Viejas consignas: los nuevos tiempos exigen nuevas definiciones. Tomando al pie de la letra estos reiterados decires en corrillos políticos, habría que considerarlos seriamente y acuñar un nuevo concepto que defina a nuestros políticos. Estas líneas son un intento y una propuesta.
Hubo un tiempo en que a los políticos se les acusó de ser dinosaurios: su permanencia en el escenario político se perdía en los remotos orígenes de los tiempos. Curiosamente, el concepto servía para calificar a los políticos del régimen pero no a los que en escenarios propios de la “oposición” llevaban largos años monopolizando sus espacios. Hoy los “dinos” parecen haberse extinguido producto de la vida y la “incipiente” democracia que vivimos. Su muerte ha despejado el camino para la aparición del político de nuevo tipo, que no obstante parece vieja consigna.
Se trata de un político cuya característica principal es ser “instantáneo”. Lo es no sólo por comparación con la longeva vida de los “dinos”, sino porque le basta organizar festivales, juntar unas cuantas sillas, crear una pequeña red de “amigos” basada por lo general en el clientelismo de viejo y nuevo cuño, para reivindicar la necesidad de ocupar un espacio para “representar” a sus “interesados”.
Comparte con sus predecesores una sólida ignorancia que, a su juicio, es involuntaria y hasta cierto punto bien intencionada, puesto que las exhaustivas tareas de organización le impiden no digamos ya estudiar, sino leer algo más que los periódicos afines al partido de su interés. No es capaz de quemar libros al estilo de los fascistas (sabe que precisa de guardar las formas), pero gusta de encasillarlos y amontonarlos lejos de la palestra del debate político. La eficacia de su analfabetismo funcional es tal que no encuentra la ventaja de gastar preciosas horas frente a hojas llenas de símbolos.
En suma, está convencido de que la política no es un asunto de estudio, sino de “intuición”. Su negativa a profesionalizar la política, correcta en más de un sentido, es la otra cara de la afirmación de una peculiar virtud innata: se es “animal político” o no se es. Pero la “animalidad política” que reivindica no es la aristotélica, sino la de la praxis informal en los espacios de la política formal. La contradicción, aunque obvia, le pasa inadvertida: lo que niega es la “profesionalización política” que le excluye, pero defiende la “animalidad política” que le permite excluir a los que, según su leal juicio, carecen de ella. Sea cual fuere la vía, la profesionalización o la virtud innata, la política es su habitat y consta de ciertas parcelas exclusivas a las que no todos tienen acceso.
Le preocupa la contaminación, pero menos por motivos ecológicos que por conveniente “memoria histórica”: no quiere que le pase como a los dinosaurios. Para evitar la posibilidad de su extinción, prefiere acotar perfectamente sus parcelas (de feraz retribución económica), y exige a quienes desean entrar a “su mundo” una serie de actitudes “políticamente correctas” acorde con los nuevos tiempos democráticos.
Básicamente, ha llevado la maestría del disfraz a alturas nunca antes vistas: al servilismo hoy lo llama servicio; sabe que es el nuevo modo de moldear a los neófitos para que no sean un riesgo para el habitat que les da sustento y prestigio.
El nuevo servicio contiene los mismos elementos que antaño sólo que con nuevo atuendo: a la actitud sumisa, que por definición resulta acrítica, le llama “formación”; a la creación de un espectro ideal deseable para el neófito no le llama teatralización, sino “representación” de una vida mejor; a la codicia hoy le llama “retribución”; al fracaso lo sublima como “aprendizaje”; el corporativismo lo trasmuta en “cuatitud”; y a la connivencia le llama trabajo en equipo. Pero sobre todo, a la “putería” de antaño hoy la asume como “liberación” y “ejercicio volutario” del cuerpo cuya finalidad no es “escalar” sino “compartir”.
Sus decisiones, más reacciones que acciones (las primeras suponen más pasión que inteligencia, más fe que convicción), poseen el halo de la calentura. Si antes se mataba “en caliente” para saldar disputas, ahora se responde “en caliente” a cualquier circunstancia respetando la “calentura” de los demás. Lo peculiar es que el punto de ebullición no culmina un largo proceso de “cocina”, sino que acaba por ablandar la lógica insípida con la que se conducen. Una lógica hecha de conceptos vacuos que en otros ámbitos se acuñaron para explicar la complejidad de la vida social. Así, lo multi, lo relativo, lo diverso, son en su decir simplemente muletillas para justificar su posición privilegiada en estos nuevos mundos democráticos en los que, por arte de magia y gracias a su miopía, desaparece el mercado capitalista.
Así es pues el político maruchan: instantáneo, caliente e insípido.
(Publicado originalmente en el blog Con los pies en el fango el 17 de julio de 2007)
Isaac García Venegas