Viajas y llegas a conclusiones en este momento “indecibles”. Regresas al ajetreo citadino, a las noticias, a la venta de análisis para cualquier gusto. Te reciben unas preguntas y unas encuestas. Te dices que es mejor no decir, pero sabes que lo dirás. Porque si la rabia ajena te orilla a guardar tu opinión, ello significaría una íntima derrota. Sabes que no estás dispuesto a eso. Por eso opinas.
Pongamos por caso, te dices, que las encuestas afirman en verdad algo: una disputa política entre tres candidatos. Te dices que lo sorprendente no es que un día y otro el segundo lugar sea para uno u otro candidato, sino que en el primer lugar siga el mismo candidato. Quizá por eso, como sin querer, le preguntaste inopinadamente a distintas personas sobre la realidad de aquel pueblo, de aquel estado, de aquel país que desde allí se ve. Las respuestas confirman la tendencia general de las encuestas.
Te dices, además, que lo que sospechabas parece cierto: las movilizaciones recientes han hecho visibles a quienes ya tenían una definición previa, a quienes al menos ya habían decidido votar en contra de alguien. Sabes que no te ganas buenas miradas cuando te refieres a la espuma de leche que hierve. Pero piensas que es cierto: no logra convencer sino a los ya convencidos. No articula ni convoca: la relación entre número de manifestantes y cantidad de quienes convocan arroja promedios ínfimos. Preguntas por aquí y por allá y recibes la misma respuesta: unos cuantos.
Piensas que es incorrecto partir del supuesto de la imbecilidad de la gente. Lo de la manipulación hay que repensarlo, meditas. A nadie preguntas por las razones de sus inclinaciones electorales. Pero insistentemente rebota en tu cabeza lo que dijo el artesano: “No es que negocien, la cosa es quién sabe y quién no. Nuestra experiencia nos dice que los otros partidos no saben. Son como niños”. El guía, que lee a Benedetti, que es abierto, inteligente, que quiere estudiar filosofía apenas termine la preparatoria, lo reitera: “Aquí estamos tranquilos porque estamos cerca del Estado de México”. Es el tono con que lo dice lo que da cuenta de lo que piensa. No necesita guiñar el ojo ni justificarse.
Tienes ganas de creer, como los cientos, como los miles que creen. Pero algo en el fondo te dice que no, que aunque maravilloso, ese canto de sirena no ayuda. Traes la deuda pendiente que platicaste con la periodista antes de partir y antes de regresar: hay que prepararlos para después, hay que forjarlos “porque tú y yo sabemos lo que es una derrota de esas dimensiones”, dijo la periodista. Los años como aplanadora te pasan encima. Menudo referente, piensas.
Regreso. Me acosan preguntas y encuestas. Y este dudar si escribir o no.