La muerte como cascada hace que uno deje de meditar sobre el por qué para preguntarse cómo le gustaría que eso sucediera. Fui elaborando la respuesta mientras la motocicleta me permitía circular amablemente entre ríos de autos detenidos.
Me gustaría morir en Estambul o en Portugal. Me imagino sentado en una pequeña mesa, tomando café, turco o express, mirando el atardecer, cuyas lenguas de luz acarician tejas viejas o cúpulas árabes. Me gustaría morir ahíto de ese atardecer, con demasiado sol en el pecho, con algunas sombras dibujándose en mis ojos. Quisiera fuera rápido, sin aspavientos, sin agonía, sin pena. Que me sorprendiera con el sabor amargo del café en el paladar, con las piernas cruzadas, con las manos relajadas.
Quisiera que los transeúntes me pensaran dormido, y que alguno, audaz, me robara cartera y papeles. En país extraño sería un desconocido. Me gustaría que las autoridades me cremaran y perdieran mis cenizas en algún proceder burocrático.
Preferiría morir sin rehenes de amor, cariño u odio. Lo mejor sería que mis allegados, los que sean y me quisieran, se dieran cuenta demasiado tarde que no regresé de aquel viaje y que no hubiese lugar alguno al cual pudieran ir para manifestar tristeza, arrepentimiento o cólera. De ellos sólo me gustaría que de vez en vez sonrieran al pensarme o se estremecieran al recordarme. Que mi nombre y yo caigamos en el olvido junto con las muertes inevitables de los que al pensarme sonrían o se estremezcan.
Me gustaría que esos mismos que me sobrevivan y me recuerden tomen por asalto mi biblioteca y se lleven los libros que creen gastarán horas leyendo. También me encantaría que mi ropa la tome algún vagabundo ocupado en desgastarse los ojos viendo atardeceres. Y que este blog sea saqueado, que todas sus palabras se las lleve un alguien virtual o una nada real.
Así me gustaría morir.
-- Desde el umbral del mundo