Un día, Bolívar Echeverría me citó para hacerme una petición un tanto extraña. Lacónico como de costumbre, me preguntó si conocía los esquemas que hacía tiempo él había hecho sobre el capítulo 5 de El Capital de Marx.
–Ahora –me dijo tras mi respuesta afirmativa– quiero que se muevan.
Aunque sabía que se refería a una animación por computadora, pensé en varias formas de movimiento físico que me sacaron una sonrisa burlona. Me imaginé, por ejemplo, acompañándolo para hacer piruetas gimnásticas con los esquemas mientras exponía sus argumentos. Por fortuna, su voz difuminó mis absurdos.
–Le he pedido a varios que lo hagan pero no se animan– remató.
Le respondí que su petición no era una cosa sencilla, y aunque yo no era especialista en animación podía intentarlo con algunos programas que ayudaban a animar de manera elemental algunas cosas. Francamente tenía curiosidad por saber a qué se refería con la animación y qué es lo que él visualizaba con esos esquemas. Además, no dejaba de sorprenderme su incursión en estos temas. Hacía poco me había enterado que gracias a un alumno suyo él fue uno de los primeros en México que tuvo una computadora de escritorio. Eso explicaba, por ejemplo, que él mismo interviniera algunos carteles de sus libros o hiciera algunas propuestas de diseño. Sin esto sería inexplicable, por ejemplo, una parte de su reflexión sobre el ángel de la historia de Walter Benjamin, en la que pone a discusión el ángel de Klee. Así que, azuzado por estas ideas, literalmente me hundí en la tarea. Ese intento se llevó varios meses porque él era muy demandante en ciertas cosas: el color, la forma, el ritmo.
Después de un intercambio casi interminable de correos electrónicos y de reuniones en las que me indicaba lo que estaba bien y lo que estaba mal, llegó el día en que exultante dijo: ¡así!, ¡no le muevas nada! Por supuesto, lancé un suspiro de tranquilidad y satisfacción porque había llegado yo a la conclusión de que esa animación no terminaría por concretarse nunca.
–Solamente te falta una cosa –dijo–, tu nombre como responsable de la animación–. Sin muchas ganas procedí a poner mi nombre debajo del suyo.
Estos esquemas “animados” iban a formar parte del curso que Bolívar Echeverría pensaba impartir en el segundo semestre de 2010, cosa que no sucedió porque ella, la muerte, la muy carbona, no quiso que así fuera. Dulce venganza en contra de ella: ahora que se cumplen los 150 años de la publicación de El Capital, me parece necesario que estos esquemas circulen ampliamente. No tenemos la exposición de viva voz de Bolívar Echeverría para explicarlos, pero allí está su obra para que el lector avezado vaya y venga a estos esquemas para entenderlos. Los dejo aquí, pues, como "obra abierta".