lunes, diciembre 12, 2011

Escupitajos de rabia


El día de hoy, en su acostumbrada mesa de opinión en el programa de radio de Aristegui, Meyer, Aguayo y Dresser concluyeron que Felipe Calderón “confunde” las críticas que se le hacen como funcionario público con cuestionamientos de carácter personal. Su afirmación tuvo como fundamento lo que respondió Calderón a López Dóriga sobre las denuncias penales que se hicieron en su contra en la Corte Penal Internacional de la Haya. Allí el hoy presidente afirmó no tener nada mejor que heredar a sus hijos que su buen nombre y su reputación. Por eso, dijo, decidió analizar los procedimientos penales en contra de los 23 mil que firmaron aquellas denuncias. Pese a que los analistas cuentan con mi simpatía, me parece que se equivocan. Cada vez que los escucho me pregunto por qué y qué tan acertada puede ser una crítica que se hace desde el “deber ser”. A menudo sus análisis parten del supuesto, en ocasiones explícito, la mayoría de las veces implícito, de cómo debieran ser las cosas. Dadas las condiciones actuales cabe preguntar si la crítica así planteada tiene alguna utilidad allende el acto inconforme y hasta cierto punto contestatario. Me parece que no. Si queremos salir de este espasmo de inconformidad contestataria la crítica ha de dirigirse hacia cómo son las cosas no en aras de un deber ser que se inspira en el ayer (el Estado, la Constitución, etcétera) sino para inventar los caminos a seguir a partir del horizonte que actualmente percibimos con toda nitidez y que, esto es importante, no se parece a nada de lo visto anteriormente.
Lo primero que me parece relevante señalar es que Felipe Calderón no se “confunde”. En él no hay “inocencia” ni “ignorancia” remediable, como sucede con quien efectivamente se “confunde”. Por el contrario, hay una clara conciencia de lo que se dice y se hace, y en ese sentido, todo en él es deliberado. Que su actuar como presidente tenga como fundamento su parecer personal y que esté más preocupado por su reputación que por los resultados de su actuar o que le parezca arbitrario que “un grupito” se la pase “insultándolo”, o peor aún, que no encuentre racionalidad alguna en quien le pide rectifique el camino o le señale acremente su falta de visión y le acuse de adolecer de miopía estatal, indica claramente que para él no existe Estado alguno. Desde su perspectiva sólo hay instancias gubernamentales desde las que ha de ejercerse el poder buscando el beneficio de quienes le llevaron a esas instancias y han hecho todo por mantenerlo allí. Calderón es conciente de la inexistencia del Estado y procede como tal.
Por eso se equivocan los que creen que él no asume lo del “Estado fallido”. Lo asume y lo usufructúa como tal. Porque después de cinco años y fracción viene a reconocer todo lo que había negado: que el ejército y la marina cometen abusos severos a los derechos humanos; que la delincuencia organizada, en su particular acepción del narcotráfico, domina extensos territorios del país a tal extremo de afectar severamente los procesos electorales locales y quizá nacionales; que se carece de la capacidad jurídica y armada para defender a los defensores de derechos humanos, etcétera. Y por si esto fuera poco, de manera indirecta, vía los debates preelectorales de su partido, sus “aliados” reconocen que los pobres crecieron, que el país está muy mal, y que incluso, de ser necesario, habrá que anular las elecciones federales del próximo año, para dejarnos en manos del ejército y la marina. En otras palabras: su gestión es un fracaso, como corresponde a un Estado inexistente. Por lo demás, muy a su pesar, se va sabiendo cuán poco ejercicio de la soberanía tiene este país, que cual herramienta de balompié gira al son del tráfico de armas, lavado de dinero, expolio de la naturaleza, y explotación de seres humanos (tráfico, secuestro, asesinato, etcétera). Tan fallido está el mentado Estado.
Desde esta perspectiva, sus reclamos y enojos son los de quien sabe que tiene que pelear por una pequeña parcela para mantener los beneficios personales y aledaños. Porque visto desde otra perspectiva, muchas fuerzas están luchando por quedarse con sus propios pedazos: los magnates de los medios masivos de comunicación, los explotadores de riquezas naturales, los grandes empresarios (insisto, los legales y los ilegales, los que ejercen monopolios, como la Bimbo, y los narcotraficantes que buscan ese mismo monopolio en un mercado distinto), los traficantes (de todo: humanos, naturaleza, órganos). Calderón no entiende, no puede entender, por qué se le critica por hacer este esfuerzo heroíco de salvaguardar un pedacito de todo lo que se está repartiendo de manera acelerada. Y en esta tarea, el Estado y ese tipo de cosas son no sólo poco eficientes sino un verdadero lastre.
De aquí que atribuirle “confusiones” a Calderón es, me parece, poco atinado. Es tan poco avezado como atribuir a Peña Nieto una “ignorancia” personal y culpable. Quien no quiera ver en el abanderado del PRI el resultado más acabado de la educación nacional, tanto pública como privada, está totalmente ciego. No se trata de eximir al priista; es un ignorante y hasta poco inteligente. Pero eso no puede utilizarse para curarse en salud. Piénsese que si él es el producto más acabado cómo está el resto de la población. ¿Cómo será aquel que ni siquiera tuvo el lujo de esa patética educación nacional? Ha de quedar claro que el problema no está solamente en darle educación a todos sino en el contenido de esa educación: los testimonios que se pueden recabar indican que en el proceso educativo nacional leer no es necesario y pensar no es indispensable. Se puede ir “tirando” de año en año haciendo mil argucias, aprovechando la desidia de los profesores, y asumiendo como bandera la “dignidad” del que no puede ser reprobado, reconvenido, obligado a hacer algo tan terrible como leer unas cuantas páginas al día y explicar lo que se entendió en ese acto. La educación nacional hoy se reduce a pasar lista, tomar distancia, y aprender una serie de competencias tan necesarias como prender una computadora, usar un software específico, y vivir en la virtualidad de lo virtual. En suma, Peña Nieto es el resultado de lo que sucede en nuestro país. No “representa” nada. Es su hijo.
Lo mismo puede decirse de Felipe Calderón y su “personalísimo” proceder en un puesto público. No es alguien confundido. Si acaso vive desesperado porque siente que no puede mantener para sí ese pequeño botín que se le ofreció a la par que no ve cómo procurar a quienes le llevaron hasta la silla presidencial. Seguramente no quiere padecer lo que le dijeron sucedería si no cumplía con sus promesas. 
Todo, absolutamente todo, muestra que en este territorio el Estado es fallido, y en esa medida, inexistente. El día de hoy mataron a dos estudiantes en Guerrero. Nada pasará. El Estado no sirve para nada. Y cuando inesperadamente ofrece signos vitales, es para perseguir, acosar, amenazar, amordazar, tergiversar, mentir y realizar festejos cívicos y religiosos. Suponer que un Estado en forma funcionará, que la Constitución, con todo y la honestidad, funcionará, es apostarle a lo que de suyo ya demostró su ineficacia e inutilidad. Lo que necesitamos hoy no existe. Hay que inventarlo. Pero no se puede hacerlo si no se hace a un lado esa crítica del “deber ser” que con un ojo mira hacia atrás y otro por arriba.