lunes, enero 25, 2021

Arqueología de uno mismo.

Tirar una gran parte de tu propio pasado materializado en revistas, libros, artículos impresos, escritos, cartas, cuadernos, termina por convertirse en arqueología de uno mismo. Sólo un esfuerzo desmesurado, una miopía atroz, y una selección despiadada puede encontrar en ese cúmulo objetivo de tiempo patrones, tendencias, lógicas. Lo que ella evidencia es el gran desmadre que uno ha sido, los callejones sin salida, las tentativas frustradas, las aspiraciones que en veremos se quedaron, la profunda reducción de mares a corrientes de riachuelos que seguimos no tanto por resignación sino por amenaza de sequía. Quizá lo más consistente es el polvo: capa fina que casi todo lo cubre. Su ausencia revela lo que muy inmediatamente nos interesa; lo demás es el fardo inconcluso que nos constituye. Por eso aquella máxima de conócete a ti mismo es tan complicada, dolorosa y aterradora: uno descubre que es menos, mucho menos, de lo que pudo y decidió ser, y que en la trayectoria propia hay menos consistencia y coherencia de lo que uno supone. Mundos truncos, posibilidades latentes que cada paso parece ir borrando.

domingo, enero 10, 2021

Día extraño

 Llegamos al mercado. Nos recibe la sonrisa de un marchante que hacía tiempo no iba a atender su puesto debido a una fractura de pie. Al no ver a mi hermana, su sonrisa desaparece. Así es como me percato de que en estos tiempos las ausencias son alarmantes. Le explico la situación; su rostro es de preocupación. Hago todo por tranquilizarlo. Al irnos del mercado, 40 o 50 minutos después, acongojado, nos obsequiará toronjas a las que adornará con parabienes para mi hermana.


Como sucede cada ocho días, mientras mi madre compra la comida, observo los puestos. Me gusta su colorido, su ruido. Suelo dejar que mi mirada vaya de puesto en puesto y que mis oídos escuchen lo más que puedan: conversaciones, música, ofertas, albures, dobles sentidos. Haciendo eso mi mirada repara en una mujer que ignoro por qué se me hace conocida. No hay nada en ella que me permita identificarla: el tapabocas, el peinado, la ropa, todo parece ocultarla a propósito.


En nuestro recorrido la hallamos varias veces. Su voz, cuando pide verdura, tampoco se me hace familiar, y sin embargo, algo en sus ademanes me hace pensar que la conozco. Por un breve instante nuestras miradas se cruzan. En la de ella no hay una sola señal de que me reconozca. Seguimos avanzando. Delante de mi dos puestos, desaparece, no la vuelvo a ver. Un fantasma me digo.


De regreso al auto, con el carro del mandado lleno, me doy cuenta que ya van dos semanas que el señor que cuida y lava los autos no se presenta. Pienso en el marchante, la pregunta sobre si el señor que veíamos cada ocho días vive o no se impone. Termino pensando algo peor, en lo desobligado que soy al no saber ni cómo se llama ni dónde vive ni su teléfono. Mierda que es uno, me digo.


El día se va en cocinar, acomodar, atender. Recibo la llamada de un amigo reciente. Nos conocemos desde hace dos años. Los trenes, la península de Yucatán, las “condiciones materiales” nos unieron. Conversamos animadamente; me habla de sus hijas, de su fin de año. Yo le cuento mis tribulaciones. Su expresión lo dice todo: ¡utaaaaaa! No puedo evitar soltar una risita. Ahora sí –le digo– soy escombro sobre escombro, exiliado y cercado.  ¿Desesperado?, –pregunta. No –respondo–, ni siquiera pasé por esa etapa.


Y es que me percibo sosegado. Como si el fin me hubiese arrollado sin avisarme. Me gustaría afirmar que estoy resignado, pero ni siquiera eso es verdad. Pienso en los escombros: ¿cuándo supo esa pared que dejó de ser pared?, ¿cuándo el recubrimiento descubrió fuera de sí las entrañas que se supone debía cubrir finamente? Así yo: simplemente no me enteré.


Nos despedimos deseándonos lo mejor. Resiste es su consejo antes de colgar. Minutos después recibo un mensaje con una fotografía de un libro mío en lo que asumo es una biblioteca. Es un libro ajado y rayado. A la fotografía sigue la pregunta: ¿qué se siente saber que eres leído? Sorpresa –respondo–. Yo no sé los demás pero cuando escribo lo que menos pienso es en si me van a leer. De hecho, quizá parto del hecho de que nadie lo hará. Por respuesta recibo un ¡mamón! Iba a contestar  el mensaje pero considero es del todo inútil.


Llego a esta hora de la noche. Me tiro en mi cama improvisada a ras de piso. Abro mi libro sobre el tiempo, pensando en el fantasma, la desobligación, las ausencias, el escombro, el libro ajado y rayado, el virus, las dudas. Leo: la entropía es desorden. ¡Puta madre! digo. ¡Haberlo dicho antes! Suelto la carcajada, aviento el libro, apago la luz. Ahora, como en el mercado, mis ojos recorren la oscuridad, sin puestos, sobre siluetas y figuras indistinguibles  y mis oídos escuchan solamente un incontenible tic tac que ya aborrezco.

viernes, enero 08, 2021

Dígase lo que se diga

 Hoy, de nuevo, en el quiosco para pruebas COVID en la Alameda del Sur. En la espera de la prueba y el resultado, tuve oportunidad de observar con mayor detenimiento todo el proceso de servicio para la prueba. Lo primero que es necesario subrayar es que, dígase lo que se diga, el esfuerzo institucional es enorme. No sólo por el costo material y económico implicado en esto, sino sobre todo por los recursos humanos. Este esfuerzo es una gran convergencia que demuestra un gobierno activo. Por supuesto que en términos individuales puede haber servidores poco honestos, mal encarados, poco hábiles, así como otros honestos, amables y extraordinariamente hábiles, pero lo que resulta grato es el esfuerzo institucional. Para mí fue una sorpresa hallar un ánimo de confianza en medio de la incertidumbre del posible contagio. Lo cual, me hizo pensar una vez más en lo que he sostenido una y otra vez cuando me piden reflexionar sobre la profesión del trabajo social: durante mucho tiempo, en este país, la presencia más palpable del gobierno y del Estado ha sido la de aquellos que ejercen la profesión de la medicina, la enfermería, el trabajo social, el magisterio y aquellas vinculadas a la represión. En este quiosco la presencia de las instancias de gobierno estuvo en esos profesionales que durante el lapso que estuve allí hicieron con cierto aplomo y temeridad cientos de pruebas a una población inquieta. Eso no quita que allí mismo haya brotado una vez más un tufillo de corrupción, como el día de ayer pude constatar. El hecho de presenciar dos actos iguales seguidos en el mismo lugar quiere decir es una constante. Sin embargo, no encuentro que eso alcance para descalificar lo otro.

Las incansables discusiones sobre lo que el gobierno federal y local han hecho bien o mal, la insistencia en el comportamiento de figuras visibles, sea el Presidente, el Subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud o la Jefa de Gobierno, suele carecer de un mínimo esfuerzo de irse a asomar a lo que allá, en la brega diaria y el anonimato de las masas sucede. Cuando se observa ese ámbito operar pese a todo, se comprende a cabalidad lo agotador e inútil que son las batallas por los encabezados de la prensa o los votos electorales. Para sorpresa mía, en las casi dos horas que anduve por allí, nadie habló de aquellos protagonistas, sino de la vida cotidiana de cada quien, de las luchas personales, de los empeños de cada hogar. No vi a uno solo ser desagradecido con los profesionales que nos atendieron. Incluso, el ánimo igualitario frente al policía, la vendedora de autos, el emprendedor, el universitario, el albañil, el empresario, etcétera, terminó por asombrarme. Nadie, absolutamente nadie, echó porras a los gobiernos en turno, quizá porque se entiende que esto es un deber gubernamental. La congratulación por lo que se debe hacer aquí parece estar fuera de lugar. Por eso dudo que todo este comportamiento se haya debido al color de un gobierno. Allí están, para recordar, las tragedias del mismo tenor que nos han convocado en años y décadas pasadas, frente a las cuales nos comportamos de manera similar. Y no obstante, es cierto, a diferencia de otros gobiernos, los actuales –el federal y el local– parecen activos: no viven declarando que México sigue en pie sin hacer gran cosa. Pero no hay que confundir nunca el ánimo de la población con el designio de un gobierno. Es esto lo que suele olvidarse y usarse como patente de corso de manera sistemática desde la francachela gubernamental.

Lamento no haber tenido ánimo de fotografiar todo lo que vi hoy. Estaba más ocupado en mirar los árboles, sentir el sol, y observar a mi madre. Toda una vida condensada y en fuga.

Y no, esto no cambia el sentido de mi voto, ni la crítica que me parece merece este gobierno, ni la convicción de que como lo demuestra el partido actualmente dominante, el camino al priismo está hecho de buenas intenciones y una que otra pésima decisión, como violentar sus propios estatutos.




viernes, enero 01, 2021

Dos años

El 30 de Diciembre pasado se cumplieron dos años de la muerte de mi padre, y sin embargo, me parece que fue hace una eternidad. No sé si desde entonces han sucedido demasiadas cosas, si estoy agotado o si tengo entumido el corazón.


No obstante, desde hace mes y medio su presencia me ronda cotidianamente. Involuntariamente, por necesidad, invadí su estudio, que se había quedado intacto desde aquel día de 2018. Sentarme en su silla, usar su escritorio, estar rodeado de su arte, de los libros que le interesaban, de la música que gustaba, de las fotografías que le rodeaban, se ha vuelto el origen de una extraña convivencia.


Allí, en su estudio, aumenta mi sensación de ser solamente un huésped si no es que un intruso en un santuario absolutamente ajeno. Huésped o intruso reverencial que se percata de que si mi padre hubiese vivido en otra época quizá hubiese sido bien visto por los ilustrados.


He dicho que su estudio está lleno de cosas que le gustaban, sí, pero sobre todo, de cosas que él mismo hizo. Fotógrafo, carpintero, escultor, pintor, escritor, ingeniero, arquitecto, científico, inventor, poeta y más fue mi padre a lo largo de sus ocho décadas de existencia. Quizá sus hijos, en conjunto, logramos cubrir con alguna decencia ciertas áreas en las que él era diestro, pero no cabe duda que estuvo más allá de nuestros talentos y cualidades. En cierto modo duele no haber heredado esa universalidad que lo habitaba.


De sus actos pueden decirse muchas cosas. Teníamos muchas discrepancias, pero a él le debo enseñanzas centrales en mi vida. Por ejemplo, mucho antes que el tema ecológico fuera una preocupación general, advertía en su auto que éste consumía oxígeno, razón por la cual era un peligro, una amenaza de muerte. Antes del ecocidio y cambio climático, ya nos hablaba de la devastación, del problema de la energía, del consumismo. Por ejemplo, mucho antes de que yo leyera a Marx, siendo apenas un niño no mayor de siete años, me dio la lección más memorable que he tenido sobre el obrero, la explotación y las razones por las que ellos merecen todo el respeto y apoyo. Gracias a ellos, me dijo, tú comes. Por ejemplo, su disposición permanente a ayudar y a enseñar incluso a costa de su bienestar.


En su estudio hay unas manos que esculpió en madera. La posición, el detalle y el movimiento de esta escultura le otorgan una belleza hipnótica. Pienso en las manos de un ilustrado. En las manos todo comenzó: la delicadeza, el trabajo, la producción, la caricia y la seducción. Esta escultura me hace recodar aquella frase absurda que de joven decía: mis manos están hechas para leer, escribir y acariciar. Las de mi padre estuvieron hechas para ilustrar, para hacer el entorno habitable y para dar testimonio de la vida.


Hoy, las cenizas de mi padre han dado paso a un árbol de mandarina. Un árbol que ya dio su primer fruto. En su estudio, sentado, pienso en mi padre.