11:30 de la mañana, metro Villa de Cortés. Suben al vagón en que me encuentro dos jóvenes que no pasan de los 23 años. Con la marcha del convoy uno de ellos comienza a recitar un poema. Lo hace de memoria, sin matices, con algo de prisa. Esta forma desmerece un bello poema, ese que comienza con “Espero curarme de ti”.
Fuese por la forma o porque la poesía no suele calar hondo en los usuarios del metro o porque todos saben que después del arte viene el sablazo, la mayoría ignora al joven que recita. Éste, al terminar, consciente de su fracaso, remata afirmando que ese es el México del siglo XXI, un país inmerso en la tecnología, en las relaciones virtuales, incapaz de la sonrisa sincera, de atender al otro. El gélido recibimiento a sus palabras le orilla a hablar del poema apenas recitado. Afirma que lo escribió el Subcomandante Marcos. Lo dice con aire de superioridad, como si el solo nombre le concediese una legitimidad que su ignorancia ignorada no le otorga.
Mientras pide dinero o sonrisas que no llegan, le miro curioso. De alguna manera este joven sintentiza parte de lo que sucede en el país: una superioridad moral que no se corresponde con un mínimo acto consecuente sino con un error emanado de la ignorancia en el mejor de los casos o con una flagrante mentira en el peor.
Cuando se aproxima a mí, le informo sonriente que ese poema no es del subcomandante. Por toda respuesta obtengo un iracundo “pinche mamón”. Definitivamente este es el México del siglo XXI: la ignorancia vuelta virtud; la moral, una bufanda de temporada que se usa a la moda; y la poesía una herramienta que sirve para ver por encima del hombro. No en todos por supuesto, pero sospecho que sí en muchos.
Como sea, yo llegué demasiado tarde al siglo XX y en el XXI soy un pinche mamón. Desterrado y desubicado en el metro de un país ultrarecontrarrequete moderno.