(El día de hoy, iba yo a participar en un foro público organizado por un conjunto de jóvenes para promover la construcción del Faro de Aragón. Por razones de fuerza mayor, según me dijeron, se suspendió el foro. Este texto lo escribí para tal evento. Lo publico aquí porque quizá tenga alguna utilidad).
De los jóvenes y de los espacios culturales alternativos se puede decir casi cualquier cosa. Hay quien gusta criminalizar a los primeros y condenar a los segundos. Hay también quien casi gratuitamente gusta de dotar a los primeros de rasgos y características inigualables, y a los segundos atribuirles un potencial que depende de la sola palabra “alternativo”, como si las etiquetas, por decreto, crearan esas realidades a las que se refieren.
¿Sabemos, hoy, lo que en verdad es “alternativo”? Qué tan perdidos estamos en este saber nos lo indica el que se atribuya al sujeto que ejecuta la acción la condición “alternativa” del acto. En otras palabras: si procede del impulso de la “sociedad civil”, entonces la cosa nos parece “alternativa”. Tanto más si sus actores provienen de sectores oprimidos o marginales, sean indígenas, mujeres, o en este caso, jóvenes.
Pero lo “alternativo” no depende de quien ejecuta la acción, o por lo menos no preponderantemente. Lo “alternativo” hoy en día únicamente puede referirse a aquello que contribuye decisivamente a la construcción de una realidad distinta a la que impera actualmente en nuestra ciudad, en nuestro país, y en el mundo entero.
¿Qué realidad es esta que impera? Se trata del imperio de la más plena y absoluta barbarie. Ciertamente existen políticas públicas que intentan paliar los graves desajustes y desequilibrios provocados por el capitalismo global. También es cierto que no pocos seres humanos asumen ante estos desequilibrios una actitud pasiva, juzgándolos como naturales e inevitables. Pero ni lo uno ni lo otro pueden obviar la condición bárbara en la que vivimos. Es bárbara por dos razones fundamentales. Primera, porque lo que gobierna es el dictado de las cosas: el dinero, la acumulación, la productividad. En la barbarie en la que vivimos, son estas cosas las que definen los modos y los horizontes de vida de todos y cada uno de los seres humanos. Segunda, porque gobernados todos por igual por el dictado de las cosas, no vivimos igual ese dictado: para la mayoría, nada es suyo salvo el sudor, el dolor, el cansancio, y para muy pocos, el “goce”, que obtienen como resultado de aquel sudor, dolor, cansancio que ni les compete ni les interesa.
Entonces lo alternativo hoy en día sólo puede ser tal si en verdad se dirige, en la intención, en la operación, en el trato, en sus modos de gobernarse, etcétera, hacia la construcción de una realidad totalmente distinta, criticando la barbarie en la que vivimos. Esa otra realidad distinta únicamente puede ser la vida gobernada por los seres humanos, en su más plena autonomía y libertad, sin estar a merced de las cosas ni al sometimiento casi esclavo que lleva a muchos a producir y a otros pocos a disfrutar.
Así, un espacio alternativo puede ser promovido y fundado por cualquiera: la llamada “sociedad civil” o instancias políticas. Es cierto, sin embargo, que estas últimas son propensas a obedecer ciegamente el dictado de las cosas. Allí está la reforma laboral para comprobar esto. Por supuesto, dentro de esas instancias, hay sus excepciones, y muy honrosas, pero son siempre pocas.
De la llamada “sociedad civil” se puede decir exactamente lo mismo: no todo lo que ella hace o de ella proviene es alternativo, puesto que no necesariamente se dirige a construir una realidad distinta a la que impera, sino por el contrario, con mucha frecuencia se dirige a volver aceptable lo que es inaceptable.
Por tanto, un espacio alternativo cultural, para ser tal, ha de tener como objetivo la construcción de una realidad distinta a la que impera actualmente. Su particularidad es que encuentra en la cultura el lugar de esa construcción. Por cultura no me refiero solamente a la “alta cultura”, esa que presumiblemente se encuentra en bibliotecas, museos, y que se manifiesta en magníficas “obras de arte”, sino a lo que nos hace propiamente humanos, eso que nos permite dotar de sentido todo cuanto sucede a nuestro derredor. Un espacio alternativo cultural no pretende exclusivamente crear “públicos” que sepan “admirar” y “valorar” lo que se les trae, ni se afana en hallar mecánicas que permitan “pasar” el tiempo agradablemente, sino ante todo promover la admiración y valoración de la propia capacidad creativa de quienes en ese espacio convergen. Sólo el que vive en el acto creativo puede sobrecogerse ante otro acto creativo. Esto es precisamente lo que sucede en el Faro de Oriente, y lo que me parece ha de tomarse como guía para la construcción del FARO de Aragón. Pues de ese acto creativo depende dotar de sentido lo que se vive: como crítica a la realidad y como proyección y construcción de un otro mundo posible.
La historia del FARO de Oriente tiene muchas lecciones que ofrecer. Una de ellas, que no es menor, es precisamente la idea de que un espacio alternativo cultural como ese no es ni puede ser solamente para jóvenes. Andrea González, una de las responsables de las políticas juveniles durante el gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas y promotora de la creación y construcción del Faro de Oriente, afirma que ellos, los fundadores, eran “fundamentalistas con el tema de los jóvenes”, y que apenas abiertas las puertas, se percataron que les hacía falta todo: espacio para mujeres, para niños, para adultos mayores. No hay que olvidar esto.
Entiendo perfectamente que la preocupación de quienes promueven este tipo de espacios, y particularmente este espacio del Faro de Aragón, les venga de ser mujeres y hombres jóvenes. Quizá en ellos la condición de barbarie se viva de manera más acentuada: carecen de la “felicidad” de la niñez, de la “resignación” del mundo adulto y de la “añoranza” de la vejez. Pero justamente por eso sus perspectivas deben ser más amplias, más trascendentes.
Sobre todo, me parece, pueden deshacerse del equívoco en el que se incurre frecuentemente: la reivindicación de la particularidad, con todo y lo relevante que es, no ha de hacernos olvidar que uno de los pilares sobre los que se tiene que edificar una realidad distinta a la imperante es la igualdad. Esto es la igualdad necesaria e implícita para que exista la plenitud, la libertad, la autonomía de todos y cada uno de nosotros. Recuérdese que es precisamente esta igualdad la que rechaza el imperio de la barbarie capitalista que vivimos. Y que a menudo, el modo de enmascarar esta condición desigual, es a través de discursos que reivindican ante todo la particularidad, que es un modo de volver aceptable la desigualdad.
Creo, además, que esta amplitud de miras es necesaria para de este modo convencer e incluir a esas voces, no sé si muchas o pocas, que se niegan a aceptar la construcción del Faro de Aragón en este lugar, porque piensan que el modelo del Faro es para población vulnerable o jóvenes en riesgo.
Pero la amplitud de miras también es necesaria para que las autoridades del Distrito Federal que intervengan en la construcción de este espacio, lo piensen como algo mucho más rico y complejo que la captación de votos, la filiación corporativa, y la mera presencia política en espera de resultados políticos. Si las autoridades del DF son, como dicen ser, de izquierda, habría que exigirles la dotación de recursos para la construcción del Faro de Aragón, y también los que sean necesarios para su operación en condiciones óptimas. Otra vez el Faro de Oriente es un proveedor de lecciones: después de su fundación, durante algunos años, padeció el fuego amigo: la escasez presupuestal, la precariedad, el desdén. Hoy, que es un éxito, padece otro fuego amigo: el que le quiere convertir en rehén de clanes y tribus políticas que se disputan espacios de gobierno. Sería bueno tomar nota de esta circunstancia para exigirle al Gobierno del DF amplitud de miras.
Me parece que únicamente en estas condiciones podría hablarse del Faro de Aragón como un espacio alternativo cultural. De otro modo, estaremos frente a un esfuerzo loable pero intrascendente. Cosa de escoger lo que se quiere que este Faro sea.
Dice Tabucchi: los libros de viaje "poseen la virtud de ofrecer un doquier teórico y plausible a nuestro donde imprescindible y rotundo". Hay muchos tipos de viajes: los internos, los externos, los marginales. Este blog quiere llenarse de estos viajes, e invita a que otros sean también, con sus viajes, un doquier para mi donde.