lunes, enero 02, 2006

Tratado sobre los labios

Por la boca muere el pez, dice el dicho, pero en realidad nosotros vivimos por los labios. En ellos, en su piel tersa, comienza todo. Porque tampoco vale aquello de que en pico cerrado no entran moscas: es así como más atractivos se presentan. Cuando el silencio es su única bandera, parecen invocar todas las promesas, sueños y utopías. Es un no decir que a veces se disfraza de sonrisa, otras de mueca. Pero ¿cómo no sucumbir a la tentación de robarse una u otra?, ¿cómo no intentar trocar ésta por aquella?, ¿incluso cómo sustraerse a la necesidad de impregnarse de una o de otra? Allí, en los labios, en su cercanía, se comprende que así empezó todo: por unos labios que prefiguraron un soplo de vida, como sucede cuando ellos dejan pasar el aire necesario para dar vibraciones a las cuerdas vocales. ¿Habría palabra hablada sin labios que les dieran paso? A las palabras les preceden los labios, a los labios nada, absolutamente nada. Por eso me gusta pensar que en el principio, un par de labios –femeninos o masculinos, según se vea o se quiera– abrieron paso al soplo de la vida. Habría que aprender a ver en el universo la forma de esos labios.