miércoles, febrero 01, 2006

Mire usted

Mire usted. La eternidad humana únicamente puede existir en los estrechos márgenes de la propia finitud humana. Para cualquiera de nosotros ella, la eternidad, es tan sólo una idea que pervive mientras los ojos de cada quien permanecen abiertos. Este hecho se constata aun dentro del lapso vital de cada generación. ¿Es que acaso la historia no está hecha también de olvidos? Recuérdese que el olvido es, entre otras cosas, la constatación plena de esta contradicción de la eternidad humana: un “siempre” encarcelado en el “hasta cuando” de la muerte, o si se prefiere, del recuerdo.

Pero no menosprecie usted por ello la idea misma de eternidad. Muy al contrario: digno de apreciarse y tenerse por gran valor es que dentro de esa finitud, caracterizada por un constante fluir –algunas veces más intenso, otras veces menos; ora rítmico, mañana accidentado–, exista la idea de la eternidad como un hálito que flota sobre las naturales e inevitables mudanzas de la vida humana. Quizá en esa eternidad de límites ciertos los seres humanos hallamos el asidero que nos permite aventurarnos a encontrar un “sentido” a nuestra vida.

Vea usted si no. En la “creencia” de la eternidad colocamos, por ejemplo, los sinsabores del amor. Parafraseando un verso: ¿quién recordará a la amada cuando los ojos que la aman se cierren por siempre? Pero justamente por ello es que la idea de la eternidad salva al amor de su muerte segura, esa que tan bien explica un poeta: es la vida o la muerte la que separa a los amantes, una de dos, sin ninguna otra opción. ¿Cómo cree usted que Adán pudo sobrevivir a la extracción de su costilla, su conversión en mujer, su amor por ella, su queja ante Dios, y su “ni con ni sin ella” que, desde entonces, repetimos todos los seres masculinos con respecto a las mujeres?

Mire usted. La eternidad es una idea encarcelada en los límites de la vida, pero tenga usted por seguro que sin ella ese transcurrir sería más pesado de lo que frecuentemente nos resulta.