lunes, mayo 28, 2012

¿Qué cambiar?


Por un momento, déjese de lado el entusiasmo. En este país existen varios movimientos con reclamos en extremo justos: el Ni una más, el No más sangre, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, y el floreciente #Yosoy132. Esto por mencionar tan sólo algunos que, si se hace memoria, pueden sumarse a otros tantos como el del EZLN, los rechazados, los ecologistas, etcétera. Vistos desde el mero entusiasmo, todos ellos parecen significar una insurgencia políico-social que promete nuevos horizontes para el país. Sin embargo, vistos con detenimiento, estos movimientos no son lo mismo ni persiguen los mismos objetivos. No me refiero, por supuesto, a la evidente diferencia de sus consignas o proclamas, sino a algo más trascendente: mientras el EZLN sintetizó en 10 puntos un reclamo que no sólo compete a las comunidades indígenas, los otros sí se centran en demandas o problemáticas concretas: las muertas de Juárez, las víctimas de la llamada guerra contra el narcotráfico, la devastación de la naturaleza, y ahora la democratizaición de los medios de comunicación.


En su mayoría se trata de movimientos de orden democrático-reformista con fuertes dosis de moral cristiana. Unos tienen como fundamento la injusticia y la muerte; otros, un conjunto de valores que reclaman como genuinos y suficientes para hacer que el sistema capitalista funcione "correctamente". Se trata de movimientos que, al parecer, dentro del idílico funcionamiento de un capitalismo democrático desaparecerían porque sus demandas estarían satisfechas: justicia para muertos y víctimas, información para el "empoderamiento del ciudadano", corresponsabiidad con la naturaleza, etcétera.


El problema reside en que el capitalismo no puede otorgar eso que desde el reformismo se busca. Sé bien que se citan cualquier cantidad de ejemplos para demostrar que en países donde la justicia se aplica "sin distingos" los ciudadanos florecen como árboles frutales. También sé de aquellos ejemplos que resaltan la "competencia" como necesaria para el "empoderamiento del cuiudadano" a través de la información, etcétera. Pero eso, bien lo saben quienes lo enarbolan, es mera referencia a lo que "debiera ser" pero que no es. Para comprender bien lo que el capitalismo implica hay que mirar las zonas marginales: esas que no tienen internet, que carecen de servicios, que padecen hambre y enfermedades. Esas zonas en las que las poblaciones viven en el desamparo absoluto y que no merecen otra cosa que misiones, comisiones, golpes de pecho, encendidos discursos y a veces una que otra política pública o un concierto. Zonas de devastación natural y humana en las que no hay hashtag. Habrá quien piense que hablo de África, pero las zonas marginales se encuentran lo mismo en Estados Unidos que en cualquier otro país del mundo. Esas zonas son el verdadero rostro de capitalismo, no son su fracaso; son su oxígeno: necesarias para su funcionamiento adecuado. Eso no tiene salvación dentro del capitalismo, a menos que ofrezca la posiblidad de un negocio y unas ganancias tan redituables como las que de hecho ahora da.


No cabe duda que hay una nobleza infinita en los que participan en los movimientos sociales mexicanos. Preguntarle a un candidato, por ejemplo, si en verdad se va a comprometer con el dolor que siente una madre que ha perdido a una hija es, con lágrimas, otorgar el beneficio de la duda a quien no puede hacer otra cosa que ofrecer discursos y promesas. ¿Cuáles son los mecanismos que se pueden construir para que ese compromiso se honre, con las consecuencias que implican su cumplimiento o no? Exigirle a un par de empresas que se democraticen es en verdad actuar de buena fe. A mí esto es lo que más me conmueve de todos estos movimientos. Su infinta nobleza que, dadas las circunstancias, se enarbola como nueva revolución.


Que esta nobleza infinita puede gestar y precipitar cambios en nuestro país es algo que no admite discusión alguna. Esto es cierto y seguro sucederá. No obstante, estos cambios pueden circunscribirse al "adecuado" funcionamiento del caos y la barbarie (que esto no se viva como tal, que haya toda una legislación a la cual acogerse cuando algo no funcione como "debiera", etcétera), o en verdad bregar porque ni siquiera en el horizonte aparezca el caos y la barbarie. En otras palabras: puede lucharse por un cambio de régimen o por un cambio de sistema.


A mi parecer dentro del "movimiento" #yosoy132 ya está apareciendo esta disyuntiva. Un sector de los jóvenes dirige sus baterías a un cambio de régimen en donde los medios de comunicación, sin dejar de ser empresas, ofrezcan información veraz que haga contrapeso a su propia naturaleza de "cuarto poder". Otro sector comienza a recordar que este país vive en medio de un cúmulo de agravios y que la democratización de los medios no es ni siquiera la parte fundamental para darle solución a esta problemática. ¿Qué es lo que hay que cambiar? ¿El régimen o el sistema?


La disyuntiva, que a fin de cuentas no admite negociación entre uno y otro término, se posterga porque el "movimiento" #yosoy132 nace atado a una coyuntura electoral. Es la elección presidencial la que está dictando el "timing" político y establece sus contornos. Unos se declaran "apartidistas pero no apolíticos"; otros al afirmarse en el antipeñismo abren la posibilidad de un voto masivo en favor de cualquier otro candidato. Lo uno y lo otro andan más por el cambio de régimen que por el cambio de sistema. Ambos se mueven frente a la "urgencia" electoral.


Como los movilizados se dan cuenta de esto, se proponen promover el voto razonado como objetivo central. A su parecer es lo único que mantendrá unido el "movimiento". Lo cierto es que la circuntancia a la que nació atada este "movimiento" hará pedazos este precario compromiso de unidad. Razonar el voto, como proponen, supone al menos dos cosas: tener la información pertinente para votar por cualquier otro candidato que no sea Peña Nieto, o por el contrario, organizar un voto nulo masivo. La primera opción dará rienda suelta el voto comprometido y al voto útil en favor del PAN y del PRD. La segunda, la menos probable, provocaría un serio revés tanto al régimen como a los partidos políticos actualmente contendientes, porque daría cuenta de la nula credibilidad que tienen frente al sector electoral mayoritario.


Sea cual fuere el camino a tomar por el "movimiento", lo cierto es que hasta ahora parece no movilizarse más allá de la idea de un cambio de régimen. Sobre el particular vale la pena hacer una adevertencia, no tanto para los jóvenes movilizados, sino para el candidato que resulte beneficiado por el voto masivo de aquellos. Estos "jóvenes" no llegarán a la elección desgastados. Todo lo que se les diga y prometa, lo tendrán presente. No lo olvidarán. Si quien resulte ganador de la elección no cumple con las expectativas reformistas de estos jóvenes movilizados, no habrá ya oportunidad para la credulidad, la nobleza infinita, el beneficio de la duda. Aunque #yosoy132 no está por un cambio de sistema, defraudarlos los arrojará a un descontento que, sumado al de otras generaciones anteriores, quizá nos coloque ante la posibilidad real de un cambio de sistema.