(Con este texto, que provocó escozor a un funcionario del gobierno local, presenté el libro "Vuela libre sin adicciones". Lo pongo aquí para que abone en favor de la legalización de las drogas).
Soy de los que están de acuerdo con lo que solía decir un filósofo: azar es lo que nos pasa, destino es lo que hacemos con lo que nos pasa. Por llano y puro azar hoy presentamos un libro sobre “adicciones” –que por lo visto, acorde con este libro, es un modo aceptable e institucional de decir “consumo de drogas”– al mismo tiempo que “La Marcha por la Paz” se desplaza desde Cuernavaca hacia el zócalo de la ciudad de México con el objetivo de comenzar a “reconstruir el tejido social” de nuestro país, destrozado por la violencia de la guerra contra el narcotráfico. Guerra, por cierto, que únicamente se explica en virtud de la concepción sobre las “drogas” –”sustancias” les dicen en el libro que presentamos, como si el término médico fuese “más adecuado” por “neutral” para referirse específicamente a aquellas que alteran la conciencia, o si se quiere, afectan los procesos comunes del cerebro– que las ve como el origen de todos los males sociales, económicos y hasta políticos. Este, digo, es el azar. ¿Qué hacer con esto, con la presentación de este libro, con la marcha que desde el 5 de mayo dirige sus pasos hacia acá? ¿Qué destino pues?
Hoy en día es ya en extremo difícil negar que la preocupación gubernamental por la salud, particularmente por el uso de las drogas, no es otra cosa que la nueva configuración del autoritarismo; una configuración ad hoc para los “tiempos democráticos” en los que el relativismo y la tolerancia entendida como monólogos en espacios virtuales ya no facilita la dictadura o el unipartidismo. El “estado sanitario”, como le llamó en algún momento Roger Bartra, vino a ponerse en el lugar del estado autoritario con un ropaje en apariencia “inobjetable”: ¿quién en su sano juicio podría oponerse a la noble tarea de las instituciones estatales que se preocupan por la salud de sus ciudadanos? Como lo demostró el señor Calderón en su más reciente discurso a la nación, en aras de este bien “supremo”, de esta acción gubernamental por excelencia, todo es necesario: la guerra, la violencia, la muerte, los efectos colaterales, el aumento presupuestal a los aparatos de vigilancia y represión en detrimento de otras áreas tan vitales como educación, cultura, producción, y una creciente “criminalización” cuando no “ninguneo” de todo aquel que se atreve a dudar de las bondades del gobierno, del estado y del proyecto “sacrificial” que nos venden como gesta nacional. Todo en aras del bienestar, la salud, de cada uno de nosotros.
Frente a todo esto, ¿cuál es el papel de este libro que hoy presentamos? ¿Participa de esta tendencia “sanitaria” del estado o es, por el contrario, algo distinto? No puede darse una respuesta categórica a esta pregunta. O por lo menos yo, como lector, no la puedo dar. Explico por qué. Indudablemente los autores de este libro se esforzaron por ofrecer información sobre el problema de las adicciones, desde una escueta historia de las “sustancias” en Occidente hasta la glosa de leyes, códigos y reglamentos relacionadas con su consumo y venta, pasando por la relación entre las “sustancias” y el cerebro, y clasificaciones generales que sobre ellas hay: las estimulantes, las inhibidoras, las alucinógenas. También en este libro se proporciona un conjunto de instrumentos para que el lector se “ubique” dentro del mapa del consumo de estas sustancias. Además, el libro está aderezado con cinco breves historietas de factura aceptable. Salvo una objeción en cuanto al diseño, cuya similitud con un libro de texto es evidente y que, de ser joven, yo hubiese dudado mucho en leer (repito aquí lo que me dijo una joven al respecto: “es un libro hecho por rucos que quieren parecer buena onda con los jóvenes”), me parece que en cuanto a esfuerzo informativo el libro es valioso. Y es mucho mejor este libro que andar sacando al ejército a las calles para “guerrear” contra los narcotraficantes malos.
Sin embargo, en diversas páginas hay ciertos tonos que obligan al lector a que se pregunte cuáles son las intenciones que hay detrás de toda esta información. Por ejemplo, en las evaluaciones de consumo, desconciertan los resultados de afirmación exultante: “¡Adelante! Sigue sin consumir alcohol” para quien “nunca consume bebidas alcohólicas” o “No tienes problemas con las drogas, sigue así” para quien no las ha usado nunca o sólo acorde con una receta médica por el tiempo indicado. Además de tautológico, hay un “tufillo” demasiado puritano, muy parecido a aquel que felicita al abstinente y le garantiza, por ello y con ello, no adquirir enfermedad sexual alguna o padecer un embarazo no deseado, aunque a su vez pierda de una dimensión humana esencial: el placer sexual o el placer a secas.
Entre otras muchas cosas la vida humana es precisamente placer. A fin de cuentas otorga valía a este proceso menguante que cada uno de nosotros somos: vinimos de la nada y hacia allá vamos. Esta breve interrupción de la nada llamada vida, repetida una y otra vez por cada uno de los seres vivos que viven, es por ello una dimensión festiva y placentera. Intentar, de una manera u otra, impedir su mengua me parece tan banal como inútil. Es el precio que pagamos por salir de la nada por un breve lapso. No cabe duda que las “sustancias” que alteran la conciencia –como prefiero llamarlas en vez de simplemente “sustancias”– forman parte de esta dimensión placentera. No estoy seguro que expulsarlas de nuestro horizonte vital sea el camino correcto; no le veo trascendencia en vivir amputándose esa dimensión que junto con la razón nos hace propiamente humanos.
El consumo de las sustancias que alteran la conciencia no es, por tanto, un asunto menor ni tampoco del que se deba prescindir. Como lo intenta demostrar el capítulo uno de este libro, que en mi opinión es el más importante pero desafortunadamente el menos logrado, ellas han existido desde siempre y se las ha utilizado con fines terapéuticos, medicinales, de trascendencia o como diría un famoso escritor: para abrir las puertas de la percepción. En este sentido, su “valor de uso” es profundamente cultural y decisivamente humano. El problema, como se puede inferir de lo mencionado a vuela pluma en ese mismo capítulo, es cuando la industrialización y el afianzamiento del capitalismo como tal, gracias a su razón instrumental y matematizadora, extrajo de la forma natural las sustancias activas para potenciar su efecto. Al hacerlo, para bien y para mal, las convirtió en mercancías que despojadas de su dimensión natural se insertaron en el mercado como cualquier otra mercancía. Lo cual dio lugar a toda una industria y a toda una lógica de acumulación de capital de la que participan los “traficantes” así como aquellos que dicen combatirlos. La guerra contra los narcotraficantes, contra los proveedores no autorizados de esas “sustancias”, es en el fondo un gran negocio para todos los que en ella participan, con excepción por supuesto de los que mueren y de los que se hallan fuera del circuito producción/persecución.
Y aquí está, creo yo, parte de la clave del asunto. En el libro parece insinuarse que el consumo inmoderado de sustancias que alteran la conciencia, es decir, la dependencia de las sustancias que alteran la conciencia, se debe más a asuntos de carácter individual y personal que algo relativo al sistema en el que vivimos. Por eso, en este libro, el problema de la adicción puede pensarse desde una perspectiva estrictamente terapéutica o sanitaria e incluso de fuerza de voluntad, y apelar a mensajes de superación personal y ensalzar la ocupación social y las redes sociales en las que el adicto o protoadicto debe insertarse para hablar de “su problema” y “sanar”.
Paradójicamente, en el capítulo dos, al tratarse el tema de las culturas juveniles, que en mi muy humilde opinión es de los mejores de todo el libro, se recuperan visiones “melancólicas”, “tristes”, incluso “desesperadas” de algunas de esas culturas juveniles. Resulta muy difícil suponer que esas visiones sean el mero resultado de problemas personales o de asuntos de inadaptación. Cuando el lema de una de ellas es “ya no hay futuro” o “no habrá futuro” probablemente habría que tomar el reto de su significado en el contexto de un sistema capitalista de devastación y enajenación que no permite plenitud alguna a nadie: ni a los ricos ni a los pobres, ni a los educados ni a los ignorantes, ni a los hombres ni a las mujeres, ni a los jóvenes ni a la gente mayor. Siempre me ha llamado la atención el argumento de que el uso de las sustancias que alteran la conciencia y su innegable riesgo adictivo se relaciona con falta de educación o de oportunidades. Bastaría leer novelas como "American pshyco" (o las encuestas de adicciones en los centros universitarios o el uso de dichas sustancias entre los profesores, los investigadores, los escritores) para darse cuenta de que si bien ese argumento no es del todo falso, tampoco es del todo cierto.
En mi opinión, el asunto relativo a las adicciones tiene visos de solución más en la modificación radical del sistema que padecemos que en las propuestas terapéuticas para la persona adicta. Entiéndaseme bien: no quiero decir que la información de un libro como éste no valga la pena o que sea inútil, no. Quiero afirmar por el contrario que la plenitud que se sugiere en este libro como solución real a las adicciones es imposible en el sistema capitalista en el que vivimos, pues hace de la prohibición un jugosa e indolente ganancia que beneficia a sectores “legales” como la industria de las armas, la industria farmacéutica, los órganos de represión y ciertas organizaciones civiles. Además, un modo efectivo de prevenir las adicciones no es prohibiendo el uso de sustancias que alteran la conciencia, sino precisamente lo contrario: insertar su consumo en el ámbito de lo público para que sea en verdad libre e informado, y que lo “consumible” sea en verdad puro. Eso sólo puede suceder en otro tipo de sistema. Ojalá que decidamos cambiar el que existe ya, como de alguna manera lo demanda la “Marcha por la Paz” que viene en camino. Ese es al menos el destino que yo escojo al azar que hoy nos convocó y del cual, por cierto, con mis discrepancias que no son novedad, me congratulo. Les felicito por este esfuerzo.
-- En el umbral del mundo