domingo, noviembre 23, 2014

Proyección del programa "La construcción de una institución" de la serie Palabra del CIESAS

Extiendo una cordial invitación para que asistan a la proyección del programa número 20 de la serie Palabra del CIESAS, llamado "La construcción de una institución". A través de entrevistas a cinco exdirectores de esta institución, se abordan cuarenta años de existencia, con sus dificultades y logros.

La cita es el miércoles 26 de noviembre del presente, a las 11:00 hrs., en el Auditorio del CIESAS, en Juárez #222.

Los esperamos.


lunes, noviembre 17, 2014

Usté disculpe

La novedad es que las tragedias de este país son resultado de una serie de errores indeseados. Por esta razón, es necesario que la población afectada, inquieta y molesta con las consecuencia de esos errores acepte las disculpas que de corazón se ofrecen a diestra y siniestra.

Que hubo balazos dentro de la UNAM, se trató de un error de un integrante de la PGJ-DF que cumpliendo un deber no supo manejar la situación. Usté disculpe, dice la instancia correspondiente. El responsable ya está preso.

Que horas después, derivado de la confusión de lo sucedido anteriormente, y en la necesidad de recuperar el vehículo de la PGJ-DF, al que por cierto, unos malosos prendieron fuego, hayan llegado 500 elementos de la policía local e ingresado al territorio universitario, persiguiendo a estudiantes que por allí andaban, fue un error del mando policiaco de la zona sur. Usté disculpe, dice la instancia correspondiente. El mando policiaco ya está destituido.

Que dos actos individuales hayan violado la autonomía universitaria, es un error que asume el gobierno de la ciudad. Usté disculpe, no volverá a suceder.

Que haya habido disparos al aire dentro del territorio universitario y que hayan resultado heridos dos estudiantes, uno más que el otro, fue un error humano de un servidor público que se puso nervioso. Usté disculpe que en principio hayamos calificado el hecho de un altercado violento. Así nos lo reportaron en la Torre. Ya procedimos legalmente en contra del responsable.

Que la policía haya entrado y cercado nuestra universidad se debió a un error de un mando policiaco al que, por cierto, el gobierno de la ciudad ya destituyó. Con ello ofreció respeto a la autonomía universitaria y un “usté disculpe”, lo que es suficiente para nosotros, los de la Torre. Que no se vuelva a repetir, les dijimos. Usté disculpe, es que ya ve que en esta universidad todos hacen lo que les viene en gana.

Que la autonomía universitaria no significa extraterritorialidad es cierto. Usté disculpe que no haga público que lo que sí significa son ciertos procedimientos que, incluso, la policía debe respetar. Pero es que si lo hago público, tendré que disculparme por haber avalado la entrada de personal de la PGJ-DF al campus universitario. Usté disculpe, lo que pasa es que no sabíamos que era tan complicado encontrar un celular robado en sábado en medio de movilizaciones estudiantiles por 43 desaparecidos y algunos muertos.

Que ande yo encapuchado se debe sobre todo a la necesidad de proteger mi piel de los posibles riesgos del cáncer de piel. Usté disculpe, es que mi oficio requiere de andar mucho tiempo al sol y cerca de fogatas.

Que haya 43 normalistas desaparecidos, se debe a que tuvieron la mala suerte de llevarse un camión en el que había 35 kilos de goma de opio. Ya ve, los malos no tienen muy buen control de lo que hacen. Usté disculpe, todo se debió a una confusión. Pero ya tenemos a todos, menos a los 43.

Que haya declarado que a los 43 los calcinaron de manera terroríficamente espectacular es lo que me dijeron los especialistas. Usté disculpe que en mi equipo no haya nadie que hubiese reparado en que ese día llovió y llovió. Usté disculpe, pronto le daré otra explicación.

Que nos hayamos hecho cargo de la desaparición de los 43 normalistas 10 días después de lo sucedido, se debe a un asunto de jurisdicción. Usté disculpe, pero así es nuestra constitución, que como usted sabe es sagrada.

Que en nuestro partido propusimos como candidato a presidente municipal a alguien que desde antes de su postulación era conocido por sus vínculos con los malos fue un error administrativo. Usté disculpe, no volverá a suceder.

Que esto es terrible y que se debe a la maldad de unos cuantos corruptos es cierto. Usté disculpe, pero lo que nos hace falta es un pacto anticorrupción. Ahora que lo tengamos todo cambiará.

Que no veo por qué andan tan enojados por mis viajes y mi casa. Usté disculpe, pero es el peso de la presidencia en mis hombros. Pero eso no le da derecho de andar llevando las protestas demasiado lejos. Lo que de ustedes espero es un “usté disculpe”, si no, me veré en la penosa necesidad de usar la fuerza porque, usté disculpe, el Estado tiene el derecho de eso y más.


Y así, la nueva política del país comienza y termina en un “Usté disculpe”. Lo que mueve a México es un "Usté disculpe".

sábado, noviembre 15, 2014

Defender a los 43 es hoy, también, defender el último reducto de lo público que nos queda: la educación.

Lo dicho: el conflicto en el IPN y la agresión a los normalistas de Ayotzinapa fueron la señal para la última ofensiva de este gobierno: acabar con la educación pública, que es lo que queda con este carácter y cierto vigor en el Estado mexicano. Lo reservaron para el último, porque sabían que habría más resistencia. Lo sucedido hoy en la UNAM revela el verdadero carácter de lo que viene sucediendo en estos meses: terminar de una vez por todas con los escasos reductos de crítica y pensamiento que quedan en el país. Hoy, exigir la aparición de los 43 normalistas desaparecidos, justicia para los asesinados y arrestados arbitrariamente, significa también la defensa de la educación pública, esto es, la defensa de las normales rurales, del IPN, de la UNAM, de la UAM, de Chapingo, de todas las universidades públicas autónomas del país, a las que se acusa, insidiosamente, de ser inoperantes y no enseñar nada. Esta defensa no puede confundirse con la defensa de infiltrados y de grupos que al amparo de todo lo mejor de la educación pública hacen todo por convertirla en un foco decadente que secuestrar. Esta historia, es antigua en la UNAM. Esta historia, la conocemos. Lo novedoso es la amplitud de la ofensiva en contra de nosotros. Lo que no es tanto, es la ineptitud de sus autoridades. Pero quedamos nosotros. Por fortuna.

Exigir justicia, salvar la educación pública

Por lo visto, hay un intento de aprovechar las protestas por los normalistas desaparecidos para golpear a la educación pública en general. La balacera de hoy en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM es una clara provocación para precipitar decisiones radicales en nuestra institución. El riesgo de que de manera unilateral y débil se decida un paro indefinido es alto a partir de este momento. Una decisión así afectará severamente a la UNAM. Lo que se necesita es una decisión sostenida en una convicción de la comunidad universitaria y de sus autoridades. El tamaño de la provocación requiere una respuesta contundente.

No a la provocación.

Sí a la cabeza fría.

Sí a la lucha inteligente contra un poder que urge desaparecernos.

martes, noviembre 11, 2014

Invitación a la exhibición del último programa de la serie Palabra del CIESAS

Estimados todos, les invitamos a otra sesión del seminario Las Ciencias Sociales en el Mundo Audiovisual. En esta ocasión, presentaremos el programa final de la serie Palabra del CIESAS, llamado "La construcción de una institución". El programa, de aproximadamente 45 minutos, expone a través de entrevistas a cinco de los ex directores de nuestra institución, la historia del CIESAS. Con este programa, concluye la serie Palabra del CIESAS, que consta de 20 videodocumentales, que el año que entra estarán a la venta.

La cita es el Miércoles 26 de noviembre, a las 11:00 hrs., en el Auditorio de Juárez #222, en Tlalpan. La entrada es libre. Ojalá puedan acompañarnos.


domingo, noviembre 09, 2014

Lo que viene, lo que queda, lo que me duele

Al parecer, la extraordinaria capacidad teatral del PRI está de capa caída. Quizá se confiaron demasiado en que la protesta social no lograría articular absolutamente nada, basados en las experiencias de las elecciones de 2006, de 2012, y de las diversas reformas aprobadas recientemente. Pero una parte de la sociedad mexicana, cada vez más creciente, le responde con una memorable y sonora bofetada. Hoy, la preocupación central de ese partido y del gobierno de él emanado, esto es, desacreditar a los opositores políticos, como el PRD y los emblemáticos Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador, con miras a las elecciones del año próximo, se revela en realidad como una miopía mayúscula. Sus analistas y asesores se dan cuenta, demasiado tarde, que erraron el camino. Ahora, lo enmiendan de la peor manera posible. Ese es el yerro, impensable en el otrora gran actor que por momentos fue el PRI.

Los padres de los normalistas desaparecidos y los líderes estudiantiles de la normal rural de Ayotzinapa tienen razón. El teatro armado por Murillo Kram tiene como principal objetivo facilitar la salida del titular del poder ejecutivo al extranjero con el fin de contrarrestar el reclamo internacional que se ha levantado hacia su gobierno con motivo de lo acaecido en Iguala. Pero esta certeza no puede ni debe hacer caso omiso de lo que viene sucediendo desde el 27 de septiembre; no puede ignorarse el esfuerzo de la PGR por construir un discurso que culpa al narcotráfico y a políticos corruptos de los terribles sucesos de Iguala. Con ello, por supuesto, intenta salvar al gobierno de la acusación que se le hace sobre su responsabilidad en el crimen y la consigna de que se trató de un crimen de Estado. Pero también, y eso es lo que se advierte poco, lo que pretende es volver víctima al propio gobierno. En efecto, al atribuir a la “corrupción” la responsabilidad de lo sucedido, lo que pretende es afirmar que como tal, el Estado mexicano y su gobierno están fundamentalmente bien y en lo correcto, y que son también víctimas porque se encuentran bajo el acoso de la corrupción, cuya explicación no pasa de la responsabilidad individual del que se deja corromper. Este y no otro es el verdadero sentido del pacto que propone el poder ejecutivo: luchar contra los malos que desde su propia e individual maldad desean minar el esfuerzo gubernamental por modernizar a México.

Pero la burda maniobra del la PGR y su titular, cuya actuación de congoja y preocupación se vino abajo con aquello de “ya estoy cansado”, también indica otra cosa. Y es que, después de la marcha del 5 de noviembre, cuya capacidad de convocatoria mostró que la protesta va creciendo de manera constante, el gobierno, que hasta ese momento se había limitado a administrar el conflicto para golpear a los adversarios políticos, decidió pasar a la ofensiva. En efecto, lo de menos fue recuperar la narración de Solalinde poco más de 15 días después; exhibir la inutilidad de las frases “todo el peso de la ley” y “todo el Estado está buscando a los normalistas”; dar cuenta la falta de efectividad de 10 mil efectivos de las fuerzas del orden federales buscando por “cielo, mar y tierra” a los normalistas. Lo importante es precisamente lo que no dijo: que a partir de ese momento, la protesta social se tomará no como un legítimo reclamo sino como un desafío al gobierno. La salida de Peña Nieto del país no sólo se explica por el intento de contener la ofensiva de algunos sectores internacionales hacia su gobierno, sino eximirlo de la responsabilidad de la represión que, según se mira por lo acontecido con el Metrobus el 5 de noviembre y lo de la puerta del Palacio Nacional el día de ayer, 8 de noviembre, será la tónica que se seguirá con la protesta social que tenga como motivo Ayotzinapa.

Es esto último lo que no puede ocular la pésima actuación del titular de la PGR. Es evidente que con ello lo que el gobierno quiere es poner fin al asunto porque, ahora sí, todas las alarmas tecnocráticas están sonando. Apostó de manera errónea (errónea a la luz de sus resultados, aunque correcta a la luz de las experiencias precedentes) a que el “desprestigio” de la movilización social, inoculado en gran parte de la sociedad, sobre todo entre los sectores medios y pobres, limitaría el asunto al dolor de unos padres indignados. Hoy esos padres y la gente que les acompaña en la movilización han puesto de manera inesperada al gobierno mexicano entre la espada y la pared. Por desgracia, en nuestro país, como en muchos otros de la región latinoamericana, hay memoria sobre lo que suele decidirse en situaciones como ésta: la represión, la desacreditación. Lo que no deja de sorprender es que en esta ofensiva el gobierno encuentre aliados inesperados: los que repiten que la movilización social nada puede, nada logra, nada quiere.


Recientemente supe de una autoridad universitaria que se lamentó de las más de 100 actividades que durante los paros estudiantiles se habían perdido en su institución. Su ariete fue la consigna de que los paros no sirven para nada, mucho menos para presentar “con vida” a los 43 normalistas. Remató, me dijeron, con la clásica consigna de que lo propio de la universidad es el estudio. En lo personal, como universitario, no puedo objetar su lógica: precisamente por dedicarnos solamente a eso, al estudio universitario, desvinculado de todo, entre otras cosas fue posible la desaparición de los 43 normalistas y los miles de muertos que abonan con su sangre desdeñada el territorio de nuestro país. Como universitario siento pena por no haber estado ni estar a la altura de lo que nuestra realidad social y nacional demanda. Por eso, aunque no sirva para otra cosa que paliar mínimamente el dolor que me invade, ofrezco una disculpa enorme a los muertos, a los desaparecidos, y a eso que no sé si aún exista: nuestro país. Cuando escucho y veo a los familiares de los normalistas desaparecidos, a sus compañeros que han levantado a una parte de la sociedad mexicana y del mundo, añoro el mínimo acto sensato de una autoridad universitaria que, un 30 de julio de 1968, izó la bandera a media hasta, y marchó con los estudiantes en protesta por lo que había sucedido en los ocho días previos. Sí, hubo una época así. Hoy, gran parte de nuestras autoridades universitarias no atina a plantear algo que no sea incorporarse, con toga y birrete, a la corriente de la muerte y la barbarie.

sábado, noviembre 01, 2014

AYOTZINAPA (Un texto construido en escupitajos)


Horror, estupefacción, indignación por lo de Ayotzinapa. Eso es lo que impera en una parte cada vez más creciente de la sociedad mexicana, e incluso, del mundo. La exigencia de que los desaparecidos aparezcan con vida, consigna eficaz y justa que aglutina la protesta que a lo largo de los días se ha levantado en nuestro país, no logra ahuyentar la sensación de que lo allí sucedido es incomprensible e irracional. Como ya se ha indicado en varias ocasiones, lo acontecido en Guerrero rebasa por mucho el 2 de octubre de 1968, nuestro referente nacional indispensable sobre el mal puro. Reconstrucciones, testimonios, denuncias y exigencias son los primeros pasos para combatir lo que hasta hoy carece de explicación. Sin embargo, Ayotzinapa corre el riesgo que Carlos Monsiváis señaló en algún momento sobre el 68: conmemorar sin interpretar. Más allá de los hechos concretos (los balazos, la persecución, el asesinato, la desaparición), ¿sabemos qué pasó? Al formular esta pregunta no pretendo poner en duda la terrible agresión que sufrieron los normalistas ni sus testimonios al respecto ni los videos que circulan sobre el hecho. Tampoco intento hacer caso omiso de la “narrativa” –como le gusta tanto decir a los analistas– que atribuye el hecho a la locura del presidente municipal de Iguala, su esposa y el narcotráfico ni de las que insisten en señalar que se trató de un crimen de Estado. ¿Es posible en la marea que hoy vivimos atisbar lo que allí pasó?, ¿lo que está en juego? Estas son las preguntas que me parece necesario responder.

Una foto, una sola foto es elocuente. No porque diga más que mil palabras, sino porque la imagen requiere muchas palabras para intentar comprenderla. Se trata del cuerpo de un normalista sin rostro. Es difícil imaginar el terror que vivió Julio César Mondragón antes de que se ensañaran con él. Por más que cada uno de nosotros tenga conocimiento de dolores intensos, ninguno siquiera puede acercarse a lo que este joven padeció, tanto más cuanto que se dice que lo desollaron vivo. ¿Qué pudo haber hecho este estudiante para sufrir esa violencia?, ¿qué pudieron haber hecho los normalistas para padecer semejante saña? Estas preguntas son obvias y necesitan de una respuesta urgente. No obstante, esa respuesta es del todo imposible si no se hacen otras preguntas. ¿Qué es lo que lleva a un ser humano a infligir tal violencia a otro? Sobre todo, ¿qué le lleva a hacerlo cuando el contexto no es el propio de una guerra, que propicia horrores de ese calibre y peores?

Planteado desde la perspectiva que abren estas preguntas se entra a un territorio difícil y hasta fangoso, porque necesariamente nos lleva a preguntarnos si esa violencia ejercida en contra de los normalistas, y de manera específica, contra el de la foto aludida, es excepcional en nuestro país. Por poco que se piense y recuerde, queda claro que no. Desde hace algunos años, esta violencia (ejecuciones, cercenamientos, desollamientos) es bastante frecuente. Por supuesto, habrá quien piense que hasta hoy esa violencia se ejercía entre y con delincuentes e, insidiosamente, más de alguno pensará que en tal caso, esa violencia es merecida, pero no la que se ejerció contra los normalistas, y por extensión, contra los estudiantes, porque además de no ser parte de guerra alguna son a fin de cuentas el capital social de este país, su futuro. Los “memes” de las redes sociales insisten en esto (“pienso, luego me matan”, etcétera), en lo inmerecido del hecho. Este argumento, además de desnudar a quien lo emite, es falso o por lo menos inexacto. El recuento de los líderes y activistas sociales asesinados con saña a lo largo y ancho del territorio nacional puede poner los pelos de punta. De manera aleatoria se puede recordar aquí a los líderes campesinos ecologistas asesinados en Guerrero en la década de los noventa o Acteal o a Galeano en Chiapas, y un largo etcétera. Parece obligado concluir que si la violencia, este tipo de violencia, no es excepcional en nuestro país, eso quiere decir que las condiciones de este país posibilitan su existencia. ¿Cuáles son estas condiciones? Eso es lo que hay que responder.

Regresemos a la foto del normalista desollado. Entre otras muchas cosas, lo que horroriza, es la perfección del hecho. Ver al desnudo parte del cráneo y sus orificios en donde alguna vez hubo piel, cabello, ojos, labios, nervios, venas, sangre, etcétera, indica un acto profesional, es decir, el resultado de un saber y un entrenamiento. No es que cualquiera sepa hacer esas cosas; lo hizo alguien dedicado a infligir daño, a matar. Las fosas que se han encontrado en Iguala, indican precisamente que desde hace tiempo en la zona hay profesionales de la muerte. ¿Dónde aprendieron?, ¿de dónde vienen?, ¿por qué existen? Como es sabido, entre las fuerzas represivas del Estado, en todos sus niveles, el entrenamiento incluye la espantosa tradición de la tortura. En las redes sociales abundan videos sobre ello: policías de varios estados (Jalisco, Guanajuato, Sinaloa, Distrito Federal) amedrentando a jóvenes y adultos mayores, a vendedores ambulantes, etcétera. En todos es posible detectar estrategias de sometimiento cercanas a la tortura que, en privado y fuera de las cámaras, seguramente aumentan. Así mismo son entrenados en el asesinato. Puede decirse que este saber si bien no es justificable en esos cuerpos es relativamente normal. También lo es entre la delincuencia organizada. El libro de Juan Carlos Reyna, Confesión de un sicario, ayuda a comprender este proceso y este entrenamiento, como también ayudan los escalofriantes testimonios de adolescentes que al incorporarse a sus filas son educados en esa ominosa práctica. Hay por supuesto otros profesionales cuyo oficio supone también este saber: carniceros, médicos, enfermeras, etcétera. Sin embargo, estos últimos, la mayoría de las veces lo único que prestan a los profesionales de la muerte es el nombre de su profesión como apodos. De aquí que no pueda concluirse otra cosa que quien participó en el asesinato y persecución de los normalistas de Ayotzinapa fueron estos profesionales de la muerte.

Los profesionales de la muerte no se dan en macetas; aún no es un oficio generalizado. En estricto sentido, son una minoría dentro del conjunto de la sociedad mexicana. En el caso de las fuerzas represivas del Estado, su ejercicio debiera permanecer latente, con una presencia ocasional cuando la situación lo amerita. En cambio, para la delincuencia organizada, este ejercicio es cotidiano puesto que de ello depende su existencia. Cuando las fuerzas represivas y la delincuencia organizada se confrontan, o peor aún, se alían, esta presencia se vuelve sumamente notoria y notable. Dejan de ser noticia ocasional para volverse objeto central de los medios de comunicación masiva. Así sucede en nuestro país aunque las instancias de gobierno de todos los niveles y la delincuencia intenten evitar que los medios digan algo sobre sus actividades. Como es de todos conocido, un día y otro también en las noticias se da cuenta de las atrocidades que estos profesionales cometen.

Para estos profesionales de la muerte las atrocidades es su modo de comunicarse, el modo como se dan mensajes. Al perseguir disidentes, rebeldes, inconformes, adversarios; al torturarlos y asesinarlos, dicen a los que con ellos vienen que desistan de su actuar. También hay en ello algo de venganza que pretende inscribir en el resto una lección. Y hay, por supuesto, la gana de obtener alguna satisfacción obscena (el placer de poder dañar al otro). Todo esto parece estar condensado en esa orden de “darles un escarmiento” a los normalistas de Ayotzinapa, proferida por María de los Ángeles Pineda Villa, esposa del ex alcalde de Iguala, José Luis Abarca, y que según declaraciones de Sidronio Casarrubias, connotado líder del grupo Guerreros Unidos, responsable de la desaparición de los 43 normalistas, ella es su lidereza.

Pero debajo de todo esto, la foto del normalista sin rostro nos dice algo más. Al observarla con detenimiento, lo que se puede concluir es que para quien así lo trató, lastimó y asesinó, ese estudiante normalista no era ya un ser humano, sino una objeto, o mejor dicho, una cosa. En efecto, la violencia ejercida contra Julio César Mondragón es la expresión más concisa de un modo de vida que parte del principio de que todo es un objeto y que está allí para ser dominado, comprado, vendido. Se trata del reino inanimado con el que se puede hacer cualquier cosa. Esta experiencia es la que narró Primo Levi cuando afirmó que frente a los nazis que administraban el campo de concentración en el cual estuvo recluido, él y el resto de los judíos presos eran tan sólo un número. Lo que delataba esta actitud, contó Levi, fue la mirada de esos nazis, que miraban a los presos sin verlos, como si miraran la nada a través de un cristal. Es así como el asesinó miró al normalista Mondragón; es así como un sector social de Guerrero mira a otro sector social de la entidad; es así como los gobernantes y delincuentes mira a la mayor parte de la sociedad. Que la exigencia de “escarmiento” a los “ayotzinapos” se hiciera con tal ligereza por parte de Ángeles Pineda Villa; que la renuncia de Ángel Aguirre se haya dado por una negociación cupular en el PRD; que se hagan nombramientos gubernamentales haciendo caso omiso a la sociedad indignada; todo eso lo único que demuestra es que desde las cimas del poder la naturaleza, la sociedad, los estudiantes, son parte de un vil reino inanimado. Por eso, pueden suponer que la vida de cada uno de los 43 normalistas cuesta cien mil pesos, como uno de los padres de los desaparecidos afirma ha querido proceder el gobierno de Guerrero con ellos.

Pero regresemos una vez más a la foto. Quien yace allí es un joven cuya vida se desenvolvía en el ámbito rural. Eso dice demasiado. La revista Proceso recoge el testimonio de un médico de Iguala que se negó a asistir a uno de los normalistas heridos aquel 26 de septiembre. Al dar cuenta de su proceder, es notorio el profundo desdén que siente por los “ayotzinapos”. Los considera revoltosos y mentirosos. Sin embargo, lo que en realidad desprecia es su condición rural y juvenil. Como si Iguala, por el solo hecho de ser “ciudad”, hiciese a sus habitantes necesariamente mejores que cualquiera que proceda del campo. Pese a su juramente hipocrático, el médico se regodea en su proceder desdeñoso hacia los estudiantes rurales, que en un momento de suprema urgencia requerían de su ayuda. Por supuesto, la actitud del médico no puede generalizarse. Sin embargo, es un síntoma de una realidad nacional que efectivamente desdeña al campesino y admira al empresario del campo, detesta al burro y ama la troca. Tanto más si como se deja entrever en la reforma energéticamente recientemente aprobada, que permite la expropiación de territorios comunales y campesinos por motivo de utilidad pública para las empresas privadas (así de aberrante el asunto), se concibe al campesino como un factor retardatario de la modernización económica del país.

Las crónicas de lo sucedido con los normalistas de Ayotzinapa aquel 25 y 26 de septiembre, coinciden en que en algún momento policías, militares y delincuentes les dijeron que merecían lo que les estaba sucediendo. Normalistas rurales que se educan, que protestan, que dudan, merecen el desdén, la represión, la violencia; merecen lo que merece un reino inanimado; merecen se tratados como objetos; merecen el desollamiento; lo merecen porque no entienden que su momento, como jóvenes y como normalistas, ya pasó. Y es que, el modo como actualmente vivimos, requiere menos educación y especialización que antaño. El espacio de la juventud que se inventó a mediados del siglo XX, como un momento transitorio que termina cuando el joven se vuelve productivo a través de una educación especializada, ha llegado a su fin. Actualmente, ese espacio ya no es necesario.

Así, pues, la foto del normalista desollado nos dice claramente lo siguiente: que vivimos una guerra de exterminio. Es esta condición la que posibilita la violencia que se ejerció en contra de Julio César Mondragón y el resto de los normalistas muertos y desaparecidos. Lo que nadie quiere expresar con claridad es que este exterminio es la parte perversa de las reformas emprendidas en el país. Lo que estamos viviendo es una purga brutal en medio del reino inanimado. Quizá habría que ver el fenómeno de los feminicidios en México como el laboratorio previo a una estrategia más amplia que alcanza ahora sí a todos los sectores sociales que no están en la esfera de los gestores de la muerte, esto es, el poder del capital.

Por eso la alarma, por eso la lucha. Los jóvenes que se levantan, los jóvenes que convocan a paros, a huelgas, lo tienen claro. Porque hoy se lucha, sí, por los desaparecidos; se demanda, sí, su aparición con vida; pero también y no en menor medida por la afirmación de la vida, en contra del reino inanimado que creen que somos. Su lucha es el grito de los que se saben que no son cosas ni objetos. Es la furia de los que saben que no quieren vivir en el reino inanimado. Es la afirmación trágicamente lúdica de que vivir supone una plenitud que reiteradamente se niega. No hay estrategia que pueda con esta certeza. No hay nada que pueda desviar, engañar, esta certeza que hoy tienen los que se movilizan.


Termino con la pregunta que alguna vez me hizo un joven excluido que miraba con azoro mi vida “privilegiada”: cuando todo estalle, me dijo, ¿de qué lado vas a estar? Creo sinceramente que no se puede estar del lado de la muerte. Hay que estar del lado de la vida, que es estar en contra del sistema que hoy vivimos. Ante la disyuntiva barbarie o muerte, hay que contestar vida y libertad.