historia. Sin embargo, no son los pueblos ni las comunidades originarias quienes hacen esta petición a Felipe VI (que en cierto modo implicaría un reconocimiento incómodo por parte de los pueblos indígenas a esa figura de autoridad). La historia de este país desde la época colonial es también una historia de reclamos, recuentos de agravios, exigencias de reparaciones y demás hechas por los agraviados de manera estratégica y no necesariamente sumisa. Las largas diatribas legales, el ir y venir de los indígenas con una y otra autoridad a lo largo del tiempo se relaciona con aspectos materiales concretos: tierras, límites, recursos naturales, pobreza, explotación, etcétera, y no solamente con temas simbólicos. Pero ahora no son ellos los que solicitan este perdón, sino el Presidente de México, el político.

Tranquilo, el presidente mexicano declara que se ha sobredimensionado esta solicitud cuando él mismo hizo un video al respecto. Sagaz, intenta cortar de tajo una bola que crece para que no llegue a una dimensión internacional que vaya más allá de los dimes y diretes. Finalmente ha logrado su objetivo: contener la crítica, polarizar aún más (por ejemplo, inteligencias relativamente objetivas acusan de servilismo a quienes se preguntan por la pertinencia de lo hecho por el presidente en este caso), exacerbando un sentimiento nacionalista que sirve, ante todo, para descalificar al otro que no es como uno (no-son-como-nosotros y por tanto están mal), etcétera. Sea con intención política y consciente de sus posibles consecuencias o no, lo cierto es que este sentimiento se suma a una corriente mundial que, enarbolando distintas causas para ello, va de Pennsylvnia Avenue a Downing Street, del Palacio de la Zarzuela al Palacio de Miraflores. 

Mal estaría quien criticase al Presidente de México por hacer política. De eso se trata ser presidente. Para algunos, lo que es criticable es el sentido de una parte de su política; para otros, toda su política. Desde esta perspectiva, lo criticable es el intento de imponer un acto simbólico sobre realidades concretas de explotación, desigualdad y descalificación hacia ciertos sectores indígenas que se oponen a los derrotero de la política gubernamental en ciertos lugares. Criticable es el ofrecimiento de disculpas por parte del Estado mexicano a unos grupos indígenas pero no a otros. Pero en política nada es definitivo. Inteligente al fin, el Presidente de México irá capoteando los tiempos hasta donde sea posible. Pero al parecer es consciente de que hay reservas que se agotan rápidamente.


Valdría la pena recordar que en el contexto de la emergencia de la globalización y el neoliberalismo, 1992 catapultó la insurgencia indígena, concentrada en el EZLN, previa marcha memorable Xi’nich. La agitación indígena no fue solamente mexicana-chiapaneca; recorrió varios países de América Latina. Más que disculpas, esos indígenas movilizados exigían justicia, libertad y la posibilidad de tener una vida digna que, hasta la fecha, prácticamente ninguno de los Estados Latinoamericanos ha logrado concretar plenamente. ¿A qué dará lugar 2019 y 2021? Aún no lo sabemos. Allá en las profundidades es posible que algo se esté agitando. Cuando salga, tal vez nos tome por sorpresa como sucedió en 1994. Es que, como lo cantaba Lennon, la vida es lo que te pasa cuando estás haciendo otros planes.

lunes, enero 14, 2019

Pronto

Hoy me detuve un rato en la carretera. A ella, a la naturaleza, quise pedirle paz, pero ella me obsequió un espectáculo. Quise entonces no regresar más al trajín cotidiano, pero ella, silenciosa, me dijo que los seres humanos estamos condenados a eso. ¿No puedo ser tú?, le pregunté. Pronto lo serás sin saberlo, respondió. Resignado y abatido manejé de regreso a la ciudad, pensando en qué será para ella ese “pronto”. Después de todo, su finitud es mucho menos inmediata que la mía, la tuya, la de todos nosotros.

lunes, enero 07, 2019

Cenizas para la vida

Mangor.
Cenizas para la vida: una mandarina.
Desde la nada venimos para ser algo. Luego, volvemos a la nada para dejar de serlo. “Fuimos” le decimos a la nada, y ella, dubitativa, inútilmente se esfuerza en imaginar eso que le está vedado.  Esa es la tragedia de la nada, solamente sabe de sí misma. Nosotros, en cambio, sabemos de la vida, y por tanto, de ella.
Al principio, cada uno de nosotros es expulsado a la vida de manera indeterminada. Lloramos al nacer para anunciar nuestro primer paso en la invención que seremos a lo largo de los años. Cuando regresamos a la nada, lo hacemos cargados de determinaciones, impuestas o decididas, adquiridas entre lágrimas y risas en nuestro andar, a veces espinoso, ora acelerado, en ocasiones tranquilo, de vez en cuando feliz.
En el momento previo al salto definitivo, la sorpresa, el miedo o la tranquilidad se apoderan de nuestro rostro. Sentimientos todos ellos que solamente nosotros podemos tener. Luego, queda un cuerpo inerte, que es la más brutal invasión de la nada en la vida. Por eso no nos gusta, por eso lloramos, porque nos recuerda de dónde venimos y a dónde vamos, pero sobre todo nos abofetea con el puño de la brevedad. La vida siempre parece breve, un suspiro dicen algunos, apenas un guiño afirman otros. Incluso este lamento es un privilegio nuestro, de los vivos, porque en la nada no hay ni tiempo ni espacio.
Breve o no, nuestro padre llegó desgastado a la nada. Y es que la vida es también desgaste, agotamiento. Dudoso privilegio el de aquellos que regresan enteros, sanos e inocentes a la nada. Vuelven a ella sin haber hecho gran cosa de sí mismos, sin haber esculpido la escultura que estamos obligados a esculpir. Regresemos sí, diría él, pero llenos, desbordados, cansados de tanto vivir, aunque sea en un breve lapso. Así nuestro padre. Ochenta años construyéndose, construyéndonos, construyendo. Sus pulmones flaquearon: se le anegaron de tabaco, de partículas de maíz quemado, de campo, de industria, de residuos de madera propios de la carpintería, de polvo y contaminación, sí, pero también se le llenaron del aire de las montañas, los ríos, las planicies, del mar. Y es que esculpir, esculpirse, construir, construirse, termina por matar. Es como el arte: se hace para demostrar que salir de la nada vale la pena, pero es menester terminarlo para  poder apreciarlo.
     Ahora que físicamente ya no está, nosotros, los vivos, decidimos hacer de aquel cuerpo inerte cenizas que alimentarán otra vida. Sembramos un árbol, usando sus cenizas como fertilizante, para que ninguno de nosotros olvide lo que en rigor  importa: las caricias del sol, los susurros del aire, la tranquilidad de las nubes, la alegría del trinar de las aves, la furia de las tormentas, lo nutritivo de la tierra, el gozo de disfrutar todo esto acompañados por otros que también están vivos. Nuestro padre regresó a la nada, persistirá en nuestra memoria, pero aquí, este árbol, preservará para nosotros la inolvidable hazaña de salir de la nada, aunque el  destino cierto sea regresar a ella. Cenizas para la vida, sentidos para disfrutarla, tranquilidad para gozarla.

San Andrés Cuamilpa, Tlaxcala. 
5 de enero de 2019