Presentación
Raquel Serur Smeke es para todo fin práctico doctora en todo: en investigación, en docencia, en vida. Lo suyo son las letras, y no sólo las inglesas, como lo demuestra su investigación en curso sobre “La regenta” de Leopoldo Alas Clarín. Sus pasos la han llevado del nuevo al viejo mundo y de regreso. Su decir, que a mí me gusta mucho, ha alcanzado oídos en el norte, particularmente en el Centro Fernand Braudel de la Universidad de Nueva York, donde fue investigadora invitada, y obviamente en el sur. Su palabra, siempre precisa y correcta, ha llenado numerosas páginas de artículos y capítulos que ávidos ojos escudriñan. Sus ideas han contribuido a proyectos tan importantes como la revista Debate Feminista; el Sistema Universidad Abierta de esta facultad, que tanto le debe a su empeño; y este mismo seminario de la modernidad que ha visto gracias a sus esfuerzos compartidos con Ignacio Díaz de la Serna, la realización de este Coloquio “La americanización de la modernidad”.
Comentario
Argüende
En la inauguración de este coloquio, hace dos días, se habló de las “co-madres”, en referencia al diálogo necesario y fructífero entre las ciencias “duras” y las “humanidades”. Ayer esta idea se reiteró en la facultad de Ciencias, sede por un día de este Coloquio. Podría decirse, para no perder el tono “juguetón”, que el argüende ha resultado interesante: riguroso, sabrosamente reflexivo, tenso a veces, y por fortuna hilarante en otras.
En lo personal, me parece una coincidencia afortunada que en su intervención Raquel se haya ocupado de un escritor que en su formación conjuga, precisamente, estas dos “formas” de ver el mundo en apariencia incompatibles: las matemáticas y la literatura, la programación y la escritura. Y digo en “apariencia” porque tanto la obra de Coetzee como la realización misma de este coloquio, echan por tierra superficialidades y apariencias.
Pero en el caso concreto de Coetzee, el “argüende” resultante de este diálogo interno de “co-madres” es, como aquí se ha señalado, dolorosamente nítido, y por supuesto, incómodo (tan lo es que, nos cuenta Raquel, Coetzee padece en su tierra aquel “ninguneo” del que hablaba Octavio Paz como dinámica de nuestro mundo intelectual). Nitidez, por cierto, que también Raquel nos ha obsequiado en el análisis de dos de las obras de Coetzee.
“No soy –declaró Coetzee en alguna ocasión– un heraldo de mi comunidad ni nada parecido. Tan sólo soy alguien que vislumbra la libertad (como cualquier prisionero lo hace) y construye representaciones de personas que sacuden sus cadenas y voltean su cara hacia la luz”. Sin embargo, no cualquier persona proviene de una realidad tan terrible como el apartheid sudafricano; ni tampoco cualquiera, particularmente si es blanco, la padece con tan dolorosa claridad; ni mucho menos cualquiera hace un uso tan espléndido de la lengua para iluminar su profunda injusticia. La tentación de ver un heraldo en quien posee estas características es muy fuerte, y se acrecenta cuando temas como los de la frontera entre la civilización y la barbarie; la abominable institucionalización de un sistema que concibe la separación y la jerarquía racial como naturales; y el futuro posible ante la desaparición de esos ignominiosos referentes, se aluden de manera directa o indirecta en sus obras.
Pero Raquel no sucumbe a esta tentación. No lo enarbola como la “voz de la liberación” ni tampoco lo sugiere como el escritor “llamado” a transformar la realidad de su país siendo electo presidente por la Asamblea Nacional y el Consejo Nacional de Provincias de Sudáfrica. Efectivamente, convertir a Coetzee en “heraldo de su comunidad” sería despojarlo de esa “universalidad” que Raquel le encuentra, de “minimizar” la voz magistral de quien ha vivido y vive un mundo aberrante.
Me parece que Raquel Serur tiene razón al encontrar la clave de la “universalidad” de la literatura de Coetzee en la expansión del capitalismo que, hoy por hoy, lleva la huella indeleble del “modo americano” y su irremediable dinámica, cuya lógica parece cada vez más cierta: la erección de una última frontera entre los “humanos”, claramente reconocibles por el “aura” que les otorga su “éxito económico” , y los “subhumanos” o “no humanos” que, por no ser los elegidos, merecen estar del otro lado, del lado en que se asmilan a naturaleza explotable. O como lo declaró hace algún tiempo el ejecutivo de Sun Microsystems, John Gage: dentro de muy poco el dilema será “To have lunch or to be lunch”, es decir, la frontera entre “comer o ser comido”. Esta abominación no es, por desgracia, ficción, sino programa.
De aquí que la literatura de Coetzee tenga tanta fuerza, sobre todo en países de habla hispana. En este sentido, quizá pueda especularse si el mentado muro en la frontera mexicana no es ya la “piedra” experimental de aquella última frontera. Pero esta literatura y la perspectiva desde la cual es abordada por Raquel, debiera importar también al primer mundo, puesto que ambas pueden muy bien ubicarse en Nueva Orleáns hace prácticamente dos años, cuando el huracán katrina puso en evidencia que esta frontera también cruza por territorios interiores de Estados Unidos.
Pero como bien dice el mismo Coetzee, su literatura también habla de la libertad: es la nobleza de Michael K. con labio leporino en un mundo aberrante, su atarse a la tierra, sus semillas de calabaza; es la vergüenza y el asco convertido en cáncer que a la señora Curren le provoca la realidad de su país y del apartheid, es su negativa a “morir sucia” en La edad de hierro; es en fin Elizabeth Costello diciendo a Paul Reyment en Hombre lento: “No, no […] hay [amor]. Ni en sus manos ni en su corazón. Un corazón escondido, así es como yo lo llamo. ¿Cómo vamos a sacar su corazón de su escondite? Esa es la cuestión”. En efecto, hoy como siempre, hasta el amor, con toda y su bella irracionalidad, es un acto de libertad, y en tanto que tal en un mundo mercantilizado y urgido de fronteras últimas, un acto de resistencia profundamente humano. ¿Cómo le hacemos Raquel, para sacar nuestros corazones del escondite?, ¿cómo le hacemos para derribar aquella frontera última?, ¿cómo le hcemos para sacar a la humanidad acorralada en el orbe inclemente de la mercancía? Tal vez ésta y otras preguntas te quieren hacer y gustes respoder.
Isaac García Venegas. 23 de agosto de 2007. Aula Magna. Facultad de Filosofía y Letras, UNAM