Eso de las coincidencias suele perturbarme. ¿Quién lo diría? Previo a atenderme, el ejecutivo del banco la atiende a ella. La observo. Sólo la he visto en fotos. Y las fotos, como siempre, indican que la vida sigue su camino. Regreso a pie. Las calles, la gente, ese pobre chavo asaltado y golpeado, el otro drogado, la contaminación, el sol –como aquel único ojo de JEP–, el metro, la niña de la calle, el ruido, todo eso son hoy los senderos de mi andar. Y en el mundo virtual me encuentro las otras fotos que me hacen pensar en ese modo extraño de ser que concede beneficios de la duda donde no los puede ni debe haber. Saberse, en eso, fastidiosamente amable. Comprender el derroche de energía, de tiempo, de sentimiento, para saberse cansado. Tomar el libro y encontrar lo necesario para decir adieu. Toparse, sorpresivamente, con la calma que no perturba la salsa que desmesurada sube por el aire mientras alguien baila y silba. Dejar que la pluma escriba:
Poros heridos
El sol niega el bálsamo
Nostalgia plena
Arrancar la hoja para hacerlo avión de papel. Ir al puente que cruza la avenida. Detenerse justo en medio. Lanzar el avión y verlo descender lentamente hasta posarse en las vías del metro. Esperar a que el metro pase para arrollar esas palabras, esa hoja, ese avión. Decirse adieu para emprender el regreso. Ver a ese otro chavo que vacila. Preguntarme si el asalto viene. La desconfianza entre ambos se siente como viento polar. Y decir "buenas días" como inicio radical después del suicido de aquellas palabras...