No es que ande en busca de la desolación; sucede que me la encuentro constantemente. Por ejemplo, las declaraciones de José Manuel Capellín, español radicado en Honduras, cuyo trabajo es de índole humanitario. Dice el señor que al mes fallecen en Honduras aproximadamente 42 jóvenes y menores de edad; que en Guatemala son asesinados cerca de 50 jóvenes y menores de edad mensualmente; y que en El Salvador la cifra puede ser igual. Pero el dato más terrible es el siguiente: entre 1998 y 2007 en Honduras han sido asesinados tres mil 993 jóvenes y menores de edad. Su explicación, verosímil, da cuenta de la lógica de la barbarie: para frenar la proliferación de bandas juveniles, los escuadrones de la muerte, patrocinados por militares y empresarios ubicados en la derecha del espectro político, los tortura y ejecuta, dejando los cuerpos en las carreteras y caminos, con advertencias sobre el particular.
Aun cuando el número eriza los cabellos, lo que desconcierta es que el narcotráfico y estos escuadrones de la muerte operen de la misma forma. Las casualidades no existen en los fenómenos sociales. Así que visto diacrónicamente, no puede pasar inadvertida la similitud con el fascismo alemán particularmente ni con lo sucedido en la Europa del Este, en África, y recientemente en Kenia. La barbarie no es excepción; es constante. Lo trágico es que la barbarie sucede para que las cosas sigan exactamente igual. Ergo, es un elemento indispensable para el sistema funcione. Y el sistema funciona con dos constantes: pobreza y barbarie. Ser anticapitalista hoy en día es un asunto de sentido común.