¿Qué nombre puede tener cada barrote? Miedo, precaución, distancia, seguridad, confinamiento, introspección relativa. Son seis los barrotes que verticalmente cruzan de lado a lado el ventanal. Un ventanal alargado, como los de antes, cuando las casas de los ricos eran señoriales, majestuosas, completamente ajenas y lejanas al hacinamiento que hoy prevalece. Los techos altos, los espacios amplios y abundantes, la comunicación con la calle inocultable. Tiempos lejanos aquellos. Los barrotes son una herida memorable que lo recuerda obstinadamente.
Allá dentro se escucha el piano. Por el tono se colige que es viejo. Sus notas desprenden la pátina de lo añejo, si es que eso se puede decir de la música. Resulta casi inevitable pensar que sus teclas son ya amarillentas, algunas con grietas esculpidas por el paso del tiempo y de los dedos. Es música para ballet: parsimoniosa, serena, útil para marcar suavemente los pasos del ejercicio. Sus notas inducen a pensar en hojas y ramas moviéndose suavemente bajo la cadencia del viento; incluso en pequeños remolinos que bailan por las calles desérticas de una noche cualquiera en esta gran ciudad. Más aguda que grave, la melodía dicta su propio ritmo, un ritmo que manos, brazos, piernas, tronco y cabeza deben seguir.
Las bailarinas se duplican frente a los espejos. Sus puntas marcan la tensión de sus piernas largas, delgadas y fuertes. Sus espaldas, perfectamente marcadas y erigidas, dejan ver el arco lumbar que reta al universo geométrico. Sus brazos extendidos dulcemente a la vez que con fuerza clara, culminan casi siempre con esa postura de la mano tan inolvidable: el dedo índice ligeramente más levantado que el resto. Todas peinadas de la misma forma: colas de caballo que exaltan sus cuellos de porcelana. La barbilla, algo levantada, les da ese aspecto de desdén al mundo que muere a sus pies. No sé por qué pienso en Lilit.
Música, cuerpos en movimiento, el hálito del mundo creándose es lo que está allí, tras los ventanales. En cada ventanal hay seis barrotes. ¿Qué nombre puede tener cada barrote? Un señor se acerca y pregunta: “¿no es una lástima que seamos espectadores totalmente ajenos a lo que allí sucede?”. Lo miro largamente. Pienso que Lilit supo cómo escapar de esos y otros muchos barrotes y cárceles, particularmente de los que Dios le destinó. La música termina, las bailarinas se relajan, y yo sigo mi camino, perseguido por la idea de que la danza en algo se parece a Lilit.