martes, junio 05, 2012

¡Al carajo!


Para Raquel.


En el calendario hay días que destilan punzadas de dolor. Hoy es uno de ellos. Pocas veces el correr de los días y las manecillas del reloj parecen confabular para conducir al callejón sin salida de la pérdida. Cierto es que el mundo en general está constituido por todas las pérdidas de todos los tiempos y de todas las personas. Sin embargo, eso no consuela. Porque de todo ese cúmulo infinito de pérdidas a cada uno nos corresponde alguna vital, alguna que nos dificulta el respirar, el ver, el escribir.


Hoy, exactamente igual que hace dos años, estuve nadando. Me gusta hacerlo; me subyugan las burbujas debajo del agua; me fascina el ritmo que supone desplazarse por la superficie del agua que a cambio prodiga la apacible caricia de quien pudiendo no es mortal. Pero hoy nadé con furia. La furia que cabe en un duelo nunca concluido; la furia de quien lamenta que los buenos estén desapareciendo con celeridad; la furia de la derrota.


Abajo del agua recordé parte de la última conversación personal que tuvimos. La ingenuidad que ve en el reformismo algún tipo de revolución. Las notables tendencias conservadoras de una parte importante de eso llamado pueblo. “La revolución tiene que ser de otra manera”, me dijo. Quedamos en seguir esa conversación en otro momento. Ya no hubo tiempo; tendrá que ser en otro mundo. Recordé también que aquel día, antes de recibir la funesta llamada, mientras nadaba, pasaba lista a la de cosas que debía comentarle: las lecturas hechas, el hallazgo de uno que otro artículo interesante sobre el nacionalsocialismo, y la propuesta de comenzar a grabar las entrevistas en cantina, recopilar sus materiales. Me vi sentado frente a mi computadora intentando escribir cuando aquella llamada me lanzó al abismo de la nada.


Desde entonces, y de manera intermitente, me duele la mano derecha de un modo peculiar. Hoy duele con mayor intensidad. Se me dificulta escribir, manejar la motocicleta. Es suicida pienso. Tanto lo uno como lo otro, pero sobre todo lo segundo. Sin embargo, sé que los dolores crónicos son, por paradójico que parezca, la contundente presencia de una ausencia. Como sucede con los mutilados. Mutilado estoy desde entonces.¿Hay que amedrentarse por eso?


Rumio en silencio este no hallarme. Como galletas con miel de factura materna. Escucho las noticias. Repaso los pendientes del día. Recibo y contesto mensajes. Pago deudas. Y escribo. Y leo. Evidentemente nada ahuyenta el dolor de la mano, del corazón, de la cabeza. No he dormido. Todo es irreal: los colores, las distancias, las personas. El mundo todo es irreal. Irreal esa mujer que de la nada me abrazó. Irreal esas llamadas provocadoras. Irreal ese árbol que cae bajo la ejecución de la sierra eléctrica.


Un amigo me dijo que debiera ir a terapia. Yo me digo que entre decirle a un desconocido no sé qué, mejor me digo a mí en papel las cosas que sí sé. Es más barato. Menos productivo. Pero por eso mismo más valioso. El día seguirá. Sus horas sucederán. Revisaré al azar algunas páginas de cualquiera de sus libros. Tomaré otra vez la pluma para escibir alguna ocurrencia. Mientras tanto, al son del dolor, me digo en ese tono prosaico que tanto le desagradaba: ¡al carajo con este pinche dolor! ¿De cuándo acá algún dolor es suficiente para no hacer? O como dijo el Che a su subordinado que dormía plácidamente: ¿Quién le ordenó descansar?