El asesinato de Nepomuceno Moreno Muñoz ha levantado gran indignación en diversos sectores sociales mexicanos. Lo cual es un signo de que al menos una parte de este país todavía se inconforma ante la “naturalidad” (“daños colaterales”) con que el gobierno quiere presentar los costos de su estrategia fallida ante todo, no sólo contra el narcotráfico y la delincuencia organizada. Cierto es que hay que indignarse por este y por todos y cada uno de los asesinatos que tienen lugar en nuestro país y en el mundo. Pero el caso de Nepomuceno parece condensar y convocar toda esa indignación que de otra manera, por su número, estaría dispersa y carecería de efecto.
Algunos actores, entre ellos Héctor Bonilla, han hecho una breve cápsula (“Soy Nepomuceno Moreno”) para manifestar su indignación. Allí se dice: “Busco lo que no puede darme el Estado: Justicia, Consuelo, Respeto”. La frase me asombra. No hace referencia al gobierno en turno sino al Estado. A menos que exista en ellos la ya casi inveterada tradición de confundir una cosa con la otra, están señalando algo que, para el actual gobierno, que también suele confundirse a sí mismo con el Estado (nada más porque estamos en el siglo XXI el señor Calderón no afirma “el Estado soy yo” aunque lo piense), es motivo de descalificación y represión. Me parece que es necesario darle el beneficio de la duda a estos actores y asumir que con conocimiento de causa quieren decir exactamente lo que dicen: es el Estado el que no sirve, el que ya no puede ofrecer justicia, consuelo, respeto.
Las declaraciones de la PGJ del Estado de Sonora sobre Nepomuceno (investigo pero tengo un juicio a priori: era un delincuente y su hijo obtuvo lo que se merecía) son declaraciones programáticas de un gobierno autoritario y de un Estado que no sirve. Este sentido es claro también en las declaraciones que hizo el poder ejecutivo en el sentido de proceder legalmente contra quienes le imputan responsabilidades penales ante la Corte Internacional de Justicia la Haya. El catálogo de gobiernos locales e instancias federales que proceden de esta forma es largo y no se reduce a este sexenio. Sin embargo, en este sexenio, actos que no prohijó adquieren un sesgo particular por la preeminencia que en la vida pública están teniendo los cuerpos represivos civiles y militares.
Si grave es el asesinato en general, más lo es que suceda entre quienes hacen señalamientos críticos al gobierno y advierten de la ineficacia del Estado. Los “desencantados” de la transición democrática, como suele llamárseles en tono desdeñoso, no son únicamente aquellos que reclaman justicia para sus seres queridos o quienes intentan obligar a un cambio de rumbo con actos razonables (indignados, por ejemplo), sino también los que haciendo uso de las ideas apuntan, señalan, argumentan. El gobierno actual parece tolerar que a todos estos “desencantados” se les persiga, amenace, hostigue, mate. Pero sobre todo, tolera estas actitudes pervirtiendo de manera superlativa lo que que queda de un ya por sí pervertido Estado.
Por eso me parece sintomático lo que dicen los actores en su cápsula: si se acepta que hablan con conocimiento de causa, habremos de convenir en que el Estado ya no puede dar lo más mínimo de aquello para lo que fue creado. Y es que el Estado se constituyó con ideales muy altos pero tareas concretas y objetivas no tan loables: dígase lo que se quiera del Estado, con toda la ideología propia de los pensadores burgueses y liberales, lo cierto es que organiza la explotación, racionaliza la desigualdad y facilita la acumulación de capital. De aquí que su existencia misma sea perversa. Pero actualmente se le despoja incluso de sus inalcanzables utopías pervirtiendo lo que está allí para disimular su verdadera naturaleza, lo que está allí para ofrecer una creíble fachada que vuelva aceptable su perversidad.
Afirmar que el Estado no da lo que ofrece es tan sólo un paso necesario para llegar a la conclusión obvia: hay que desaparecer al Estado. Porque no se trata de cambiar de gestores del Estado, sino de desaparecerlo por completo y construir otra cosa. Sé bien que este decir suena trasnochado. De hecho es lo primero que suelen argumentar burgueses, liberales y de izquierda electoral. Sin embargo, allí está la frase: solicito lo que el Estado no me puede dar. ¿Por qué habría que sostenerse algo que parece estar allí para intereses diferentes de los que el ciudadano solicita? Eso parecen querer decir ambos actores que, francamente, ni son comunistas ni nada remotamente cercano. ¿Por qué?