En las noticias de hoy se habla del secuestro completo de una familia que a su vez constituía el total de un caserío en el estado de Guerrero. El motivo, según denuncia lo que entiendo es el patriarca de esa familia, es presionarlo a él para que dé información sobre los familiares y amigos de otros dos connotados ecologistas de guerrero, hoy ya secuestrados. El hecho provoca desconfianza entre las organizaciones ecologistas, sometidas a persecución y represión por parte de bandas delincuenciales, cuando no indiferencia por parte de los gobiernos locales y estatales. Para otros genera sorpresa e indignación: desconozco un caso similar en condiciones de “paz”. Por supuesto, en las guerras, abiertas o escondidas, sucias o “legales”, acontecimientos lamentables como éste son frecuentes. Pero sucede que, según el poder ejectivo, no estamos en guerra, aunque hace algunos años ese mismo poder se ufanó de declararle la guerra a los narcotraficantes. Este secuestro así como el tono de los noticieros, que pese a estar bajo un férreo control y censura, indican que efectivamente estamos en guerra (pienso en aquel llamado de 1 a 3 y que dedica una sección completa a “frentes de guerra”). Incluso las nuevas cuentas que se hacen sobre el número de muertos en este sexenio hablan de una cantidad ya peligrosamente cercana a la cantidad de muertos y desaparecidos que hubo en la Guerra Civil de El Salvador (1980-1992).
Pero ¿qué guerra es ésta? De poco sirve utilizar el argumento de los buenos y los malos. No tanto porque sea el recurso del actual gobierno en su desesperada búsqueda de legitimidad, sino sobre todo porque al imposibilitar el matiz se avala que se eche en un mismo saco todo tipo de muerte y todo tipo de represión. Además, obliga a una actitud moral imposible: juzgar a priori a cualquiera que muere de manera violenta. La que vemos, entonces, es una guerra entre intereses particulares que hacen caso omiso del interés general de la sociedad y de la ciudadanía. Me parece que el secuestro de estas 17 personas es un caso ejemplar que sirve, por desgracia, para develar la índole de esta guerra.
¿Por qué organizaciones delincuenciales se empeñan el perseguir y matar a líderes campesinos “ecologistas”? Ninguna lucha puede parecer menos digna de represión que aquella que se preocupa por su entorno natural. Pero tal preocupación es la última frontera que pone en evidencia todo lo que está en juego. Actualmente preservar el medio ambiente no es un asunto de moda; cada vez es más claro que de no hacerlo la humanidad corre el riesgo de morir y desaparecer de la faz de la tierra. No obstante, para el caso concreto de los campesinos e indígenas que luchan por defender su entorno natural se trata de algo más profundo: reivindicar una relación con la naturaleza que no pasa necesariamente por concebirla como un objeto de expolio infinito. Son muchos los estudios que ponen de relieve cómo las comunidades campesinas e indígenas de México establecen relaciones distinas con la naturaleza que les permiten y obligan a relacionarse con ella como “igual” y no como dueños o señores de ella. Es decir, no se trata únicamente de que ella sea la base de su “sustento”, sino que ella es su “hermana” o su “madre”. Ello contrasta con el proceder generalizado que se tiene para con la naturaleza: vista a menudo como objeto descifrable y explotable, puesto allí para ser domesticado y domeñado, se le expolia hasta lo imposible para reafirmar la superioridad del hombre. Poco importa que ella se agote o que de vez en vez, con su furia, traiga a colación la justa dimensión humana, una y otra vez volvemos sobre nuestro feroz dominio.
Puede decirse que este proceder es “natural” en nuestra época moderna y que aquel otro proceder es arcaico, propio de mundos todavía “encantados” y “supersticiosos”. En lo humano nada es natural. Todo es artificio. Lo uno y lo otro son modos de proceder del hombre con la naturaleza acorde con proyectos civilizatorios distintos, tan artificial el uno como el otro. Sin embargo, este modo atroz de ver y convivir con la naturaleza es el signo y sino del capitalismo. Sólo en este mundo civiliatorio existe este proceder. Habrá quien piense que esto es muy abstracto, y pese a ello, allí está el caso de los ecologistas para recordarnos lo concreto que es.
¿Qué es lo que buscan los delincuentes persiguiendo y asesinado a estos ecologistas? Primero, quieren acabar con toda resistencia de este tipo de relación con la naturaleza. Lo menos productivo, en términos capitalistas, es concederle a la naturaleza algún tipo de “sujetidad”. Extirpar de raíz toda relación de “igual “ con la naturaleza supone necesariamente exterminar a los protagonistas de esta relación: los campesinos e indígenas que la practican de manera cotidiana y que en su defensa de la naturaleza la proclaman reiteradamente. Segundo, los delincuentes no sólo talan bosques por sus maderas preciosas; en realidad, por la posición geográfica de la zona en conflicto dentro del estado de Guerrero, lo que buscan es hacerse de corredores de difícil acceso para el transporte de droga, pero sobre todo, zonas de cultivo que no sean tan sencillamente detectables. La producción de estupefacientes, organizada de manera netamente capitalista, no tiene interés en la ecología ni nada por el estilo: expandir los sembradíos de materia prima a costa de lo que sea es la consigna. Y tercero, lo que quieren es fuerza de trabajo mal pagada o esclava. El miedo en este terreno es fundamental. Como sucede con los migrantes a los que bajo amenaza de muerte obligan a transportar droga sin otro beneficio que su propio respirar, a los campesinos e indígenas les obligan a sembrar y transportar con el mismo pecunio: tan sólo respirar, no matar a la familia, no violar a los hijos. Obvia decir que esto incrementa las ganacias.
Hay que insistir que este secuestreo de 17 individuos, todos ellos familia, tiene el infortunio de mostrar lo que está sucediendo en esa última frontera que es la lucha ecologista. Como tal pone al descubierto el proceder del capitalismo “salvaje”. Su salvajismo no es, como pudiera pensarse, porque acontece al margen de la ley, sino porque muestra sin pudor el núcleo de todo proceder capitalista, incluso del legal y ensalzado por la civilización actual. Al salvajismo capitalista se lo encuentra en cualquier lado sin necesidad de ser tiltado como delincuente. Como lo escribió un usuario de twitter: “si entre los 30 y 50 no tienes casa propia y un auto de lujo eres un pinche fracasado”. ¿Cómo se logra eso? No necesarimante a partir del “dinero bien habido”, como reza la propaganda religiosa de hoy, sino con explotación. ¿Dónde está la “voluntad de fracaso” del que vive con sólo dos mil pesos al mes? ¿Es un asunto personal? ¿De falta de entusiasmo, destreza? No. Es precisamente el resultado de aquel núcleo salvaje del capitalismo, tan a la ligereza exaltado por aquel twittero. En el ámbito de lo legal también existe esa fuerza de trabajo mal pagada y esclava. La diferencia estriba en la sanción pública, hoy exponencial gracias a los medios masivos de comunicación.
Frente a esta realidad los partidos políticos se revelan como lo que son: organizaciones que administran esa explotación. Por supuesto que es necesario matizar: el PRI y el PAN son los artífices legales del expolio que se vive en nuestro territorio. Parte del PRD también lo es, junto con el resto de la “chiquillada”. Así mismo es cierto que dentro de cada partido hay tendencias inconformes con este proceder: la hay dentro del PRI, dentro del PAN, dentro del PRD, dentro de la “chiquillada”. Sin embargo, en ninguno de ellos parece tener la fuerza suficiente para, primero, promover un viraje del conjunto de su instituto político, y segundo, afrontar de manera decisiva lo que está sucediendo en el país. Aún así, no cabe duda que de todas estas tendencias la más visible y organizada es la que encabeza Andrés Manuel López Obrador. Ha desbordado a su propio instituo político y convoca a organizaciones de la más diversa índole. Frente al desolador panorama nacional electoral se presenta a sí misma como la alternativa nacional. Y sin duda lo es, siempre y cuando no se pierda de vista que este desolador panorama frente al cual se presenta como alternativa está acotado al tema electoral y que ello no quiere decir en modo alguno que tenga pensado cómo afrontar decisivamente lo que sucede en el país. Tiene la posibilidad, eso sí, de intentar contener, aunque lo más probable sea desacelerar, la debacle a la que nos arrastra el capitalismo. En este sentido, y únicamente en este estricto sentido, la aportación de la organización encabezada por Obrador es considerable.
Pero si se quiere modificar, o como se dijo anteriormente, afrontar de manera decisiva lo que sucede en el país, el asunto electoral es insuficiente. De nuevo es necesaria una precisión: estar en contra del PRI y del PAN no quiere decir estar a favor de la organización de AMLO. Aunque connotados escritores vuelvan a traer a colación el impensable “voto útil” sólo que ahora para lo que ellos llaman, a saber por qué, “izquierda”, lo cierto es que se puede estar en contra del PRI y del PAN de muchas maneras. El voto no debe ser rehén de silogismos falaces. Y aun cuando se decida votar por AMLO lo que no debe olvidarse, cosa que sucede con frecuencia, es que el voto no es apoyo incondicional. Por desgracia, la mayoría de las huestes electorales se comportan como feligreses: viven de la negación de cualquier otra fe y atribuyen a la suya una verdad inalcanzable para cualquiera que no sea parte de su comunidad y comparta la hostia del sacfrificado. Bien le hace a AMLO que se lo critique porque es la única manera de establecer un breve y estrecho vínculo entre la acotada realidad electoral y todo lo que se mueve por fuera de ella, que es mucho, demasiado incluso. Por lo demás, no le hace mal recordarle que el problema es más profundo y radical de lo que sus sugerencias sobre honestidad, amor y moderación suponen.
Alguien me pregunta qué debemos hacer. No tengo respuesta al respecto. O sí. Mi hacer es una respuesta. Y este hacer, entre otras muchas veredas, tiene dos que deseo señalar. La primera, es que todo actuar ha de tener su referente y como ágora a la sociedad, no a los partidos políticos ni a los candidatos. La segunda, que ya puestos elegir entre un capitalismo de corte neoliberal y tecnócrata y un capitalismo de corte social, vale la pena dudar de la elección misma. Espero no tener que explcitar por qué.
Concluyo con lo que escribió un pensador que estuvo en la izquierda y que sigue estando (la frase me la recordó un amigo en un texto que escribió y que me gustó mucho): “Hoy en día, nadie debe empecinarse en aquello que ‘sabe hacer’. En la improvisación reside la fuerza. Todos los golpes decisivos habrán de asestarse con la mano izquierda”. Es Walter Benjamin. Y creo tiene razón. La sigue teniendo.