Si usted sigue sin encontrar el sol y siente que el frío habita en sus huesos, tenga la certeza de que vive en México. No deje usted de leer ni de ver ni de escuchar las noticias. Cuando sienta que el peso de la desilusión y el agravio es insoportable, tómelo con calma. Hágase un té o un café y comienza a preguntarse varias cosas. Por ejemplo, ¿lo que llamamos México es como nos dicen que es? O mejor ¿quién dice que este país es como es? Proceda entonces a hacer un recuento de lo que le han dicho sobre este país y quién se lo ha dicho desde que usted, si tuvo la fortuna, ingresó a la escuela primaria y aprendió a leer. Haga un esfuerzo y recuerde sus libros gratuitos de primaria, sus clases, las fiestas cívicas, las historias que lo han acompañado a lo largo de sus estudios. Acuérdese de las series de televisión y las películas. Si por pura casualidad usted se pensó ilustrado, haga un recuento de todas esas revistas que los “intelectuales”, siempre sesudos, siempre “críticos”, han hecho. ¿Se acuerda de la devoción con que leía ciertas revistas de “renombre? Acuérdese quiénes escribían allí y de dónde procedían. Si por casualidad lo supo, recordará que, por ejemplo, aquellos que proclamaban que el intelectual debía vivir de su trabajo, se autoadjudicaron las becas para creadores que un gobierno muy honesto como el de un tal Salinas creó para acallar la mala conciencia sobre un fraude electoral. Puede que en este recuento sienta vértigo, se canse, se agote, se desespere. Pero usted siga tomando café o té. Ahora pregúntese qué es lo que usted sabe de este país. No se sienta mal si llega a la conclusión que sabe lo que otros le dijeron, por ejemplo, los de aquella revista o el gobierno en turno o los magnates de los medios masivos de comunicación. Por ejemplo, que la nación dio origen al Estado y que como México no hay dos. O por ejemplo que la nuestra es una nación de esforzados, como lo demostró el indio Juan Diego o Benito Juárez o el hijo desobediente apellidado Calderón, con antecedentes tan notables como un tal Zedillo que boleaba zapatos cuando niño. O por ejemplo que México es un semillero de creatividad y arte. Y cosas así o del estilo: México siempre ha deseado la democracia. En un esfuerzo supremo quizá recuerde usted que el debate sobre este país, como hasta hoy, se ha centrado sobre lo que el Estado debe ser y lo que las mafias políticas han hecho de él. Haciendo una gran síntesis probablemente usted llegue a la conclusión de que lo que le han querido decir siempre puede formularse de la siguiente manera: hay una forma idónea del Estado que si se depura de lastres y perversiones puede funcionar correcta y adecuadamente. Se dará cuenta que, palabras más o palabras menos, es lo que este señor Calderón dijo hace unos cuantos días. O incluso, para su sorpresa, se dará cuenta que es lo que sostienen los políticos de oposición, aun los más “radicales”. No piense mal de usted si se pregunta cómo puede ser esto posible. Tampoco si duda de que exista tal versión del Estado. Porque, a fin de cuentas, quizá usted perciba, nebulosamente, que el Estado, en su versión más depurada, está allí para proteger la propiedad privada del ciudadano. Es más, que el ciudadano sólo es tal en tanto que posee bienes. Y que su calidad de ciudadano está en relación directa y proporcional al cúmulo de bienes que cada quien posee. A lo mejor, también de manera nebulosa, usted se da cuenta que un tal Slim es más ciudadano que usted en tanto que en momentos “decisivos” sus opiniones cuentan más que las de usted. Por ejemplo, quizá usted ha gastado sus zapatos marchando, exigiendo, y ha recibido la andanada de críticas y descalificaciones de quien está allí para cumplir sus exigencias pero que no lo hace. Y tal vez usted ahora proceda por analogía: ¿cuándo ha marchado el tal Slim por alguna exigencia que, evidentemente, siempre está en relación directa del beneficio de quien exige? Nunca, se responderá. Entonces muy probablemente usted comience a dudar de los beneficios del Estado con o sin lastres, con o sin perversiones. Para este momento usted ya no tendrá ni café ni té. Ahora sírvase alguna bebida. De preferencia que tenga alcohol. Vuélvase a preguntar ¿qué sé de este país? A lo mejor se dice que nada o si ha soportado todo esto se puede decir a sí mismo que sabe lo que le han dicho desde un cierto punto de vista que, sorpresivamente, está vinculado al Estado y su concepción de la propiedad privada. Ahora vea todas las cosas que usted tiene, posee, y explore en su interior si es eso lo que le hace sentir bien y si su inconformidad se debe a que no puede poseer más bienes, a la insatisfacción de no poder poseer más y más bienes. Si se responde que sí, entonces usted se siente mal, no ve el sol, no porque tenga alguna idea de país sino porque siente que el dinero no le alcanza y que la estructura estatal no le garantiza la propiedad de lo que posee. Posiblemente ahorita usted se sienta un ser mezquino. Dígase con confianza que usted es un proletario con ganas de ser burgués. No pasa nada con esta confesión. No pasa nada por el momento, porque si todavía está sobrio se dará cuenta cuál es la primera guerra que hay que enfrentar y en dónde hay que vencer y cuál es la segunda...
Dice Tabucchi: los libros de viaje "poseen la virtud de ofrecer un doquier teórico y plausible a nuestro donde imprescindible y rotundo". Hay muchos tipos de viajes: los internos, los externos, los marginales. Este blog quiere llenarse de estos viajes, e invita a que otros sean también, con sus viajes, un doquier para mi donde.
lunes, noviembre 29, 2010
sábado, noviembre 27, 2010
La carta (Texto escrito para su presentación el 25 del presente en el CIESAS)
Peregrina sin posada
Isaac García Venegas
Laboratorio Audiovisual
CIESAS
En 2005 se dio a conocer La batalla de las cruces. Protesta social y acciones colectivas en torno a la violencia sexual en Ciudad Juárez, documental realizado por Rafael Bonilla, basado en las investigaciones que desde agosto de 2001 realiza Patricia Ravelo, investigadora del CIESAS-DF, sobre el feminicidio en aquella ciudad y las respuestas ciudadanas que se han gestado para detener este flagelo que afecta, severa y trágicamente, a mujeres de cierta edad y condición social así como a sus familias. Ahora, cinco años después, ofrecen al público en general La carta, un documental que si bien puede verse como la continuidad de La batalla de las cruces, es distinto porque, por un lado, a diferencia de lo que se hace en aquel, se presenta un caso particular, diríase emblemático, que sintetiza la problemática del feminicidio, y por otro, porque aborda aspectos que quizá de manera menos evidente pero igualmente corrosiva se padecen en todo el país.
La carta cuenta la historia de un doloroso despertar que lejos de ahuyentar lo que podría pensarse y quererse como una pesadilla, en realidad la confirma como condición de vida. Paula Flores, la protagonista de este documental, ha padecido severos reveses desde que migró con su esposo y siete hijos a Lomas de Poleo, en Ciudad Juárez, Chihuahua, en la década de los noventa del siglo pasado. En 1998 enfrentó el secuestro, la violación y el asesinato de la cuarta de sus hijas, María Sagrario González Flores, de 17 años, trabajadora de la maquiladora CAPCON. El nuevo siglo le trajo más agravios y dolores: la usurpación por parte de magnates gaseros de la región de los predios en los que ella y otras tantas familias hicieron su vida y que pacientemente dotaron de los servicios indispensables para vivir decorosamente. Por oponerse a este acto de despojo, en 2003 fue encarcelada y liberada tras pagar una fianza de más de 400 pesos. Y tres años después de eso, sufrió el extraño suicidio de su esposo, Jesús González Flores.
La sola enumeración de estos reveses eriza la piel. Verlos lo hace aún más. No obstante, vale la pena destacar la manufactura de este documental, que los aborda sin incurrir en un tratamiento amarillista ni ofrecerlo como el resultado de un informe de investigación en el que una voz en off abunda sobre lo tratado, como en cierto modo sucedió en La batalla de las cruces. Al dejar que la protagonista cuente su propia historia de vida, me parece que el tratamiento es adecuado, lo mismo que el manejo de cámara (salvo algunas escenas en las que resulta inexplicable la aparición en cuadro de un camarógrafo con su operador de boom) y la fotografía. El ritmo que posee facilita verlo sin salir corriendo de la sala de exhibición. No es vertiginoso pero la brutalidad de los temas tratados cala tan profundamente que si no fuera por las escenas de la vida cotidiana, tanto de lo que queda de la familia de Paula Flores (seis integrantes) como de Ciudad Juárez en general, incluida su vida nocturna, y del paisaje, como el desierto y los atardeceres, el espectador fácilmente podría irse a pique o poner distancia con quien narra sus tragedias.
La propia Paula Flores ayuda en mucho a que el espectador no se sature del dolor que ella cuenta. Aunque no lo oculta (las lágrimas y la voz entrecortada se presentan de manera recurrente), paradójicamente ante cuadro ofrece una extraña sensación de sosiego. Resulta sorprendente que pese a todo lo que cuenta no tenga un rostro endurecido, una actitud resignada, de derrota, de abandono o profundamente religiosa. La canción que la gente de Casa Talavera le hizo y que se escucha en diversos momentos del documental es sin duda certera: ella es una mujer de amor, valiente, guerrera. Es esa imagen la que prevalece ante el espectador.
¿De dónde le viene todo eso si la vida se ha ensañado con ella? Le viene precisamente de ese despertar doloroso merced de las tragedias que la agobian. Su pesadilla no la constituye solamente la sucesión de éstas sino la realidad institucional que se ve obligada a enfrentar a partir de ellas. Su sosiego es el de una ciudadana que descubre semejante realidad y que entonces asume la responsabilidad de moldear su entorno. Para Paula Flores el Estado, la oligarquía y la delincuencia se confabulan en contra de la población pobre, siendo ella uno de los blancos más visibles. Las instituciones gubernamentales, estatales, no sólo no le responden como debieran sino que la atacan cuando no la ignoran. Y ella a su vez responde, primero, de manera intuitiva, con actos simbólicos, como pintar cruces negras en los postes, para posteriormente fundar una organización ciudadana (Voces sin eco) dedicada a buscar mujeres desaparecidas y a apoyar a las familias que padecen lo mismo que ella. Así mismo se obliga a incursionar en el lenguaje jurídico y judicial para encontrar justicia, esa peregrina sin posada en el Estado mexicano. Su persistencia llevó a la cárcel a uno de los responsables de la muerte de su hija, pero como ella dice, el caso aún no se resuelve porque el resto está libre. El despertar doloroso ante una realidad brutal le llevó a fundar, junto con otras madres, un jardín de niños en su entorno completamente desfavorecido para educar a los niños sin violencia, con la esperanza de contener la reproducción del círculo vicioso que culmina en el feminicidio. En suma, Paula Flores, por de la tragedia, se conviritió en ciudadana plena en un país a cuyo gobierno poco le interesa que esto sea así.
En mi opinión, y esta es solamente mi opinión, lo que este caso muestra es que nos encontramos no tanto ante un Estado fallido, como suele decirse, sino ante la razón de ser del Estado burgués: garantizar el funcionamiento de una economía de mercado que vela por la acumulación de capital a costa de quienes solamente poseen su fuerza de trabajo. Si en este país existe una guerra se trata de la que el capital emprende en contra de la fuerza de trabajo, a la que, en virtud de los avances tecnológicos y su desaforada productividad, concibe ya desechable. Gracias al Estado esta guerra se pretende legal, aunque como lo demuestra la vida de Paula Flores en la última década, es a todas luces ilegítima e injusta.
Pero Paula Flores lucha contra su pesadilla también de otras maneras. Sobre todo a través de la escritura. Ella le escribe a sus muertos. Le importa recordar y decir, preguntar y añorar, quiere esclarecer y esclarecerse. No se trata de un diario ni de una relación de agravios, sino de lo que en soledad se puede decir con sinceridad a quienes han dejado de existir por la brutal dinámica de un sistema y de una sociedad abandonada a su suerte. Podría decirse que este documental, de alguna manera, es una carta visual de remitente conocido con múltiples destinatarios. En este sentido, creo se procedió con acierto. La carta nos interpela. Valdría la pena no haceerse los sordos o los analfabetas funcionales.
Quiero decir, para finalizar, que percibo cierto desequilibrio en el documental. Si el hilo conductor fundamental es la muerte de María Sagario González Flores y cómo esto transformó la vida de Paula Flores, sus dos derivaciones, el conflicto de los terreos en Lomas de Poleo y el suicidio de Jesús González Flores no son tratados con la misma claridad. El último tema queda registrado pero sin mayor explicación. En algunos artículos que se han escrito sobre este ya laureado documental se afirma que el suicidio se debió a que ya no pudo soportar el dolor de la pérdida de su hija. En realidad, el contexto y la forma del sucidio cuestionan esta explicación. Probablemente por motivos éticos o de respeto a la propia protagonista, los realizadores optaron por solamente insinuar que tras el suicidio hay algo más complejo y delicado. Si esta fue la razón, resulta comprensible, lo cual, no obstante, en términos formales da una sensación de desequilibrio en el documental.
Sea como fuere, me parece que, como ya lo demostró su reciente premiación, este documental será bien acogido en diversos circuitos académicos y comerciales. No me resta sino felicitar a Rafael Bonilla, Patricia Ravelo y el productor..... por haber hecho este documental.
domingo, noviembre 21, 2010
Orígenes
Intento regresar a los orígenes pero no puedo. Justo cuando el camino se me hace conocido y creo reconocer su cercanía, llego a un punto que en algo se parece a lo que recuerdo como orígenes pero que no lo es. La sensación de estar en un lugar recordado pero desconocido me provoca escalofríos. Pero aún así me siento en aquella piedra en la que me recuerdo por primera vez. Busco la calma de entonces. Y su música. Súbitas ráfagas de frío obligan el abrigo. De todos lados salen aquellas palabras que me dije en los orígenes. Son como un murmullo en principio confuso, pero rápidamente se vuelven nítidas. Me siento como aquel ángel que desde la victoria lo escuchaba todo. Pero no son palabras recordadas. Lo sé porque cada una de ellas trae su daga. Escoger cualquiera es mutilarse. Me queda claro que no encontraré la calma añorada. Poco a poco comprendo que estoy en un campo de batalla: cada palabra dejará una herida. ¿Qué busco en los orígenes? Quizá el momento de crearlo todo de nuevo, me digo. Ya no reconozco nada del entorno. Las ráfagas cesaron. Se hizo el silencio. Tomo la pluma y comienzo de nuevo.
viernes, noviembre 19, 2010
Entre la vida y la muerte
En el pretil de mi ventana hay una abeja. No se mueve. La sola idea de que esté muerta me entristece. ¿Qué hacer con una abeja muerta? Tomo una hoja de papel para levantarla. Ella, casi sin fuerzas, logra moverse. Me entusiasma que todavía haya un soplo de vida en ella. Miro cómo sus patitas, débiles, apenas y pueden asirse a la hoja. No puede alzar el vuelo, no puede picarme, no puede caminar. Despacio, como si se tratara de un tesoro, la llevo a una maceta que por aquí tengo. Delicadamente la deposito en la hoja de una planta y traigo un poco de agua que pongo junto al tallo. Me preparo un café y espero el desenlace de esta historia que se trata del eterno debate entre la vida y la muerte.
Comunión con la nada
Devastadora esta sensación de estar hablando con la nada. Si alguna revelación atroz hay es la que nos hace evidente, con virulencia, la dimensión del desperdicio y la inutilidad. Habrá, entonces, que hacer comunión con la nada para, de momento, sobrevivirla.
domingo, noviembre 14, 2010
Magia
Con tu delicado dedo traza otro horizonte para que las estrellas sean tus ojos. Con tu mano crea ese mundo sin tiempo en el que sueles sumergirme. Con tus labios inventa suavemente las palabras que dan origen a todas las cosas que existen en ese mundo que inventas. Deja que tu cabello dicte el ritmo de mi respirar. No cejes. Ando por los poros de tu existir.
viernes, noviembre 12, 2010
Consejito...
Si usted despierta y se sorprende porque no encuentra los rayos de sol de los que siempre le hablaron cuando niño, no se asuste, usted amaneció en México: un país que cual elote se desgrana acelaradamente. Tómelo con calma. Busque en algún lugar de usted el valor necesario para levantarse, prender la radio, leer los periódicos. Si las malas noticias hacen mella en usted, no se tire a la depresión. Salga a la calle, observe a la gente, y dígase, con confianza, un día más. Quizá la tristeza se le suba al alma y el frío le cale hasta las huesos; quizá cada paso le duela y cada sonrisa le cueste sangre. Pero créame, nadie le juzgará, a menos que sea un hipócrita o un ciego...
lunes, noviembre 01, 2010
Adieu
Eso de las coincidencias suele perturbarme. ¿Quién lo diría? Previo a atenderme, el ejecutivo del banco la atiende a ella. La observo. Sólo la he visto en fotos. Y las fotos, como siempre, indican que la vida sigue su camino. Regreso a pie. Las calles, la gente, ese pobre chavo asaltado y golpeado, el otro drogado, la contaminación, el sol –como aquel único ojo de JEP–, el metro, la niña de la calle, el ruido, todo eso son hoy los senderos de mi andar. Y en el mundo virtual me encuentro las otras fotos que me hacen pensar en ese modo extraño de ser que concede beneficios de la duda donde no los puede ni debe haber. Saberse, en eso, fastidiosamente amable. Comprender el derroche de energía, de tiempo, de sentimiento, para saberse cansado. Tomar el libro y encontrar lo necesario para decir adieu. Toparse, sorpresivamente, con la calma que no perturba la salsa que desmesurada sube por el aire mientras alguien baila y silba. Dejar que la pluma escriba:
Poros heridos
El sol niega el bálsamo
Nostalgia plena
Arrancar la hoja para hacerlo avión de papel. Ir al puente que cruza la avenida. Detenerse justo en medio. Lanzar el avión y verlo descender lentamente hasta posarse en las vías del metro. Esperar a que el metro pase para arrollar esas palabras, esa hoja, ese avión. Decirse adieu para emprender el regreso. Ver a ese otro chavo que vacila. Preguntarme si el asalto viene. La desconfianza entre ambos se siente como viento polar. Y decir "buenas días" como inicio radical después del suicido de aquellas palabras...
miércoles, octubre 27, 2010
Oportunistas y oportunos
El oportunista se caracteriza por subirse a la ola; el oportuno por provocarla. El primero busca el control de daños; el segundo, aunque no lo quiera, los suele generar. Conozco muchos oportunistas pero muy pocos oportunos.
-- Desde el umbral del mundo
-- Desde el umbral del mundo
lunes, octubre 25, 2010
viernes, octubre 22, 2010
La insurrección cultural. 10 años de vida del Faro de Oriente*
Para Bolívar Echeverría,
que tanto apreciaba este espacio.
In memoriam.
Isaac García Venegas.
Pensamos, en algún momento, que la derrota definitiva es la que viene con el silencio. El ya no poder decir algo acerca de cualquier cosa, sea por la violencia imperante o por la íntima decisión de darse por vencido. Nunca imaginamos que estas derrotas llegarían con el estruendo, la fiesta, la alegre exigencia de palabras y más palabras. Pero se trata de palabras muertas, que ya no incendian nada. Cuenta una anécdota que el monje, tras décadas de cumplir su voto de silencio, en su último suspiro dijo “fuego” y pronto todo el entorno fue abrasado por las llamas. Esa fuerza contundente de las palabras actualmente es pura ceniza.
Si en el siglo xix se afirmó que Dios había muerto, desde finales del pasado se dice lo mismo sobre la revolución. Lo dijo Octavio Paz en 1989, lo repiten hasta la saciedad intelectuales e ideólogos de toda ralea. Aquella palabra, aquella idea que dio lugar a sueños inmarcesibles y generó transformaciones formidables con su cauda de violencia, hambre y muerte, hoy día solamente provoca respingos o sonrisas benevolentes. Las conmemoraciones que en este año padecemos como enfermedad y sufrimos como malestar, nos dicen que es necesario recordar para no repetir, tener memoria para olvidar mejor. La nueva fe, cuyo dogma es creer que todo mejorará si se contienen las exigencias de cambiar la situación ya y se atemperan las demandas materiales concebidas como imposibles por los explotadores, arrincona la idea y la palabra de revolución a la tecnología, particularmente al gadget. El hombre nuevo reducido a un iphone. “Ten fe que pronto tendrás uno, a meses sin intereses”, nos dicen. “Serás un revolucionado con crédito y status”, auguran. Pero esta fe no puede explicar, por mucho que lo intente, esa cauda de violencia, hambre y muerte que se vive todos los días aquí y en el resto del mundo sin la presencia o ayuda de las revoluciones de antes.
Que en su décimo aniversario la comunidad del Faro de Oriente se reconozca como protagonista de una insurrección cultural, adquiere relevancia y contundencia precisamente por este desierto que son hoy las palabras y su consecuente imperio de las derrotas definitivas en medio de la fiesta y el ruido. Esa comunidad se piensa a sí misma a partir de una actitud y de un cúmulo de logros que hace una década se antojaba poco menos que imposible. Se levanta en uno de los lugares más marginales y violentos de la ciudad y del país. Se subleva contra la “exclusividad” de la cultura como patrimonio de los “pensantes-pudientes”. Se rebela contra la expropiación del acto creativo por parte de academias y discursos acartonados. Su hacer insurrecto no necesita de teoría, es una realidad que hoy invade múltiples espacios de la ciudad y nutre la sangre de varias generaciones que allí crecieron y maduraron.
Si la revolución murió, la comunidad del Faro de Oriente susurra que la insurrección no. Lo que este espacio es recuerda en algo los frenéticos sueños de aquella idea y palabra otrora significativa. Así, quien sepa mirar, hallará por debajo de los festejos fastuosos y la cómoda gana de olvidar que han sido el bicentenario y centenario de las revoluciones de independencia y de 1910, una voz que desde el oriente de la ciudad de México habla de la insurrección posible. Quizá una de sus contribuciones más radicales es darle nueva fuerza a esas palabras: insurrección cultural. Como el monje de la anécdota con respecto al fuego.
Junio de 2010
* Carta editorial del número más reciente de la revista Bitácora.
jueves, octubre 21, 2010
Pregunta sincera
La muerte como cascada hace que uno deje de meditar sobre el por qué para preguntarse cómo le gustaría que eso sucediera. Fui elaborando la respuesta mientras la motocicleta me permitía circular amablemente entre ríos de autos detenidos.
Me gustaría morir en Estambul o en Portugal. Me imagino sentado en una pequeña mesa, tomando café, turco o express, mirando el atardecer, cuyas lenguas de luz acarician tejas viejas o cúpulas árabes. Me gustaría morir ahíto de ese atardecer, con demasiado sol en el pecho, con algunas sombras dibujándose en mis ojos. Quisiera fuera rápido, sin aspavientos, sin agonía, sin pena. Que me sorprendiera con el sabor amargo del café en el paladar, con las piernas cruzadas, con las manos relajadas.
Quisiera que los transeúntes me pensaran dormido, y que alguno, audaz, me robara cartera y papeles. En país extraño sería un desconocido. Me gustaría que las autoridades me cremaran y perdieran mis cenizas en algún proceder burocrático.
Preferiría morir sin rehenes de amor, cariño u odio. Lo mejor sería que mis allegados, los que sean y me quisieran, se dieran cuenta demasiado tarde que no regresé de aquel viaje y que no hubiese lugar alguno al cual pudieran ir para manifestar tristeza, arrepentimiento o cólera. De ellos sólo me gustaría que de vez en vez sonrieran al pensarme o se estremecieran al recordarme. Que mi nombre y yo caigamos en el olvido junto con las muertes inevitables de los que al pensarme sonrían o se estremezcan.
Me gustaría que esos mismos que me sobrevivan y me recuerden tomen por asalto mi biblioteca y se lleven los libros que creen gastarán horas leyendo. También me encantaría que mi ropa la tome algún vagabundo ocupado en desgastarse los ojos viendo atardeceres. Y que este blog sea saqueado, que todas sus palabras se las lleve un alguien virtual o una nada real.
Así me gustaría morir.
-- Desde el umbral del mundo
Me gustaría morir en Estambul o en Portugal. Me imagino sentado en una pequeña mesa, tomando café, turco o express, mirando el atardecer, cuyas lenguas de luz acarician tejas viejas o cúpulas árabes. Me gustaría morir ahíto de ese atardecer, con demasiado sol en el pecho, con algunas sombras dibujándose en mis ojos. Quisiera fuera rápido, sin aspavientos, sin agonía, sin pena. Que me sorprendiera con el sabor amargo del café en el paladar, con las piernas cruzadas, con las manos relajadas.
Quisiera que los transeúntes me pensaran dormido, y que alguno, audaz, me robara cartera y papeles. En país extraño sería un desconocido. Me gustaría que las autoridades me cremaran y perdieran mis cenizas en algún proceder burocrático.
Preferiría morir sin rehenes de amor, cariño u odio. Lo mejor sería que mis allegados, los que sean y me quisieran, se dieran cuenta demasiado tarde que no regresé de aquel viaje y que no hubiese lugar alguno al cual pudieran ir para manifestar tristeza, arrepentimiento o cólera. De ellos sólo me gustaría que de vez en vez sonrieran al pensarme o se estremecieran al recordarme. Que mi nombre y yo caigamos en el olvido junto con las muertes inevitables de los que al pensarme sonrían o se estremezcan.
Me gustaría que esos mismos que me sobrevivan y me recuerden tomen por asalto mi biblioteca y se lleven los libros que creen gastarán horas leyendo. También me encantaría que mi ropa la tome algún vagabundo ocupado en desgastarse los ojos viendo atardeceres. Y que este blog sea saqueado, que todas sus palabras se las lleve un alguien virtual o una nada real.
Así me gustaría morir.
-- Desde el umbral del mundo
Otro más
Adiós admirado Antonio Alatorre. Este año nos deja sin héroes. Bienvenida la orfandad.
-- Desde Mi Ipod
-- Desde Mi Ipod
Apuntes sobre la imagen. Ponencia presentada en Xapala, Veracruz
La “normalidad” de la imagen
Quiero comenzar por un lugar común: desde donde se le mire el nuestro es ya un siglo de imágenes. El desarrollo tecnológico de rápida expansión y feliz aceptación, basado en la triada divina de precio, resolución y portabilidad, ha propiciado la incorporación plena de la imagen fija y en movimiento en la vida cotidiana. Cada vez parece menos posible una realidad sin imágenes. Es más, pareciese que ella sólo puede ser en tanto que se reproduce en una imagen. El tono, de reminiscencias torcidamente hegelianas, sirve para pontificar la máxima “sólo lo que tiene imagen es real y sólo lo que es real tiene su imagen”. A menudo pienso que la democratización de la imagen se refiere a esto antes que a cualquier otra cosa, es decir, al consumo tecnológico que confunde uso con comprensión, abuso con saber.
En nuestro siglo de las imágenes, esta máxima pasa por ser cosa "natural". Si se considera todo lo que hoy pueden los "gadgets", pareciese efectivamente que no podría ser de otro modo: cámaras fotográficas y de video “incitan” a “grabar” la realidad para “conservarla”, “transmitirla”, “compartirla” ( todas ellas ciertamente consignas publicitarias). El corolario obvio de esta supuesta naturalidad es que el “testimonio visual” es criterio fundamental de veracidad o bien prueba irrefutable de una cada vez más soñada horizontalidad. Hay que ver lo que sucede en redes sociales, en blogs, en páginas y páginas electrónicas para comprobar esta “verdad palmaria” del siglo de las imágenes.
Acontece lo mismo fuera del mundo virtual. Nos dicen que casi no hay cosa que no tenga su propia imagen. Esto se nota, por ejemplo, en las revistas, en los periódicos, y también en los libros, supuestos territorios predilectos de la palabra. Ya es “normal” encontrar en ellos un énfasis particular en el uso de imágenes para ilustrar, llegando incluso a convertir la palabra en ancilar de la imagen: "con que esté bien ilustrado es suficiente", "con que muestre aunque no diga es ya un producto valioso".
Los medios masivos de comunicación, particularmente la televisión y el cine, cuyo sustento “informativo”, de “entretenimiento”, por supuesto no exento de manipulación, se encuentra en la imagen, le dan una vuelta de tuerca más a esta "naturalidad" de la imagen. Recuérdese los casos del senador Santiago Creel y del “fenómeno” Juanito: mientras a uno lo borraron de los noticieros, al otro lo convirtieron en presencia recurrente. Uno corrió el riesgo de dejar de existir, mientras que el otro adquirió, precisamente, existencia. Todo gracias a la imagen, a su “normalidad” en la vida cotidiana. Hoy Juanito no existe ni como parodia de sí mismo y Creel vuelve a existir él si como parodia de sí.
Siguiendo el derrotero del lugar común, podría decirse, parodiando a un sabio judeoalemán, que el actual mundo (burgués) aparece ante nuestros ojos como un gran cúmulo de imágenes. Sin parodiarlo tanto, puede decirse también que entonces de lo que se trata es de desentrañar su “secreto”, de ir más allá de su mera consignación y comprobación, como lo hace el lugar común. Es decir, traspasar la superficie aparente, cómoda y festiva de la imagen. Promover una aproximación menos confiada y más cuidadosa a la imagen como instrumento, herramienta u objeto es una de las líneas de trabajo fundamentales del Laboratorio Audiovisual del CIESAS.
“Nadie es inocente”
Fundado formalmente en 2006, las actividades del Laboratorio Audiovisual del CIESAS dieron inicio con la primera sesión del seminario abierto “Las Ciencias Sociales en el Mundo Audiovisual”. El objetivo central con que se creó, y que le sigue dando consistencia, es la reflexión sobre la imagen: sus implicaciones (sociales, políticas, éticas, etcétera), sus alcances y limitaciones. Con sus 52 sesiones, este seminario nos ha permitido alimentarnos de las ideas, experiencias, estudios y producciones de antropólogos, historiadores, sociólogos, comunicólogos, documentalistas, directores de cine y fotógrafos.
Por la cantidad de sesiones y por la calidad de las intervenciones, resulta en extremo difícil resumir en unas cuantos renglones lo allí dicho a lo largo de poco más de cuatro años. Si bien nuestra intención es compilar lo que consideramos las sesiones más significativas para publicarlas como un libro (de papel y electrónico), creo que para este encuentro, y particularmente para esta mesa, es necesario rescatar y explicitar lo que pienso puede identificarse como el argumento central e hilo conductor que ha cruzado todas esas exposiciones, ya sea porque los expositores lo han enfatizado o porque la discusión lo ha sacado la superficie.
Se trata de una suerte de certeza que afirma que en torno a la imagen “nadie es inocente” (para robarme el título del documental de Sarah Mister). No lo es quien toma o produce la imagen ni quien la edita ni quien la vende o difunde ni quien la consume ni tampoco lo es quien fabrica los aparatos e insumos con que se capturan, editan y publican. Por eso, lejos del optimismo del lugar común, que le atribuye a la imagen dotes explicativos superiores a la trasnochada palabra, que le reconoce un valor en sí y por sí mismo, que la ata a la tradicional y mística idea de ser un “retrato fiel” de la realidad, o que supone se encuentra en momento excepcional que la empuja, irremediablemente, al reino de la horizontalidad, para quienes hemos participado de manera constante en el seminario nos ha quedado claro que la imagen tiene lo que podría llamarse una sugerente pero no por eso menos difícil "condición poliédrica". Precisamente porque “nadie es inocente”, la imagen convoca discrepancias y lecturas diversas que confirman un uso, muchas veces simultáneo, e incluso contradictorio, que va de la comunicación a la representación, de la ilustración al afán demostrativo, de la conservación al registro, de la sugerencia a la imposición, de la inducción a la manipulación, de la obnubilación a la saturación , etcétera. De tal manera que ella es, más que “criterio de veracidad” o "testimonio de horizontalidad", “perspectiva ante realidad”.
Los riesgos de la perspectiva ante la realidad
Semejante obviedad, que a decir verdad no lo es tanto, adquiere connotaciones particularmente conflictivas y delicadas porque sucede en medio del vértigo incontenible del desarrollo tecnológico. La facilidad con que hoy se producen imágenes no sólo eleva a rango de real lo que ellas capturan sino que incluso las trivializan hasta lo irrisorio (tú graba que después vemos para qué sirve). Si la imagen es "perspectiva ante la realidad" el problema es que su trivialización, facilitada por la accesibilidad tecnológica, la somete a un relativismo de tal magnitud que vuelve poco menos que imposible acometer su comprensión. Así, no tan paradójicamente, el siglo de las imágenes parece ir afianzando nuestra condición de espectadores pasivos que no pueden sino maravillarse ante el "cúmulo de imágenes" que nos inunda y ahoga, con su múltiple y diversa oferta, cuyo relativismo es sano y loable. De alguna manera está sucediendo lo que narra Win Wenders en su película Hasta el fin del mundo.
En nuestro seminario como en este taller se ha reiterado una y otra vez la necesidad de que el documental, que es imagen por excelencia, sea exhibido y consumido. El primer día de este evento Scott Robinson hizo una breve alusión al hecho de que si bien es cierto el documental no es materia de consumo para la televisión comercial y los circuitos comerciales de cine, posee sus propios circuitos de distribución "alternativos" que no por multiplicarse logran, quieren y pueden romper con su aislamiento con respecto a las instancias de toma de decisiones, es decir, los lugares que importan en cuanto a políticas públicas se refiere. Y Rebollar nos dijo que de plano abandonó todo eso en favor de un asunto más personal e introspectivo. Pareciese entonces que el desarrollo tecnológico, por varios motivos fascinante, está fomentando una suerte de "tolerancia simulada" que se aviene muy bien con la trivalización de la imagen y su consecuente relativismo arrobado circunscrito a los circuitos alternativos de exhibición y difusión.
De tal suerte que si nadie es inocente me parece un poco ingenuo suponer que el desarrollo tecnológico está necesariamente favoreciendo una relación mucho más fructífera con la imagen. Lo que hoy prolifera, en el mejor de los casos, es el registro espontáneo de segmentos de la realidad, cuya utilidad para los científicos sociales es sin duda enorme. Sin embargo, como bien lo saben ustedes, de eso al documental hay una distancia como la mar de grande. Y es que imágenes sin afán de decir y comunicar algo, de manera voluntaria, racional y deliberada, son cualquier cosa menos algo parecido al documental o a un producto visual solvente o si se quiere al cine. Es la diferencia, creo yo, entre generar imágenes y producirlas, hacerlas y pensarlas, ofrecerlas como testimonio o como discurso. Siempre, claro está, con la clara conciencia de que nadie es inocente. Los filtros, espejos, retinas debiera obligarnos a desconfiar de la naturalidad y transparencia de la imagen. Solo así, quizá, se pueda comenzar a desmontar la hegemonía de ciertos discursos visuales que imperan incluso en la transferencia de medios y en lo que se suele considerar "alternativo" dentro de nuestra "tolerancia simulada", hoy globalizada.
Quiero comenzar por un lugar común: desde donde se le mire el nuestro es ya un siglo de imágenes. El desarrollo tecnológico de rápida expansión y feliz aceptación, basado en la triada divina de precio, resolución y portabilidad, ha propiciado la incorporación plena de la imagen fija y en movimiento en la vida cotidiana. Cada vez parece menos posible una realidad sin imágenes. Es más, pareciese que ella sólo puede ser en tanto que se reproduce en una imagen. El tono, de reminiscencias torcidamente hegelianas, sirve para pontificar la máxima “sólo lo que tiene imagen es real y sólo lo que es real tiene su imagen”. A menudo pienso que la democratización de la imagen se refiere a esto antes que a cualquier otra cosa, es decir, al consumo tecnológico que confunde uso con comprensión, abuso con saber.
En nuestro siglo de las imágenes, esta máxima pasa por ser cosa "natural". Si se considera todo lo que hoy pueden los "gadgets", pareciese efectivamente que no podría ser de otro modo: cámaras fotográficas y de video “incitan” a “grabar” la realidad para “conservarla”, “transmitirla”, “compartirla” ( todas ellas ciertamente consignas publicitarias). El corolario obvio de esta supuesta naturalidad es que el “testimonio visual” es criterio fundamental de veracidad o bien prueba irrefutable de una cada vez más soñada horizontalidad. Hay que ver lo que sucede en redes sociales, en blogs, en páginas y páginas electrónicas para comprobar esta “verdad palmaria” del siglo de las imágenes.
Acontece lo mismo fuera del mundo virtual. Nos dicen que casi no hay cosa que no tenga su propia imagen. Esto se nota, por ejemplo, en las revistas, en los periódicos, y también en los libros, supuestos territorios predilectos de la palabra. Ya es “normal” encontrar en ellos un énfasis particular en el uso de imágenes para ilustrar, llegando incluso a convertir la palabra en ancilar de la imagen: "con que esté bien ilustrado es suficiente", "con que muestre aunque no diga es ya un producto valioso".
Los medios masivos de comunicación, particularmente la televisión y el cine, cuyo sustento “informativo”, de “entretenimiento”, por supuesto no exento de manipulación, se encuentra en la imagen, le dan una vuelta de tuerca más a esta "naturalidad" de la imagen. Recuérdese los casos del senador Santiago Creel y del “fenómeno” Juanito: mientras a uno lo borraron de los noticieros, al otro lo convirtieron en presencia recurrente. Uno corrió el riesgo de dejar de existir, mientras que el otro adquirió, precisamente, existencia. Todo gracias a la imagen, a su “normalidad” en la vida cotidiana. Hoy Juanito no existe ni como parodia de sí mismo y Creel vuelve a existir él si como parodia de sí.
Siguiendo el derrotero del lugar común, podría decirse, parodiando a un sabio judeoalemán, que el actual mundo (burgués) aparece ante nuestros ojos como un gran cúmulo de imágenes. Sin parodiarlo tanto, puede decirse también que entonces de lo que se trata es de desentrañar su “secreto”, de ir más allá de su mera consignación y comprobación, como lo hace el lugar común. Es decir, traspasar la superficie aparente, cómoda y festiva de la imagen. Promover una aproximación menos confiada y más cuidadosa a la imagen como instrumento, herramienta u objeto es una de las líneas de trabajo fundamentales del Laboratorio Audiovisual del CIESAS.
“Nadie es inocente”
Fundado formalmente en 2006, las actividades del Laboratorio Audiovisual del CIESAS dieron inicio con la primera sesión del seminario abierto “Las Ciencias Sociales en el Mundo Audiovisual”. El objetivo central con que se creó, y que le sigue dando consistencia, es la reflexión sobre la imagen: sus implicaciones (sociales, políticas, éticas, etcétera), sus alcances y limitaciones. Con sus 52 sesiones, este seminario nos ha permitido alimentarnos de las ideas, experiencias, estudios y producciones de antropólogos, historiadores, sociólogos, comunicólogos, documentalistas, directores de cine y fotógrafos.
Por la cantidad de sesiones y por la calidad de las intervenciones, resulta en extremo difícil resumir en unas cuantos renglones lo allí dicho a lo largo de poco más de cuatro años. Si bien nuestra intención es compilar lo que consideramos las sesiones más significativas para publicarlas como un libro (de papel y electrónico), creo que para este encuentro, y particularmente para esta mesa, es necesario rescatar y explicitar lo que pienso puede identificarse como el argumento central e hilo conductor que ha cruzado todas esas exposiciones, ya sea porque los expositores lo han enfatizado o porque la discusión lo ha sacado la superficie.
Se trata de una suerte de certeza que afirma que en torno a la imagen “nadie es inocente” (para robarme el título del documental de Sarah Mister). No lo es quien toma o produce la imagen ni quien la edita ni quien la vende o difunde ni quien la consume ni tampoco lo es quien fabrica los aparatos e insumos con que se capturan, editan y publican. Por eso, lejos del optimismo del lugar común, que le atribuye a la imagen dotes explicativos superiores a la trasnochada palabra, que le reconoce un valor en sí y por sí mismo, que la ata a la tradicional y mística idea de ser un “retrato fiel” de la realidad, o que supone se encuentra en momento excepcional que la empuja, irremediablemente, al reino de la horizontalidad, para quienes hemos participado de manera constante en el seminario nos ha quedado claro que la imagen tiene lo que podría llamarse una sugerente pero no por eso menos difícil "condición poliédrica". Precisamente porque “nadie es inocente”, la imagen convoca discrepancias y lecturas diversas que confirman un uso, muchas veces simultáneo, e incluso contradictorio, que va de la comunicación a la representación, de la ilustración al afán demostrativo, de la conservación al registro, de la sugerencia a la imposición, de la inducción a la manipulación, de la obnubilación a la saturación , etcétera. De tal manera que ella es, más que “criterio de veracidad” o "testimonio de horizontalidad", “perspectiva ante realidad”.
Los riesgos de la perspectiva ante la realidad
Semejante obviedad, que a decir verdad no lo es tanto, adquiere connotaciones particularmente conflictivas y delicadas porque sucede en medio del vértigo incontenible del desarrollo tecnológico. La facilidad con que hoy se producen imágenes no sólo eleva a rango de real lo que ellas capturan sino que incluso las trivializan hasta lo irrisorio (tú graba que después vemos para qué sirve). Si la imagen es "perspectiva ante la realidad" el problema es que su trivialización, facilitada por la accesibilidad tecnológica, la somete a un relativismo de tal magnitud que vuelve poco menos que imposible acometer su comprensión. Así, no tan paradójicamente, el siglo de las imágenes parece ir afianzando nuestra condición de espectadores pasivos que no pueden sino maravillarse ante el "cúmulo de imágenes" que nos inunda y ahoga, con su múltiple y diversa oferta, cuyo relativismo es sano y loable. De alguna manera está sucediendo lo que narra Win Wenders en su película Hasta el fin del mundo.
En nuestro seminario como en este taller se ha reiterado una y otra vez la necesidad de que el documental, que es imagen por excelencia, sea exhibido y consumido. El primer día de este evento Scott Robinson hizo una breve alusión al hecho de que si bien es cierto el documental no es materia de consumo para la televisión comercial y los circuitos comerciales de cine, posee sus propios circuitos de distribución "alternativos" que no por multiplicarse logran, quieren y pueden romper con su aislamiento con respecto a las instancias de toma de decisiones, es decir, los lugares que importan en cuanto a políticas públicas se refiere. Y Rebollar nos dijo que de plano abandonó todo eso en favor de un asunto más personal e introspectivo. Pareciese entonces que el desarrollo tecnológico, por varios motivos fascinante, está fomentando una suerte de "tolerancia simulada" que se aviene muy bien con la trivalización de la imagen y su consecuente relativismo arrobado circunscrito a los circuitos alternativos de exhibición y difusión.
De tal suerte que si nadie es inocente me parece un poco ingenuo suponer que el desarrollo tecnológico está necesariamente favoreciendo una relación mucho más fructífera con la imagen. Lo que hoy prolifera, en el mejor de los casos, es el registro espontáneo de segmentos de la realidad, cuya utilidad para los científicos sociales es sin duda enorme. Sin embargo, como bien lo saben ustedes, de eso al documental hay una distancia como la mar de grande. Y es que imágenes sin afán de decir y comunicar algo, de manera voluntaria, racional y deliberada, son cualquier cosa menos algo parecido al documental o a un producto visual solvente o si se quiere al cine. Es la diferencia, creo yo, entre generar imágenes y producirlas, hacerlas y pensarlas, ofrecerlas como testimonio o como discurso. Siempre, claro está, con la clara conciencia de que nadie es inocente. Los filtros, espejos, retinas debiera obligarnos a desconfiar de la naturalidad y transparencia de la imagen. Solo así, quizá, se pueda comenzar a desmontar la hegemonía de ciertos discursos visuales que imperan incluso en la transferencia de medios y en lo que se suele considerar "alternativo" dentro de nuestra "tolerancia simulada", hoy globalizada.
lunes, octubre 11, 2010
Imagen
Me aproximo despacio. Verte allí me parece una coincidencia con tintes de destino. Llevas tu gabardina blanca, esa que usaste el día de mi examen. Te ves elegante. Miras desde el puente que, sobre el río, obsequia la vista panorámica de una ciudad hermosa. Tu postura de siempre, con las manos entrelazadas en la espalda, te da más altura que la recordada.
Sin decir nada me detengo a tu lado. No volteas a mirarme. Tan sólo me espetas una pregunta “¿qué ves?”. Pienso muchas respuestas pero sólo atino a decirte “una ciudad”. Guardas silencio. Como en otras ocasiones cuando te encontraba en la facultad, siento que no estás cómodo. Así que intento seguir mi camino pero, al igual que en esas ocasiones en que dábamos dos o tres vueltas rápidas por el pasillo de la dirección sin decir gran cosa, un gesto tuyo me detiene. Estamos allí, de pie, el uno junto al otro, tú erguido, yo como niño recargando los codos sobre el barandal del puente.
Pasan algunos minutos cuando dices en voz alta “No hay tiempo”. Me quedo perplejo. Te miro con la duda pintada en el rostro. Por toda respuesta añades: “Nos veremos pronto”. Entonces decides irte, con paso firme. Veo cómo te alejas. Pienso en las opciones que tengo: ir tras de ti, regresarme por el camino andado, o mejor, admirar el paisaje de la ciudad. Me decido por esto último. “Nos veremos pronto”, susurro.
sábado, octubre 09, 2010
Exorcizar fantasmas
Suele caminar y observar. Hoy piensa en su sombra. Viene a su memoria aquella novela. Recuerda lo anotado hace años en uno de sus muchos cuadernos. “Sin sombra no se está sólo, se es un fantasma”. Regresa a casa, toma la pila de cuadernos. Encuentra la frase exacta y la circunstancia en que fue escrita. Siente terror al leer. Le desagrada volver sobre sí mismo. Todo en él se resquebraja.
Sale de nueva cuenta. No está seguro de si está desesperado o molesto. Quizá esté triste y tenga miedo. O tal vez, lo más probable, esté fastidiado. Voltea y la mira. Sigue caminando sabiendo que tiene sombra. Pero lo que él quisiera es al menos encontrar aquella otra sombra. Sabe que su querer es inútil. “Hay quien opta por ser fantasma”, se dice.
Sale de nueva cuenta. No está seguro de si está desesperado o molesto. Quizá esté triste y tenga miedo. O tal vez, lo más probable, esté fastidiado. Voltea y la mira. Sigue caminando sabiendo que tiene sombra. Pero lo que él quisiera es al menos encontrar aquella otra sombra. Sabe que su querer es inútil. “Hay quien opta por ser fantasma”, se dice.
Se detiene en un café. Entra, se sienta y ordena. Toma la pluma, el cuaderno de este día, y pone el título: “Las falacias de la (de tu) lealtad”. Lo tacha. Vuelve a escribir: “Instrucciones para exorcizar fantasmas”. Sonríe. Suena bien. Lo malo es que no tiene nada que escribir. Deja la hoja correspondiente en blanco. Se dice que hay que elaborar aquella escena para integrarla en esa novela eternamente postergada.
La mesera se aproxima, lo mira, le da el café. Lo vuelve a mirar. “¿Escritor?”, pregunta. Él la mira. Por toda respuesta le dice: “Tienes sombra, has de valer la pena”. Ella, extrañada, sonrojada, gira la cabeza, ve su sombra. No sabe qué decir. Se va tras la barra sabiéndose observada.
Le da un sorbo al café, que no sabe bien. Se imagina lo bien que le vendría a las cafeterías un curso sobre cómo hacer buen café. Toma el teléfono celular para que le informen de la hora del entierro. Le es inevitable pensar en los muertos. Ellos, al menos los que para él valen la pena, siguen teniendo sombra. Una voz entrecortada le da la información e instrucciones. Corta la llamada. Es metódicamente absurdo: anotó las instrucciones en la servilleta para no mancillar la hoja blanca sobre el exorcismo de fantasmas. Se percata de que ya no hay sol. Supone que quizá lo mejor es que todos sean fantasmas. Hace una mueca. Desecha lo pensado. Llama a la mesera. Pide la cuenta. La observa. Ella regresa con la nota.
“No soy escritor”, le dice. “Uso las palabras cuando no soporto algo. Escribo, guardo, e intento no volver a leer lo escrito”. Ella lo mira con desconfianza. Echa una ojeada al cuaderno: “¿No soportas a los fantasmas?”, pregunta. Se levanta. Cierra el cuaderno. “No”, dice, “no los soporto. Piden más de lo que merecen, dan menos de lo que pueden, y al final tan sólo son desobligados consigo mismos”. Se despide. Sale. Siente frío. Se alista para ir al cementerio. Muy filosóficamente murmura: a la mierda los fantasmas...
¿Quién habla?
Hace algunos días, en clase, me hicieron una pregunta sorprendente. Refiriéndose específicamente a ciertas intervenciones en el homenaje a Bolívar Echeverría, la interesada quería saber si los académicos siempre hablan de esa manera tan rebuscada y hasta cierto punto incomprensible. El tono de la pregunta me eximió de tal desatino. Aunque en ese momento elaboré una respuesta rápida, la experiencia inmediata posterior a esa clase, que consistió en ir a dar una plática a “ciudadanos de a pie” sobre el 68, con sus mitologías y demás cosas, hizo que aquella pregunta continuara girando en mi cabeza. Las respuestas que di me parece tienen su validez. Las sintetizo:
- Hay una forma del discurso que es propia de la academia. Particularmente el discurso filosófico sienta sus reales en conceptos que si el escucha no tiene claros le escapa el sentido de lo dicho. Lo mismo sucede con el discurso de otras disciplinas. La historia, aunque intenta validarse a sí misma con algo parecido, la mayoría de las veces utiliza el lenguaje común y corriente para decir lo suyo. Lo cual, en mi opinión, es una virtud.
- Pese a lo anterior, no debiera pasar inadvertido que la academia en general vive inmersa en un mundo jerárquico. Las distancias son fundamentales en ella. Es más, diría que sin una estructura jerárquica no funcionaria del todo. Hasta cierto punto es “natural”, pues su dinámica básica es la del aprendizaje, lo cual implica uno que sabe y otro que quiere aprender. Sin embargo, esa “naturalidad” adquiere visos de otra cosa cuando se antepone la lógica de la meritocracia, la camarilla, el servilismo, y el imperio de los títulos. A menudo, esta otra expresión nobiliaria de la jerarquía hace uso de un discurso abstruso y hermético con la intención de hacer evidente la distancia entre quien habla y quien escucha. Pareciera, incluso, que entre menos claro el decir más complejo el pensar, lo cual es una falacia extraordinaria, pero se “vende” como rasgo distintivo de los “iniciados”.
- La academia, particularmente la universidad, vive en el incesto permanente. Muchos de sus académicos se niegan a abandonar aquel espacio del saber. A fuerza de repetición y costumbre acaban por confundir su vida con la vida en general. Su voluntad de comunicar su saber termina por restringirse al mercado cautivo de los alumnos y los colegas, que como se sabe, se articula más por una lucha del “breve” espacio académico que por el diálogo razonado para un saber colectivo. Paradójicamente, lo especializado de su discurso lo vuelve inefectivo allí donde es necesario: fuera de las aulas, de los auditorios y de los pilones. De ninguna manera pretendo argüir que los académicos debieran hacer a un lado su lenguaje académico. Pero lo que es preocupante es que si suelen escribir de un modo poco accesible, cuando verbalmente intentan esclarecerse, revelan una extraordinaria incapacidad de comunicación para con la gente en general. Lo cual se siente mucho más cuando intentan ir hacia los espacios que carecen de los tan celebrados rituales académicos de la jerarquía, la meritocracia, los pilones, los sni’s y demás.
- Dicho todo lo anterior, tampoco puede eximirse al alumno de un esfuerzo por entender aquel discurso que le es propio a la academia. Después de todo, está en la universidad y pertenece, lo quiera o no, a una cofradía que ha inventado su propio modo de ser. Que lo reproduzca o no en su vida es otro asunto, pero que lo debe entender no está, me parece, a discusión.
viernes, octubre 08, 2010
Los tonos de la ausencia
Los días se suceden sin luz, en ocasiones sin agua. El ajetreo de siempre se revela, de pronto, ausente. El reino del silencio se hace presente. Sobrevivirlo es lo difícil. Porque al paso de los minutos se descubre que las ausencias, las permanentes, las definitivas, las temporales, tienen su tono particular de silencio. En conjunto son como una densa nube que comienza a ahogar, pero si por voluntad heroica se logra resistir esa opresión invisible, se distinguen aquellos tonos. Está la ausencia de silencio apacible, como si fuera el rumor lejano de un mar tranquilo; está la de silencio alborotado, muy parecido al de un animal en celo o en persecución; está la de silencio en fuga, como flauta que a falta de aire solloza fantasmagórica; está la de silencio oscuro, esa que con notas graves y muy graves eriza la piel.... Descubrir estos tonos nos dice algo sobre los ausentes, pero dista de ofrecer tranquilidad. No obstante, algo se sabe de uno cuando se descubre que se es, también, cúmulo de ausencias. Entenderlo alivia de ese impulso de salir corriendo para encontrar ruido, gente, compañía, cualquier compañía. Entonces, sólo entonces, se puede estar con uno mismo.
-- Desde el umbral del mundo
-- Desde el umbral del mundo
miércoles, octubre 06, 2010
Cuidarlas
A veces todas las palabras me toman por asalto en los pasillos de la facultad. Escucho historias inverosímiles, otras en verdad desagradables, algunas impensables escasos días antes. En esas ocasiones termino agotado.
Pienso en esas palabras. Muchas de ellas son cuerpo de una circunstancia que se disuelve irremediablemente. Entonces parecen fantasmas, meros balbuceos que dejan de significar algo. Por eso, haríamos bien en tratarlas con respeto, no desperdiciarlas, no dejarlas a merced de la banalidad.
-- Desde el umbral del mundo
lunes, octubre 04, 2010
Palabras de inauguración a Homenaje a Bolívar Echeverría en la FFyL
¿Por qué Ziranda?
Homenaje a Bolívar Echeverría en la
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM
Isaac García Venegas
Entre febrero de 2003 y enero de 2004, en la revista Universidad de México, Bolívar Echeverría fue el autor de la columna llamada "Ziranda", que llamó poderosamente la atención por al menos dos razones. La primera, por su forma y contenido: su densidad y concisión inmediatamente hacen pensar en la tradición del aforismo combinada con los apuntes de un diario, que en más de un sentido recuerdan a Benjamin, a Adorno, a Canetti, e incluso a Cioran. Hasta donde sabemos, tal y como lo manifestó el propio Bolívar, aquella fue la primera vez que publicó escritos de esa índole.
La segunda razón fue por su nombre. El Diccionario de la Real Academia Española ofrece por todo significado el de “higuera”. Cuando pregunté a Bolívar al respecto, me comentó que la palabra refería también a un juego que en otros lugares se conoce como volantín. El juego consiste en resistir lo más posible la fuerza centrífuga que se genera cuando todos los participantes, asidos de cada una de las largas cadenas que descienden de un tubo central de altura considerable, se impulsan corriendo y luego, en virtud de semejante fuerza, vuelan por los aires. Para Bolívar ese juego es la metáfora perfecta del pensamiento. El vuelo del pensamiento sólo se es posible entre muchos.
La explicación tuvo la virtud de iluminar claramente tanto la intención de su columna como su contenido en extremo diverso, que va del cine a la lingüística, de la política a la cultura, del caciquismo al nazismo. Quien lo quiera comprobar puede consultar los números que van del 620 al 631 de la revista Universidad de México o en su defecto visitar la página electrónica que Javier Sigüenza hace y procura desde los tiempos en que fue asistente de Bolívar Echeverría.
En loor de quien hoy recordamos y de aquella explicación decidimos llamar a este homenaje “Ziranda”. Lo hicimos a sabiendas de que Bolívar no usó las palabras de manera trivial ni de manera irresponsable. En cierto modo concebimos este homenaje como un juego colectivo cuyo objetivo primordial es hallar, de manera conjunta, los alcances, las profundidades y las aristas de su pensamiento, es decir, si me permiten la metáfora, su trazo de vuelo que nos obliga a todos a elevarnos. Digo juego sin pasar por alto que él le otorgó un papel fundamental en el ejercicio cotidiano de “lo político” y de la cultura. Y también digo juego siendo plenamente consciente de lo que exige: flexibilidad, disposición, astucia y convivencia. En cualquier juego el dogma, el miedo y la intolerancia son lastres que privan los frutos del acto compartido. Para jugar hay que ser creativo, audaz, intuitivo, hábil e inteligente. Fue así como Bolívar se aproximó a Heidegger, a Marx, a la filosofía, a la cultura, a lo político y a la política, al arte, al pensamiento científico y social, y a la vida en general.
Obvia decir que este homenaje no tiene lugar dentro del júbilo que supone reunirse para jugar. Lo que nos trae aquí es una desgracia y la estela de dolor que nos dejó. La ausencia de Bolívar Echeverría se siente profundamente en los ámbitos y lugares esenciales de nuestra facultad y de la universidad: entre los estudiantes, entre sus colegas, entre sus amigos y amores; en los pasillos, en los salones de clase en que, como decía, lo ordinario se convierte en extraordinario, en los auditorios, en su cubículo, en la sala de maestros. El tiempo tan sólo parece esculpir con más precisión los contornos de su ausencia. Por eso, este homenaje es también y aunque no se quiera ni se pretenda un duelo compartido.
Pero no sólo ni principalmente. Creemos que es esencialmente el reconocimiento de las deudas que todos los aquí presentes tenemos con su pensamiento. Sin reclamar herencias ni reivindicarnos como sus discípulos dilectos, nos interesa promover la aproximación crítica a su obra. Y no podía ser de otra manera, puesto que entre otras cosas eso es lo que en todo momento enseñó Bolívar: la vigencia y necesidad del pensamiento crítico, un pensamiento que no cede ni concede a las camarillas ni a las cofradías. El suyo fue un pensamiento que promovía y exigía el diálogo incluso con quienes no compartían sus ideas. Por eso nos parece importante la participación, amplia y diversa, de quienes no sin dolor y/o poniendo a un lado la sentida y merecida reverencia, aceptaron compartirnos sus reflexiones sobre lo que en ella encuentran antes que en su persona.
Pensamos que este homenaje no nos dará ni una pizca de felicidad, pero sí nos permitirá la satisfacción de quien al recordar vuelve a pasar por el corazón y la mente la densidad crítica de una inteligencia preclara que no sucumbió a modas ni hizo concesiones a la barbarie del capitalismo ni a esa aviesa perspectiva que se obstina en confundir el acto burocrático con el saber universitario. Esto último, dicho sea de paso, de suma importancia ahora que nuestra universidad cumplió 100 años de existencia.
En suma, somos de la opinión que este evento, uno de muchos que ya se dieron y que tendrán lugar en los meses venideros, puede ser un buen punto de partida para que otros, que se reconocen en deuda con el pensamiento de Bolívar Echeverría, anden su propio camino tomándolo como referente e inspiración, tal y como él lo hizo particularmente con Marx.
A nombre de la comisión organizadora, de Diana Fuentes, de Carlos Oliva y de un servidor, queremos agradecer a todos su presencia en este evento: al público, a los ponentes y a los moderadores. También a las autoridades de esta facultad, especialmente a su Secretaria Académica, Norma de los Ríos, y su equipo, por todo lo hecho para que hoy nos encontremos aquí.
Este homenaje es el que la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM hace a su extinto profesor emérito. Participan académicos de nuestra facultad, de nuestra universidad y de otras instituciones educativas afines del país y del continente. Tal es el alcance de la obra de Bolívar Echeverría: en su vuelo trascendió fronteras. La comunidad de esta facultad debe sentirse orgullosa de ello y debe estar a la altura que le corresponde. Por eso, los que organizamos este evento, decidimos hacerlo de la manera menos localista posible. De cualquier forma, a todos sin excepción queremos recordarles lo que Bolívar solía decir de los pensadores definitivamente ausentes: allí está su obra y reclamar exclusividades es en verdad absurdo. En este sentido, él, Bolívar Echeverría, es ya de todos.
Gracias.
Ciudad Universitaria, 29 de septiembre de 2010
domingo, septiembre 26, 2010
jueves, septiembre 23, 2010
Homenaje a Bolívar Echeverría
Pongo aquí el cartel para que quien así lo desee nos ayuda a difundir este evento.
Si lo prefieren, el link oficial....
http://www.filos.unam.mx/ziranda
Si lo prefieren, el link oficial....
http://www.filos.unam.mx/ziranda
sábado, septiembre 18, 2010
Las lágrimas, por fin
La interrupción del trajín cotidiano me obsequia en su calma la dimensión real del dolor y de la tristeza que me provoca tu ausencia. A la sombra de ese roble que fuiste, como escribió Raquel de ti, el silencio obligado por fin da paso a las lágrimas que me negué a derramar aquel 5 de junio.
martes, septiembre 07, 2010
Homenaje a Bolívar Echeverría en la FFyL, UNAM
Ziranda
Crítica e interpretación de la obra de Bolívar Echeverría
Aula Magna, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM
29 y 30 de septiembre y 1 de octubre de 2010
Miércoles 29 de Septiembre
10:00 INAUGURACIÓN
Gloria Villegas
Directora de la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM
Isaac García Venegas
Comisión Organizadora
10: 30 CULTURA
Horacio Ortiz
Ricardo Pérez Montfort
Néstor García Canclini
Iván Carvajal
Modera: Marta Lamas
12:30 MODERNIDAD
Crescenciano Grave
Mariflor Aguilar
Jorge Juanes
Roger Bartra
Modera: Griselda Gutiérrez
RECESO
16:00 ARTE Y LITERATURA
Francisco Mancera
Teresa del Conde
Evodio Escalante
Federico Álvarez
Modera: Isaac García Venegas
18:00 ETHOS BARROCO
Rafael Rojas
Antonio García de León
Márgara Millán
Modera: Norma de los Ríos
Jueves 30 de Septiembre
10:00 ESTADO Y POLÍTICA
Marco Aurelio García
Isaac García Venegas
Julio Echeverría
Modera: Josu Landa
12:00 MARXISMO
Gabriel Vargas Lozano
Carlos Aguirre
Aureliano Ortega
Luis Arizmendi
Modera: Ignacio Palencia
RECESO
16:00 BENJAMIN Y LA FILOSOFÍA ALEMANA
Ignacio Sánchez
Javier Sigüenza
Mauricio Pilatowsky
José María Pérez Gay
Modera: Erika Lindig
18:00 UTOPÍA Y REVOLUCIONES
Carlos Oliva
Adolfo Gilly
Diana Fuentes
Modera: David Moreno
19:15 Stefan Gandler. Recital musical.
"Brecht y la música del teatro épico” (Brecht y Weill/Eisler)
Viernes 1 de Octubre
10:00 TESTIMONIOS
Ignacio Díaz de la Serna
Pedro Joel Reyes
Manuel Lavaniegos
Oscar Martiarena
Modera: Gustavo García
12:00 hrs. CLAUSURA
Excmo. Señor Galo Galarza Dávila
Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Ecuador en México
Norma de los Ríos
Secretaria Académica de la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM
12:20 hrs.
Ceremonia de develación de la placa “Aula Bolívar Echeverría”.
lunes, julio 26, 2010
El boomerang
Hay que alejarse de la norma para entender lo que sucede en este país con respecto al narcotráfico. Pensar el problema desde los parámetros de lo legal, desde el discurso ideológico que lo erige como el verdadero mal, es sumergirse irremediablemente en lo que a fuerza de repetición no requiere comprensión.
I. Los hermanos gemelos
El narcotráfico es una empresa netamente capitalista. Lo que actualmente está en disputa es la hegemonía del marcado nacional y una presencia importante, a través de alianzas, en el internacional; no es, además, refractario a la innovación tecnológica; y pone el acento en las ganancias. No existe un solo narcotraficante que no persiga estas metas. Salvo la condena de una legislación que, como ha quedado claro en este país, es el resultado de fuertes intereses que también pretenden maximizar sus ganancias a expensas del trabajador y el consumidor, el narcotráfico es el hermano gemelo, no siempre incómodo, del capitalismo mundial y nacional. Hay un vínculo estrecho, inexistente en términos físicos, pero real en términos de dinámica socioeconómica, entre nuestro hombre más rico del mundo y otro narcotraficante que también aparece en Forbes.
Quizá lo que llama más la atención del narcotráfico es la violencia con que disputa mercados y acrecienta sus ganancias. Se da por descontado que la diferencia entre el capitalista y el narcotraficante es precisamente el ejercicio de la violencia. A uno le está permitido, al otro no. Pero esto no debiera obstar para recordar que los intereses económicos “legales” promueven y financian guerras y muertes a diestra y siniestra. Podría hacerse un recuento, que resultaría escalofriante, de la cantidad de muertos que ha requerido la modernidad nacional. La suma es mucho mayor que los miles de muertos que hoy se atribuyen a la “disputa entre bandas delictivas”. Este recuento, por supuesto, prefiere omitirse, como lo hacen intelectuales de la talla de Zaid para denostar a la universidad. Que el manto de la legalidad capitalista condene el actuar del narcotraficante no lo hace a éste en realidad diferente.
Lo que ahora vemos en este país, como remedo de lo que sucede en otros lugares del mundo, es una lucha entre distintos intereses capitalistas, como en su momento lo fue entre intereses petroleros e intereses financieros. Las guerras a que dan lugar estos enfrentamientos siempre tienen un alto costo para la población en general y para el trabajador en particular. El horror de los asesinatos derivados del narcotráfico no es menor que los generados por la administración de la pobreza, como sucede en este mundo globalizado. Tampoco aquellos son moralmente peores que éstos.
Cruel es y será la solución de esta disputa. Y no hay más que dos caminos: la integración de lo “ilegal” dentro de lo legal, para que entonces su violencia pueda ser “regulada” y “sancionada” como aceptable; o una disputa violentísima que acabe por someter uno al otro, como sucede ya en ciertos países del mundo.
II. El boomerang de los servicios
El triunfo del neoliberalismo afianzó en las conciencias individuales ideas como competencia, calidad y servicio. La valoración del proceder, del pensar, del sentir, se hace con estos criterios. El conjunto de la civilización humana se mide a partir de estos criterios. ¿Acaso no se nos dice ahora que la Revolución mexicana no ofreció una transformación tan radical e importante como sí lo hacen las empresas sin la violencia de las armas? ¿El resultado del esa agitación social fue algo útil, competente y de calidad? Así pues, el mundo está allí como algo más que un objeto a ser explotable; está allí como servicio. Pagar por un servicio, cualquier servicio, es necesario. El precio, que no necesariamente su costo, indica su importancia: entre más caro, mejor, más valorado, más respetado.
La “razón del cliente” decide pagar al mejor proveedor del servicio de su interés. Discrimina en función de eficiencia y calidad. Ya es casi regla general que desdeñe lo público por ineficaz e ineficiente. Lo privado goza de mayor confianza. Se paga, con gusto, a quien presenta la imagen de ser mejor, aunque se carezcan de elementos para hacer tal valoración. ¿Qué chocolate es mejor en nuestro país si prácticamente todos son propiedad de Nestlé?
Esta actitud ante la vida y el mundo coloca al Estado mexicano en una situación desventajosa con respecto al narcotráfico. Su abstracción contrasta con la concreción de éste. Por ejemplo, el caso de la justicia. Mientras dentro del Estado su impartición es lenta, pasmosa, catastrófica e improbable, la del narco es inmediata y eficaz: allí están las cabezas para demostrarlo, allí están los cuerpos mutilados como evidencia. Muy en el fondo todos pensamos que por alguna razón les matan. Se piensa exactamente lo mismo de los que languidecen en las cárceles de este país. Lo mismo sucede en términos económicos: la lentitud estatal y la discreción para repartir los recursos de programas diseñados para paliar la pobreza y el desempleo, contrasta radicalmente con la inmediatez de recursos que despliega el narcotráfico. El crédito institucional se enfrenta con la liquidez del compromiso que impone el narcotráfico. En un contexto de desempleo y pobreza, la lógica estatal se revela inútil, mientras que la del narco sobresale.
Poco a poco, como ya sucede en esas regiones en las que impera la ley del narco, la gente comienza a preguntarse a quién debe ser leal, a quién debe pagar impuestos, que no son otra cosa que el “pago de servicios” para vivir más o menos bien. Y esa pregunta, no se hace desde un principio moral, sino desde las ideas rectoras del servicio, la eficacia y la competencia. Lo peligroso de la “ideología”, que tanto nos dicen ha muerto, se revela hoy en toda su magnitud. Se vuelve contra sus propios creadores, los adalides del mundo capitalista en el que hoy vivimos.
I. Los hermanos gemelos
El narcotráfico es una empresa netamente capitalista. Lo que actualmente está en disputa es la hegemonía del marcado nacional y una presencia importante, a través de alianzas, en el internacional; no es, además, refractario a la innovación tecnológica; y pone el acento en las ganancias. No existe un solo narcotraficante que no persiga estas metas. Salvo la condena de una legislación que, como ha quedado claro en este país, es el resultado de fuertes intereses que también pretenden maximizar sus ganancias a expensas del trabajador y el consumidor, el narcotráfico es el hermano gemelo, no siempre incómodo, del capitalismo mundial y nacional. Hay un vínculo estrecho, inexistente en términos físicos, pero real en términos de dinámica socioeconómica, entre nuestro hombre más rico del mundo y otro narcotraficante que también aparece en Forbes.
Quizá lo que llama más la atención del narcotráfico es la violencia con que disputa mercados y acrecienta sus ganancias. Se da por descontado que la diferencia entre el capitalista y el narcotraficante es precisamente el ejercicio de la violencia. A uno le está permitido, al otro no. Pero esto no debiera obstar para recordar que los intereses económicos “legales” promueven y financian guerras y muertes a diestra y siniestra. Podría hacerse un recuento, que resultaría escalofriante, de la cantidad de muertos que ha requerido la modernidad nacional. La suma es mucho mayor que los miles de muertos que hoy se atribuyen a la “disputa entre bandas delictivas”. Este recuento, por supuesto, prefiere omitirse, como lo hacen intelectuales de la talla de Zaid para denostar a la universidad. Que el manto de la legalidad capitalista condene el actuar del narcotraficante no lo hace a éste en realidad diferente.
Lo que ahora vemos en este país, como remedo de lo que sucede en otros lugares del mundo, es una lucha entre distintos intereses capitalistas, como en su momento lo fue entre intereses petroleros e intereses financieros. Las guerras a que dan lugar estos enfrentamientos siempre tienen un alto costo para la población en general y para el trabajador en particular. El horror de los asesinatos derivados del narcotráfico no es menor que los generados por la administración de la pobreza, como sucede en este mundo globalizado. Tampoco aquellos son moralmente peores que éstos.
Cruel es y será la solución de esta disputa. Y no hay más que dos caminos: la integración de lo “ilegal” dentro de lo legal, para que entonces su violencia pueda ser “regulada” y “sancionada” como aceptable; o una disputa violentísima que acabe por someter uno al otro, como sucede ya en ciertos países del mundo.
II. El boomerang de los servicios
El triunfo del neoliberalismo afianzó en las conciencias individuales ideas como competencia, calidad y servicio. La valoración del proceder, del pensar, del sentir, se hace con estos criterios. El conjunto de la civilización humana se mide a partir de estos criterios. ¿Acaso no se nos dice ahora que la Revolución mexicana no ofreció una transformación tan radical e importante como sí lo hacen las empresas sin la violencia de las armas? ¿El resultado del esa agitación social fue algo útil, competente y de calidad? Así pues, el mundo está allí como algo más que un objeto a ser explotable; está allí como servicio. Pagar por un servicio, cualquier servicio, es necesario. El precio, que no necesariamente su costo, indica su importancia: entre más caro, mejor, más valorado, más respetado.
La “razón del cliente” decide pagar al mejor proveedor del servicio de su interés. Discrimina en función de eficiencia y calidad. Ya es casi regla general que desdeñe lo público por ineficaz e ineficiente. Lo privado goza de mayor confianza. Se paga, con gusto, a quien presenta la imagen de ser mejor, aunque se carezcan de elementos para hacer tal valoración. ¿Qué chocolate es mejor en nuestro país si prácticamente todos son propiedad de Nestlé?
Esta actitud ante la vida y el mundo coloca al Estado mexicano en una situación desventajosa con respecto al narcotráfico. Su abstracción contrasta con la concreción de éste. Por ejemplo, el caso de la justicia. Mientras dentro del Estado su impartición es lenta, pasmosa, catastrófica e improbable, la del narco es inmediata y eficaz: allí están las cabezas para demostrarlo, allí están los cuerpos mutilados como evidencia. Muy en el fondo todos pensamos que por alguna razón les matan. Se piensa exactamente lo mismo de los que languidecen en las cárceles de este país. Lo mismo sucede en términos económicos: la lentitud estatal y la discreción para repartir los recursos de programas diseñados para paliar la pobreza y el desempleo, contrasta radicalmente con la inmediatez de recursos que despliega el narcotráfico. El crédito institucional se enfrenta con la liquidez del compromiso que impone el narcotráfico. En un contexto de desempleo y pobreza, la lógica estatal se revela inútil, mientras que la del narco sobresale.
Poco a poco, como ya sucede en esas regiones en las que impera la ley del narco, la gente comienza a preguntarse a quién debe ser leal, a quién debe pagar impuestos, que no son otra cosa que el “pago de servicios” para vivir más o menos bien. Y esa pregunta, no se hace desde un principio moral, sino desde las ideas rectoras del servicio, la eficacia y la competencia. Lo peligroso de la “ideología”, que tanto nos dicen ha muerto, se revela hoy en toda su magnitud. Se vuelve contra sus propios creadores, los adalides del mundo capitalista en el que hoy vivimos.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)