El proceso electoral que culminará en Julio de 2012 provoca mucho ruido y demasiadas confrontaciones. Todo ello dificulta el análisis de lo que está pasando. La ansiedad de insertarse en la corriente de la superficie es de tal magnitud que la mirada penetrante queda extraviada o ignorada. El único acto de ciudadanía válido sería precisamente el ejercer y contribuir a ejercer este tipo de mirada.
Por vivir en la ciudad de México, me interesan las elecciones presidenciales y de Jefe de Gobierno del Distrito Federal. En ambos procesos ya hubo un debate; en el primero, organizado por Instituto Federal Electoral; en el segundo, por el periódico Reforma. Al analizar cuidadosamente ambos debates salta a la vista un hecho que creo se toca tangencialmente. Ambos procesos electorales, vistos como si fueran uno solo, pone de manifiesto el cambio cualitativo que estamos presenciando en favor de lo que suele llamarse “candidatos ciudadanos”, o por lo menos, candidatos cuya “lejanía” con respecto a los partidos políticos es notoria. ¿Tiene esto algún significado?
A primera vista, si se toma al conjunto de candidatos a presidente y jefe de gobierno, tenemos la presencia de seis políticos –Josefina Vázquez Mota, Enrique Peña Nieto, Andrés Manuel López Obrador, Beatriz Paredes, Miguel Ángel Mancera y Rosario Guerra– y dos “candidatos ciudadanos” –Isabel Miranda de Wallace y Gabriel Quadri–. Con todo y lo cierta que es esta apreciación, ofrece una falsa perspectiva de lo que está sucediendo.
En primer lugar, los supuestos “candidatos ciudadanos” no lo son en general. Se trata de empresarios que incursionan en el proceso electoral disfrazados de ciudadanos. Con esto no quiero decir que no sean ciudadanos, sino que lo son de una manera particular, como empresarios. En segundo lugar, Josefina Vázquez Mota, Enrique Peña Nieto y Miguel Ángel Mancera, formados todos ellos de una u otra forma en instituciones de educación superior de carácter privado, poseen un perfil aceptable para el mundo empresarial del que vienen Wallace y Quadri. Ciertamente, Mancera realizó parte de sus estudios en la UNAM y en la UAM, pero también allí donde estudió Peña Nieto: la Panamericana.
Por su parte, Andrés Manuel López Obrador, Beatriz Paredes y Rosario Guerra estudiaron en la UNAM. Los dos primeros tienen una larga carrera político-partidaria, y la última, aunque cuenta en su haber con puestos de elección popular, su perfil es más orden burocrático. Probablemente son a ellos tres a los que el empresariado ve con menor simpatía.
Hasta las elacciones de 1988, el empresariado mexicano había establecido alianzas o se había confrontado con el partido en el poder. En aquella elección, de la mano de Maquío, los empresarios quisieron ponerse en el lugar de los políticos bajo el lema de “Nosotros sí sabemos cómo hacerlo”. Pese a las apariencias, esta decisión funcionó correctamente. La inestable situación derivada de aquella elección les ofreció un panorama redituable: aliarse con el “cuestionado” presidente de entonces para hacerse de jugosos negocios. Actualmente, al parecer, ya no quieren “aliarse” con los políticos, sino sustituirlos por completo. Lo que hay en Vázquez Mota, Peña Nieto, Wallace y Quadri, es una identidad con lo empresarial. Sienten que forman parte de ese ámbito. Por tanto están dispuestos a dar todo por ese ámbito. Basta con verlos en sus formas de vestirse, expresarse, actuar. Y precisamente por esto, aunque sus propuestas difieran en algún sentido, Mancera puede incluirse dentro de esta línea. Su acicalamiento, su modo como mueve las manos, su reloj desproporcionado, etcétera, lo vuelven demasiado similar a los otros candidatos.
Pero el secreto de la elección actual está en el ensayo que realiza el empresariado. Ya se dijo que, tomando en conjunto la elección presidencial y la de Jefe de Gobierno, cinco candidatos cuentan con la simpatía del sector empresarial. De estos cinco, tres constituyen el núcleo del experimento empresarial. Me refiero a Quadri, Mancera y Wallace. De ellos tres se exalta, en todo momento, el hecho de que proceden de un ámbito distinto al de los políticos, cosa que no se puede afirmar con respecto a Vázquez Mota ni Peña Nieto. Mucho menos con respecto a López Obrador, Paredes Rangel o Guerra Díaz. Lo que el empresariado está evaluando en el desempeño de Quadri, Mancera y Wallace es la pertinencia de generar sus propios candidatos, como ya lo ha hecho entre diputados y senadores. Y el experimento parece indicarles que la decisión es favorable: Mancera seguramente ganará la elección para jefe de Gobierno del DF y Quadri ha mostrado cierta eficiencia al asegurar un porcentaje de los votos que garantizará la sobrevivencia electoral de Nueva Alianza. La candidata Wallace, pese a sus yerros, es la que más ha insistido en la pertinencia de que sean “los ciudadanos” los que tomen el poder político. Entiéndase que al afirmar esto ella piensa más en el ciudadano empresario que en el ciudadano común y corriente.
En el debate organizado por Reforma, Paredes Rangel lanzó a Mancera una pregunta venenosa: ¿está de acuerdo con la postura de López Obrador con respecto a los medios de comunicación masiva? Como pudo, Mancera respondió dejando claro que para él los medios de comunicación masiva son de lo más importante. Sin decirlo, y tal vez sin pretenderlo, puso sobre la palestra la idea de que López Obrador se equivoca o por lo menos exagera en su postura con respecto a Televisa. No es difícil imaginar la satisfactoria sonrisa del empresariado que para Obrador sólo tiene desdén e indiferencia, según se dijo al terminar su encuentro con los empresarios de los seguros. Para los empresarios, Mancera aparece reiteradamente como un candidato que no es político, sino “profesional y estudiado”, como Quadri.
No cabe duda que Vázquez Mota y Peña Nieto también forman parte de este experimento, pero son más su periferia que su núcleo. Sin embargo, sus antecedentes “como políticos” obligan a pensar en las alianzas antes que en la suplantación de candidatos. Como antaño los burgueses, que hubieron de hacer concesiones a los terratenientes, al parecer hoy los empresarios siguen dispuestos a hacer concesiones a “ciertos” políticos, esos que por su formación “pueden comprender” las necesidades de este sector.
Comparados, incluso desde la mera perspectiva de la imagen, Paredes Rangel y López Obrador contrastan con Vázquez Mota, Peña Nieto, Wallace, Mancera y Quadri. Son políticos. Una proviene del sector campesino, el otro de movimientos populares. Son “disfuncionales” para el empresariado. Sus bases de apoyo son, para los empresarios, irrelevantes por ser parte de eso que lo mismo Paredes que López llaman pueblo o clases populares. Por eso se enojan los empresarios de los seguros con López Obrador: lo que ellos quieren es sustituir al pueblo por consumidores, razón por la cual no ven por qué hacer concesión alguna a “este trasnochado” que anda pensando en el bien del “pueblo”. Y de Paredes le aceptan su folclor, pero ninguna otra cosa. De hecho, esta política ya duerme el sueño de los justos. De Guerra Díaz ni siquiera se toman la molestia en considerarla.
Así las cosas, si todo resulta como las encuestas dicen, Peña Nieto y Mancera serán respectivamente Presidente y Jefe de Gobierno. El empresariado estará de plácemes. Y tendrá seis años para evaluar el camino a seguir: las alianzas, estilo lo que sucede a nivel federal, o la sustitución, estilo lo que se experimenta en el Distrito Federal. Sea el camino que sea, se habrá anotado un punto a su favor: que el ciudadano que participe electoralmente para ocupar los puestos de decisión importantes sea “profesional y estudiado”, pero sobre todo, que pertenezca al ámbito empresarial. Ciudadanos empresarios en lugar de políticos de cualquier naturaleza o ralea.
Desde esta perspectiva, a lo que asistimos es al tiro de gracia del ciudadano, incluso en su versión en extremo disminuida del ciudadano propuesto por el mundo burgués. Nos hallamos ante una farsa enorme que utilizando conceptos de alguna relevancia (ciudadano, democracia) los vacía todo de contenido en favor de la acumulación de capital. Cuando el empresario Miguel Sacal golpeó a aquel botones del edificio en el que vive, no hizo sino presentar grotescamente lo que el empresariado en general pretende para el país: el ciudadano empresario que quiere prescindir del ciudadano común y corriente.