Ayer, mientras estabas allí, como presencia omnímoda, escuchando lo que de ti decían, quise preguntarte si todo eso es cierto. Tan excepcional fuiste, eres, que el decir de los demás son tropiezos que se lían con tu sombra. Al menos eso parece. Pero tal vez no fuiste como dicen. Tu rostro fantasmagórico me miró con una sonrisa benévola. Tu hábito me distrajo. Ya no pude seguir con atención el decir de quien opinaba sobre ti o intentaba revivirte. ¿Cuántas mujeres excepcionales hay? ¿Me lo podrías decir? “No hay manos ni mirada que logren contar”, respondes, escurriendo tu voz por los recovecos barrocos dorados del tablero que te invoca. “Pero hay, en cambio, descripciones de las muchas, incontables que son”, continuas…
Mujer Magma.
En su interior ebulle un río de lava. Guarda un líquido que consume, un “fuego” que funde todo lo que toca. Devasta y no deja gran cosa en pie. Así es la mujer magma: un encuentro con ella es devastador. Al paso del tiempo, el desolado paisaje que deja se torna hulla indeleble: todo se vuelve tan pétreo que cualquier vida que allí renace se celebra como nuevo origen de vida.
Mujer Hielo.
De superficie resbaladiza, es mujer de transición. No es témpano ni nieve. Arroba con su espectáculo. Parece hálito de Dios que por un momento se posa en la tierra. Se aprecia mejor de lejos, porque en ella nada puede erigirse. Es mujer de soledades y bellezas. Imprescindible pero imposible. Ella no sabe de eternidades; es de momentos.
Mujer Aire.
Es invisible. Se le conoce siempre de manera indirecta: por aquello que mueve, por esa caricia subrepticia que en medio de la nada sobrecoge. De ella son las caricias sublimes, las que todo poeta intenta sutilmente evocar con palabras, rimas y ritmos. La mujer aire no es huracán. Ella no mata, pero su ausencia no deja vivir.
Mujer Tierra
Firme y llena de vida. Con ella puede hacerse barro para esculpir paisajes memorables: montañas, llanos, vida. De este tipo fue Eva. Como ella, la mujer tierra es maga: se da para ser esculpida pero es ella la que nos esculpe a todos.
Imagino que podríamos seguir siglos en estas descripciones. Pero rematas, en medio de tronador aplauso: “Es inútil. Todas somos todo”.