viernes, julio 06, 2012

¡Ah que los trasnochados de siempre!


Surco los mares de las noticias y de lo que se dice en la red para descubrir el horror que producen dos palabras: rebelión y revolución. Lo más paradójico es darse cuenta que este horror lo comparten muchos, desde trincheras supuestamente diferentes. Tomo como ejemplo destacado al  representante del PRI ante el IFE, Sebastián Lardo de Tejada, que califica de “trasnochada” la idea de rebelión en pleno siglo XXI, por no citar ejemplos de quienes rebelándose también ven con horror la idea de la revolución.
Esta es una buena oportunidad para reivindicar tanto la rebelión como la revolución. La gran trampa en la que vivimos, resultado de la democracia acotada, tergiversada, y pervertida por el capitalismo, es la suposición de que el estado de derecho impuesto por instituciones de este sistema es el único marco posible para el disenso y la protesta. De este modo, los beneficiarios de este sistema, han expulsado el derecho a la rebelión: ese derecho que puede ejercerse cuando el estado de derecho, corolario de un sistema inicuo y de explotación, es una ficción, una entelequia, un mero discurso que legitima el status quo del sistema y que se distingue por ir en contra de la voluntad soberana de los ciudadanos en beneficio de la voluntad del capital. También, con la letanía institucional y el estado de derecho, han expulsado no sólo el mito sino la idea de la revolución: la posibilidad del cambio radical de la realidad a partir de la voluntad política, autónoma y libre del ser humano que busca el beneficio colectivo y el bien público.

Semejante expulsión se hace también apelando a una trampa evidente: confundiendo deliberadamente la rebelión y la revolución con el uso de las armas. Ciertamente aquellos modos rebeldes y revolucionarios que usando las armas desafiaron al viejo régimen o al sistema capitalista parecen estar fuera de lugar. No tanto por su impertinencia (allí está Libia como ejemplo reciente de lo pertinente que puede ser), sino porque la configuración global actual les vuelve en extremo difícil. Sin embargo, la rebelión y la revolución no se agotan ni se reducen a su aspecto armado. Tanto la una como la otra en realidad son el resultado de una puntual articulación entre actitud y proyecto: no asumir la imposición de un ficticio y lesivo estado de derecho, por un lado, y por otro, establecer, sin darle la espalda a la historia, las bases para una realidad radicalmente distinta. Esta articulación exige sacudirse el yugo que somete y trabajar libre, autónoma y políticamente por esa realidad que se quiere. Esto puede hacerse sin recurrir a los modos armados. La “insurgencia civil”, pacífica, es un camino tan eficaz como en su momento fue lo otro (la Revolución francesa, la Revolución mexicana, la Revolución Rusa), a condición de que en su ingenuidad no refuerce el status quo (este es el riesgo fatídico para #yosoy132).

Así que la rebelión y la revolución no tienen nada de trasnochadas ni extemporáneas. Ambas se constituyen en el único “lenguaje” verdadero dentro del sistema capitalista. Es el único “lenguaje” desde donde se puede construir una realidad radicalmente distinta a la que vivimos. Es el único “lenguaje” humano que puede y ha de contraponerse al de las cosas. Y como tal es siempre similar a todo parto: doloroso y festivo a la vez. No se arredre quien sufra descalificaciones por ser rebelde o revolucionario, tampoco se obnubile con el canto de las sirenas armadas. Siga por la ruta de la actitud y proyecto cotidianos, y cuando sea necesario, por las coyunturas excepcionales.