Por fin el silencio. Los escarceos electorales llegan a su fin. La radio, la televisión, los cines, regresan a su calma habitual. Ya no hay que escuchar a los candidatos, a los actores de telenovelas exitosas, a los que musicalmente nos dicen que son los buenos, a la directora de anuncios del sol amarillo.
Muchas cosas han pasado: el voto en blanco ya se convirtió en movimiento, dicen. La agenda propuesta abunda en temas que habrán de beneficiar a la democracia nacional. Al menos eso afirman. Las encuestas anuncian un incierto porcentaje de votos anulados y hoy un periódico de circulación nacional dice que los indecisos crecen. No-me-lo-puedo-creer.
Yo sigo pensando en la anulación de mi voto. No comparto las expectativas de encuestas ni asambleas ni agendas. Salirse de la lógica partidaria es la única opción que hoy parece relevante. Lo demás es, otra vez, jugar el juego de la fe. Fe cívica evidentemente; pero al fin y al cabo fe. No soy creyente. Ni tampoco me cobijo en las sesudas palabras de Zaid que mañosamente habla de una violencia asesina cuando no se juega el juego cívico y harto democrático de este país.
El silencio nocturno me arrulla. Pienso en ya no tener que escuchar, contra mi voluntad, tanto ir y venir de postulantes a la burocracia política. Miro el cielo. Pronto otras voces que no serán del silencio retumbarán en lo más íntimo de nosotros. Y entonces...