Mi vida está llena de ustedes. Por mero azar y por elección. Cuando hago el recuento encuentro que he sido adoptado tantas veces que no me alcanzarían todas las intenciones para felicitarlas en este o cualquier otro día.
Andar por la vida protegido y acosado por sus palabras, sonrisas y preocupaciones es toda una experiencia. Siempre supe que uno no se asoma al mundo a solas. Pero hoy sé que a cada paso me siguen desesperadas porque a su parecar no hallo lugar en el mundo. Quisiera que supieran que ese es precisamente el camino elegido. Agradezco sus rezos. Sé bien que en este no hallar lugar en el mundo poco de agradable habría si no fuera por esos susurros que a la distancia repiten una y otra vez.
De vez en vez me detengo en este andar extraño. Cansancio y fascinación se mezclan. Por muy extraño que parezca a veces logro poner todo en orden y en silencio. Entonces cada uno de sus rostros pasan ante mí. Incluso puedo reproducir el tono de cada una de sus voces, lo cual no deja de desconcertarme. Las miro detenidamente como mujeres. Las quiero infinitamente. Sin pretenderlo han sido las interlocutoras privilegiadas de mis pasos, de mis pensamientos, de mis dolores.
Rumiando la vida, los camellos viven en el desierto. No me he cansado de comparar la realidad real con el desierto. Al igual que los camellos, rumio sus nombres. Porque hasta la fecha no encuentro algo más divino que ustedes. Lo digo sin ánimo de loa fácil. Lo son porque son dadoras de vida y también de muerte. Para ustedes, como dioses, no hay parcialidad posible.¿Cómo podrían? Aman o no aman, quieren o no quieren, se ocupan o no se ocupan. Pero yo, queridas, soy parcial, insidiosamente parcial. Me he negado a gestar vida, me niego a aceptar que solamente ese es el camino de la vida. Me prodigo en muchos sentidos y en cada uno de los que se cruzan por mi camino dejo algo de mí: una mirada, una sonrisa, una palabra, un aroma, una caricia, un abrazo, una despedida, un escrito. Mas no pierdo de vista que yo tan sólo soy residuos de mí, mientras ustedes son siempre totalidades. Quizá por eso entre bromas y veras hablo de equilibrios cósmicos. Ustedes son mi equilibrio. Dudo que yo sea el suyo.
En todos los horizontes que se me presentan las llevo muy a mi pesar. Sé bien que algunos les disgustan o aterran. Sé que se preguntan cómo es que puedo ir hacia o siquiera ver esos horizontes. El otro día mi madre me preguntó si no me daba miedo la soledad, si siempre iba a estar solo. Para responderle, a mi vez le hice una pregunta: ¿qué es estar solo, madre? Ella solamente me miró con una de esas miradas largas de la vejez. No dijo nada. Quizá no tenía respuesta o prefirió guardársela. En esa mirada supe que no gusta de todo lo que yo miro, pero aun hasta hoy tiene el encanto de tomarme de la mano, acariciar mi cabello y darme un beso. Justo como lo hacen todas las madres que por una decisión inexplicable me adoptan. Digamos que a mí, en particular, no se me puede acusar de tener poco madre: porque tengo muchas, y todas, al parecer, caminan a mi lado tomándome de la mano, acariciando mi cabello y dándome un beso. Privilegios de los que gozo, merecidos o no, lo mismo da.