sábado, octubre 09, 2010

¿Quién habla?

Hace algunos días, en clase, me hicieron una pregunta sorprendente. Refiriéndose específicamente a ciertas intervenciones en el homenaje a Bolívar Echeverría, la interesada quería saber si los académicos siempre hablan de esa manera tan rebuscada y hasta cierto punto incomprensible. El tono de la pregunta me eximió de tal desatino. Aunque en ese momento elaboré una respuesta rápida, la experiencia inmediata posterior a esa clase, que consistió en ir a dar una plática a “ciudadanos de a pie” sobre el 68, con sus mitologías y demás cosas, hizo que aquella pregunta continuara girando en mi cabeza. Las respuestas que di me parece tienen su validez. Las sintetizo:
  • Hay una forma del discurso que es propia de la academia. Particularmente el discurso filosófico sienta sus reales en conceptos que si el escucha no tiene claros le escapa el sentido de lo dicho. Lo mismo sucede con el discurso de otras disciplinas. La historia, aunque intenta validarse a sí misma con algo parecido, la mayoría de las veces utiliza el lenguaje común y corriente para decir lo suyo. Lo cual, en mi opinión, es una virtud.
  • Pese a lo anterior, no debiera pasar inadvertido que la academia en general vive inmersa en un mundo jerárquico. Las distancias son fundamentales en ella. Es más, diría que sin una estructura jerárquica no funcionaria del todo. Hasta cierto punto es “natural”, pues su dinámica básica es la del aprendizaje, lo cual implica uno que sabe y otro que quiere aprender. Sin embargo, esa “naturalidad” adquiere visos de otra cosa cuando se antepone la lógica de la meritocracia, la camarilla, el servilismo, y el imperio de los títulos. A menudo, esta otra expresión nobiliaria de la jerarquía hace uso de un discurso abstruso y hermético con la intención de hacer evidente la distancia entre quien habla y quien escucha. Pareciera, incluso, que entre menos claro el decir más complejo el pensar, lo cual es una falacia extraordinaria, pero se “vende” como rasgo distintivo de los “iniciados”.
  • La academia, particularmente la universidad, vive en el incesto permanente. Muchos de sus académicos se niegan a abandonar aquel espacio del saber. A fuerza de repetición y costumbre acaban por confundir su vida con la vida en general. Su voluntad de comunicar su saber termina por restringirse al mercado cautivo de los alumnos y los colegas, que como se sabe, se articula más por una lucha del “breve” espacio académico que por el diálogo razonado para un saber colectivo. Paradójicamente, lo especializado de su discurso lo vuelve inefectivo allí donde es necesario: fuera de las aulas, de los auditorios y de los pilones. De ninguna manera pretendo argüir que los académicos debieran hacer a un lado su lenguaje académico. Pero lo que es preocupante es que si suelen escribir de un modo poco accesible, cuando verbalmente intentan esclarecerse, revelan una extraordinaria incapacidad de comunicación para con la gente en general. Lo cual se siente mucho más cuando intentan ir hacia los espacios que carecen de los tan celebrados rituales académicos de la jerarquía, la meritocracia, los pilones, los sni’s y demás.
  • Dicho todo lo anterior, tampoco puede eximirse al alumno de un esfuerzo por entender aquel discurso que le es propio a la academia. Después de todo, está en la universidad y pertenece, lo quiera o no, a una cofradía que ha inventado su propio modo de ser. Que lo reproduzca o no en su vida es otro asunto, pero que lo debe entender no está, me parece, a discusión.