Hoy, por la mañana, sentado en una banca del parque, realizaba mis ejercicios para el cuello, cuando un par de niños –hermana y hermano supongo– se acercaron curiosos a mí. Les vi llegar con una mujer y realizar una estrategia paulatina de acercamiento. La niña me preguntó si estaba bailando. Le dije que no, quitándome los audífonos. El niño hizo su pregunta: ¿qué haces? Ejercicios para el cuello, respondí. Inclinando sus cabezas haca uno de sus hombros, casi al unísono dijeron con asombro ¡¿para el cuello?! al tiempo que instintivamente tocaron sus nucas. Sí, les respondí. Hay que ejercitar todo el cuerpo si no quieren que con el tiempo algunas partes de él se les eche a perder, se les quede tieso e inservible, proseguí casi arrepentido de haber planteado así las cosas. Sus ojitos se abrieron mucho, como soles pugnando por amanecer. Eso incluye su cerebro, les dije. En ese momento la señora les llamó por su nombre. Agitaron sus manos en señal de despedida mientras corrían alegremente hacia ella. Cosas que has de ver me dije, mientras comenzaba a ejercitar mis ojos y volvía a colocar mis audífonos para continuar escuchando “El día de mi suerte” con Héctor Lavoe.