jueves, octubre 21, 2010

Apuntes sobre la imagen. Ponencia presentada en Xapala, Veracruz

La “normalidad” de la imagen
Quiero comenzar por un lugar común: desde donde se le mire el nuestro es ya un siglo de imágenes. El desarrollo tecnológico de rápida expansión y feliz aceptación, basado en la triada divina de precio, resolución y portabilidad, ha propiciado la incorporación plena de la imagen fija y en movimiento en la vida cotidiana. Cada vez parece menos posible una realidad sin imágenes. Es más, pareciese que ella sólo puede ser en tanto que se reproduce en una imagen. El tono, de reminiscencias torcidamente hegelianas, sirve para pontificar la máxima “sólo lo que tiene imagen es real y sólo lo que es real tiene su imagen”. A menudo pienso que la democratización de la imagen se refiere a esto antes que a cualquier otra cosa, es decir, al consumo tecnológico que confunde uso con comprensión, abuso con saber.

En nuestro siglo de las imágenes, esta máxima pasa por ser cosa "natural". Si se considera todo lo que hoy pueden los "gadgets", pareciese efectivamente que no podría ser de otro modo: cámaras fotográficas y de video “incitan” a “grabar” la realidad para “conservarla”, “transmitirla”, “compartirla” ( todas ellas ciertamente consignas publicitarias). El corolario obvio de esta supuesta naturalidad es que el “testimonio visual” es criterio fundamental de veracidad o bien prueba irrefutable de una cada vez más soñada horizontalidad. Hay que ver lo que sucede en redes sociales, en blogs, en páginas y páginas electrónicas para comprobar esta “verdad palmaria” del siglo de las imágenes.

Acontece lo mismo fuera del mundo virtual. Nos dicen que casi no hay cosa que no tenga su propia imagen. Esto se nota, por ejemplo, en las revistas, en los periódicos, y también en los libros, supuestos territorios predilectos de la palabra. Ya es “normal” encontrar en ellos un énfasis particular en el uso de imágenes para ilustrar, llegando incluso a convertir la palabra en ancilar de la imagen: "con que esté bien ilustrado es suficiente", "con que muestre aunque no diga es ya un producto valioso".

Los medios masivos de comunicación, particularmente la televisión y el cine, cuyo sustento “informativo”, de “entretenimiento”, por supuesto no exento de manipulación, se encuentra en la imagen, le dan una vuelta de tuerca más a esta "naturalidad" de la imagen. Recuérdese los casos del senador Santiago Creel y del “fenómeno” Juanito: mientras a uno lo borraron de los noticieros, al otro lo convirtieron en presencia recurrente. Uno corrió el riesgo de dejar de existir, mientras que el otro adquirió, precisamente, existencia. Todo gracias a la imagen, a su “normalidad” en la vida cotidiana. Hoy Juanito no existe ni como parodia de sí mismo y Creel vuelve a existir él si como parodia de sí.

    Siguiendo el derrotero del lugar común, podría decirse, parodiando a un sabio judeoalemán, que el actual mundo (burgués) aparece ante nuestros ojos como un gran cúmulo de imágenes. Sin parodiarlo tanto, puede decirse también que entonces de lo que se trata es de desentrañar su “secreto”, de ir más allá de su mera consignación y comprobación, como lo hace el lugar común. Es decir, traspasar la superficie aparente, cómoda y festiva de la imagen. Promover una aproximación menos confiada y más cuidadosa a la imagen como instrumento, herramienta u objeto es una de las líneas de trabajo fundamentales del Laboratorio Audiovisual del CIESAS.

“Nadie es inocente”
Fundado formalmente en 2006, las actividades del Laboratorio Audiovisual del CIESAS dieron inicio con la primera sesión del seminario abierto “Las Ciencias Sociales en el Mundo Audiovisual”. El objetivo central con que se creó, y que le sigue dando consistencia, es la reflexión sobre la imagen: sus implicaciones (sociales, políticas, éticas, etcétera), sus alcances y limitaciones. Con sus 52 sesiones, este seminario nos ha permitido alimentarnos de las ideas, experiencias, estudios y producciones de antropólogos, historiadores, sociólogos, comunicólogos, documentalistas, directores de cine y fotógrafos.

    Por la cantidad de sesiones y por la calidad de las intervenciones, resulta en extremo difícil resumir en unas cuantos renglones lo allí dicho a lo largo de poco más de cuatro años. Si bien nuestra intención es compilar lo que consideramos las sesiones más significativas para publicarlas como un libro (de papel y electrónico), creo que para este encuentro, y particularmente para esta mesa, es necesario rescatar y explicitar lo que pienso puede identificarse como el argumento central e hilo conductor que ha cruzado todas esas exposiciones, ya sea porque los expositores lo han enfatizado o porque la discusión lo ha sacado la superficie.

    Se trata de una suerte de certeza que afirma que en torno a la imagen “nadie es inocente” (para robarme el título del documental de Sarah Mister). No lo es quien toma o produce la imagen ni quien la edita ni quien la vende o difunde ni quien la consume ni tampoco lo es quien fabrica los aparatos e insumos con que se capturan, editan y publican. Por eso, lejos del optimismo del lugar común, que le atribuye a la imagen dotes explicativos superiores a la trasnochada palabra, que le reconoce un valor en sí y por sí mismo, que la ata a la tradicional y mística idea de ser un “retrato fiel” de la realidad, o que supone se encuentra en momento excepcional que la empuja, irremediablemente, al reino de la horizontalidad, para quienes hemos participado de manera constante en el seminario nos ha quedado claro que la imagen tiene lo que podría llamarse una sugerente pero no por eso menos difícil "condición poliédrica". Precisamente porque “nadie es inocente”, la imagen convoca discrepancias y lecturas diversas que confirman un uso, muchas veces simultáneo, e incluso contradictorio, que va de la comunicación a la representación, de la ilustración al afán demostrativo, de la conservación al registro, de la sugerencia a la imposición, de la inducción a la manipulación, de la obnubilación a la saturación , etcétera. De tal manera que ella es, más que “criterio de veracidad” o "testimonio de horizontalidad", “perspectiva ante realidad”.

Los riesgos de la perspectiva ante la realidad
Semejante obviedad, que a decir verdad no lo es tanto, adquiere connotaciones particularmente conflictivas y delicadas porque sucede en medio del vértigo incontenible del desarrollo tecnológico. La facilidad con que hoy se producen imágenes no sólo eleva a rango de real lo que ellas capturan sino que incluso las trivializan hasta lo irrisorio (tú graba que después vemos para qué sirve). Si la imagen es "perspectiva ante la realidad" el problema es que su trivialización, facilitada por la accesibilidad tecnológica, la somete a un relativismo de tal magnitud que vuelve poco menos que imposible acometer su comprensión. Así, no tan paradójicamente, el siglo de las imágenes parece ir afianzando nuestra condición de espectadores pasivos que no pueden sino maravillarse ante el "cúmulo de imágenes" que nos inunda y ahoga, con su múltiple y diversa oferta, cuyo relativismo es sano y loable. De alguna  manera está sucediendo lo que narra Win Wenders en su película Hasta el fin del mundo.
  
En nuestro seminario como en este taller se ha reiterado una y otra vez la necesidad de que el documental, que es imagen por excelencia, sea exhibido y consumido. El primer día de este evento Scott Robinson hizo una breve alusión al hecho de que si bien es cierto el documental no es materia de consumo para la televisión comercial y los circuitos comerciales de cine, posee sus propios circuitos de distribución "alternativos" que no por multiplicarse logran, quieren y pueden romper con su aislamiento con respecto a las instancias de toma de decisiones, es decir, los lugares que importan en cuanto a políticas públicas se refiere. Y Rebollar nos dijo que de plano abandonó todo eso en favor de un asunto más personal e introspectivo. Pareciese entonces que el desarrollo tecnológico, por varios motivos fascinante, está fomentando una suerte de "tolerancia simulada" que se aviene muy bien con la trivalización de la imagen y su consecuente relativismo arrobado circunscrito a los circuitos alternativos de exhibición y difusión.
  
De tal suerte que si nadie es inocente me parece un poco ingenuo suponer que el desarrollo tecnológico está necesariamente favoreciendo una relación mucho más fructífera con la imagen. Lo que hoy prolifera, en el mejor de los casos, es el registro espontáneo de segmentos de la realidad, cuya utilidad para los científicos sociales es sin duda enorme. Sin embargo, como bien lo saben ustedes, de eso al documental hay una distancia como la mar de grande. Y es que imágenes sin afán de decir y comunicar algo, de manera voluntaria, racional y deliberada, son cualquier cosa menos algo parecido al documental o a un producto visual solvente o si se quiere al cine. Es la diferencia, creo yo, entre generar imágenes y producirlas, hacerlas y pensarlas, ofrecerlas como testimonio o como discurso. Siempre, claro está, con la clara conciencia de que nadie es inocente. Los filtros, espejos, retinas debiera obligarnos a desconfiar de la naturalidad y transparencia de la imagen. Solo así, quizá, se pueda comenzar a desmontar la hegemonía de ciertos discursos visuales que imperan incluso en la transferencia de medios y en lo que se suele considerar "alternativo" dentro de nuestra "tolerancia simulada", hoy globalizada.