De mis muertos no sé más allá de lo que reconstruye mi memoria. Ya no sé ni me importa si fueron buenos o malos o si esa reconstrucción es mínimamente fiel. Los percibo como una fogata cuyos rescoldos vinieron a parar aquí. Doy por consumada la mayor parte de sus aspiraciones, sueños, deseos. Banal sería suponer la alcanzaron o que yo la haya realizado. Ni remotamente. Sin embargo, sus rescoldos que aún persisten, junto con mis aspiraciones, sueños, deseos, irán desapareciendo como pavesas que al cielo negro se elevan. En esto no hay tragedia. No la hay porque no olvido que ellos y yo todavía somos fogata alrededor de la cual personas cantan, sueñan, ríen, comen, escriben, leen, piensan, se consuelan, lloran, dudan. Aún soy llama. A mis muertos yo los ilumino.