Termina un sueño corto pero profundo, el de la credulidad. El fallo del TEPJF cerró con broche de oro ese sueño. Lo que queda es la desnuda realidad, esa pesadilla en la que vivimos. Despertar aquí obliga a preguntarse por aquel sueño en el que la democracia mexicana, incipiente, niña, falta de madurez, se concretaba en las instituciones creadas y dispuestas para procurarla, fomentarla, cuidarla. No hay, no hubo sueño más falaz. Ya no hay modo de negar que esas instituciones están allí en realidad para algo distinto de lo que teóricamente fueron creadas. Lejos de ser resultado y garantes de la democracia, son mediadoras y herramientas de monopolios y oligarquías. Ellas solas se desnudaron. No hubo fuerza externa alguna que desde una esfera ajena a ellas les hiciera tal exigencia. Precisamente por eso es un craso error suponer que al ser "depuradas", "rescatadas", esas instituciones retornarán al redil y cumplirán con las funciones que les atribuye el sueño democrático. No. Las instituciones, las que actualmente existen, son inútiles para la vida democrática. Ahora que demostraron ser mediadoras y herramientas de monopolios y oligarquías, es decir, de intereses privados y particulares, no tienen por qué ser obedecidas ni consideradas. A ellas no se les debe respeto o consentimiento alguno: hacerlo es aceptar el sometimiento, la esclavitud al interés privado y particular. Y como se sabe, la democracia tiene que ver con el interés público y general. Asumamos y no nos arredremos ante la pesadilla en que vivimos: el saber que no hemos construido democracia alguna y que, más bien, para evitarnos la fatiga, e incluso la violencia que ello supone (el interés público y general vs. el interés privado y particular), nos dedicamos a soñar un sueño de credulidad inaudita. Pero hoy despertamos, y la desnuda realidad únicamente es equiparable a una pesadilla. Valdría la pena hacerse cargo de esto y no volver a exigirse el sueño de la credulidad.