Leo al escritor: advierte sobre los gestos morales inútiles. Se equivoca. Suele suceder cuando se troca reflexión por propaganda. De más está decir la confusión en que incurre. Lo que llama gesto moral es otra cosa: un acto político que únicamente desde el pragmatismo electoral puede confundirse o suponerse diluido en el abstencionismo. A unos les importa esa vida electoral y a los otros no. Los primeros tienen razones, los segundos no. Unos se inconforman, los otros se resignan. Eso de echar en el mismo saco cosas y actitudes diferentes es una estrategia demasiado añeja para suponerla efectiva más allá del círculo afectivo e interesado de quien la sostiene. El voto siempre es un acto político. No puede no serlo. Sea por un candidato u otro o nulo. Es político. No moral.
Por lo demás el condicionamiento que propone es, ese sí, un buen deseo. Su argumento en favor de un partido y un par de candidatos no condiciona nada, da por sentado la existencia y concreción de un proyecto. Lo suyo es la propaganda. Lo cual está bien y es de celebrarse que las posturas políticas de quienes tienen cierto poder simbólico sean públicas. Pero no hay en su decir medida efectiva alguna que condicione el voto por lo que llama izquierda. Por la misma razón hay tendencias al voto nulo. Es la única condicionante que el sistema, los partidos y los candidatos dejan existir. Porque les conviene. Justo porque en ella opera mejor el argumento moral que el político.
Pero entre ciertos electores esta circunstancia es lo de menos. La izquierda, en el ámbito electoral, no existe. Hay personas, como el escritor que confiesa haber firmado un pacto con el diablo, que lo son. Hay un par de precandidatos al gobierno del DF que lo son. Hay militantes, pocos, que lo son. Pero firman pactos. Sobre todo los políticos se la pasan firmando pactos con tendencias menos loables y que son mucho más castrantes que el diablo: cierto priismo profundo o ciertas tendencias religiosas que hacen de la moral estandarte. Y allí precisamente surge la inconformidad. Entre otras cosas.
Por lo demás el condicionamiento que propone es, ese sí, un buen deseo. Su argumento en favor de un partido y un par de candidatos no condiciona nada, da por sentado la existencia y concreción de un proyecto. Lo suyo es la propaganda. Lo cual está bien y es de celebrarse que las posturas políticas de quienes tienen cierto poder simbólico sean públicas. Pero no hay en su decir medida efectiva alguna que condicione el voto por lo que llama izquierda. Por la misma razón hay tendencias al voto nulo. Es la única condicionante que el sistema, los partidos y los candidatos dejan existir. Porque les conviene. Justo porque en ella opera mejor el argumento moral que el político.
Pero entre ciertos electores esta circunstancia es lo de menos. La izquierda, en el ámbito electoral, no existe. Hay personas, como el escritor que confiesa haber firmado un pacto con el diablo, que lo son. Hay un par de precandidatos al gobierno del DF que lo son. Hay militantes, pocos, que lo son. Pero firman pactos. Sobre todo los políticos se la pasan firmando pactos con tendencias menos loables y que son mucho más castrantes que el diablo: cierto priismo profundo o ciertas tendencias religiosas que hacen de la moral estandarte. Y allí precisamente surge la inconformidad. Entre otras cosas.