lunes, febrero 26, 2007

La fuerza de la costumbre

Todo amor, si es tal, es un compromiso. Lo es porque nos libera de la incertidumbre de la pérdida (“se está pese a todo”). Lo es porque nos obsequia la certeza del destino y la trascendencia. Lo es porque incita la sustitución de su pasión por la comodidad de su asepsia: allí están los hijos, la casa, los gastos, los recuerdos de una época feliz, que suplantan la alegría que antes provocaba una mirada. Lo es porque en la resignación no se cava una tumba, sino el altar ante el cual deben inclinarse siempre, con reverencia, los que vienen detrás. Lo es porque a cierta edad más vale la cosificación que la plasticidad. Lo es porque a falta de poesía queda la dureza del deber ser que nunca se fue pero que se espera que otros sean. Lo es porque el miedo se vuelve compañero de cama. Lo es porque el hombre es el único ser que se acostumbra a morir antes de dar el último suspiro. Eso es el amor: el vacío que se llena con todo lo que se pueda, aunque aquel latido inicial haya desaparecido de la faz de la tierra. El amor es un compromiso, esa es nuestra herencia.