Hay cosas que no se pueden saber, pensaba. ¿Cómo es posible que sienta un brazo de sol ciñéndome por la cintura?, se preguntaba. Entre tú y el horizonte hay un extraño parentesco, decía una voz dentro de su cabeza. Amanecer o atardecer en ti, es el único milagro que me interesa, declaró en silencio. Escojo, se dijo, esta manera de morir: quemada, quemada, quemada. Este sol que me asa, que me hace, que me incendia, que me arrasa, no deja oxígeno qué respirar, intentó musitar. Y tras el horizonte sólo queda tu mar, que proceloso me hunde y me ahoga, intenta gritar pero sólo alcanza a gemir sílabas y más sílabas.
Aislados por el bendito vapor que se adhiere a las ventanas de ese auto, obsequiaron un bello cuadro para una urbe contrahecha.