1. Yo no sé ustedes, pero extraño la palabra trabajador. Hoy el gobierno habla de pobres o de mexicanos, de sindicalizados o de empresarios, de estudiantes o de indígenas, pero no habla del trabajador. A este último se le condena al olvido. Y este “olvido” también invade el lenguaje cotidiano de la gente, de los burócratas, de los académicos, de los estudiantes, que a lo sumo conciben “el servicio” como algo “nice”. Y es que más vale que la sociedad no se dé cuenta que depende del trabajador para vivir, aunque el espejismo moderno nos ofrezca la vana ilusión de un mundo tecnificado en el que ya no hay trabajadores sino “prestadores de servicio”. El trabajador tiene hoy que remontar explotación y desdén, “olvido” deliberado e ignorancia fomentada.
2. Por eso, si le creemos a las encuestas, un gran sector de la sociedad mexicana está de acuerdo con la liquidación de Luz y Fuerza del Centro, para acabar con el sindicato, corrupto y lleno de privilegios, dicen. Así es como el “olvido” del trabajador opera su magia: si éste no existe, mucho menos debe existir un sindicato, que además cuenta con prebendas y privilegios “descomunales”. Según ellos los pobres no tienen por qué organizarse; su única opción es ser organizados para cobrar los apoyos de Oportunidades. Los “prestadores de servicios” tampoco deben organizarse, pues individualmente han de mostrar con eficacia sus talentos para ser contratados. Las máquinas funcionan a la perfección, sin interrupción, sin reclamar horas extras, sin procrear, sin vacaciones, sin salario pero sí con costos, cuyos dueños inmediatamente recuperan de manera acrecentada; ellas al igual que los pobres han de ser organizadas de manera racional para maximizar la producción. Las buenas conciencias son los únicos que pueden organizarse: en la Iglesia primero, después en las ligas mayores de los que sí “han sabido hacerla”: los empresarios, las marcas, la mercadotecnia.
3. Luz y Fuerza del Centro, dice el gobierno, resultó inviable. De ello culpa al sindicato, y de esta manera, refuerza la idea de que además de absurdo, pues el trabajador ya no existe, aquel es culpable del fracaso de ésta y cualquier otra empresa, estatal o no. Saca lección que vende como pan caliente: los sindicatos son fuerzas retardatarias que impiden el avance de México por la senda de gloria que los cielos le trazaron. Las prebendas y los beneficios no son para los güevones sino para los sectores más activos del país: los empresarios y los políticos que se dan cuenta de este hecho. En suma: sé pobre, sé prestador de servicios, pero no se te ocurra ser sindicalizado.
4. Ante esto hay que tener claras algunas cosas. Primero, el trabajo. Somos eso: estamos obligados y condenados a trabajar. No sólo es nuestra naturaleza sino que es el trabajo el que genera la riqueza. El trabajador está allí: en todo lo que comemos, tocamos, vestimos, disfrutamos. No verlo no decreta, por acto de magia, su desaparición. No verlo más bien revela otra cosa: la negación de saberse parte de ese sector, cosa que nos recuerda el mentado salario. No nos gusta sabernos trabajadores. Segundo, el sindicato, que es la organización de los trabajadores. El sindicato surgió como mecanismo esencial para luchar por una serie de derechos de los que generan riqueza. No fue ni una concesión gratuita ni tampoco es, por definición, corrupto. Es preciso tener presente que si la corrupción existe en los sindicatos, ella es el resultado, primero, del capital, que necesita pervertir la organización del trabajador para explotarlo mejor, y segundo, de un régimen político, que comenzó con el PRI y que continua con el PAN, como puede verse en el paradigmático caso del SNTE y su líder. La corrupción sindical es una fuente inigualable de votos, dinero, y mecanismo de presión. Tercero, al trabajador. Seguramente hay corrupción en el SME como en el resto de los sindicatos nacionales. Pero este hecho no puede dejar pasar inadvertido lo siguiente: dentro de los sindicatos existe una burocracia y una masa de trabajadores que trabajan constantemente. Arremeter contra el sindicato y sus perversiones no puede ser razón para imponer al trabajador la cruz adicional del “olvido” sobre la de la explotación. Los trabajadores tienen todo el derecho a organizarse para paliar los efectos de la explotación de la que son objeto, o mejor, para emanciparse de su explotación. La corrupción sindical es un asunto que compete a los trabajadores, son ellos los que han de liberarse de las burocracias que los usan para intereses ajenos; a los regímenes políticos, que han de sacar las manos de las organizaciones obreras; y a todos, puesto que está claro que dentro del capitalismo no hay manera de hacer ni una cosa ni la otra.
5. Más allá de la retórica presidencial, de los fariseos intelectuales que dan razones a la sinrazón del neoliberalismo, y de la “opinión pública” que confunde alevosamente el trato y servicio en ventanilla con el trabajo de los trabajadores de Luz y Fuerza para que esta ciudad cuente con luz, y que a juzgar por lo que sucede en este momento, es tan eficaz que ahora los quieren hacer regresar por la fuerza para que la cosa funcione; más allá de todo eso, digo, se encuentra un recurso nacional. Este recurso está en juego, está en disputa su posesión, su uso, y su explotación racional. Defender su pertenencia al Estado mexicano es algo que resulta indiscutible. Que quede claro: su pertenencia a los mexicanos, no a uno u otro mexicano. Quiero decir: cuidado con aceptar la idea de que hay males menores, como que se quede en manos de empresarios mexicanos en vez de extranjeros.
6. Alguien podrá argumentar que exagero en la idea de que viene la privatización de la energía eléctrica. No sólo es algo que argumenta el SME. Yo me baso en algo más sutil: el recurso del miedo como mecanismo para generar consenso, incluso en las cosas más contraproducentes para la población en general. El miedo a quedarse sin luz, el miedo a que los trabajadores del la Comisión Federal de Electricidad no puedan con el paquete y nos dejen sin luz. El miedo que acaba por legitimar la privatización (contratar a quien sí pueda con el trabajo) a cambio de tener luz. El miedo es un recurso utilizado hasta la saciedad por este gobierno. Durante los tres primeros años se trató del miedo derivado de la “guerra” contra el narcotráfico. Luego, como signo de la segunda parte del sexenio, el miedo de la influenza que sirvió de pretexto para explicar el fracaso del modelo económico y para que la población asumiera como suyas las quiebras económicas del empresariado, como el de La Comercial Mexicana. El miedo del “hoyo” petrolero para lanzar la propuesta del impuesto de 2% al consumo. El miedo ahora de no tener luz, de quedar en manos de sindicalizados, el miedo que permite al gobierno hacer lo que le venga en gana. El miedo de que un trabajador cuente con privilegios: mejor ser todos pobres bajo la irremediable lógica de todos coludos o todos rabones.
7. No me interesa defender a la burocracia del SME. Me importa defender lo que queda de país. Me interesa defender el derecho a organizarnos. Me interesa deshacerme de este sistema. Me interesa acabar con la explotación. Eso me interesa. Por eso me sumo a la lucha que hoy, momentáneamente, encabeza el SME. Y si estas luchas derivan en otras cosas, bienvenidas sean.