viernes, agosto 31, 2012

Good bye stranger

Termina un sueño corto pero profundo, el de la credulidad. El fallo del TEPJF cerró con broche de oro ese sueño. Lo que queda es la desnuda realidad, esa pesadilla en la que vivimos. Despertar aquí obliga a preguntarse por aquel sueño en el que la democracia mexicana, incipiente, niña, falta de madurez, se concretaba en las instituciones creadas y dispuestas para procurarla, fomentarla, cuidarla. No hay, no hubo sueño más falaz. Ya no hay modo de negar que esas instituciones están allí en realidad para algo distinto de lo que teóricamente fueron creadas. Lejos de ser resultado y garantes de la democracia, son mediadoras y herramientas de monopolios y oligarquías. Ellas solas se desnudaron. No hubo fuerza externa alguna que desde una esfera ajena a ellas les hiciera tal exigencia. Precisamente por eso es un craso error suponer que al ser "depuradas", "rescatadas", esas instituciones retornarán al redil y cumplirán con las funciones que les atribuye el sueño democrático. No. Las instituciones, las que actualmente existen, son inútiles para la vida democrática. Ahora que demostraron ser mediadoras y herramientas de monopolios y oligarquías, es decir, de intereses privados y particulares, no tienen por qué ser obedecidas ni consideradas. A ellas no se les debe respeto o consentimiento alguno: hacerlo es aceptar el sometimiento, la esclavitud al interés privado y particular. Y como se sabe, la democracia tiene que ver con el interés público y general. Asumamos y no nos arredremos ante la pesadilla en que vivimos: el saber que no hemos construido democracia alguna y que, más bien, para evitarnos la fatiga, e incluso la violencia que ello supone (el interés público y general vs. el interés privado y particular), nos dedicamos a soñar un sueño de credulidad inaudita. Pero hoy despertamos, y la desnuda realidad únicamente es equiparable a una pesadilla. Valdría la pena hacerse cargo de esto y no volver a exigirse el sueño de la credulidad.

domingo, agosto 26, 2012

Colapso

Con un excandidato que prometió irse a la chingada si el pueblo seguía en su masoquismo, y un candidato presuntamente ganador de la elección presidencial que, ese sí, debiera irse a la chingada por todas las irregularidades cometidas para hacerse del poder, la mismísima chingada ha dejado de tener sentido y la palabra se ha quedado sin contenido alguno. Demasiado lejos están las elucubraciones pacianas sobre la chingada, lo mismo que el uso corriente que ante la ofensa y el enojo recomendaba al causante irse directo y sin escalas a la chingada. Ésta, la chingada, tampoco es ya ese lugar al que heroicamente uno se exilia cuando el hartazgo, la decepción o la tristeza ejercen su impune dominio sobre la realidad, ni mucho menos es sinónimo de “echarse” lo mismo una cerveza que un polvo. Proclamemos entonces un sentido réquiem por la chingada: lugar al que ya nadie va, lugar al que ya nadie puede ir. Lugar inexistente y palabra vacua, o peor aún, modo de decir: me quedaré donde estoy porque las palabras ya no significan nada y todas las utopías han muerto.

jueves, agosto 16, 2012

Para masticar la añoranza de la ciudad de México

No sé a qué se deba, pero la mayoría de las conversaciones que sostengo me dejan pensando. No es que sostenga de modo recurrente conversaciones demasiado interesantes ni que a mí me importe hallar relevancia donde no la hay. Pero la mayoría de las conversaciones tienen la extraña virtud de lanzarme azarosamente por veredas sorprendentes.

Hoy en una breve conversación virtual alguien me hizo saber su añoranza por la ciudad de México. Con nostalgia dijo que regresaría en semana y media. Al concluir la conversación esa nostalgia se quedó rondando en mi cabeza convertida en la pregunta del por qué de esa añoranza.

Lo sorprendente es que esa pregunta me hizo recordar que no he escrito ni garabateado en papel alguno mi experiencia colombiana. Sin embargo, en algún lugar, expresé la sensación que me invadió el regresar y circular por las calles de la ciudad de México.

Fue gracias a este rebote caótico de mi modo de estar en el mundo que hallé en mí la respuesta que quizá a aquella persona le ayude a masticar su añoranza: la ciudad de México se extraña porque es un abrazo sin frontera y un íntimo beso caótico que siempre linda con la muerte.