Hoy me desperté con la idea del suicido clavada en la sien. Me sorprende porque nada hubo en los días anteriores que se asociara con la muerte o con el suicido. Pero así desperté, pensando en la conveniencia de suicidarse. Es más, imaginé que en esta ciudad la cosa es más sencilla si se carece de valor: basta con incitar los odios del rencor social para que una mano bondadosa acabe lo que el miedo o la duda no puede.
Suicidarse. Como comer, como dormirse, como descansar, el poderse matar debiera de ser un acto más, consciente y libre, pero un acto más. Que el suicido fuese el costo del “riesgo” que los bancos asumen al ver al ser humano como una mercancía más. Sólo eso. Y que matarse no fuese un asunto de juicio moral ni de impotencia: simplemente la sinceridad de decir: hasta aquí llegué, no quiero dar un paso más. Igualito que cuando intentamos subir una montaña y nos gana la falta de pasión.
Aunque claro, esta propuesta dejaría sin trabajo a los psicólogos, psiquiatras y salvadores de toda índole. Chin, mis sueños siempre acaban por dejar sin empleo a otros…