Nunca imaginé que reposo eterno fuera una mentira más. Yo que tuve la osadía de pensar entendía mensajes y palabras divinas, padezco el peor de los desamparos. ¿Por qué el afán de no dejarme, dejarnos descansar? Borrosos llegan a mí los recuerdos de aquel paisaje que desde lo alto vi por tiempo indefinido. Después del horizonte me dejaron allí, encerrado, sin poder ver otra cosa que la estrechez de aquella sagrada cárcel que también imaginé infinita. Luego me arrojaron a esta promcuidad gloriosa. La vida después de la muerte me deparó palceres que en vida no pude imaginar, ni siquiera de la mano de la literatura más perversa y por eso mismo prohibida. Algo seductor hay en esta mezcla de huesos, cabellos, olores no siempre fétidos; en este no saber quién soy ni dónde comienzo o termino. Este placer insidioso y cotidiano que no respeta ninguna parte íntima, que me corroe hasta lo huesos, literalmente. Mi cabeza ya no responde por mi cuerpo. Se ha perdido en un mar infinito de granos de arena, tierra y carroña. La oscuridad de siempre me era soportable por la luz de este gozo que tras de sí dejó el sufimiento. Y ahora este afán de remover. No hay descanso ni lo habrá. ¿Cómo podrá haberlo si me encuentro con una realidad que nunca pensé ni soñé ni imaginé? Con ese ruido, con esa desmesura, con tanta luz. Y estos reflejos que me dejan saber que solamente soy un cráneo al que se mira con curiosidad, quizá no tanta como con la que yo miro esto que dicen es la patria soberana.