Meditándolo creo que no se encuentra mejor patente de corso que aquella frase tan católica: “que Dios te bendiga”. Porque la bendición divina lo puede todo, lo mismo otorga la confianza y legitimidad para actuar de manera dudosa que incluso enmienda cualquier el error, por lesivo que éste resulte para los demás.
Así termina un exsecretario de gobernación mexicano su perorata en un debate somnoliento: “que Dios los bendiga”, como diciendo: “que Dios los ilumine para que tomen la decisión correcta que, por supuesto, soy yo”. Entre interés privado, imperialismo que pretende imponer aquellos intereses como los únicos verdaderos, y un Dios convenenciero que está allí para bendecir logros y glorias y perdonar fechorías, nos encontramos de lleno con un muro de lamentos invertido: que Dios perdone tu necedad de negarte a ser explotado, engañado, humillado... Lamento que entre los poderosos se extiende como convicción desde Gaza hasta Nuevo Orleáns, en dirección oriente y en dirección occidente. "Que Dios los bendiga" dicen esos poderosos para que Aquel nos exonere de nuestro desatino o de la tentación inconforme...
Pero algo hay que decir en descargo de los corsarios. Ellos surcaban los mares mostrando a diestra y siniestra su patente de corso que les otorgaba legitimidad jurídica para entrar a saco en poblaciones enemigas. La única diferencia, y a decir verdad fundamental, es que al menos aquellos ponían en riesgo sus vidas, y no únicamente sus bolsillos, como pasa con los mercenarios de hoy disfrazados de políticos. Ni siquiera esa dignidad pueden presumir, aun cuando todas las mañanas reciban la bendición de una mano pretendidamente santa...
En estas circunstancias, negarse a esa bendición es una cualidad antes que ateísmo.