domingo, septiembre 01, 2013

Extinción

Sí, los observo, los pienso. Me sé uno de ellos. ¿Cómo explicártelo? Al paso de los años me doy cuenta que he sido un gran confabulador. Si digo "gran" no se debe a que sea bueno, sino por la cantidad de alumnos que han pasado por las aulas donde intento dictar clase, esas aulas en las que más que saber despliego el tamaño de mis dudas. Allí, precisamente allí, en esas aulas, confabulo con otros que en años distantes han pensando un mundo distinto. No me engaño, soy de los que no logran ni podrán definir ese mundo, pero sí de los que critican en el que viven. Con otros confabulo para que los que resignadamente me escuchan en el salón de clase piensen otro horizonte. No siempre tengo éxito, lo sé. Y también sé –asuntos de la sinceridad– que somos confabuladores en extinción. Nos ha suplantado la televisión, el radio, el cine, y una creciente literatura inútil. Generaciones que han crecido en ello también nos están suplantado en los estrados de los salones de clase. Ellos apuestan a ser cómplices antes que confabuladores. Ante este panorama me parece que los que hoy protestan son como esos dinosaurios que al atestiguar su extinción se rebelan. Por eso, entre otras muchas cosas, les tengo simpatía. Me sé uno de ellos. Siento lo mismo. Cada vez que salgo del salón de clase, a cada paso, me invade esa sensación de estarme diluyendo, como si a cada paso me aproximara a la invisibilidad total. Mi vida de gran confabulador se extingue aceleradamente. Dudo que protestar sirva de algo, pero eso sí, sé que es mejor dejar una huella que sirva de memoria que ser un poco de polvo levantado por un miserable viento que viene de la catástrofe.