viernes, junio 24, 2005

historia

No me preguntes, no lo sé. Podría recitar una retahíla de frases que dan cuenta de la historia, y atenerme a cualquiera de ellas, e incluso a todas, para explicar mi inclinación, o mejor aún, mi decisión profesional. Es más, podría decirte, como muchos otros, que una lectura de Ivanhoe lo decidió todo. Pero no, ni Walter Scott ni Miguel Zévaco tuvieron nada que ver.

Mucho menos sé si de algo sirve. Como que tropezar de nuevo con la misma piedra es signo de que la historia no enseña gran cosa o bien no aprendemos de ella lo que debemos o lo que necesitamos. El problema, como siempre, está en quien estudia, no en la cosa estudiada. Si la historia no es un juez (por muy venerable que sea la tradición que así la ve) tampoco es una maestra aplicada que dicta, evalúa y espera que sus alumnos atentos saquen 10, colocándoles una estrellita de cinco picos en la frente. En todo caso, es el historiador el que padece de esa necesidad, por eso su vocación a la palabra, a la investigación, a la docencia, a la difusión. Decir y enseñar lo encontrado es su sino, aunque su voz no llegue, a veces y por desgracia, más allá del círculo selecto que le atiende y le entiende. Desafortunadamente muchos sucumben al fárrago como sustituto de la comprensión.

Te obstinas en que diga mis razones “personales”. Concedo a tu petición aunque probablemente te quedes en el más pleno desconcierto. Los derroteros que a ella me llevaron fueron las dudas. Dudas triviales y personales, a veces dudas vitales; dudas que no siempre pude formular correctamente. Pero todas ellas referidas a mí y al mundo en que vivo. Creo que ella es tan sólo un camino, tan válido como cualquier otro. El secreto, si es que lo hay, está en la duda. Conozco gente que no se pregunta absolutamente nada. También los hay que si se cuestionan algo, prefieren postergar la respuesta y avenirse bien al marco mundial que respuestas tiene para todo. Y están los otros, esos que Saramago, en otra circunstancia y por otras razones, define muy bien:

Viaje según su propio proyecto, dé mínimos oídos a la facilidad de los itinerarios cómodos y de rastro pisado, acepte equivocarse en la carretera y volver atrás, o, al contrario, persevere hasta inventar salidas desacostumbradas al mundo.

Creo que de gente así surgen los historiadores y los filósofos y los literatos y los músicos y.... Cada quien inventando las salidas desacostumbradas al mundo; cada quien dando mínimos oídos a la facilidad de los itinerarios cómodos. Esta es la vena del historiador. Aquí está su núcleo nervioso.

Lo que le sucede en este andar sobre las dudas es que sus horizontes se amplían, a veces de modo inesperado y aún impensable. Digo sus horizontes porque me refiero a los dos: a los del pasado y a los del presente. Si me permites una imagen, te diría que el historiador está en medio de dos abanicos que con el paso del tiempo se van ensanchando en radio y alcance, hasta volverse casi un círculo perfecto que se expande lenta pero regularmente.

Cuando llega a este punto, las respuestas del historiador son más finas, más inteligentes, más precisas. ¿Cómo no habría de tener una pretensión magisterial? Pero al mismo tiempo, corre el riesgo de paralizarse. Son tantos los “asegunes” y las “aristas” de las decisiones, que puede acabar paralizado, placenteramente escondido en su torre de cristal, ahogado en la más plena incapacidad. Yo creo que para salvarse de eso es preciso recordar lo que Gabriel Celaya escribió sobre la poesía:

Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos, dar un sí que glorifica.
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo, estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, llevándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido,
partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren,
y canto respirando.
Canto y canto y cantando más allá de mis penas,
de mis penas
personales, me ensancho, me ensancho.

Eso mismo: tomar partido hasta mancharse; ensancharse, ensancharse. Eso es lo que creo. Sustituye “poesía” por “historia” y encontrarás alguna respuesta a las preguntas que me haces. Incluso por qué la una y la otra son tan hermanas, y por qué cada una tiene sus musas.