viernes, octubre 22, 2010

La insurrección cultural. 10 años de vida del Faro de Oriente*

Para Bolívar Echeverría,
que tanto apreciaba este espacio.
In memoriam. 
Isaac García Venegas.

Pensamos, en algún momento, que la derrota definitiva es la que viene con el silencio. El ya no poder decir algo acerca de cualquier cosa, sea por la violencia imperante o por la íntima decisión de darse por vencido. Nunca imaginamos que estas derrotas llegarían con el estruendo, la fiesta, la alegre exigencia de palabras y más palabras. Pero se trata de palabras muertas, que ya no incendian nada. Cuenta una anécdota que el monje, tras décadas de cumplir su voto de silencio, en su último suspiro dijo “fuego” y pronto todo el entorno fue abrasado por las llamas. Esa fuerza contundente de las palabras actualmente es pura ceniza.

            Si en el siglo xix se afirmó que Dios había muerto, desde finales del pasado se dice lo mismo sobre la revolución. Lo dijo Octavio Paz en 1989, lo repiten hasta la saciedad intelectuales e ideólogos de toda ralea. Aquella palabra, aquella idea que dio lugar a sueños inmarcesibles y generó transformaciones formidables con su cauda de violencia, hambre y muerte, hoy día solamente provoca respingos o sonrisas benevolentes. Las conmemoraciones que en este año padecemos como enfermedad y sufrimos como malestar, nos dicen que es necesario recordar para no repetir, tener memoria para olvidar mejor. La nueva fe, cuyo dogma es creer que todo mejorará si se contienen las exigencias de cambiar la situación ya y se atemperan las demandas materiales concebidas como imposibles por los explotadores, arrincona la idea y la palabra de revolución a la tecnología, particularmente al gadget. El hombre nuevo reducido a un iphone. “Ten fe que pronto tendrás uno, a meses sin intereses”, nos dicen. “Serás un revolucionado con crédito y status”, auguran. Pero esta fe no puede explicar, por mucho que lo intente, esa cauda de violencia, hambre y muerte que se vive todos los días aquí y en el resto del mundo sin la presencia o ayuda de las revoluciones de antes.

            Que en su décimo aniversario la comunidad del Faro de Oriente se reconozca como protagonista de una insurrección cultural, adquiere relevancia y contundencia precisamente por este desierto que son hoy las palabras y su consecuente imperio de las derrotas definitivas en medio de la fiesta y el ruido. Esa comunidad se piensa a sí misma a partir de una actitud y de un cúmulo de logros que hace una década se antojaba poco menos que imposible. Se levanta en uno de los lugares más marginales y violentos de la ciudad y del país. Se subleva contra la “exclusividad” de la cultura como patrimonio de los “pensantes-pudientes”. Se rebela contra la expropiación del acto creativo por parte de academias y discursos acartonados. Su hacer insurrecto no necesita de teoría, es una realidad que hoy invade múltiples espacios de la ciudad y nutre la sangre de varias generaciones que allí crecieron y maduraron.

            Si la revolución murió, la comunidad del Faro de Oriente susurra que la insurrección no. Lo que este espacio es recuerda en algo los frenéticos sueños de aquella idea y palabra otrora significativa. Así, quien sepa mirar, hallará por debajo de los festejos fastuosos y la cómoda gana de olvidar que han sido el bicentenario y centenario de las revoluciones de independencia y de 1910, una voz que desde el oriente de la ciudad de México habla de la insurrección posible. Quizá una de sus contribuciones más radicales es darle nueva fuerza a esas palabras: insurrección cultural. Como el monje de la anécdota con respecto al fuego.

Junio de 2010
* Carta editorial del número más reciente de la revista Bitácora.