He leído gran cantidad de correos electrónicos que identifican esto de la influenza, ahora ya denominada “humana”, con un complot global de Estados Unidos, particularmente de las industrias farmacéuticas, que lo mismo utilizan la ahora muy popular “The Shock Doctrine” que la fabricación de fantasmas pandémicos para vender harto tapaboca. Lo que me pregunto es por qué, ya entrados en teorías de compló, no se alude a un posible mensaje del ejército norteamericano y la industria militar al presidente Obama. Digo, si se acepta que el Ébola y el Sida fueron virus “escapados” de una supuesta fabricación controlada para una muy posible y futura guerra bacteriológica, habría que concluir que esta “influenza humana”, de tan repentina aparición, puede tener el mismo origen. Con la particularidad que sucede en un momento en que la política del presidente Obama está dando pie para que se reconozcan los desatinos del ejército norteamericano en Irak, en Afganistán, en Guantánamo. Un ejército ensalzado y apoyado desmesuradamente por su antecesor Bush. ¿Qué tal si los militares y su industria dejaron ir este virus como ejemplo de la debacle económica a la que puede dar lugar si se les sigue desprestigiando? ¿Y por qué no hacerlo en el traspatio? Porque a fin de cuentas, lo único claro de todo esto es la debacle económica a la que se encamina el país y ya campea en el DF.
La cosa suena descabellada, pero no más que las otras teorías de compló que circulan. Si no es suficiente, aún queda el recurso de ver de nueva cuenta todas las películas del 007 para imaginar nuevos cerebros malévolos dispuestos a apoderarse del planeta.
Dice Tabucchi: los libros de viaje "poseen la virtud de ofrecer un doquier teórico y plausible a nuestro donde imprescindible y rotundo". Hay muchos tipos de viajes: los internos, los externos, los marginales. Este blog quiere llenarse de estos viajes, e invita a que otros sean también, con sus viajes, un doquier para mi donde.
jueves, abril 30, 2009
miércoles, abril 29, 2009
En tiempos de influenza porcina (o influencia de los cochinos, cosa que no es novedad)
Andar por las calles de la ciudad de México en estos días es en verdad sorprendente. En primer lugar, uno se topa con ejércitos de tapabocas azules que ejercen una nueva discriminación para el que no trae uno puesto. Quien los ha usado, como médicos o investigadores, saben perfectamente que no sirven más allá de dos horas. Ni siquiera la peste propia es soportable. Ante la falta de tapabocas, la improvisación ha de hacer su aparición: utilizar copas de sostenes femeninos, calzones, y demás, para al menos agregarle ironía a este estado de miedo. En segundo lugar, sorprende esa calma que prevalece en todos lados. El miedo parece condensarse en una nube de calma. Dejemos a un lado la economía, lo que llama poderosamente la atención es el comportamiento. En tercer lugar, uno piensa en todas las canciones que hablan del fin del mundo, como aquella de U2 que dice: “In my dream I was drowning my sorrows/But my sorrows, they learned to swim/Surrounding me, going down on me/ Spilling over the brim/Waves of regret and waves of joy/I reached out for the one I tried to destroy/You...you said you'd wait/'til the end of the World”. O mejor la de Blades, aquella que canta: "Prepárense ciudadanos, se acabó lo que se daba,
a darse el último trago. No se me pueden quejar, el "show" fue bueno y barato; ante el dolor el buen humor es esencial, saca a tu pareja y ponte a bailar la canción del final del mundo./Que no les domine el miedo, no se pongan a gritar; control y nada de nervios, y cuidado con llorar. Para bien o para mal lo mandamos a buscar, y ahora nos llegó la cuenta y tenemos que pagar./Despídete de tu barrio y del mundo en general, y que en la tierra nadie quede sin bailar la canción del final del mundo”. Y al final, a uno le da por pensar en la necesidad de hacer como en la novela de Camus: una fiesta sobre cadáveres, peste y demás. Algo de nosotros hallaremos en esta situación extrema: al menos la importancia de juntarse....
martes, abril 14, 2009
Diálogos infructuosos del sí mismo
Visto desde la altura que me obsequia la distancia lo único que puedo distinguir es la huella de quien ya no está. Y esa huella, que antes me parecía inmediatamente reconocible, hoy tan sólo me parece la de quien sea. Por eso te lo pregunto: ¿cómo es posible que hasta en tus rastros se diluyan tus restos?
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