lunes, junio 13, 2005

Titubeo

Siguiendo una leyenda gnóstica, Cioran afirma que “la causa de la historia sería un titubeo y el hombre el resultado de una vacilación original”. Sucede que allá en los orígenes, cuando el hombre todavía no era hombre, hubo ángeles que no supieron qué hacer frente a la lucha entre Miguel y el Dragón. La indecisión les volvió meros espectadores. Todos esos mirones desmemoriados (no recordaban nada de aquel combate titánico) fueron enviados a la tierra para aprender a optar, para redimirse de aquella incapacidad originaria para elegir un partido. Tal vez por eso, me digo yo, el mundo tiene algo de destierro, de redención, de aprendizaje en el exilio, y de añoranza por lo no recordado pero a menudo intuido.

Obligados a decidir, exigidos a actuar. Tal nuestra “condena”. Al decir de Fernando Savater es precisamente esta condición la que nos hace plenamente humanos. Pero plenamente humanos en esa condición de exilados. Porque la experiencia misma del titubeo, de la indecisión, parece recordarnos que no siempre pertenecimos a este mundo ni siempre estuvimos condenados a la libertad ni a lo que ella implica. En esos momentos ¿no percibimos lo que después la acción misma no alcanza a explicar del todo? Por eso la indecisión tiene algo de muerte simbólica para nosotros. Probablemente en aquella duda que paraliza nos viene la intuición de cuando vimos a los ángeles pelear y perplejos nos convertimos en espectadores que paradójicamente decidieron no sumarse a eso que en tierra condenamos: la guerra inútil que todo lo divide entre el bien y el mal... Es la punzada de una muerte simbólica. La indecisión es un abismo en el que permanecer por más tiempo del necesario dicta sentencia.

Actuar, decidir, para en este mundo estar...