Los días han sido largos. Muchas horas en cama, dándole vueltas a las hojas, sorprendiéndome de cada frase. Cada renglón se convierte en un extraño viaje por un lenguaje que pese a todo me parece desconocido. Intuyendo en cada letra, en cada palabra, en cada forma, en el color y calidad de la tinta, miles de historias infinitas que convergen en las frases que desconciertan mis ojos. El gozo vuelto a encontrar. Dejando a un lado las ansiedades, las necesidades de respuesta, a merced solamente de las preguntas que planean por ese paisaje barroco que es mi cabeza.
El encuentro cada vez menos común con los de siempre y el reencuentro esporádico y sorprendente con los de ayer. Percibir con claridad las huellas de uno en los demás. Saber con cierta certeza que hay estela en el andar propio. Saberlo sin congoja, sin compromiso, sin tormenta. Escudriñarse durante esas horas de cama para hallar también las huellas de todos en uno. Las que llenan, las que satisfacen, las que duelen, las que sin pena ni gloria dejan alguna silueta que decido recordar para no condenarlas al olvido en que por sí mismas se instalan.
Estar sin hacer planes, sin estar atento a las inercias que es necesario domesticar, sin cultivar lo que parece valioso y sin desechar lo que a primera vista se revela inútil o dañino. Sólo estar, en cama, sin cavilar, sin hacer ajuste de cuentas, sin hacer las maletas para lo que espera el año próximo. Sonreírle al hecho de estar aquí, acostado, pasando las hojas, sin esperanza, sin condena, sin absolución. Con este gozo extraño que me obsequia verlo todo de nueva cuenta, como si no lo hubiese visto jamás.
Botar el reloj, los celulares, la computadora. Tardarse siglos para responder si una llamada entra, si un mensaje convoca, si un correo electrónico más satura el buzón. Volver a tomar la pluma y un viejo cuaderno para reencontrar la necesidad del trazo. Que no diga nada es lo de menos. Lo placentero que se vuelven las líneas, los círculos, las ondulaciones, los puntos, el inifinito trazado en una hoja que es por definición insuficiente.
Revisar en horas de ocio las fotografías de quienes con cariños, odios y amor me han acompañado. Arrugar el ceño cuando me asalta la duda de qué fue de cada persona, de cada palabra, de cada historia compartida. Y al mismo tiempo sentirme tranquilo por saberte caminando en mi vida. Mirar con tranquilidad mis círculos íntimos, mis círculos próximos, mis círculos orbitales e incluso a aquellos que por una u otra razón ya no forman parte de ninguno de ellos.
Cerrar el libro, el cuaderno, los ojos con la intención de dormir como hace mucho tiempo no sucede. Dormir y cerrar todos los capítulos. Dormir porque hace siglos la vida me atormenta y no me deja en paz. Trazar el trazo hipnótico para dormir y seguir mañana, otro día, otro mes, otro año, otro siglo.
Detente un momento a mi lado...