En su mensaje a la Nación, el titular del poder ejecutivo mexicano enfatizó la urgencia de transformar el país en los siguientes120 días (116 para cuando esto escribo). Según su decir, en ese lapso, habrán de aprobarse en su totalidad las reformas que ha propuesto sucesivamente y casi sin respiro. Esta declaración pública de urgencia es significativa. Inesperadamente revela la estrategia pugilista de quienes están detrás del presidente: el que pega primero pega dos veces.
No cabe duda que estos poco más de ocho meses de gobierno priista se han significado por el vértigo. Desde el Pacto por México hasta la acelerada aprobación por parte de senadores y diputados de las reformas propuestas por el poder ejecutivo, pasando por la detención de Elba Esther Gordillo y del Z40, los mexicanos despertamos con una sorpresa un día y el otro también. En efecto, debemos a la sucesión ininterrumpida de golpes esa sensación de vértigo e incluso esa cierta orfandad que se percibe entre la población, particularmente entre quienes se asumen como oposición. Nada expresa mejor esto que los desatinos de Gustavo Madero o lo que sucede con eso llamado PRD.
Lo que estamos enfrentando no solamente es una copia fiel de lo que hizo Salinas de Gortari en su sexenio. Hay algo más. Desde que el PRI perdió la presidencia de la República en el 2000, existía cierta duda sobre el “crecimiento” de la sociedad mexicana, de los efectos que la coyuntura democrática había tenido entre su población. Ahora sabemos que la duda, en realidad, era retórica. Precisamente desde aquel fatídico 1988, en México se fraguó el mejor dominio que pudiese existir: por un lado, ceder “en apariencia” al juego democrático; por el otro, llevar a cabo una ofensiva mediática y educativa que minara la resistencia del ciudadano a cualquier cosa que viniese de la modernidad capitalista en su versión neoliberal.
El triunfo de esta estrategia es evidente en la “aceptación” pasiva del juego democrático por parte del ciudadano, que se resume en la reciente afirmación presidencial de que las minorías tienen que respetar las instituciones democráticas, y en la “naturalidad” militante con que ese mismo ciudadano acepta, asume y promueve la explotación, el expolio y la injusticia, claramente perceptible en la masiva condena a las protestas de los integrantes de la CNTE y en la ya previsible persecución del movimiento que encabezará López Obrador este domingo.
Las elecciones de 2006 y de 2012 ciertamente provocaron fuertes movilizaciones y dieron origen a cuantiosas organizaciones que aglutinaron a ciudadanos que parecieron “sacudirse” las nefastas consecuencias de aquella estrategia. Me refiero desde las convocatorias masivas de López Obrador con su plantón en Reforma hasta aquella movilización entusiasta e ineficaz que fue #Yo soy 132, incluyendo por supuesto el “estamos hasta la madre” por el asunto de los levantados y ejecutados hasta las organizaciones ciudadanas que dicen exigir y velar por un país sin violencia. A diferencia de lo que sucedió con las elecciones de 1988 y el surgimiento de los zapatistas, estas movilizaciones no produjeron absolutamente nada. No hubo una sola cristalización institucional que valiera la pena, como pese a todo sí sucedió con la renuencia de Cárdenas a lanzarse a la insurgencia civil o la declaración de guerra del EZLN. Entonces se abrió “el juego democrático”; ahora, este mismo juego, sirvió para paralizar, empantanar y dispersar las rebeliones.
Precisamente este hecho es el que se leyó muy bien desde el poder. Las elecciones de 2012 fueron, en estricto sentido, un laboratorio en el que se hizo prestidigitación: la corrupción y la desigualdad mediática se puso el disfraz de democracia, y la demagogia se puso las galas de la transformación que “necesita el país” como “reformas” insoslayables. El resultado fue sorprendente: nada de lo que se pudo comprobar se tradujo en una medida institucional de condena; ni siquiera la caída de los disfraces que dejó al descubierto todo mereció algún señalamiento medianamente enérgico. Las reformas, radicales porque entregan los recursos de la nación a manos privadas, se formularon con una vaguedad muy parecida a la que propagan todos los discursos de superación personal. De allí la simpatía con que gran parte de la población las vio, una población que está dispuesta a dedicar a la lectura 20 minutos al día.
De este modo, lo que en 2012 se consumó fue una nueva manera de vivir la democracia: desvirtuándola hasta lo indecible pero dejando intactos sus escasos girones engalanados. Se pudo porque todo, incluso eso, se asume como “natural” en la mayor parte de la población mexicana, educada en el modelo de competencias y habilidades, lejano de cualquier pensamiento crítico mínimo. Nada mejor que esta educación pues propaga y convence de que el mundo no se puede transformar porque es como es; por lo tanto, de lo que se trata, es de desarrollarse exitosamente en el mundo tal como es. Para eso se requieren habilidades y competencias, o como dicen sus promotores: un know how que hipotéticamente posee ciertos saberes. En otras palabras, esta educación privilegia el conocimiento de cómo funciona el mundo y saber hacer lo que ese mundo casi mágico (porque se desconoce el motivo y la razón por la cual funciona como funciona) demanda.
Esta educación, que fomenta la resignación ante el mundo y una actitud dócil y pasiva de la que depende la incorporación a ese mundo y sus posibles beneficios, se impuso primero entre los obreros mexicanos. Se procedió a convencerlos de que de la ganancia empresarial dependía su bienestar. A esto se le llamó “ponerse la camiseta”. Luego, ya con la camiseta puesta, se les advirtió que lo único que se oponía a su bienestar era la corrupción sindical, alentada por cierto por el sistema político y por los empresarios. Al final, en ellos se impuso la incertidumbre laboral y a la explotación brutal se la disfrazó de eficiencia y calidad evaluable.
Con variantes, esta receta se impuso en la educación superior pública, pues en la privada prevalecía desde su fundación. En la UNAM, en el Politécnico, en Chapingo, en las universidades estatales, se procedió de igual manera: a los profesores se les dijo que las plazas estaban por desaparecer y que los sueldos no habrían de subir porque era injusto que los profesores ganaran lo mismo por un desempeño desigual. Se los convenció de esta perversión democrática, y en una versión depravada de una consigna izquierdista, se les dijo que cada quien ganaría acorde con sus esfuerzos, es decir, a cada quien lo que le corresponde. Y para darle a esta consigna un contenido objetivo se propuso la evaluación de su desempeño, o como se le conoce generalmente en el ámbito académico: la puntitis. En suma se les dijo: no hay plazas, pero sí trabajo. El impacto de este procedimiento ha sido profundamente negativo: el plagio y la repetición han ido en detrimento de la innovación y la creatividad; se han provocado jerarquías “académicas” que lesionan el trabajo colegiado; y ha hecho envejecer la planta docente de las universidades, dejando a las nuevas generaciones tituladas en la más absoluta incertidumbre, inscribiéndose como becarios en maestrías, doctorados y posdoctorados que es la nueva forma del desempleo ilustrado. Alguien me dice, con mala intención, que son los nuevos traperos ilustrados.
Ahora tal receta se aplicará a los profesores de la educación primaria. Es una manera de cerrar el círculo que comenzó en 1982. Con ello, la sociedad mexicana en su conjunto estará educada en habilidades y competencias. Pensará como corresponde. De una manera paradigmática tendremos aquella línea de producción educativa que se retrata y critica en la famosa película Pink Floyd The Wall (1982). La reforma educativa es la perla de la corona. Como ya lo reconoció el actual secretario de educación, en realidad esta reforma es “parcialmente laboral”. De lo que se trata es de obligar a educar en medio de la incertidumbre. Se quiere que los profesores enseñen en la práctica aquello en que los planes de estudio instruyen a los alumnos: adaptarse, adaptarse, adaptarse, por que todo es irremediable y todo ha sido siempre así. Nadie puede cambiar la naturaleza del hombre, del sistema ni la realidad misma. Si entiendes esto, serás evaluado correctamente, y podrás disfrutar, al menos en parte, de las mieles de eso que no se puede cambiar.
Por estas razones, la movilización de la CNTE tiene un significado profundo, pese a sus equívocos estratégicos. No sólo se resisten a lo que se resistieron antaño obreros y profesores universitarios. En esto les asiste la razón, por más que en ello vaya la defensa de profesores que no valen la pena. Pero hay otro aspecto que, si cabe, es más decisivo: su actuar resulta sorpresivo e inesperado a la ingeniería social del sistema y del poder político. Y este es el verdadero sentido de urgencia del mensaje presidencial. Porque la movilización de la CNTE pudo y aún puede desarticular la estrategia pugilística de quienes están detrás del presidente. Un alto en esta reforma pone en riesgo el resto de las reformas, particularmente la energética y la hacendaria. Se perdería el ritmo sucesivo a imparable de golpes, y en ese respiro, los tercos sectores de resistencia pueden organizarse. Esto explica la mano dura con que ha respondido el sistema: se ha utilizado todo para atacar, los cuerpos represivos, los medios de comunicación, los intelectuales “liberales” y “de izquierda”, y a los ciudadanos que se indignan porque a esos “pelafustanes” se les ocurre protestar, algo tan anticuado, tan fuera de lugar, tan inútil, en suma, tan antinatural. Los comentarios en las redes sociales son sorprendentes a este respecto: muchísimos reconocen que a ellos los evalúan, que no tienen contratos, que están todo el tiempo sometidos a la lógica de la competencia, y que no se quejan, sólo trabajan. Resulta escalofriante leer estos comentarios de quienes, al mismo tiempo, su vida la cifran en todos los mensajes posibles de la superación personal.
Es probable que la respuesta gubernamental siga incrementando en dureza. Lo que menos se esperaba desde el poder era el tamaño y forma de la protesta de la CNTE y, además, que existiera la posibilidad de que se aliara con la movilización que ha anunciado López Obrador. El sistema sabe que del tamaño de las protestas depende las impurezas de las reformas. Por eso, no ceja en su empeño de provocar para desprestigiar. Lo que estamos viendo, ya sea en la incomodidad del tráfico, desde el sillón de casa, desde los cubículos del trabajo, desde las oficinas, desde las calles, es uno de esos momentos decisivos en la vida de una sociedad. Frente a un amplio sector domesticado e indolente, hay un pequeño sector agotado, cansado e indeciso, cuyas experiencias previas de protesta y organización los han llevado al fracaso, y otro más que está dispuesto a jugarse lo que queda.
Nunca ha sido más pertinente la pregunta ¿de qué lado estás? Y tú, ¿de qué lado estás?